5 – POEMARIO

5 – POEMARIO

Pudieron ser los versos de Gabriel y Galán – único libro que había en casa de los abuelos – leídos en voz alta algunas noches juveniles por mi hermano hasta que quedaba dormido, la causa de mis primeras agitaciones literarias. Tal vez, El ama, La presea, El embargo, o cualquier otra de sus poesías despertaron en mí la necesidad de componer tímidas estrofas en el salón de estudio, ocultándolas para evitar ser castigado con la “peladilla” o el peligroso “poliburó”.

Años recreando el espíritu con los soñadores del “noventa y ocho”, del “veintisiete”, del “cincuenta” y de los “setenta”, junto a los que estuvieron fuera de artificiosas clasificaciones, y quienes vinieron a lo largo del siglo procedentes de Chile, Nicaragua, Estados Unidos o Argentina. No hay nombres porque todos lo dieron todo, incluso quienes no están en la mente de nadie.

Mi vocación poética, – sin virtud alguna, porque hacer lo que deleita carece de merecimientos -, llevó la benevolencia de quienes habían de juzgar los poemas presentados a un concurso internacional de profesores, a conceder el primer premio de poesía a mi recuerdo-homenaje a Sara. Alumna berciana que fue estrangulada por un primo suyo, con violación incluida. Poema incluido en el libro “Versos deshabitados”.

BLANCA  POR  NACER

Paseaba distraída su inocencia por el borde de los lirios

ignorando el origen de las chispas y ocultando en los rizos de su cabello

la picardía hurtada a las esquinas,

antes que la vida desvelara, a la lindura de sus veinte años,

casi por estrenar, el rumbo inesperado de las gaviotas.

Todavía jugaba al escondite con la aurora y modelaba en la greda

sus adolescentes quimeras para dejarnos la huella de su paso

en el barro virginal.

Aún el nácar de sus manos trenzaba bucles en las muñecas

y en los pianos dormían sus primeros versos,

cuando….

un centauro moribundo pateó las camelias del jardín

y rompió los cristales del santuario, ensartando su espada voluptuosa

en el ramo de mirto obediente al silbo del acero.

Detrás del beso encenegado, las manos agrias del trampero

se ajustaron al cuello de la gacela crucificando su tallo verde

y aventando en la niebla las escasas páginas de su diario.

Después de matar al muerto, una nubes de lujuria robaron

los sellos de las cartas, ocultando a los ángeles el camino de regreso.

Se suicidó la tarde entre los álamos y el llanto anacarado

de los candelabros derramó sus gotas de cera sobre los párpados helados,

para clausurar la vida y ahuyentar las golondrinas del alero familiar.

La arcilla petrificó su voz en el subterráneo abandono de las raíces

y el llanto ascendió a los tallos para saciar la sed de las aves.

Pero nadie desgranó la semilla de perdón que germina al pie del ciprés,

en el silencio difunto del camposanto.

Hoy, lejos de ella y lejos de aquellos rincones cómplices

de sus novillos colegiales, alguien condena la vara de mimbre

que brotaba en las pizarras buscando su mente sin mácula

para imponer caprichos vesánicos a la rebeldía adolescente.

Alguien derrama lágrimas junto a las gotas de sangre

que el desvarío dejó en la cremallera azul,

borrando su perfil de los espejos.

Impotente por regresarla a la luz,

alguien

ordena las notas dispersas de una canción sobre el arco iris

y recompone los versos.

En el lugar donde cayó, ahora habita la luna,

y descienden las palomas a beber en su corazón, mientras

alguien

deposita en la nieve pétalos de nardos y azucenas.

 

MÁS POEMAS BROTADOS EN SOLEDADES VESPERTINAS

AÚN ES TEMPRANO PARA HUIR

Ahora, cuando el barro de las vasijas

hiere la lozanía del jazmín

y los muros, cerrojos y alambradas

pespuntean inquietantes las fronteras.

Ahora, cuando la gacela recula

ante el orificio negro y redondo,

y las tijeras se ajustan firmes

a las plumas frágiles del jilguero.

Ahora, cuando ya nada va a salvarse

y cada uno prepara su mochila

para alejarse en pos de lo infinito….

quiero proclamar mi amor a la vida

y mi fe en el milagro jubiloso

que emerge en la pupila enamorada.

 

EVANGELARIO

(A Marta, cooperante descreída)

No hay respuesta en la púrpura cardenalicia

al abandono de las raíces decapitadas,

porque los girasoles han tornado su cuello hacia el ocaso

buscando la luz parpadeante de los cirios

en el catafalco impotente de la miseria.

El sol recorta la sombra de las violetas

en las fachadas peregrinas de los acantilados

y las plañideras dan oportunidad

al carmín para dejar su huella al sur del evangelio.

Pero tú harás posible la resurrección.

¿No te ha dicho nadie en el camino

que detrás de tanta escarpadura te espera gozoso

un capullo de edelweiss para revelarte la verdad

que mantiene tu certidumbre?. Pues es así.

Y no porque haya profecías anunciando

el retorno de las estrellas a la juventud

de tus cincuenta y tres años. No.

Que la evidencia va por delante de los deseos

aunque la virtud eclesiástica se empeñe en lo contrario

y las cuentas del rosario no apoyen tu incredulidad.

Pero si supieras que detrás de las lágrimas

acude siempre el milagro de la esperanza,

negarías a tu vida la conversión.

Te propongo, pues, desatender

las voces desocupadas de los transeúntes

y olvidar las condenas de los inquisidores,

porque una palabra tuya bastará para salvarte.

 

SOBRE  EL  LIMO

Los versículos ignoran que las gotas de lluvia

invierten su rumbo para llevarse, hasta el perfil de los astros,

dictadores ebrios que lucen sus fajines y medallas

en tapices cárdenos apuntalados con sangre ajena.

Pero que nadie se inquiete.

El profeta convertirá en humo los decretos,

la lira atrasará el tiempo en los relojes,

y el vidrio opaco de las pupilas estercolará los manteles

donde surgen como puñales los misiles de largo alcance.

Dos eslabones no son cadena,

ni el trípode debe ilusionarse con ser tajuela

porque un ciempiés despreocupado puede perecer

bajo la suela de un zapato vagabundo.

Y que nadie se turbe al saber

que el tubo de ensayo lleva siglos jugando

a las adivinanzas con el libro sagrado,

sin hallar respuesta a la semilla que pregunta,

desde el seno de la vida,

si el capullo de amapola será fraile o monja en primavera.

Embiste el cardo a la violeta

y la huella sangrante del carmín al sur del espejo,

advierte al clavel que la paloma

ha perdido su pluma estilográfica.

Pero que nadie se altere,

pues un copo de aire cambiará de sitio

la estatua de la libertad para evitar que sea disuelta

en el océano por un átomo perturbado,

sin esperanza de aliviar la memoria del olvido.

Manos indiferentes sestean en los reclinatorios,

oyendo el òrgano que lagrimea compases de viento

mientras el clérigo se echa al hombro la casulla

para cortar humo de incienso con el hisopo funerario.

A pesar de todo, que nadie se alarme

porque siempre habrá un poeta dispuesto a dar el primer paso

para decirnos que tras la noche nos espera

el milagro inagotable de las antorchas,

y que la luna no es más que el orificio de un disparo.

 

GUATEQUE

Llamo a voces todas las plumas

para que me lleven en sus alas

a los sótanos furtivos y locales de alquiler,

porque quiero traer a esta página la novedad primera

y el descubrimiento de las sucesivas mitades

que compusieron un todo incompleto

en las horas indecisas y ardientes

del primer capítulo de la historia.

Todo está dispuesto: local, discos, limonada

y primeras minifaldas,

tímidas de espacio en la penumbra.

Punto de encuentro del primer encuentro.

Así comenzaron a caerse las primeras hojas

del epistolario, descalzando la incertidumbre

para que las dudas salieran huyendo

de puntillas por la puerta de servicio.

Fue aquella canción y otras perdidas

las que llevaron manos temblorosas

a la cintura de mimbre

en medio de una ciudad solitaria

que no iba más allá de los límites

estrechos y velados del salón.

Caricia de talles y contactos.

Temores alados por el roce furtivo de unos pechos,

quebrantando el frágil límite de lo prohibido

cuando los labios descubrían

la novedad delgada de otros labios.

Era el camino que tomaba el disimulo

hacia la libertad del aire

en medio de entumecidas absoluciones

y desasosiegos juveniles.

 

DECADENCIA EN EL AIRE

Disuelve el tiempo un tinte artificial

dejando al aire la verdad descolorida,

mientras el sonrojo hace de la sombra engaño

tras el velo sediento de novedades postreras.

En la hora final de los espejos,

vano intento es empedrarlos con días azules.

Ni es posible cambiar la dirección del segundero.

Ni acuchillar los relojes con lamento de parafina.

Esto debes saberlo, mujer,

para que dejes ya de buscar, de mesa en mesa,

los restos que van quedando del festín de la vida,

porque no volverá a tus manos la tersura,

ni caerán sobre tus hombros trenzas adolescentes,

ni volverá a tus pies la agilidad,

ni la docilidad a tu cintura.

Se ha hecho tronco la mimbre,

ocre la verdura en la huerta familiar

y penumbra la luz en los patios escolares.

Espeso se hace ya el aire de los párpados

y glacial la soledad cuando unos labios inexpertos

llegan a tus comisuras rotas y sostienen sus manos

los senos vacíos de un otoño irreversible.

¿Qué buscas, mujer?

No te esfuerces en restaurar el aire

que se ahuyentó volando al silbo del viento,

y deja que los años hagan su trabajo,

porque las grietas hacen inútil todo esfuerzo.

Advierte el tercer canto del gallo

y acomódate al poniente con la pluma y tu diario.

Afánate en vivirte y vivir en los demás

sin disfrazar las quemaduras,

ni esperar la llegada inesperada

de una imposible redención.

 

DEDICATORIA

A todos los que no me dejasteis

estrenar el sexo, la infancia y los sueños juveniles.

A los que cerrasteis todas las puertas a mi adolescencia,

y ni siquiera me permitisteis asomarme

por el ojo de la cerradura.

A vosotros, que me alejasteis de casi todo.

A vosotros, que me impusisteis al padre Astete,

el rosario en familia,

los ejercicios espirituales

…. y el infierno.

A vosotros y a vuestras organizaciones juveniles,

….tan españolas

donde me disteis vuestros modales militares,

vuestros gestos militares,

vuestras palabras militares,

y donde me hicisteis un soldado de catorce años,

en prietas filas cara al sol por las mañanas.

A vosotros, que me vestisteis con pantalones bombachos

y me alimentasteis con leche en polvo

A vosotros, que borrasteis de los libros de textos

la realidad y todos los nombres que encontré más tarde,

A vosotros y a vuestra censura,

que robaba los besos de las películas

y enmarcaba la violencia, las cacerías y los naufragios.

A vosotros, que cambiasteis mi juvenil carrusel

por el desfile de la victoria.

A todos los guardianes del orfanato, a todos.

También al padre Esteban, a la señora Pepa y al de la “barriguilla verde”.

A todos vosotros dedico estos versos,

porque precisamente a vosotros os tocó la peor parte,

por ser hijos predilectos de la sinrazón

y las víctimas inocentes de la barbarie.

 

CLASE  DE  MÉTRICA

Al desperezarse el día tras el velo de las ventanas,

comienza la vida adolescente a dar sus primeros pasos,

apuntalada por el hastío de compromisos y deberes.

Los libros de texto arrastran su fastidio por las calles

dejando un rastro húmedo de silencio en las aceras

al caminar sin rumbo a la cita ciega de cada día.

A las diez en punto algo perforará una mente virgen,

y a las doce y media varios números cambiarán los rótulos

en el cruce de rutinarios encuentros adolescentes.

Corta la persina el sol a rebanadas,

pincelando renglones de luz en las pizarras escolares,

mientras el profesor apuntala estrofas en el versograma.

La poesía queda fuera trepando viento arriba

hasta el jardín de Melibea

sin atender la disculpa del invierno.

Rodajas de polvo advierten que las musas han huido

desde las páginas muertas de los libros de texto

a las vívidas hojas cuadriculadas de los cuadernos juveniles.

Reclaman los labios la redención

de las sílabas fríamente nu-me-ra-das

a golpes de bisturí.

Pero al abrirse la puerta,

una flor de verdes años se marchita,

entre las pautas del doble decímetro.

Y cuando el doctrinario pregunta por el endecasílabo

el verso libre bosteza pidiendo el indulto por un día,

sin esperar que los poetas paguen su rescate.

¿De quién hablamos?

Del maestro que dicta leyes artificiales desde la tarima,

ignorando que los versos han adelantado el tiempo en los relojes,

dando paso al credo redentor en el insomnio de los pupitres.

Inútil es intentar prender la espuma entre las manos o cribar el agua.

Imposible someter el lirismo adolescente a barrotes aritméticos.

Utópico tornar el decálogo a la piedra que los ángeles esculpieron con fuego.

Pero más allá de los límites legales, el viento hace su nido extramuros,

para recordarnos que cuando el edelweiss se insinúa

la métrica sale huyendo por la ventana.

Una vez desterrada la pulcritud de los códigos,

la inocencia impone al dogma sus decretos,

mientras

El carcelero olvida las llaves.

El militar se quita las espuelas.

El obispo cede su báculo.

….Y el maestro, al fin, calla.

 

MAYO  TIENE  UNA  PLAZA

(Al desaparecido Ernesto Sabato)

Planea la barbarie con sus alas extendidas arañando el luto

que el dedo acusador hizo en el plano.

Se hacinan solidariamente en las fronteras del estadio

cientos de pupilas encristaladas de temblor.

Caen vencidas, derrotadas, las sombras, por el resplandor difunto

de los reflectores que vigilan el sueño de la pancarta.

En el aeródromo nocturno están alineados

los bloques de granito con sus cuerdas lacerantes.

El relincho de la sirena hace enmudecer la campana

y malos vientos alejan Buenos Aires del paraíso.

Con el estertor de los depredadores, saltan los cerrojos,

giran las llaves y se quejan las bisagras, mientras las estrellas,

presagiando la matanza, huyen despavoridas a las cloacas.

 

Tanta fuerza, para tan escasa oposición

Tanta violencia, para tan gran mansedumbre.

Tanta ira, para tan extenso amor.

Al final todo es silencio en el furgón donde gime,

ciego y tullido, camino del infierno,

…. un desaparecido más.

 

¿Dónde están los que faltan?,

Pregunta el poeta al sepulturero,

y éste no responde.

 

En las noche limpias se poblaba el cielo

de incontables estrellas negras

que la luna ponía al descubierto

sobre la vertical del río de La Plata,

precipitándose veloces contra el agua

en una salpicadura funeraria.

Y la reja del arado se sorprende a diario

al arañar en la tierra un túmulo amorfo

de cráneos, tibias y costillas.

 

Se llevaron a Daniel, el estudiante de Sociología

que alegraba las tertulias con su guitarra.

Se llevaron a Graciela, la florista,

que iba por las tabernas regalando sonrisas.

Se llevaron a Mauricio, el sacerdote,

que barría de madrugada las calles bonaerenses.

Se llevaron a Raúl, el panadero,

y a su compañera Isabel,

dejando en la cuna llorando

a Isabelita, con siete meses.

Se los llevaron a todos,

y se llevaron a sus amigos.

…. Y a los amigos de sus amigos.

Se llevaron a

¡treinta mil!

 

Estos seres son los cotidianos murientes.

Los de las innumerables muertes.

Los de las interminables agonías.

Un día se van

y otro vuelven,

para luego partir,

y de nuevo retornar

para morir una vez más

y después resucitar.

Estos seres no tienen nombre ni apellidos,

siendo conocidos en todas las latitudes

con una apocalíptica palabra:

desaparecidos.

 

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