IMPUNE MENTIRA INSTITUCIONAL

IMPUNE MENTIRA INSTITUCIONAL

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Es fácil detectar una mentira, ver sus primeros pasos, percibir el comienzo de la farsa, saber donde se dirige, quien va a ser el sufridor de ella y observar la coladura sin esfuerzo. Pero no siempre el mentiroso institucional sufre las consecuencias que merece ni sabemos cuándo termina su mentira, ni dónde, ni cómo, ni porqué, aunque percibamos los efectos del embuste.

En cambio, son evidentes las consecuencias del engaño sobre el mentiroso, cuando la falsedad se reduce al ámbito personal, amistoso o profesional, donde el mendaz pierde toda credibilidad, es señalado con el dedo, merece la desconfianza de los demás y es objeto de chistes, caricaturas y descalificaciones por parte de colegas y vecinos.

Esto no ocurre cuando la mentira se institucionaliza en las tribunas públicas, resultando imposible ver sus efectos en primer plano y alcanzar el desenlace de la patraña, por muy bien que sepamos el origen de la misma, conozcamos al farsante, veamos retratado en sus palabras al embaucador y la realidad anticipe las consecuencias de la falacia.

Así es, y no vale la pena pretender lo contrario ni llevarle la contraria a la tozuda realidad, cuando se empeña en mostrar lo contrario a lo prometido por quienes juegan con la vida ajena, olvidan su compromiso vital, y apuntalan mentiras con un salvoconducto legal en la boca y la impunidad en su vida pública, olvidando que quien miente al vecino no tiene cien años de perdón.

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