EL SEDUCTOR CANDELAS

EL SEDUCTOR CANDELAS

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Quien llegaría a ser bandolero Luis Candelas fue expulsado del madrileño colegio San Isidro por devolverle dos tortazos a un clérigo que le había dado una bofetada, antes de ocuparse en robar caballos y seducir mujeres que le pagaban sus gastos y alimentaban, a cambio de ir por las calles de su brazo presumiendo de galán hermoso con patilla negra, faja roja y capa charra.

Respetado hacendista peruano de día y jefe de banda de atracadores por la noche, se ocultaba en tabernas de la villa con amantes féminas, logrando cierta admiración de los madrileños que cantaban sus “hazañas” en coplas populares, sin tener en cuenta el daño causado con sus fechorías a los sufridores de sus robos y amenazas de los incondicionales correligionarios.

Ladrón sin sangre en las manos ni violencia en sus mangancias, nos recuerda a Bárcenas, Roldán, Roca, el Dioni y tantos otros, con la diferencia de que estos no serán agarrotados vilmente como le sucedió el seductor Luis Candelas, que fue ajusticiado con el vil garrote a las once de la mañana del día 6 de noviembre de 1837 en un patíbulo situado en la Puerta de Toledo, acompañado por el llanto contenido de incontables damas madrileñas que acompañaron su cuerpo hasta la fosa común que esperaba a todos los ajusticiados.

Condenado a muerte por cuarenta robos, este rico bipolar social, era de estatura regular, pelo moreno, ojos negros, guaperas, con dientes blancos, flequillo bajo el pañuelo, bien afeitado, boca grande y sin bigote, parecía más un aspirante a modelo de belleza que un culto ladrón, pacífico seductor y dialogante con sus ricas víctimas.

FERMOSURA ARTIFICIAL

FERMOSURA ARTIFICIAL

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En el mundo de la artificial belleza física y el desfigurado escaparate social no tiene espacio el talento, porque la presunción de ser lo que no se es ha reservado el derecho de admisión en la vidriera plastificada donde exhiben la piel bronceada con infrarrojos eléctricos los desocupados cerebrales.

Existe un gran comercio de narices, tetas, labios, culos, pómulos y casquerías afines cuya misión es falsificar identidades, retratos y realidades, aunque no lo consigan porque todo aquello que está al alcance del bisturí no forma parte de la esencia de cada cual, aunque se logre un disfraz poniendo euros sobre el mostrador de la frustración.

Es difícil encontrar al intelecto luciendo palmito en las pasarelas de moda, porque se hospeda en el territorio espiritual de los valores humanos invisibles a los ojos teñidos de felices colores camino de una felicidad pasajera, alcanzable sin esfuerzo en los expositores de belleza externa.

En los shopping centers del camuflaje estético se hacinan stores quirúrgicos con las estanterías llenas de prótesis, siliconas y botos sonrientes de porcelanas robadas por el butrón de la hipocresía que entretiene a personas ociosas y disconformes con sus formas, creyendo que con el cambio mejoran el atractivo interior, tan deseable y duradero.

A las mentes huecas y frías con bolsillos rellenos y calientes, se ofrecen piezas selectas de carne humana enlatada, mutilación de imperfecciones, nuevos párpados, estiramientos de piel y cambios de apéndices sensoriales hasta conseguir momificarse en clones idénticos de belleza estereotipada por la moda de turno, para seducir al vecino o vecina que camina a su lado por la calle hasta el socavón de la muerte que devora todo esfuerzo por alargar el tiempo más allá de lo que a cada cual corresponde.

CLASES DE ATEOS

CLASES DE ATEOS

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Antes de clasificar a los ateos, convendría que nos pusiéramos de acuerdo en la idea que cada uno de nosotros tiene del Dios en el que cree, porque no todos los humanos creen en el mismo Dios, ni la forma de creer en él es coincidente en las diferentes culturas deístas que mantienen los seres humanos que pueblan el planeta Tierra.

Obviando este insalvable obstáculo, nos encontramos a simple vista con diferentes tipos de ateos, en el marco de nuestra civilización, sin poner la atención en ninguna religión concreta derivada de la doctrina sostenida por el cristianismo en sus diferentes versiones.

En el gran grupo de incrédulos podemos distinguir tres subgrupos diferentes de personas descreídas, con perfiles bien definidos en cada uno de ellos que permiten situarlas en espacios diferentes con claras fronteras ideológicas que separan unos de otros, aunque se mantengan unidos en la descreencia con matices permanentes.

Dicho esto, parece claro que ateo en general es alguien que niega la existencia de Dios, aunque no todos la nieguen de igual manera porque cada subgrupo lo hace de forma distinta, según su cultura, sensibilidad, personalidad y posibilidades. Pero todos ellos niegan categóricamente lo que otros afirman como cierto, considerando que la verdad defendida por los creyentes es intelectualmente indemostrable, empíricamente irrealizable y se incluya entre las convicciones personales que solo precisan la fe del sujeto para creer.

Están en primer lugar los ateos convictos y confesos, que niegan la existencia de Dios tras reflexiones profundas, razonadas y sentidas sobre esa cuestionable verdad, porque la realidad de la vida va por caminos diferentes a los dogmas y afirmaciones propuestas por la doctrina que sostiene la fe de los creyentes.

El segundo grupo está formado por los ateos escépticos, personas que ponen en duda las creencias de los vecinos, pero sin la convicción suficiente ni argumentario que les lleve a certeza incuestionable sobre la incredulidad que proclaman, lo cual les permite salir del escepticismo en cualquier momento y abrazar la doctrina que conduce al Dios en quien dicen no creer.

Y, por último, están los que niegan la existencia de Dios porque desearían que no existiera, aparentando la convicción de que no existe, viviendo como si así fuera y exhibiendo cierta fanfarronería en el escaparate social ante el que se declaran incrédulos en el Dios que niegan, sin tener certeza en el rechazo que proclaman.

ROBAGALLINAS

ROBAGALLINAS

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La máxima autoridad judicial del país, don Carlos Lesmes, que preside el Tribunal Supremo y el Consejo General del Poder Judicial, ha manifestado hace unos días que la Ley de Enjuiciamiento Criminal está «pensada para el robagallinas, no para el gran defraudador», lo que supone una gran traba para la lucha contra la corrupción.

Quienes siguen este blog habrán comprobado las muchas ocasiones que he depositado mi confianza en los jueces, como únicos ciudadanos que pueden limpiar la mierda que nos invade, pero las palabras de Lesmes me han devuelto a la indeseable realidad de quienes me han llevado la contraria, porque sin leyes adecuadas ni recursos, los jueces tienen poco de hacer por la regeneración democrática del país.

El mandamás de la justicia se limita a constatar una lamentable realidad, pero evita decir qué acciones ha emprendido el jefe nacional de las togas para corregir la situación, ni si va a dimitir de su cargo ya que las leyes vigentes no le permiten aplicar la justicia en los términos que expresa con su denuncia.

Robagallinas es término que no figura en el diccionario de la Academia, pero que todos los ciudadanos del mundo entienden, sin necesidad de aclaraciones complementarias, aunque convenga poner de manifiesto la diferencia entre el robagallinas de los corrales que distrae un pollo para comer y el ladrón de guante blanco que vacía el gallinero ajeno sin moverse del despacho ni ensuciarse las manos.

Constatar el incumplimiento sistemático del artículo 14 de la Constitución al tiempo que la mayor Institución del Estado proclama su cumplimiento, produce una mezcla de ira y decepción difícil de explicar, al comprobar que la cuenta corriente marca la diferencia y pone límites a una justicia que debería ser igual para todos.

SANTOS CASI TODOS

SANTOS CASI TODOS

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Superada la resaca del caricaturesco festival de Halleween, incluida la “noche de brujas” importada de países anglosajones, pasamos a festejar cristianamente los santos muertos en la fe católica, aunque muchos de ellos no merezcan la santidad, otros la rechacen y la mayoría acepte este premio de consolación otorgado a los familiares y amigos fallecidos.

No participo de ninguno de los dos festejos, pero comprendo menos que se haya dedicado la noche pasada a historias de miedo y películas de terror, como si fuera poco la que está cayendo, y pretendiéramos ocultar la angustia con disfraces sanguinolentos, cabezas taladradas por cuchillos y rostros deformados para asustar a inocentes vecinos y amigos, sin atrevernos con los farsantes, politiqueros y especuladores, en un alarde público de máxima confusión.

Cuarenta días después del equinoccio de otoño, cuando huye la luz y el frío invernal anticipa las primeras las primeras ráfagas resecando la naturaleza, la liturgia católica invita a celebrar el Día de Todos los Santos desconocidos, honrando la memoria de los muertos desde que el papa Gregorio IV hizo en el siglo IX la propuesta de recordarlos a todos por su santidad el primero de noviembre.

A todos, porque los primeros cristianos celebraban aisladamente el sacrificio de los mártires en el lugar donde fueron sacrificados por la fe, hasta que la coincidencia de muchos de ellos en el mismo día aconsejó el homenaje común de todos los que fallecieron abrazados a la cruz, porque al perseguidor Diocleciano se le fue la mano con las matanzas a inocentes cristianos.

Desde entonces, los cementerios se convierten por un día en centro de peregrinación donde creyentes y descreídos acuden a limpiar tumbas, adecentar nichos y rezar por los familiares que se anticiparon a ellos en el viaje a la eternidad que a todos nos espera, sin posibilidad de redención ni esperanza de resurrección.

HAGIOGRAFÍA REAL TELEVISIVA

HAGIOGRAFÍA REAL TELEVISIVA

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Las fanfarrias cortesanas trompetean y aplauden el estreno de la miniserie televisiva sobre la vida del sucesor del Caudillo, el exrey don Juan Carlos de Borbón y Borbón y Borbón y Borbón, para que no quede ninguna duda de que es Borbón de pura cepa histórica por los cuatro costados de su vida, aunque solo se nos haya permitido ver uno de ellos falseado de ternura, bondad, entrega, sacrificio, generosidad y patriotismo.

Que nadie se haga ilusiones sobre esta hagiografía, camuflada en biografía, porque es más de lo mismo que venimos viendo y oyendo desde que Franco lo ungió con su dedo, para que Juan Carlos permaneciera santificado en los altares sociopolíticos, protegido por los vasallos beneficiados de su cetro, quedando aforado ante la ley para demostrar que la justicia es igual para todos, como teatralizó en el discurso navideño.

Garantizo que en el guión de la serie escrito por Mercero-hijo no ha intervenido el coronel de Estado mayor Amadeo Martínez Inglés, ni el agente del CESID Ramón Francisco Arnau de la Nuez, más conocido por “El araña”, ni las féminas que compartieron lecho con él, ni los banqueros que conocen su millonaria fortuna, ni sus presuntos hijos ilegítimos, ni los contables de Arabia Saudí, ni Urdangarín, ni el “elefante blanco”, ni su “profesional” esposa.

Los responsables de la serie dan una nueva pátina a su ennegrecida vida familiar y pública plena de silencios y ocultas cacerías, viajes, negocios, delincuentes amigos que han pasado por chirona, cortesanos pesebreros y temerosos periodistas que han ocultado su vida privada, sin tener en cuenta que esta pertenece al pueblo, quedando reservada al monarca solamente su vida íntima.

ENCANTO DONOSTIARRA

ENCANTO DONOSTIARRA

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Dudas amparadas por la inconsciente vesanía de un puñado de fanáticos delirantes que dejaban pinceladas rojas en togas, uniformes, urnas electorales, sillones institucionales, mandiles y camisas, me impedían aceptar la evidencia de un pueblo acogedor, que nada tiene de ceñudo, áspero, intratable y descortés, porque el alma donostiarra confirma lo contrario, mostrando cordialidad ajena a la tosquedad mesetaria, trato amable, sonrisa franca, celo servicial y amabilidad hecha costumbre en un pueblo que merece otro retrato.

Donostia se mueve sobre dos ruedas en bicicleta, congregándose a horas distendidas en tabernas donde los caprichos culinarios promueven las delicias de propios y extraños, mientras refleja sus perfiles en la pulcritud de las fachadas y pasea hermanadamente distendida por las estribaciones del monte Igueldo que protege el remanso aconchado de su bahía remansada a los pies de un Cristo evocador del cerro Corcovado.

No es el Kursaal, ni la catedral del Buen Pastor, ni el Teatro Victoria Eugenia, ni el Aquarium, ni el Peine del Viento, ni los museos, ni la Isla de Santa Clara, quien ha cautivado finalmente a este predicador unamuniano, sino el alma de un pueblo que madruga, trabaja, sonríe y se ofrece por entero al caminante, ahogando en el afecto del encuentro la negra historia dictada por el desencuentro.