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Etiqueta: felicidad.

HASTA SIEMPRE

HASTA SIEMPRE

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No es lo malo que la vida pese mucho, sino que algunas veces pesa demasiado y nos impide caminar, inmovilizándonos a la intemperie con un dolor irredimible, porque cuando un amigo nos dice adiós sin previo aviso el corazón bombea lágrimas, pero si horas después otro hermano del colpicio sigue sus pasos, la diástole invierte el sentido de la sangre y reseca el alma.

Felipe puso “Alba” en mis manos con imborrables recuerdos de feliz convivencia fraternal en la “familia” con el hermano de Pepo, antes de que ambos se hayan marchado camino de la eternidad, dejándonos sin aliento para expirar la doble desgracia; sin voz para gritar contra el fatal destino que a todos nos espera; y sin posible gesto redentor de la tristeza que nos embarga.

Sabiendo que es inseparable enemiga del ser humano desde que la primera célula emigró del mar, es siempre la muerte malvenida, venga de donde venga con la guadaña en la mano, consiguiendo que las campanadas mortuorias por estos dos amigos, repiquen por el resto de la humanidad que aguardamos turno en la sala de espera.

Pero mientras estemos todos los que convivimos con Felipe y Pepo, ellos permanecerán entre nosotros. Mientras conservemos en la memoria su recuerdo, estarán presentes en los futuros encuentros que nos esperan. Mientras las fotografías conserven su imagen sonriente reviviremos la felicidad que con ellos compartimos.

VERLOS CRECER

VERLOS CRECER

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Comienzan trayendo esperanzas a nuestros corazones enamorados, cuando apenas son proyectos en la corona del predictor a la espera de hacerse realidad en la cuna familiar, tras verlos nacer con dichosos ojos enlagrimados que parpadean campanas de gloria para celebrar su venida a la paz doméstica, perturbada por sus primeros llantos angelicales.

Luego se les ve estirar el cuerpo a golpes de carreras, toboganes y juegos en los parques infantiles en medio del griterío, y llegar a casa embadurnados camino de la bañera, antes de escribir la carta a los magos de Oriente y saltar sobre la cama en la madrugada de Reyes con los ojos asombrados del prodigioso milagro evangélico.

Van de la mano a la escuela, dejando el tedio de las tardes domingueras y la pereza madrugadora de los lunes, renaciendo en ellos la sonrisa con el saludo de “la seño”, complaciéndonos años después al verlos abandonar las cartillas escolares en la incierta adolescencia que remueva su cuerpo, alertando una incipiente juventud que se antoja turbulenta sin remedio.

Comienza luego a tornarse melancólica nuestra mirada con sus primeras agitaciones amorosas al borde de los libros universitarios, y nuevas lágrimas de felicidad abren el espacio a los títulos académicos, preludio del encuentro definitivo con nuevos hijos que se añaden a la espiga familiar tras gozosos esponsales.

Finalmente, sólo queda verlos crecer hacia la madurez de la vida manteniéndonos ocultos entre bambalinas, porque el mundo ya les pertenece, por mucho que alarguemos el cordón umbilical y persistamos en el empeño de ampararlos bajo el techo del amor eterno, protector de errores que a ellos corresponde enmendar, con nuestra mano tendida y el arnés en bandolera.

Ahora toca recoger la cosecha sembrada con atención diaria, generosidad desprendida y sacrificio ermitaño, alimentando el alma con pan candeal de amor bienaventurado, como sucedió ayer a mis pupilas acuosas de felicidad, viéndolos crecer juntos y luchar por un empeño común, alzándola él en la sombra para que ella recibiera honores académicos, tras largos años de trabajo silencioso y noches tardías de insomnio en vísperas de la unanimidad otorgada con alabanzas y laureles.

ESCRIBIR PARA AMIGOS

ESCRIBIR PARA AMIGOS

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Escribir para ser leído por amigos exige humedecer la pluma en tinta del alma y pasar el pliego virtual de la pantalla por rincones inaccesibles del espíritu, para mostrar sentimientos propios sin vestimenta alguna, urdidos por afanes cotidianos que brotan de un corazón desnudo, sin más intención que compartir el vuelo con los amantes de la vida.

Las palabras, sin retoque alguno ni maquillaje, se encadenan gozosas en ocasiones al dictado de experiencias hermosas que embellecen con pinceladas de hermandad la existencia. Pero otras veces brotan doloridas, sudorosas y cansadas, con la hartura de la decepción y el desengaño de la frustración.

Me gusta escribir desde el ruedo, recibiendo el toro de la vida a puerta gayola, sabiendo que puede empitonarme una vez más como tantas veces ha ocurrido, pudiendo enseñar mis cornadas de guerra a quien solicite ver las cicatrices, porque nunca he callado lo que tenía que decir, ni silenciado el pensamiento, aun sabiendo que el morlaco buscaría mi cuerpo en la embestida.

No escribo pensando en el gusto de los lectores para complacer sus preferencias, sino con la esperanza de que los lectores se hermanen con los sentimientos que expresan mis palabras, aceptando que no son compartidos muchos de ellos y que molestarán a otros, por lejos que esté mi intención de abrir heridas en el pensamiento ajeno.

Al escribir no pretendo hallar consuelo a penas que no tengo porque la vida me sonríe, ni busco alivio a inexistentes pesares, ni persigo complacencias ajenas, sino alimentar de esperanza la comunidad que formamos los que todavía creemos en valores que contribuyen a la hermandad y felicidad entre los que el azar de la vida ha unido.

ALEGRÍA REDENTORA

ALEGRÍA REDENTORA

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La alegría es una emoción mal definida, muy sentida y felizmente vivida por quienes han tenido la gozosa oportunidad de disfrutar la compañía de esta inseparable hija de la felicidad, hermana jubilosa de la algazara y pariente próxima del regodeo alborozado.

Contrapuesta a la tristeza, es la alegría oasis en el pedregal de la amargura y dichoso puente sobre las turbulentas aguas de la vida, cuando el dolor aflige, la pesadumbre enturbia las pupilas y el insomnio se recuesta en la almohada, alimentando pesadillas y sinsabores de penas redimibles en su frescura.

Deslumbra la alegría el infortunio y aleja la adversidad desprevenida, cegando la desgracia con resplandores esperanzados, al tiempo que pone velos a la desdicha, alienta la melancolía, evita la aflicción, reconforta las tribulaciones y aleja el desconsuelo, dando paso a la serena paz interior liberadora.

Pero no vive sola, porque la alegría busca siempre compañía para compartirse y no tiene horarios, ni normas, ni ataduras. Tampoco aparece en las guías de ocio, ni se compra en taquilla alguna, ni provoca risotadas, ni se deja ver entre las copas de madrugada.

Es apátrida, transfronteriza y habla un lenguaje universal. Sobrevive al poder, a la sabiduría, a la violencia, al sexo y la riqueza. Va más allá de la fiesta, el humor, el chiste y la risa. Derrama su esperanza sobre el dolor, lame las heridas del alma y levanta el vuelo al mínimo roce insolidario sobre su piel, porque es ave delicada que anida en los corazones enamorados.

LA FELICIDAD COMO PRESEA

LA FELICIDAD COMO PRESEA

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Sin ser joya, fetiche, gema, talismán o amuleto, es la felicidad presea buscada por todos los humanos, aunque muchos pretendan hallarla donde no se encuentra, otros crean que les lloverá del cielo sin conquistarla y algunos acudan a subastas de la vida para adquirirla, ignorando que la felicidad no puede comprarse en una taquilla.

Es un dulce sentimiento de abandono, un placentero estado de bienestar, un recogimiento que entumece, una emoción que conmueve los cimientos del alma y un suspiro que alienta dichosas bocanadas de paz, cuando la disposición hacia ella se hace realidad en la vida de quienes la merecen, alejándose de aquellos que pretenden sustituirla con sucedáneos de elevado coste en el mercado y bajo precio moral en los rincones del alma.

No es la felicidad planta que germine en terrenos baldíos de amor, sino en campos abonados con nitratos de cariño, fosfatos de generosidad, carbonatos de honradez y sulfatos de solidaridad, que expanden su condición bienhechora sin dejarse atrapar porque no es posible asirla eternamente y tomarla en propiedad, siendo como espuma sobre la mano imposible atraparla por mucho que cerremos los dedos en torno a ella.

No es la felicidad cosa nuestra, pero depende de nosotros alcanzarla, y podremos lograrla si respiramos aires solidarios, saciamos la sed con agua fraternal y nos alimentamos con el pan candeal de la hermandad, pero no será posible recuperarla acudiendo a lugares lejanos en el tiempo donde habitó entre nosotros.

La felicidad abomina el rencor, reprueba la soberbia, rehúye la envidia, desprecia el egoísmo, detesta la violencia, aborrece la mentira y maldice las guerras. Por eso, depende su presencia de la capacidad de olvido, del don de la humildad, de la alegría por el bien ajeno, de la entrega personal, de la sinceridad y de la paz.

NACIMIENTO DEL HOMBRE NUEVO

NACIMIENTO DEL HOMBRE NUEVO

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Ayer he dejado mi huella en los pasillos del Museo Reina Sofía, donde gané el tiempo perdido contemplando un cuadro de Dalí que cuelga en sus paredes, cuya reproducción postal lleva muchos años conmigo, junto a otras entrañables pinturas de Van Gogh, Renoir, Monet, Brueghel y más artistas a los que nunca podré agradecer los placenteros momentos que he pasado contemplando sus obras.

Me refiero al cuadro pintado por Dalí en 1943 reflejando el nacimiento del hombre nuevo, al que yo incorporé los versos de Alberti, escritos al abrigo de María Teresa León, cuando ambos vivieron el inmerecido destierro al que fueron condenados por la barbarie de una guerra incivil: “Creemos el hombre nuevo cantando, el hombre nuevo de España cantando, el hombre nuevo del mundo cantando. Canto esta noche de estrellas en que estoy solo y desterrado, pero en la tierra no hay nadie que esté solo si está cantando”.

Fundido con ambos en el deseo de renovación del ser humano, yo también reclamo el nacimiento de un hombre nuevo en el mundo. Un hombre que venga con la solidaridad que nos falta, el amor que hemos perdido y la honradez que deseamos. Un hombre que nos devuelva el sacrificio olvidado, la empatía abandonada, el talento servicial y la bondad que nos permita transformar este valle de lagrimas en fértil vergel de felicidad compartida.

EL PLACER DE CONVERSAR

EL PLACER DE CONVERSAR

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La conversación tiene poco que ver con la tertulia, aunque ambas estén vitalizadas por personas a través de la palabra, pues la conversación reporta valores y placeres que la tertulia ignora, llegando la conversación donde la tertulia no logra asomarse ni por el ojo de la cerradura.

El juego social de la tertulia brinda al huero tertuliano la oportunidad de oscurecer con palabras su falta de ideas y le da la posibilidad de engañar, algo que no tiene cabida en la conversación porque en ella domina el sentimiento, la verdad, el afecto y la confidencia, como puntos cardinales que la conforman y limitan.

De no ser así, la perversión toma cuerpo en ella, espantando los valores que la justifican y haciendo de la moral, maldad; de la honestidad, vileza; y vicio de la virtud.

En la conversación no cabe hablar por hablar sin contenido alguno, ni alejar de las palabras el alma o pretender hacer de ella lo que no es. Tampoco permite huir de las horas como proponía Ovidio, ni concede espacio a la erudición, ni abre las puertas a la pedantería, ni autoriza la mentira, ni tolera la soberbia.

La conversación exige a los elegidos para ella, nobles aspiraciones, altura de miras, generosidad sentimental, sinceridad en la palabra, vocación de consenso, derrota de la derrota, condena de la prisa, destierro de la superficialidad y acercamiento de espíritus.

Pocos placeres pueden compararse al que reporta conversar con alguien querido poniendo el alma sobre la mesa, colgando las dudas en el perchero, dando lo que no se tiene, compartiendo lo reservado para uno mismo, hermanando las almas y vertiendo las confidencias como preciado tesoro, para robarle a esta chapucera vida un puñadito de felicidad.