EL EXPRESO DE ORIENTE

EL EXPRESO DE ORIENTE

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Un día como ayer de 1883 inició su primer viaje el Expreso de Oriente uniendo París y Constantinopla con vagones de lujo donde se acomodaron aristócratas, políticos, millonarios y altos empresarios europeos, reuniéndose todos ellos dos veces por semana en el andén de la Gare de l’Est antes de emprender viaje hasta la ciudad de Estambul, a través de Alemania, Austria, Hungría y Rumanía.

Así lo hizo hasta que la primera Gran Guerra interrumpió su paso durante cinco años, alcanzando luego su mayor auge en los años treinta, siendo enviado de nuevo al dique seco por la segunda barbarie mundial que dinamitó los raíles del monstruo de acero que cabalgaba por Europa, comenzando de nuevo sus servicios el Orient Express al finalizar la matanza, concluyendo su cabalgadura en 2009 cuando los vuelos baratos y la alta velocidad ferroviaria cerraron definitivamente sus taquillas.

Este rey de trenes y tren de reyes fue el resultado del gran empeño puesto por el liejense Georges Nagelmackers, fundador de la Compagnie Internationale del Wagons Lits, primera empresa que introdujo camas y restaurantes en los trenes, consiguiendo unir Europa occidental con el sudoeste asiático, en lujosos vagones que disfrutaron los privilegiados burgueses de la época.

No se trataba de viajar de una ciudad a otra, sino de hacer negocios a bordo, compartir departamentos con amantes, conspirar políticamente, urdir tramas empresariales, comer exquisitos platos con cubertería de plata, libar los mejores vinos en cristalería de Sèvres, brindar con Moët Chandon, bañarse con agua espumosa, expulsar los desechos en váteres de mármol de Carrara y compartir ventanilla y cama con Mata Hari.

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