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Mes: noviembre 2014

ROBAGALLINAS

ROBAGALLINAS

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La máxima autoridad judicial del país, don Carlos Lesmes, que preside el Tribunal Supremo y el Consejo General del Poder Judicial, ha manifestado hace unos días que la Ley de Enjuiciamiento Criminal está «pensada para el robagallinas, no para el gran defraudador», lo que supone una gran traba para la lucha contra la corrupción.

Quienes siguen este blog habrán comprobado las muchas ocasiones que he depositado mi confianza en los jueces, como únicos ciudadanos que pueden limpiar la mierda que nos invade, pero las palabras de Lesmes me han devuelto a la indeseable realidad de quienes me han llevado la contraria, porque sin leyes adecuadas ni recursos, los jueces tienen poco de hacer por la regeneración democrática del país.

El mandamás de la justicia se limita a constatar una lamentable realidad, pero evita decir qué acciones ha emprendido el jefe nacional de las togas para corregir la situación, ni si va a dimitir de su cargo ya que las leyes vigentes no le permiten aplicar la justicia en los términos que expresa con su denuncia.

Robagallinas es término que no figura en el diccionario de la Academia, pero que todos los ciudadanos del mundo entienden, sin necesidad de aclaraciones complementarias, aunque convenga poner de manifiesto la diferencia entre el robagallinas de los corrales que distrae un pollo para comer y el ladrón de guante blanco que vacía el gallinero ajeno sin moverse del despacho ni ensuciarse las manos.

Constatar el incumplimiento sistemático del artículo 14 de la Constitución al tiempo que la mayor Institución del Estado proclama su cumplimiento, produce una mezcla de ira y decepción difícil de explicar, al comprobar que la cuenta corriente marca la diferencia y pone límites a una justicia que debería ser igual para todos.

SANTOS CASI TODOS

SANTOS CASI TODOS

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Superada la resaca del caricaturesco festival de Halleween, incluida la “noche de brujas” importada de países anglosajones, pasamos a festejar cristianamente los santos muertos en la fe católica, aunque muchos de ellos no merezcan la santidad, otros la rechacen y la mayoría acepte este premio de consolación otorgado a los familiares y amigos fallecidos.

No participo de ninguno de los dos festejos, pero comprendo menos que se haya dedicado la noche pasada a historias de miedo y películas de terror, como si fuera poco la que está cayendo, y pretendiéramos ocultar la angustia con disfraces sanguinolentos, cabezas taladradas por cuchillos y rostros deformados para asustar a inocentes vecinos y amigos, sin atrevernos con los farsantes, politiqueros y especuladores, en un alarde público de máxima confusión.

Cuarenta días después del equinoccio de otoño, cuando huye la luz y el frío invernal anticipa las primeras las primeras ráfagas resecando la naturaleza, la liturgia católica invita a celebrar el Día de Todos los Santos desconocidos, honrando la memoria de los muertos desde que el papa Gregorio IV hizo en el siglo IX la propuesta de recordarlos a todos por su santidad el primero de noviembre.

A todos, porque los primeros cristianos celebraban aisladamente el sacrificio de los mártires en el lugar donde fueron sacrificados por la fe, hasta que la coincidencia de muchos de ellos en el mismo día aconsejó el homenaje común de todos los que fallecieron abrazados a la cruz, porque al perseguidor Diocleciano se le fue la mano con las matanzas a inocentes cristianos.

Desde entonces, los cementerios se convierten por un día en centro de peregrinación donde creyentes y descreídos acuden a limpiar tumbas, adecentar nichos y rezar por los familiares que se anticiparon a ellos en el viaje a la eternidad que a todos nos espera, sin posibilidad de redención ni esperanza de resurrección.