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Autor: Francisco Blanco Prieto


Cuando lo imprevisible da paso al amor inesperado; cuando la vida cotidiana se hace aventura amorosa; cuando lo natural se desnaturaliza; y cuando la desesperanza recobra la esperanza, no queda otra opción que responsabilizar al amor de la mudanza, culpar del entrañamiento al azar, abrazar lo inesperado, complacerse en el encuentro, ajustarse los crampones y caminar junto a la persona encontrada vida arriba hacia la felicidad que espera.

Una flor obligada a sobrevivir en un jarrón anticipa en los pétalos su ajamiento; un jilguero cantando en la jaula, mensajea con su trino el deseo de liberación; y una persona prendida con imperdible bendición y lazo de firma a otra persona sin desearlo ya por desenamoramiento, acaba dolorida, deshabitada y sin vida propia si no se desprende del prendimiento.

Huyen emigrantes sureños hacia opulentas y sobradas tierras prometidas del norte, con la cruz a cuestas, un martillo en la mano derecha y clavos en la izquierda, crucificándose para intentar salir de la pobreza que los aniquila, entre peligros imprevistos, ríos turbulentos, mares agitados, calurosos desiertos y concertinas aceradas, para salir del hambre, la pobreza, el desprecio y la soledad.

Se han ido de nuestras manos las cartas de amor manuscritas, aromatizadas con tiempo de espera, que alentaban temblores para evitar la lejanía acortando la distancia con renglones escritos en penumbra consentida, testigos mudos otorgados por el recuerdo que hacían posible el milagro de la presencia, porque las palabras recogidas en el papel llevaban dentro del sobre un pedazo del alma enamorada.

La dolorosa entrevista radiofónica a un grupo de ancianos en una residencia, me obliga a pensar que mi generación hizo débiles y egoístas a sus hijos por resolverles todo, no enseñarles a luchar, esforzarse y renunciar. Y ellos no aprendieron a ser generosos, solidarios y sacrificados, a pesar del ejemplo recibido. Tampoco a ser cuidadosos, agradecidos y respetuosos con la generación que está llegando a la estación término.

Una vez más he comprobado que la soberbia conduce al egotismo, a la falta de autocrítica, el endiosamiento, la altanería, el dogmatismo, la intolerancia, el desprecio a los demás, la ofensa gratuita y  – en casos de patológica inflamación aguda- los secuestros emocionales que genera la prepotencia pueden llegar a la venganza, sin que los tóxicos sujetos que padecen tan grave dolencia moral sean conscientes del hedor que despide su alma.

A pesar de los pesares, de las piedras en el camino, de los tropezones, las caídas, los desánimos, las frustraciones, dolores y decepciones, siempre hay una voz que nos anima, un gesto que nos ayuda, una mano que nos levanta, una esperanza inesperada, una sonrisa alegre, un proyecto ilusionante, un deleitoso poema, una vela en la oscuridad, un beso seductor y un pétalo dispuesto a aromatizarnos cuando alguien remueve el estercolero.