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Mes: noviembre 2013

VERLOS CRECER

VERLOS CRECER

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Comienzan trayendo esperanzas a nuestros corazones enamorados, cuando apenas son proyectos en la corona del predictor a la espera de hacerse realidad en la cuna familiar, tras verlos nacer con dichosos ojos enlagrimados que parpadean campanas de gloria para celebrar su venida a la paz doméstica, perturbada por sus primeros llantos angelicales.

Luego se les ve estirar el cuerpo a golpes de carreras, toboganes y juegos en los parques infantiles en medio del griterío, y llegar a casa embadurnados camino de la bañera, antes de escribir la carta a los magos de Oriente y saltar sobre la cama en la madrugada de Reyes con los ojos asombrados del prodigioso milagro evangélico.

Van de la mano a la escuela, dejando el tedio de las tardes domingueras y la pereza madrugadora de los lunes, renaciendo en ellos la sonrisa con el saludo de “la seño”, complaciéndonos años después al verlos abandonar las cartillas escolares en la incierta adolescencia que remueva su cuerpo, alertando una incipiente juventud que se antoja turbulenta sin remedio.

Comienza luego a tornarse melancólica nuestra mirada con sus primeras agitaciones amorosas al borde de los libros universitarios, y nuevas lágrimas de felicidad abren el espacio a los títulos académicos, preludio del encuentro definitivo con nuevos hijos que se añaden a la espiga familiar tras gozosos esponsales.

Finalmente, sólo queda verlos crecer hacia la madurez de la vida manteniéndonos ocultos entre bambalinas, porque el mundo ya les pertenece, por mucho que alarguemos el cordón umbilical y persistamos en el empeño de ampararlos bajo el techo del amor eterno, protector de errores que a ellos corresponde enmendar, con nuestra mano tendida y el arnés en bandolera.

Ahora toca recoger la cosecha sembrada con atención diaria, generosidad desprendida y sacrificio ermitaño, alimentando el alma con pan candeal de amor bienaventurado, como sucedió ayer a mis pupilas acuosas de felicidad, viéndolos crecer juntos y luchar por un empeño común, alzándola él en la sombra para que ella recibiera honores académicos, tras largos años de trabajo silencioso y noches tardías de insomnio en vísperas de la unanimidad otorgada con alabanzas y laureles.

ESCRIBIR PARA AMIGOS

ESCRIBIR PARA AMIGOS

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Escribir para ser leído por amigos exige humedecer la pluma en tinta del alma y pasar el pliego virtual de la pantalla por rincones inaccesibles del espíritu, para mostrar sentimientos propios sin vestimenta alguna, urdidos por afanes cotidianos que brotan de un corazón desnudo, sin más intención que compartir el vuelo con los amantes de la vida.

Las palabras, sin retoque alguno ni maquillaje, se encadenan gozosas en ocasiones al dictado de experiencias hermosas que embellecen con pinceladas de hermandad la existencia. Pero otras veces brotan doloridas, sudorosas y cansadas, con la hartura de la decepción y el desengaño de la frustración.

Me gusta escribir desde el ruedo, recibiendo el toro de la vida a puerta gayola, sabiendo que puede empitonarme una vez más como tantas veces ha ocurrido, pudiendo enseñar mis cornadas de guerra a quien solicite ver las cicatrices, porque nunca he callado lo que tenía que decir, ni silenciado el pensamiento, aun sabiendo que el morlaco buscaría mi cuerpo en la embestida.

No escribo pensando en el gusto de los lectores para complacer sus preferencias, sino con la esperanza de que los lectores se hermanen con los sentimientos que expresan mis palabras, aceptando que no son compartidos muchos de ellos y que molestarán a otros, por lejos que esté mi intención de abrir heridas en el pensamiento ajeno.

Al escribir no pretendo hallar consuelo a penas que no tengo porque la vida me sonríe, ni busco alivio a inexistentes pesares, ni persigo complacencias ajenas, sino alimentar de esperanza la comunidad que formamos los que todavía creemos en valores que contribuyen a la hermandad y felicidad entre los que el azar de la vida ha unido.

BUROCRACIA

BUROCRACIA

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Debía ser la burocracia una organización regulada por normas y métodos estructurados racionalmente, con división de responsabilidades entre sus miembros, especialización de funciones, sistema jerárquico y relaciones impersonales. Eso debería ser.

Pero la realidad es que la burocracia es un pulpo que atrapa el papeleo con sus tentáculos, condenándolo por tiempo indefinido a la inmovilidad, a causa del excesivo e innecesario papelorio que demanda, la rigidez de las normas que lo ordenan, la celosa inflexibilidad de muchos funcionarios y las interminables formalidades superfluas de obligado cumplimiento, que terminan por exasperar al más moderado, prudente y templado, espíritu de los contribuyentes.

Es la burocracia el desprecio al tiempo ajeno, la indiferencia devastadora, el derribo de la empatía, la impersonalidad desoladora, la rutinaria desgana de los mostradores y el anonimato numérico en antesalas de ventanillas que convierte a las personas en dígitos sin personalidad alguna.

La irracionalidad burocrática lleva a la solicitud de solicitudes, a la demanda de documentos innecesarios, a la exigencia de acreditaciones accesorias, a la reclamación de títulos reiterativos y a la aportación de papeles en instituciones que ya disponen de ellos.

De servidora nuestra, a la que pagamos generosamente su salario, ha pasado a ser señora-ama que dispone sobre la vida de los patronos, diciéndonos qué debemos hacer, cuándo hacerlo y cómo hacerlo, sin desviarnos ni un grado de la ruta, porque seremos enviados al punto de partida.

ECHAR DE MENOS

ECHAR DE MENOS

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Sin cita previa ni aviso anticipado, se han apoyado en el alféizar de mi ventana recuerdos embalsamados en sepia verdecida por los años, llegados con vocación de permanencia y esperanza de resurrección, vivificada en atardeceres otoñales cargados de nostalgias redentoras, para advertirme de todo aquello que dejé abandonado en el tiempo al borde del camino,  obligándome a echar menos cuanto me hizo feliz en el pasado.

Tarea agridulce es revivir encuentros, abrazos, tertulias, viajes, canciones y copas nocturnas en domésticas estancias, con personas hoy alejadas por azares de la vida e infortunios irreversibles, que elevan mi ánimo y destilan suspiros ante el inevitable discurrir de la historia personal de cada cual.

Echo de menos las voces de los que partieron, la compañía de quienes no son aquello que fueron y el apoyo fiel de los desaparecidos. Echo de menos lo que fui y no volveré a ser, lo que tuve y ya no tengo, pero me estimula lo que espero alcanzar y todo lo que está por venir. Echo de menos hermosas historias compartidas, gozosas bienvenidas, lágrimas conmovidas, cunas adormecidas, nieves encumbradas, paraísos infantiles y eternas despedidas envueltas en amorosos pañuelos blancos.

Sabiendo que la realidad no fue como ahora la sueño revivida, porque es más fácil embellecer el pasado que predecir el futuro, mantengo la certeza en que la despedida eterna anticipe los golpes del badajo en las espadañas de la vida y la resurrección sea una quimera del catecismo.

Pero guardo todos los recuerdos felices en el rincón más profundo del alma, donde se refugia mi desconsuelo, cuando la vida se empeña en hacerme ir por caminos pedregosos y los cardos sustituyen los pétalos en los floreros, sin dar tiempo a que la esperanza en la resurrección ocupe el espacio que le corresponde, para redimirme del dolor de echar de menos.

Mantengo la certeza familiar y los besos de mis dioses embalsamados en la amarga certidumbre de saber que el mayor aprecio a las personas que amo cobrará superior fuerza cuando las eche de menos y lamente con dolor irredimible el tiempo perdido y las oportunidades de felicidad que desprecié junto a ellos, cuando estuvieron conmigo.

ENVEJECER

ENVEJECER

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Nadie se atreve a poner con certeza una cruz en su calendario personal señalando el comienzo de la vejez, pero todos los que estamos en la sala de espera sabemos que el envejecimiento es inevitable, que se va instalando en nosotros de rondón, que nos encoge en futuro y advierte sobre la inutilidad de los pretenciosos cantos de sirena anunciando eternas juventudes espirituales.

Envejecer es un proceso que sólo pide vivir como requisito ineludible y caminar sin descanso por la vida hasta llegar a la estación término, sufriendo una irreversible agonía de años que se aproxima inexorablemente a su inmediato término, porque se madrugó más en la vida, como le sucede a las rosas marchitas de madrugada.

Pero no todo es frustración y desánimo, porque el envejecimiento alimenta una ternura desconocida en la juventud.  Recorta la distancia en las relaciones humanas facilitando el acercamiento. Serena el ánimo que destierra la excitación. Mejora la comprensión facilitadora del entendimiento. Amortigua la rivalidad. El amor gana terreno al apasionamiento. Y la intransferible sabiduría de la experiencia sustituye a las más eruditas enciclopedias.

Envejecer es irse acostumbrando a renunciar a la vida sin perder ocasión de renacer en las vivencias de cada día, porque la olvidada muerte desatendida en la infancia, toma cuerpo real en la vejez siguiéndole de cerca los pasos a la edad, para interponer la guadaña en su camino al primer descuido de la suerte.

ARMISTICIO

ARMISTICIO

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Se cumplen hoy noventa y cinco años del Armisticio de Compiégne, en que aliados y alemanes decidieron suspender las hostilidades de la primera gran barbarie mundial, sentándose frente a frente, vencedores y vencidos, en un vagón de tren aparcado en el bosque de Compiégne.

La firma del documento no implicaba un compromiso fraternal de ayuda mutua, colaboración recíproca, renuncia a futuras guerras y acuerdo de paz duradera, sino un descanso transitorio para reponer fuerzas y lanzar años después un nuevo ataque más brutal que el anterior, sellando cínicamente el cese de hostilidades con una firma falsificada.

Seis horas se dieron de plazo para acabar con los disparos, exigiendo los aliados que las tropas alemanas se retiraran de los países invadidos a más de 30 km del Rin, y entregaran 5.000 cañones, 25.000 ametralladoras, 3.000 morteros, 1.700 aviones, 5.000 locomotoras y 150.000 vagones de ferrocarril.

Así concluyó el 11 de noviembre de 1918 la locura comenzada el 28 de julio de 1914, a causa del ciego imperialismo de las políticas exteriores llevadas a cabo por diferentes países europeos, utilizando como pretexto para la matanza, el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria, heredero del imperio astro-húngaro.

El balance final de la salvaje carnicería, arrojó la cifra de nueve millones de muertos, la desaparición de algunos imperios, el nacimiento de nuevos estados, la creación de la Sociedad de Naciones y – ¡ojo! – porque la radicalización de los nacionalismos europeos y los problemas derivados del Tratado de Versalles, fueron el caldo de cultivo para la Segunda Guerra Mundial.

NOCHE DE LOS CRISTALES ROTOS

NOCHE DE LOS CRISTALES ROTOS

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El judío polaco Herschel Grynszpan, asesinó al secretario de la embajada alemana en París, Erns vom Rath, el día 7 de noviembre de 1938, dando a los nazis de la Sección de Asalto la oportunidad de venganza contra los judíos, aparentando que se trataba de una acción popular de carácter espontáneo por parte de ciudadanos alemanes.

Así fue como dos días después, en noche del 9 al 10 de noviembre de 1938 los miembros de esa organización lincharon y expoliaron a miles de judíos, haciendo tristemente histórica esa matanza nocturna, cuyo patético eco resuena en las páginas de la historia como “la noche de los cristales rotos”.

La cabeza visible de tales pogromos fue Joseph Goebels; los ejecutores, la SA, la SS y las Juventudes Hitlerianas; el palmero, la Gestapo; y el ordenante mayor, director de la música cristalera, criminal aplaudido y genocida sin juicio, fue el canciller del Reich, Adolf Hitler, que complacido paseó entre cientos de sinagogas destruidas y miles de comercios saqueados, pisoteando los vidrios rotos de los escaparates y ventanas, que sustituyeron los adoquines en las aceras.

El siniestro resultado de tan devastadora carnicería, dejó 91 ciudadanos judíos asesinados en las calles y 30.000 de ellos hacinados en repugnantes celdas de campos de concentración de Sachsenhausen, Buchenwald y Dachau, haciendo cola a las puertas de las duchas exterminadoras, antes de pasar a los hornos crematorios.