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Etiqueta: felicidad.

¿ VEJEZ O MUERTE ?

¿ VEJEZ O MUERTE ?

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Cada persona resuelve sus temores vitales de manera distinta, en función de su cultura, carácter, sentimientos y creencias, siendo para unos motivo de angustia lo que carece de importancia para otros, aventajando a unos y otros los creyentes católicos convictos, confesos y convencidos, que “mueren porque no mueren” y afrontan la parca con la felicidad propia de quienes saben que se irán al cielo para gozar ¡eternamente! de la mayor dicha que imaginarse pueda, por lo que lejos de temer a la muerte, la esperan con los brazos abierto para unirse a la paz con Dios.

Los creyentes descreídos, es decir, los bautizados, comulgados y confirmados que se mantienen en una fe de primera comunión «por si acaso», alejada de ceremonias, ritos, dogmas, encíclicas y doctrinas, temen a la muerte, pretenden huir inútilmente de ella y acaban aceptándola con dolor y resignación cristiana por ser la voluntad de Dios, aunque no estén convencidos de todos los cuentos que les han contado, como le sucedía al poeta.

El grupo de seres descreídos no muestra preocupación alguna por futuras vidas más allá de la muerte, pues su convicción en que la vida es única e irrepetible los libera de creencias en paraísos celestiales que solo existen en literaturas bíblicas, contradichas por la experiencia de varios miles de millones de años de existencia de la raza humana, que nos hablan del viaje a la nada, por mucho que nos duela, ya que la muerte nos libera de todos los males y bienes, anulando nuestra conciencia.

De todo esto hablaba ayer con un descreído amigo, confesándome que su inquietud  por la muerte era nula y su preocupación por ella inexistente, pues llegado a ese punto la vida pone un gran punto y aparte, alejándonos de la existencia y desterrándonos al país de “irás y no volverás”, como sucede en los cuentos infantiles, por muchos cuentos que nos cuenten.

«Otra cosa es la vejez, – me decía – a la que temo más que al miedo de tenerla miedo, porque muestra el rostro más despreciable, dejándonos intacto el apetito de placeres inalcanzables, colma de frustraciones, rodea de dolores, priva de movilidad, provoca dependencia, alienta la incomprensión y nos somete a humillaciones inesperadas, porque en la vejez hay vida aunque sea malvivida, en desventaja con la muerte de la que no se espera nada, salvo arrebatarle algo de tiempo con fugaces aplazamientos que siempre concluyen con su victoria».

CUMPLEVIDA

CUMPLEVIDA

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El Calendario Zaragozano anuncia hoy la festividad de los santos Cirilo, Alejandro, Audaz y Verónica, pero nada dice sobre el cumpleaños que hoy celebra el amigo inseparable que siempre va conmigo, ayudándome a sobrellevar esta vida de la mejor forma posible, más cercana cada día al gran misterio que ya di por desvelado en la retoñada juvenil.

Conmigo van también todos los que ya quedaron perdidos por el camino y los que aún marchan rodeándome, por lejanos que de mí se encuentren, porque “Ningún lugar está lejos” para los que se aman, como saben aquellos que en su aniversario recibieron mi regalo de la mano entrañable de Rae, llevada hasta su puerta por la gaviota de Bach.

Amigos de infancia, juventud, madurez y jubilación, que hoy hacen corro en torno a esta bitácora para tirar sesenta y siete veces de las orejas a quien ha merecido en la vida muchos tirones por sus errores, imprudencias, desmanes y arbitrariedades, sin tener en cuenta sus faltas porque llegó antes el indulto de los amigos que la solicitud de perdón.

Felicidad, que hoy llega hasta la mesa de este bloguero envuelta en celofán esperanzado por alcanzar un año más de vida en paz consigo mismo, junto a la inquietud por ignorar el nivel de la pendiente que ya desciende este soñador sin retroceso posible, manteniendo la confianza en la dicha que aún espera en medio de la jubilosa jubilación que le reporta un bienestar no alcanzado en el tiempo ya abandonado.

Enhorabuena, pues, a este abuelo de virtuales nietos, que ha visto crecer felices a sus hijos, sin otra ocupación que hacerlos revivirlos, enjugando algunas veces lágrimas con promesas de resurrección para ocultarlos del dolor y elevarlos en la vida.

COBIJO DEL AMOR

COBIJO DEL AMOR

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Hoy que la Iglesia abre el Triduo Pascual celebrando el Día del Amor Fraterno que une espiritualmente a todos los creyentes, los descreídos evocamos el sencillo amor universal de cada día, porque solo el amor nos salvara de la infelicidad, cuando este amor se expande más allá de las personas, abrazando virtudes, amistades, bellezas, aromas, pétalos, arpegios, otros seres vivos y propia vida.

Hospedarse en el amor es el mejor cobijo para la tristeza provocada por turbulencias externas, porque en tan dulce territorio el bienestar se protege de tormentas imprevistas, manteniendo a salvo los puñaditos de felicidad que la vida otorga a quienes van por ella con su corazón en bandolera.

El amor es un blindaje contra los huracanes externos, la capa freática impermeable a turbulentas aguas de la vida y el mejor arnés para evitar vendavales desventurados que pretenden alejarnos de la dicha fecundada por el amor, único redentor de lágrimas y sinsabores.

Las tinieblas declinan al resplandor del amor, se funden los misiles en su fuego fatuo, las virtudes buscan sus huellas para seguirlas, los reyes midas emigran con su aliento espeso y hace inmortales las almas de los que se fueron, porque el amor posibilita la resurrección diaria en el recuerdo de los enamorados.

En el refugio amoroso se respira la felicidad expirada por quienes en él se alojan y la diástole compartida hermana los corazones de los que en su portal habitan, haciendo posible la esperanza en la redención universal y la liberación de la luz secuestrada por el desamor en las trincheras, tribunales, jurados y despachos.

No es el beso sede del amor, ni la palabra su asentadero, ni su mirada el único secreto, ni el deseo de compartir algo hermoso suficiente, ni la caricia estremecida, ni la sonrisa …, porque el amor se aloja en el olvido de uno mismo y el abandono de la voluntad propia en manos de un destino que conduce fatalmente a la felicidad ajena.

Pues, que el amor os guarde, amigos, porque en su cobijo hallaréis la felicidad.

DOMINIO DEL MIEDO

DOMINIO DEL MIEDO

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El poeta de Tábara llegó al andén de la estación término para tomar el tren hacia el gran viaje, llevando poca sabiduría en la mochila porque solo tenía certeza de las experiencias vividas, dejándonos como legado en sus versos que el miedo nos hace inventar los cuentos que nos duermen desde la cuna a la tumba.

Y tenía razón el farmacéutico al advertirnos del riesgo que corremos a sufrir una sobredosis de miedo que nos domine, paralice y debilite, doblegando nuestra voluntad y sometiéndonos a caprichos ajenos que nos impidan seguir nuestro camino, dejándonos sin capacidad de respuesta ante los dictados de la conciencia.

El miedo nos hace conformistas, cobardes y sumisos al misterio, por temor a ser apaleados en la plaza pública por una sociedad conservadora asentada en el diván de la indiferencia, que desprecia la inteligencia con igual desdén que arroja a la papelera un folio en blanco por miedo a emborronarlo con propuestas desalienantes.

El miedo a la verdad nos encadena, aunque sepamos por el evangelio laico que la verdad nos hace libres, pero también tememos a la libertad porque no sabemos qué hacer con ella ante las múltiples direcciones obligatorias que nos imponen quienes gobiernan nuestra temerosa voluntad.

Pero debemos saber que si perdemos el miedo a la reflexión personal alcanzaremos la libertad; si perdemos el miedo a la muerte lograremos conciencia plena de nuestra existencia; y si perdemos el miedo al miedo seremos complacidos con la felicidad de liberarnos de cuentos y cadenas, aunque terminemos la lucha con jirones en la piel del alma, por decidir ser dueños de nuestra propia vida.

AMOR

AMOR

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El apareamiento de los pájaros, la adoración griega a Eros, los flechazos del romano Cupido, la orden del emperador Claudio, el empeño de cura Valentín en casar jóvenes y los negocios postreros, obligan por calendario a celebrar hoy el día de la raza humana, porque el enamoramiento no es ajeno a ningún mortal, sea cual fuere el objeto del amor.

Amor como destello en la penumbra rutinaria de la vida, que relampaguea de luz el ánima con reflejos cegadores de toda lógica y convulsiona la razón con chispazos esperanzadores y rayos de felicidad que parten en dos mitades el velo del misterio más hermoso que desvelarse pueda.

Es el amor impulso irrefrenable que somete la voluntad propia a la felicidad ajena, sabiendo que en el bienestar otorgado encuentra reposo la buenaventura personal del enamorado, confirmando la deleitosa paradoja del amor, que convierte el encadenamiento en liberación.

El “yo” se hace “nosotros”; la codicia, donación; el desconsuelo, olvido; la pesadumbre, redención; el desamparo, cobijo; la distancia, presencia; el fingimiento, verdad; la felicidad, costumbre; y la cordura, enajenación, porque la razón nada sabe de los argumentos del corazón.

El amor no conoce fronteras, ni sabe de linajes, ni distingue colores de la piel, ni entiende de balances contables, ni se disfraza, ni mira el calendario, ni solicita certificados de nacimiento, ni pide autorización a templos, mezquitas o sinagogas, porque es sueño feliz en medio de la pesadilla existencial.

Pero la eterna inconclusión del amor exige el cuidado diario de la vida común que lo sostiene, con celosa atención, para que se renueve con el amanecer de cada día, aparentando ser el mismo, como le sucede el río con las aguas vivificadoras que revitalizan el cauce por el que discurren.

ENCUENTRO

ENCUENTRO

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Fue ayer un día de feliz encuentro con antiguas amigas desconocidas que dejaron su juventud junto a un colpicio vecino al que se llevó la mía. Fue una tarde de amistad sin la desconfianza en lo ignorado. Fue una escaramuza fraternal, nutrida de historias participadas en la distancia. Fueron dulces minutos compartidos sin la premura de la prisa, ni la agitación del compromiso.

Sin previo aviso de solidaridad, fuimos hermanando recuerdos hasta llegar a la firme promesa de permanencia y compromiso de posteriores encuentros que no tardarán en llegar, porque cuando la desgracia llama a las puertas adolescentes, los corazones no necesitan más pretextos para compartir la vida feliz que llegó tras el infortunio.

No hay diván psiquiátrico, ni gabinete psicológico, ni santero, ni pitonisa, ni confesonario, que igualarse pueda en aliviar pesares, limpiar conciencias y ahuyentar malos pensamientos, como las manos amigas que no piden certificados de buena conducta, ni acreditaciones de honestidad, ni pedigríes ideológicos, para ofrecer felices sonrisas, reconfortantes palabras, placenteras miradas y sinceros abrazos.

Amistad robustecida en fraternal encuentro, donde sólo tuvo cabida el afecto y la nostalgia de un tiempo pasado en colpicios, superado con la voluntad de sobrevivir a ellos extramuros de las tapias, pero conservando de intramuros la hermandad sencilla de unos corazones ebrios de compañerismo, estancados por voluntad propia en solidaridad compartida, ajena a toda competencia y subordinación.

Fueron tiempos orfandad, lágrimas nocturnas entre sábanas negras y soledad participada en hermandad solidaria. Tiempos de mutilaciones familiares y roturas del almas infantiles, que el tiempo, la voluntad de sobrevivir y la fe en la resurrección, han tornado en amorosa convivencia familiar, sólido velo de olvido, traducido en la dichosa vida otorgada a los hijos, ignorantes del origen de su felicidad.

EL SER HUMANO

EL SER HUMANO

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El oficio más antiguo que existe no es el de ramerío sino el de ejercer como ser humano, algo que no se hace por voluntad propia, sino impuesto por deseo de los progenitores que deciden traer al mundo descendientes, para complacerse en los sucesores y prolongar la especie humana.

El ser humano es un extraño omnívoro, travestido del mono, algo trastocado, bastante trastornado y muy deformado. Perecedero sin redención, bípedo contingente, codicioso insaciable, mártir de sí mismo, soberbio con la naturaleza, inquilino de la Tierra, presunto omnisapiente, náufrago en la vida y cuadrúpedo mental que tropieza cien veces con la misma piedra.

Ejecutor de tareas básicas comunes a otros seres celulares, nace, crece, se reproduce, muere, desaparece y es olvidado, por mucho que pretenda alojarse en la memoria generaciones posteriores y hacerse eternamente perdurable en ficticios paraísos celestiales de felicidad perpetua.

El ser humano viaja sin sexo definido con su eterna insatisfacción sobre los hombros, curioseando por los escaparates en busca de la eterna juventud y la vida perdurable en la pasajera existencia, oponiéndose al inútilmente al ineluctable destino que le espera.

Camina perdido en soledad, sin brújula vital que le oriente, con careta de júbilo para ahuyentar temores y buscando asidero en la prisa de cada día, pretendiendo lograr su particular carpe diem en la agitación que esteriliza el proyecto de regresar a la paz amparadora del vientre materno, donde la sangre nutre la esperanza del renacimiento.

Ignorante de su procedencia y su destino, el ser humano es ajeno a su eventualidad, íntegramente perfectible, genéticamente contradictorio, autocoronado rey del universo con aspiraciones divinas y ambición de eternidad, ignorando que su extinción beneficiaría a la propia especie y al resto de seres vivos, como testifican las guerras y el deterioro de la naturaleza que provoca con sus acciones.