AMOR

AMOR

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El apareamiento de los pájaros, la adoración griega a Eros, los flechazos del romano Cupido, la orden del emperador Claudio, el empeño de cura Valentín en casar jóvenes y los negocios postreros, obligan por calendario a celebrar hoy el día de la raza humana, porque el enamoramiento no es ajeno a ningún mortal, sea cual fuere el objeto del amor.

Amor como destello en la penumbra rutinaria de la vida, que relampaguea de luz el ánima con reflejos cegadores de toda lógica y convulsiona la razón con chispazos esperanzadores y rayos de felicidad que parten en dos mitades el velo del misterio más hermoso que desvelarse pueda.

Es el amor impulso irrefrenable que somete la voluntad propia a la felicidad ajena, sabiendo que en el bienestar otorgado encuentra reposo la buenaventura personal del enamorado, confirmando la deleitosa paradoja del amor, que convierte el encadenamiento en liberación.

El “yo” se hace “nosotros”; la codicia, donación; el desconsuelo, olvido; la pesadumbre, redención; el desamparo, cobijo; la distancia, presencia; el fingimiento, verdad; la felicidad, costumbre; y la cordura, enajenación, porque la razón nada sabe de los argumentos del corazón.

El amor no conoce fronteras, ni sabe de linajes, ni distingue colores de la piel, ni entiende de balances contables, ni se disfraza, ni mira el calendario, ni solicita certificados de nacimiento, ni pide autorización a templos, mezquitas o sinagogas, porque es sueño feliz en medio de la pesadilla existencial.

Pero la eterna inconclusión del amor exige el cuidado diario de la vida común que lo sostiene, con celosa atención, para que se renueve con el amanecer de cada día, aparentando ser el mismo, como le sucede el río con las aguas vivificadoras que revitalizan el cauce por el que discurren.

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