DÉFICIT, CONSTITUCIÓN Y TRAMPA

DÉFICIT, CONSTITUCIÓN Y TRAMPA

Según ha informado Zapatero ayer en el Congreso, la Constitución va a ser reformada para establecer un techo de gasto público, o si se prefiere, poner límite al déficit.

Hasta aquí todo bien si no fuera por el alarmismo que ha desatado siempre cualquier propuesta de modificar la Carta Magna. No es de recibo un cambio constitucional sin debate previo. Guardaríamos silencio si se nos consultara en referéndum. Nadie protestaría si la modificación estuviera justificada. Hecho el daño, los ciudadanos acudiremos masivamente a las farmacias en busca de tranquimazín porque seremos – una vez más – los sufridores de tal decisión. El pueblo comprará millones de pañuelos blancos para despedir el Estado del bienestar. Y los “indignados” tendrá que añadir nuevas reivindicaciones a sus pancartas.

Parece claro que España camina por las gráficas económicas con un gran déficit a cuestas que conviene embridar porque se han ido de la mano los gastos del Estado, de las Comunidades autónomas y de los Ayuntamientos, sin compensar el despilfarro con monedas de los ricos en la hucha impositora nacional.

Compartimos que urge reparación de la situación financiera, poniendo en la misma horizontal el platillo de gastos y el de ingresos para equilibrar la balanza, pero discrepamos en la forma de hacerlo, porque el Gobierno se ha parapetado en las palmadas europeas para llevarse por delante los intereses y el bienestar de la mayoría de ciudadanos.

En esto se diferencia la gestión macroeconómica de la economía doméstica, que cuando hay que ahorrar y sacrificarse son los padres quienes se ajustan el cinturón, protegiendo a los hijos indefensos de la crisis familiar, por grave que ésta sea.

Cuando el desequilibrio económico en un país es moderado, los gobernantes intentan corregirlo pidiendo dinero prestado, vendiendo el patrimonio común y privatizando las empresas más rentables.

Pero estamos en la UVI y el Gobierno intenta corregir el déficit público, disminuyendo sueldo a los funcionarios, congelando las pensiones, reduciendo la inversión en infraestructuras, endureciendo las condiciones de jubilación, eliminando la retroactividad de ayudas a la dependencia, abaratando las recetas médicas y suprimiendo el cheque bebé, entre otras cosas.

En cambio, se mantiene el gasto militar, los reducidos impuestos a las rentas altas, el fraude fiscal y los beneficios del capital en las transacciones financieras.

Seguiremos parasitados por inútiles senadores; soportaremos pensiones vitalicias de los reformadores constitucionales; pagaremos excesivos sueldos a concejales y alcaldes; soportaremos impotentes la corrupción política; sufragaremos innecesarios coches oficiales; financiaremos tarjetas Visa a chupópteros avispados; sustentaremos el nepotismo y el amiguismo en las Instituciones; pagaremos sueldos a los asesores de la nada; alimentaremos excesivas familias diplomáticas en las Embajadas; costearemos miles de liberados sindicales y políticos; subvencionaremos fundaciones opacas; mantendremos los excesos autonómicos; y seremos apaleados por los policías que pagamos con nuestros impuestos, cuando pidamos mayor justicia social, menos despilfarro institucional y honestidad política.

CENSURA

CENSURA

¿Alguien ha llegado a creer que la censura sólo se da en los regímenes totalitarios o en las religiones? Pues está equivocado. Aquí vuelan los pretextos sobre la cabeza de los censores, y sus excusas para ajustar el dogal a los críticos sonrojan al espíritu más infantil.

En los países democráticos no existe censura oficial – ¡faltaría más! – entendida como intervención directa del poder para controlar la libertad de expresión, criminalizando ciertas opiniones. Algo así como lo ocurrido a lo largo de cuarenta años durante la negra etapa franquista, en la que algún premio Nobel llegó a ser destacado censor al servicio del régimen.

Bueno, antes del golpe también hubo censura. Basta abrir los periódicos de la última etapa de la Segunda República para ver ostensibles tachones en sus páginas, acompañados de la obligada nota que decía “Visado por la censura”.

Es evidente que estas groserías intelectuales han desaparecido en la democracia, lo cual no significa que ahora no haya censura, claro. Porque censurar es detraer, o sea, apartar, suprimir. Y ahora se siguen retirando escritos y personas aunque no pretendan subvertir el
sistema, escandalizar a los menores o insultar al prójimo. El veto es tan sutil que sólo es percibido por quienes están bien despiertos y lo descubren tras los dialécticos ropajes con que visten los poderosos las mordazas que nos imponen a los demás. Atrezzos postmodernos con enaguas de anticuario.

La veda a la libre opinión es un bisturí con impuesto de lujo, porque desde que se inventó la democracia, también la censura cotiza en bolsa, y las acciones se las reparten los que quieren mantener el status quo, controlar la sociedad y pasar el cepillo entre los reclinatorios de la política. Son estos quienes envían sus sicarios a restregar la bayeta sobre los muros donde los inconformistas denunciamos la incompetencia de quienes tienen la llave de la hucha donde cada uno de nosotros estamos obligados a meter los euros que ganamos con sudor de nuestra frente, aunque ellos lo ganen con el humor vítreo de los que tienen en frente.

Aparcar una opinión significa hurtarle al opinante el derecho a decir lo que el censor no quiere oír. Algo hay de prepotencia, mal uso del poder y cobardía, con un punto de cinismo en los censucrores. Porque la democracia tiene su censucracia y sus censucrores, que se corresponden con la censura y los censores absolutistas. La primera adopta una forma reflexiva de temor. Lo de reflexiva no se refiere a una actitud meditativa, sino que expresa lo que gramaticalmente se entiende como acción realizada y recibida al mismo tiempo por el sujeto, es decir, autocensura, aunque con frecuencia tenga mucho de heterocensura encadenada. En cambio, lo de temor está claro: por miedo. O sea, que la censucracia en ocasiones es autocensura que los sujetos se imponen a sí mismos e imponen a los demás, por miedo.

Pero recordando lo que satírico Quevedo dijo al de Olivares, no debemos callar por más que con el dedo sobre la boca nos conminen al silencio o nos amenacen, porque la lengua de Dios nunca fue muda.

Eliminar una opinión crítica significa cerrar una ventana por donde asomarse al verde campo de la libertad. Sólo la mentira es más pesada que las cadenas verbales y más penosa que los bozales. Y el mayor pecado democrático no tiene forma de manzana sino de censura.

CEREMONIAS ALTERNATIVAS

CEREMONIAS ALTERNATIVAS

El pasado sábado tuvieron lugar dos vigilias en la capital del reino, con diferentes intenciones cada una. La primera, católica, en el aeródromo de Cuatro Vientos donde los fieles pidieron por la conversión de los laicos y el aumento de vocaciones sacerdotales; y la otra, laica, en la Plaza de Oriente, donde se planificaron acciones solidarias para reducir el desempleo, evitar la especulación, luchar contra la corrupción política y pedir el compromiso testimonial de la Iglesia jerárquica con los parados, el hambre y la pobreza.

Las dos vigilias nos invitan a reflexionar, más allá de la anécdota concreta, en algunos aspectos de la situación laico-religiosa que estamos viviendo en el país, sin más intención que evitar discriminaciones anacrónicas y promover la igualdad entre los ciudadanos.

La vigilia al viento fue convocada por una confesión religiosa y la segunda por un movimiento ciudadano. El Estado laico facilitó el espacio, el escenario, los servicios y la infraestructura donde los católicos pasaron la noche rezando. En cambio, los laicos no recibieron ayuda alguna del Estado aconfesional que facilitara su congregación, reflexiones y debate.

La aparente simpleza de estos hechos nos obliga a remangar las esperanzas y poner manos a la obra para conseguir una inversión en las actitudes del Estado, de manera que éste disponga espacios, facilite recursos y preste servicios a distintas celebraciones laicas, especialmente a tres de ellas. Me estoy refiriendo a la venida al mundo de nuevos ciudadanos, a la unión matrimonial de parejas y a las despedidas de los muertos.

Las confesiones religiosas, con tantos siglos de dominación, tiene bien resuelto el problema, especialmente la religión católica que con los bautizos acogen en su seno a los nuevos miembros de la iglesia; con las liturgias matrimoniales bendicen uniones eternas de parejas heterosexuales; y con las ceremonias funerarias despiden a sus muertos cuando suben al cielo.

Curiosamente, los laicos carecen de estas oportunidades, pareciendo razonable y urgente que el Estado aconfesional ponga a disposición de los ciudadanos espacios dignos y servicios adecuados para que éstos reciban a sus hijos, contraigan matrimonios y despidan a sus muertos.

Es más, incluso debería ofrecer diferentes protocolos ceremoniales para que los protagonistas pudieran optar por el que más les complaciera, sin excluir la iniciativa privada y la imaginación personal, para que cada cual celebrar esos acontecimientos como mejor convenga a los interesados.

ESTADO LAICO

ESTADO LAICO

Cuando hablamos de Estado laico, Estado secular o Estado aconfesional, estamos refiriéndonos a un Estado, nación o país, que se declara constitucionalmente independiente de toda opción religiosa, sea del signo que fuere, donde los representantes del pueblo no pueden manifestar públicamente sus preferencias por religión alguna, ni dejarse  influir por ellas en sus decisiones políticas.

Quiere esto decir que cuando los mandatarios de un Estado laico acuden a diferentes actos religiosos cristianos, musulmanes, judíos o budistas, en calidad de lo que representan en el país, están cometiendo un acto inconstitucional que debería ser sancionado por desacato a la Carta Magna.

No digamos ya si las máximas autoridades de un Estado secular inclinan el tronco y la cabeza ante el jefe supremo de una religión determinada, rodeado de tiaras, turbantes o kipás, cuando el mandatario religioso correspondiente visita dicho Estado aconfesional con objeto de participar  en un acto privado de propaganda religiosa y no como jefe del Estado Vaticano o de una República islámica.

En un país laico, las homilías cristianas, los discursos musulmanes, las meditaciones budistas y los sermones judíos deben hacerse desde los púlpitos de las iglesias, las mezquitas, los templos y las sinagogas. Tampoco pueden concederse recursos públicos a las confesiones religiosas, por pequeños que éstos sea. Y las diferentes creencias tienen que autofinanciarse con el dinero de sus fieles, subvenciones privadas o los beneficios mercantiles de sus negocios.

Un Estado laico exige el respeto escrupuloso a la neutralidad religiosa de las Instituciones y de los dirigentes, sin apoyar ni oponerse a ninguna confesión, porque de no ser así estaríamos defraudando nuestra Carta Magna, base y fundamento de todo el ordenamiento jurídico.

Igualmente, un Estado aconfesional no puede favorecer de manera explícita o implícita a una religión concreta, obligándonos la concentración JMJ a preguntarnos si este precepto democrático se está cumpliendo o infringiendo.

En vista de todo ello, es fácil comprender la indignación de los ciudadanos constitucionalistas, – es decir, aquellos que defienden el cumplimiento de la Constitución española -, cuando ven que ésta no se respeta, o sea, que el artículo 16.3 es un decorativo florero en la Carta Magna que algunos de nuestros representantes políticos no respetan.

FELIZ CUMPLEAÑOS, MONSEÑOR

FELIZ CUMPLEAÑOS, MONSEÑOR

Setenta y cinco años cumple hoy Antonio María Rouco Varela, el clérigo que ha hecho más “cardenales” de todos los cardenales españoles. Arzobispo de Madrid y cuartelero de los obispos que pastan su grey en la piel de toro. Setenta y seis años de santidad, porque a este pastor ya le fue encomendada la redención de los pobres en el vientre de la madre antes de su nacimiento, según ha comentado alguien cercano a él.

Era intención de tan humilde siervo de Dios, celebrar su aniversario compartiendo raciones de ácidos mendrugos con desheredados, tras lavarles los pies como hizo su Señor, pero las circunstancias le han obligado a sacrificarse – también por los pobres bienaventurados, claro -, cambiando dolientes fieles famélicos por 60 purpurados de seda en torno a un mantel, dejando a la intemperie los millones de hambrientos que a su puerta llegan.

Frugal comida refrescante a base de platos tradicionales de la gastronomía española, – sin huesos ni espinas -, que compartirán en el Palacio Arzobispal, tras rezar a Dios dándole las gracias por los alimentos que reciban. Delicias servidas por veinte fieles profesores y estudiantes de la Escuela de Hostelería del Centro Educativo Fuenllana, sin que hasta ahora se sepa quién abonará los casi seis mil euros del convite o si pagarán a escote los jerarcas, aportando cada uno los 89 euros que previsiblemente importe el festín.

Comenzarán degustando aceitunas españolas, tostas de foie aromatizadas con brandi, jamón ibérico, una rica selección de quesos con diversos panes y un corazón de alcachofa gratinado con salsa holandesa. Luego acometerán el salmorejo sin ajo, pero con huevo de codorniz, jamón ibérico y una crema de calabaza y remolacha con espuma de queso suave. Interrumpirán el convite tomando un refrescante sorbete de limón con gelatina de ginebra y salsa de bayas de enebro, libando entre medias una gran variedad de vinos. Los ancianos pastores abordarán luego un solomillo al vino tinto con puré de patata y verduras salteadas. Y, finalmente, se recrearán con un helado de limón, gelatina de gintónic y salsa de bayas de enebro, acompañado de productos típicos españoles, como rosquillas madrileñas, pestiños o tejas, así como chocolatinas con el logotipo de la JMJ y  cerezas bañadas en chocolate, preparados por las monjas de clausura de Ávila. Como sorpresa para el Santísimo Padre, los cocineros han inventado unas ricas gominolas de cerveza, para darle un toque alemán al menú.

No está mal, verdad.

Para tranquilizar a los lectores, advierto que están prevenidos los servicios de urgencias de los hospitales madrileños para tratar las inevitables indigestiones que sucederán a semejante exceso gastronómico. También se han habilitado inútilmente confesonarios en las chabolas y en los campos de refugiados, para absolver tanta humillación a la hambruna con este degradante testimonio, insulto doctrinal patrocinado por el máximo defensor de la ortodoxia católica.

Igualmente se han dispuesto miles de reclinatorios en torno a los centros hospitalarios para que vayan a rezar por la supervivencia de los indigestados, todos los que se hayan comido los codos de hambre mientras los dominadores de sus conciencias llenaban la andorga con manjares.


VISITA PAPAL

VISITA PAPAL

No son pocos los que denuncian la falta de compromiso de la jerarquía católica con la situación de incultura, pobreza y hambre en el mundo, amparada en misioneros, comedores de Cáritas, acciones de la Cruz Roja y trabajo de las ONGs.

También abundan ciudadanos indignados con la visita del Papa a España, por el innecesario alarde propagandístico desplegado que hiere todos los versículos evangélicos y congela el alma de los creyentes cristianamente proféticos, éticamente comprometidos con la liberación terrenal y enojados con los folclóricos mensajeros de la guitarra, pancarta, pandereta y bandera.

Cuesta mucho aceptar que un Estado constitucionalmente laico patrocine una desmedida celebración católica, pero resulta más imposible de digerir que una religión cuyo lema es el amor solidario, insulte al mundo tirando por la ventana en propaganda ideológica ¡¡cincuenta millones de euros!!, sin importarle la hambruna en el cuerno africano o la depresión profunda que sufren millones de desfavorecidos en el primer mundo.

En un intento por lavar sus conciencias, los promotores y cómplices del evento afirman que los beneficios de JMJ duplicaran a los gastos, pero evitan decirnos a qué bolsillos irán a parar la mayor parte de las ganancias.

Todo ello con el cinismo de un banco que patrocina la bienvenida papal, al tiempo que niega créditos de subsistencia a pequeños empresarios, embarga casas a los parados y desahucia a los morosos que sobreviven con mendrugos y desperdicios de los contenedores.

Esto nos obliga a recordarle a la Iglesia católica que mueren de hambre diariamente 100.000 hijos de Dios; que 1.000 millones de ellos carecen de vivienda digna y otros tantos sobreviven en la pobreza más extrema; que 1.800 millones de esos hijos de Dios no tienen acceso al agua potable, ni a los servicios básicos de salud, ni a medicamentos esenciales; que el 25 % de los niños no tienen acceso a la educación primaria, uniéndose a los 876 millones de adultos analfabetos; y que 42 millones de tales hijos de Dios llevan el virus del SIDA en sus venas.

También habría que decirle a esta Iglesia católica que con esos 50 millones de euros que se van a gastar en turismo evangélico, se podrían haber construido en España 980 viviendas de protección oficial de 100 metros cuadrados útiles, cada una. O que se hubieran levantado 6 hospitales con servicios fundamentales para atender a 20.000 habitantes; o 15 residencias para albergar a 120 mayores de 65 años, cada una; o 25 colegios de Primaria para 675 alumnos; o 13 Institutos de Secundaria con ESO, Bachillerato y Ciclos para 1.500 alumnos cada uno; o que se hubieran repartido 33.000 becas de ayuda compensatoria para familias necesitadas; o que se hubieran creado 12 centros de investigación y desarrollo en comunicaciones, por ejemplo.

Pero no. La jerarquía católica ha debido considerar que estas son cosas de menor importancia, y ha optando por la guitarra, la mochila, la carpa, el folclore, las consignas, los aplausos, las alfombras y la mercadotecnia, en un alarde propagandístico vergonzante, precisamente cuando más obligación tenía la Iglesia de emular a Churchill prometiendo a sus hijos sangre, sudor y lágrimas, hasta redimirlos de la incultura, el hambre y la pobreza.

MARCHA LAICA

MARCHA LAICA

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Hoy se tiran a la calle miles de personas en defensa de un Estado laico, independiente de toda confesión religiosa, en el que no existan injerencias de credos ideológicos en la gestión del Estado, como ha venido haciendo el catolicismo durante tantos años de nuestra historia próxima y lejana.

No es una manifestación anti-Dios, ni anti-Papa, ni anti-Rouco, ni anti-religión, ni anti-cristiana. Es una marcha en defensa de la Constitución que consagra un Estado laico, liberado de subvenciones, injerencias, servidumbres, condenas y bendiciones de toda doctrina, sea ésta cual fuere.

Es hora de que los cristianos recojan las cruces en las iglesias; que los musulmanes protejan la media luna en las mezquitas; que los judíos exhiban la estrella de David en las sinagogas; y los budistas mediten ante el sedante Gautama en sus templos.

Se trata simplemente de eso, por mucho que el portavoz popular en la Asamblea de Madrid, Íñigo Henríquez de Luna, se empeñe en calentar los ánimos diciendo que la marcha laica es un «atentado a la libertad religiosa y la convivencia democrática». Esperemos que los manifestantes mantengan la cordura y el buen sentido, por mucho que el cuerpo les pida lo contrario. Y que las 150 las organizaciones convocantes entre partidos políticos, sindicatos, iglesias de base y ciudadanos laicos, no pierdan los nervios ante provocaciones y descalificaciones, aunque empieza mal la marcha porque el telediariario matinal acaba de anunciar la detención de un sujeto que pensaba atentar contra los participantes en ella.

Sea como fuere, estamos obligados a recordar los siglos de ostentación católica, – y sólo católica -, por las calles de España, la exhibición pública de imágenes religiosas, las celebraciones litúrgicas en las plazas con presencia de altos representantes políticos, los congresos eucarísticos y los rosarios en familia, en torno al brasero.

Ha llegado el  momento de airear las pancartas que han estado secuestradas desde que Teodosio decretó el Cunctos Populos, o Edicto de Tesalónica, en el año 380, imponiendo el cristianismo como religión oficial del Imperio romano, de la mano de Constantino, que terminó con la clandestinidad cristiana en el 313, imponiendo el Edicto de Milán.