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Etiqueta: Unamuno

CRUZANDO EL RUBICÓN

CRUZANDO EL RUBICÓN

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Cuando Julio César decidió cruzar con sus tropas el arcilloso río Rubicón, sabía que la guerra civil sería inevitable, algo que no nos sucederá a partir de hoy a los once salmantinos que ayer cruzamos el metafórico rubicón con un proyecto en la mano, la ilusión en el alma, el esfuerzo a la espalda y la esperanza en el corazón, poniendo en marcha la Asociación de Amigos de Unamuno en Salamanca, a la que esperamos se sumen todos los simpatizantes de don Miguel.

Empresa con felices consecuencias garantizadas porque serán muchas las manos que nos ayudarán a cruzar el Tormes de orilla a orilla, donde nos esperan generosos espíritus que tomarán con nosotros los remos para navegar sobre las aguas del río, cristalino espejo donde se retratan las doradas torres cuando pasa solemne Unamuno bajo el puente viejo dejándonos su vida, obra y pensamiento.

Todo ello sucederá mientras la esperanza descanse tranquila en el curso de la vida, haciendo crecer el recuerdo de don Miguel lento y seguro, como las encinas del campo charro, recibiendo de nuestras seculares piedras la fe, paz y fuerza para el espíritu, como nos dejó escrito el poeta del alto soto de torres salmantinas, provocando en nosotros el empeño de complacer su eterno deseo, diciendo lo que Unamuno ha sido en la tierra adoptiva donde abandonó su vida en manos del misterioso hogar del Padre Eterno.

EL MIRADOR DE LA CRUZ

EL MIRADOR DE LA CRUZ

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Hace hoy 150 años que Unamuno acomodó en Bilbao su nacimiento, cuna de cuanto fue, y crisol de esperanzas que cristalizaron luego en Salamanca. Pero fue Bilbao, villa fuerte y febril, hija del abrazo del mar con las montañas y cuna de ambiciosos mercaderes, la esperanza del sentidor, el hogar de su alma y la tierra donde posó su joven corazón, para que hiciera de él cuanto fue.

Y en Bilbao, un balcón, manantial de fuerza espiritual y nutriente de inextinguibles ansias y anhelos insaciables: el mirador de la Cruz, que con labios de madre y ojos de enamorado dejó en su espíritu historias de eternidad. Relicario de memorias infantiles palpitantes en su bochito, el suyo, que guardó el mundo de su infancia y juventud. Nido de niñez, rincón querido, en que ensayó con ansia el primer vuelo de amor a Conchita, entregándole su alma de primera edad albergando esperanzas de futuro compartido y consuelo de gozosa prole, con nueve bulliciosos hijos correteando por el patio de las Escuelas Mayores del Estudio.

Cuando ya no es ni se espera al maestro, el Mirador de la Cruz vuelve a ser la eternidad de su porvenir y la nostalgia melancólica de sugestivo retorno imposible al viejo hogar nativo, donde soñaba en días opacos a la muerte, cuando las trenzas de la niña guerniquesa apoyaba embeleso en la almohada del cuarto de su infancia y la cama le brindaba reposo, como un altar de ensueños, ilusiones y anhelos.

Tendidos sobre la desesperanza de inasequible regreso, los que con él vamos de camino desempolvamos en la memoria recuerdos inolvidables de su infancia y mocedad en páginas revividas, mientras suenan desgranadas notas de un piano derritiéndose en el silencio y las pinceladas de Lecuona nos devuelven al eterno mirador de la Cruz.

CENTENARIO DE LA DESTITUCIÓN

CENTENARIO DE LA DESTITUCIÓN

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El 20 de agosto de 1914 el ministro Bergamín decidió retirar su confianza a Unamuno y destituirle del rectorado, justificando la decisión con hipotéticas faltas administrativas cometidas por el rector al convalidar expedientes académicos de dos estudiantes hispanos, cuando en realidad fue una operación política de antipopular calado, motivada por las revolucionarias campañas agrarias llevadas a cabo por Unamuno y otros catedráticos universitarios durante los años 1912 y 1913, a las que se añadió su negativa a aceptar una caprichosa senaduría que le ofreció el Gobierno y apoyar al escaño de senador universitario al aspirante opuesto al candidato gubernamental.

Tres meses después de la sustitución, el exrector pronunció el 25 de noviembre una conferencia en el Ateneo madrileño con el título “Lo que ha de ser un rector de España”, dejando clara su opinión sobre ello, prodigándose en discursos y artículos críticos contra los autores de la defenestración política, siendo apoyado en las protestas por el pueblo, la Federación Obrera y compañeros de claustro, mostrándose favorables a la destitución los conservadores, patronos, terratenientes y beneficiarios de la arbitraria decisión ministerial.

El sentidor vasco no fue restituido en el cargo hasta volver del exilio, con el triunfo republicano, siendo elegido rector el 18 de abril de 1931 y nombrado para el cargo el 22 de mayo, para ser destituido de nuevo por el Gobierno republicano el 22 de agosto de 1936 por su inicial adhesión los “nacionales”, restituyéndole en el rectorado la Junta de Defensa Nacional el 1 de septiembre y terminando Franco por eliminarlo definitivamente el 22 de octubre, ante la anuencia del pueblo salmantino atemorizado por la brutal represión a que fue sometido.

Estas idas y venidas de don Miguel en el cargo de rector por lealtad a sus ideas, son la imagen de un hombre honrado, que pasó la vida luchando contra “hunos” y “hotros” en defensa de la verdad por encima de la paz, dando testimonio de político honesto, profesor ejemplar, entrañable padre y rector excepcional, que antepuso el interés de la Universidad a su propio beneficio, cuyo recuerdo en el centenario de su destitución como rector bien merece el homenaje que “El Norte de Castilla” le rinde hoy en sus páginas al mayor intelectual que ha tenido el Estudio salmantino.

SALVADOR Y NICOLÁS

SALVADOR Y NICOLÁS

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Uno, gerundense de Santa Coloma, y el otro camagüeyano de la tercera Cuba. El primero catalanista y el segundo activista político. Pero ambos poetas, que sin acuerdo previo decidieron venir juntos al mundo un día como hoy de 1913 y 1902, siendo bautizados con los nombres de Salvador y Nicolás, por las familias Espriu y Guillén.

Sin parentesco ideológico ni afinidad literaria, el azar de la vida nos los entregó el mismo día en diferentes cunas, pues Salvador descansaba en sábanas de organdil bajo una religiosa cruz rezando en catalán, y Nicolás en jergón de mestizaje, transcultura y son cubano, soñando rebeldía en lengua castellana.

Ambos republicanos, federalistas, amigos de la paz y luchadores por la concordia. Espriu detenido y multado por asistir a reuniones ilícitas en la dictadura, y Guillén comunista exiliado de país en país hasta el triunfo de la revolución cubana. El primero, renovador de la literatura catalana, y el segundo nombrado poeta nacional cubano.

Salvador contaba entre sus amigos con Bartomeu Roselló-Pórcel, mientras Nicolás recibía el espaldarazo poético de la mano de Unamuno. Pero ambos trovadores arriesgados, espíritus ilógicos, luchadores románticos, fieles a la verdad, agitados vitalmente y comprometidos con la libertad, la justicia y la paz.

Salvador Espriu lanzó su anatema contra el que mercadeaba con las cosas santas y convertía la religión en puntal de la opulencia o en vía practicable sólo para cretinos; contra el harto que no socorría el hambre de otras encías; contra el sabio insensible al sufrimiento del débil, que se aislaba en la torre de marfil de una serenidad cruel; contra el escriba que vendía la pluma a rocines victoriosos y se envilecía al ensalmar, por oro o por temor.

Mientras, Nicolás Guillén pedía unir las manos blancas y negras, para hacer una muralla desde el monte hasta la playa, que impidiera el paso a sables de coroneles, alacranes, ciempiés, venenos, puñales y dientes de serpientes, donde solo habitaran intramuros: rosas, claveles, palomas, laurel, mirtos, hierbabuenas, ruiseñores y corazones amigos.

DESDE ESPINHO

DESDE ESPINHO

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Amanece el día en Espinho con sosegada calma, ondulando gotas salobres de resaca nocturna, acallada por olas que se mecen en la playa acariciando reflejos de luces irisadas sobre la patena azul del océano, dando tiempo a las aves para recrear sus alas en el horizonte atlántico que separa cielo y mar.

Los puntos cardinales de esta ciudad portuguesa son cinco freguesías de nuestras feligresías, que dividen el municipio donde ahora duermen sus diez mil habitantes, esperando la apertura de las olas para surfear y degustar pescado en las terrazas protegidas del incansable poniente.

El primer swing que un golfista hizo en la península ibérica fue sobre la verde pradera del campo donde el jubilado que ahora despierta comienza una jornada más de merecido ocio, acogido por brazos amigos que hacen posible la sonrisa en medio de la pobreza que no se oculta a la vista del privilegiado turista que se alberga en las pousadas.

Por las calles de Espinho paseó Unamuno a comienzos del pasado siglo, durante los veranos que tomó en su playa baños de sol y sufrió golpes de calor, hasta que le llegó la inesperada noticia de la muerte de su madre, forzándole a dejar su reposo y partir hacia Bilbao para despedirla al borde luctuoso del responso funerario.

Buscando las huellas de su amistad con el médico Laranjeira he llegado a este pueblo costero y de él me llevo testimonios y documentos inéditos que un día verán la luz en páginas de un libro, conformándome hoy con seguir sus pisadas, porque la inmovilidad del océano, la quietud del cielo y la eterna brisa marina me ayudarán a soñar su paradero.

POETA DEL PUEBLO

POETA DEL PUEBLO

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El 28 de junio de 1870, nacía en el pueblecito salmantino de Frades de la Sierra el poeta del pueblo Gabriel y Galán. Maestro rural, hombre melancólico, alma sensible, católico profundo y enamorado del campo, que huyó de la modernópolis madrileña en busca del refugio amparador de las mieses.

Su amor a la rica terrateniente Desideria le hizo abandonar la escuela donde educaba sus hijos espirituales, para hacerse hijo adoptivo de Guijo de Granadilla, mientras administraba El Tejar, una de las grandes tierras heredadas por la esposa, con tiempo para escribir versos rurales en castúo, con voces deformadas por la tradición popular extremeña, como el “Cristu Benditu” que abre sus extremeñas, en homenaje a su hijo Jesús Gabriel.

Los Juegos Florales salmantinos de 1901 le abrieron las puertas del parnaso poético con “El ama”, confesando que en el hogar fundaba la dicha más perfecta que hizo suya siendo como su padre era y buscando entre las hijas de la tierra, una mujer como su madre, recibiendo el abrazo de Unamuno, su amistad y apoyo incondicional, hasta la prematura muerte que le sorprendió cuatro años después, en la esperanzadora juventud de los 34 años.

Pero antes de emprender el gran viaje, nos dejó como legado poético sus “Castellanas”, “Campesinas”, “Nuevas castellana” y “Religiosas”, con poemas de singular belleza a ras de suelo, oleadas de trigales preludio de literario pan candeal, devotos terrones de nobleza rural, hermosas ramas de fruta rimada  y manantiales donde saciar la sed de espiritual belleza.

MIS POETAS

MIS POETAS

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Todo comenzó con las poesías de Gabriel y Galán, único libro que rodaba en casa de los abuelos, cerrándose la nómina de mis poetas con los versos de un vate bañezano afincado en Salamanca, acompañándome entre los dos extremos innumerables bardos a lo largo de mi vida.

Algunos de estos versificadores preferidos tuve ocasión de saludarlos personalmente en algún momento de mi vida, como es el caso de Ángel González, Jorge Guillén, Gil de Biedma y Luis Rosales. Pero con otros me entrañé en cuerpo y alma sin pretenderlo, y así fue como el buen azar me permitió compartir exilio con Mario Benedetti, emborracharme con Claudio Rodríguez, vivir la adolescencia con Ángel García López o cantar coplas de madrugada con Rafael Alberti.

Llegaron también experiencias inolvidables a través de versos alentadores de esperanzas deleitosas con íntimos poetas sin trato personal alguno. Así, con estrofas de Gabriel Celaya aprendí que la poesía era y sigue siendo un arma cargada de futuro. Luis Rosales encendió su casa y la mía. Quevedo me enseñó las primeras letrillas. Machado me remitió la carta que envió a José María Palacio. Me despidió Juan Ramón con el viaje definitivo. Me enamoré con las rimas de Bécquer. Y Walt Whitman concilió mis temores y temblores.

José Hierro me golpeó con su cabeza. Deambulé con Lorca por la orilla neoyorkina del aceitoso Hudson. Jaime me anticipó que la vida va en serio, siendo envejecer y morir las verdaderas dimensiones del teatro. Quise soñar la muerte matando el sueño, con Unamuno. Fui pirata con Espronceda. Di con Blas de Otero todos mis versos por un hombre en paz. Imité a Pablo Neruda escribiendo pétalos volanderos en recortes de periódicos. Pretendí sin éxito leer al praguense Rilke en alemán. Me despedí de fuentes y ríos con Rosalía. He sumergido el alma en el mar con Alfonsina Storni. Pero -¡qué lástima! -, llegué tarde a la estación término para despedir a León Felipe.