NACIONALISTOS

NACIONALISTOS

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Oído el pregonero de la Gran Mansión, una vez interpretado el parecer de los líderes políticos nacionales y locales, atendida ya la opinión de los “opinadores”, escuchado el criterio de mi vecino, percibido el sentimiento de la pescadera que me vende el bonito para el marmitaco y advertido el veredicto de los sabios perdidos en la tertulias hertzianas, nos toca a los demás expresar la opinión sobre los nacionalistos, y yo no me privo de colgar en esta bitácora mi reflexión.

Es lógico sentir apego a la tierra que nos vio nacer. Legítimo es aspirar  a merecer el respeto a las diferencias. Y lícito reclamar mayor independencia de los órganos rectores, porque las diferencias culturales, lingüísticas, geográficas, gastronómicas y paisajísticas de nuestro país, así lo demandan. Pero radicalizar la escisión y exacerbar el aislamiento a nadie beneficia, ni se corresponde con la natural tendencia del ser humano a la unión de intereses comunes y a las acciones cooperativas.

Alguien dijo que los nacionalismos enfermizos  se curan viajando, y tal vez a mí me haya sucedido eso después de pasar bastantes años de mi vida por diferentes países. No lo sé. Pero siempre he tenido dificultades para comprender que en el planeta Tierra haya otra nacionalidad que la terrícola, de la misma forma que marcianos son los teóricos habitantes de Marte y selenitas los supuestos nativos de la Luna, reservando la calificación de lunáticos a los que padecen locura discontinua. Es decir, enajenación mental transitoria que les viene y les va en función del siroco que sople en cada momento, aunque en nuestro caso el vendaval les esté durando a los neuronacionalistos tantos años.

No cabe duda que la desaparición del exagerado centralismo fue una  gran noticia para todas las personas que teníamos, al menos, una neurona en el cerebro, pero lamento que el bastón de mando pueda llegar a manos de radicales nacionalistos, mantenedores de concepciones taifales trasnochadas, creyéndose que poniendo cada día más exigencias en la mesa de negociación van a firmar el acuerdo de segregación, sin comprender que la democracia pone a su disposición pacíficos caminos para lograr autogestión, sin teñir de pesadumbre el futuro de la nación que pretenden disociar, cuando la tendencia natural del ser humano contradice sus expectativas y la abstención, voto nulo y blanco en las votaciones de los Estatutos Autonómicos lo dice todo.

Comprendo, sin compartir, y acepto resignadamente las aspiraciones fronterizas de los nacionalistas, pero rechazo a los nacionalistos embaucadores de voluntades en su propio beneficio, aprovechando el río revuelto en que zozobra el Estado autonómico por culpa de su mentecatez, poco juicio y sobrada demagogía en beneficio de sus cuentas corrientes. ¿Queréis nombres?

SALVEMOS LAS PERSONAS, NO EL EURO

SALVEMOS LAS PERSONAS, NO EL EURO

La manipulación informativa y mental de quienes gobiernan el mundo, que son casualmente los responsables de la crisis que padecemos todos menos ellos, nos están tratando de convencer de la importancia vital de salvar el euro. Su euro, claro, en el que a todos nos metieron.

Mal futuro nos espera si la ocupación prioritaria de los mandamases se dirige a salvar el euro, cuando debían primarse los esfuerzos en la redención de las persona por encima de cualquier otro proyecto salvador, por mucho que nos envuelvan la doctrina salvadora en papel de celofán con un hipócrita lacito.

Los medios de comunicación están empeñados en crear opinión, pero no una opinión crítica y divergente, no. Están empeñados en inocular su opinión en nuestras mentes, para hacernos creer y decir lo que nunca admitiríamos ni diríamos si tuviéramos verdadera libertad de pensamiento y opinión.

Es una inexplicable locura colectiva que nos lleva a aceptar como bueno aquello que repudiamos con íntimo sentimiento, sin que la medicina sociológica encuentre tratamiento adecuado, porque también ella camina tras el farol que alumbra el camino hacia la ruina que nos espera.

ABSOLUTISMO DEMOCRÁTICO

ABSOLUTISMO DEMOCRÁTICO

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Lo característico de un Estado Democrático es que el pueblo interviene en las acciones de gobierno, no que los ciudadanos voten en las urnas a un partido político para que haga durante cuatro años cuanto se le antoja, sin tener en cuenta la opinión ciudadana, como sucede con las leyes de caza promulgadas sin contar con las perdices.

De seguir las cosas por el camino que van, soportaremos con los pantalones en los tobillos una grave perversión política que, amparándose en las urnas, convertirá el Estado Democrático en Estado Absoluto, gracias al recuento de papeletas, como viene sucediendo en la moderna historia de España, con el famoso rodillo democrático.

Es peligroso para el sistema convertir la mayoría absoluta en un gobierno absoluto, olvidando a los propios votantes y a los ciudadanos que optaron por otras alternativas de gobierno. Es peligroso sacrificar a los vecinos obligándoles a caminar por senderos de espinas con pretextos y cuentos orientales, mientras se abren autopistas a defraudadores, banqueros y corruptos, enriquecidos con el dinero y sacrificios que ahora se piden a quienes viven a la intemperie.

Tener mayoría absoluta no otorga sabiduría infinita ni posesión de la verdad única, sino poder, mucho poder, pero sin garantía de acierto en las decisiones que se toman, por mucho que se exhiban los votos obtenidos en la solapa

JUSTICIA, BIENESTAR Y PAZ

JUSTICIA, BIENESTAR Y PAZ

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El superjefe de la justicia española ha dicho en la homilía dominical pronunciada ayer con motivo de celebrarse el 200 aniversario del alto Tribunal que preside, que desea “una sociedad de justicia, de bienestar y de paz que sea el reino del futuro”. Yo también lo deseo, sabiendo que será difícil llegar a ella con personajes como el predicador de tal anhelo.

Yo también deseo una sociedad de justicia donde la ética y la ley vayan de la mano, sin que ésta última abra rendijas por donde puedan escaparse quienes abusan de inmorales principios éticos y religiosos no contemplados en las leyes, haciendo del sillón negocio con los “amiguitos del alma” como hizo el valenciano o de su toga un sayo con íntimos guardaespaldas, como hace el malagueño.

Yo también deseo una sociedad de bienestar, pero de bienestar para todos los ciudadanos, no sólo para aquellos que tienen el privilegio de gastar fondos públicos a su antojo en lujosos hoteles y selectas zonas de recreo, sin necesidad de dar cuentas a nadie, porque la ley abre una vía de agua por donde se destila la impunidad de los beneficiados.

Yo también deseo una sociedad en paz, donde reine la solidaridad, y el sacrificio por la supervivencia del vecino sea norma de conducta, por lejos que éste viva de nosotros. Una sociedad donde los golpes de pecho en las iglesias sean un símbolo real de compromiso por la liberación de la pobreza y no el somnífero que adormece preceptos evangélicos y pervierte la doctrina que dicen practicar quienes dan ejemplo de compromiso anticristiano.

HE LEÍDO QUE….

HE LEÍDO QUE….

Reconocer obviedades es tan inútil como pedirle a un político que admita sus errores, por eso evito manifestar mis escasos conocimientos en materia económica, lo cual no me impide asomarme por el ojo de la cerradura para leer opiniones de mentes expertas, que iluminan el camino contrario al que siguen los dirigentes europeos, capitaneados por la señora Merkel.

No sé si será cierto, pero he leído que la crisis mundial es una gran estafa promovida por el terrorismo financiero y la banca mundial, para dejarnos a la intemperie a resto de ciudadanos.

He leído que no se genera riqueza y empleo  disminuyendo el gasto público y los salarios, sino todo lo contrario, como están demostrando los hechos en los últimos años de ajustes.

He leído que existen paraísos fiscales, cuentas opacas, fraude fiscal y rendijas legales por donde se escapan millones de euros de grandes fortunas, quedando al pairo de Hacienda las nóminas oficiales y los desfavorecidos.

He leído que en España no todos han vivido por encima de sus posibilidades, ya que muchos ciudadanos recibieron en los años de bonanza salarios que no les permitían el mínimo despilfarro.

He leído que la OIT ha vaticinado la destrucción del tejido productivo y un incremento desmedido del paro, debido a los planes de austeridad, recortes sociales y privatizaciones de empresa públicas.

He leído que la diferencia salarial hace 20 años entre ejecutivos y trabajadores manuales era de 20 puntos y que en estos momentos de crisis la desigualdad supera los 200 enteros.

He leído que los ricos están haciendo su mayor agosto en esta crisis, mientras que aumenta imparablemente el porcentaje de familias cuyos ingresos no les permiten superar el umbral de la pobreza.

He leído tantas diferencias entre los países nórdicos y España, que la vergüenza me ha impedido seguir leyendo.

DÍVAR

DÍVAR

Reiteradas veces he manifestado mi confianza en los tribunales de justicia para lograr el urgente rearme ético que necesita la sociedad, poniendo a la sombra de palmeras en islas desiertas a todos los sinvergüenzas que han esquilmado las arcas públicas y los cofres bancarios.

Pues bien. A pesar de constatar que la justicia no es igual para todos y de saber que está menos penado meter mano en la hucha común que robar una gallina para comer, sigo confiando en la justicia para redimirnos de la miseria.

A pesar de los estevilles y otros individuos aislados de la especie judicial, mantengo intacta mi profesión de fe en la judicatura para sacarnos del lodazal donde nos han metido los encausados en procesos judiciales.

A pesar de Carlos Dívar, presidente del Tribunal Supremo y del CGPJ, sigo creyendo en los administradores de justicia, porque son más, muchos más, los jueces que mantienen la balanza en equilibrio, que ese pequeño grupo de togas empeñados en quitarle la venda a la señora. Evidente prueba del compromiso judicial con la verdad es que han sido los propios jueces quienes han levantado la alfombra del presidente para limpiar los polvos acumulados bajo ella.

Dívar es un mal ejemplo que ningún magistrado debe ocultar, justificar, imitar o defender, porque a nadie beneficia su actitud, ni siquiera a él mismo, empecinado en mantenerse en el sillón, caiga quien caiga, aunque quienes se vengan abajo sean las más altas instituciones judiciales del país, el honor de la judicatura y la ética ejemplificadora que tanta falta nos hace en estos momentos de corrupción, abuso y mentira, que vivimos.

El querido guardaespaldas, leal salvaespaldas y eficaz cubreespaldas del presidente, tiene que decirle a Dívar algo más de aquello que ya le dice en la intimidad confidencial del cargo que ostenta a su lado desde hace tres lustros, y marcharse juntos a descansar felizmente a la misma isla donde irán llegando los que el honrado cuerpo judicial comenzará a enviar en pocos días.

PROHIBIR VERSUS EDUCAR

PROHIBIR VERSUS EDUCAR

La censura que la red social Facebook ha impuesto a la revista El Jueves por la viñeta que inserta en su portada en la que aparecen Ángela Merkel y Mariano Rajoy practicando sadomasoquismo, me invita a reflexionar sobre los efectos de las sanciones en la modificación de comportamientos, es decir, plantear la validez del conductismo en la modificación de conductas.

Sin pretender fomentar polémicas entre conductistas y cognitivistas, dejadme advertir que siempre fui enemigo de lograr hábitos socialmente deseables a bases de estímulos, sean éstos positivos o negativos. Tal vez por eso nunca ofrecí dádivas a mis hijos a cambio de buenas notas, ni castigué a los alumnos por malos comportamientos.

Fui siempre partidario de educar persuadiendo, aprovechando la bondad intrínseca que comporta la educación, utilizando argumentos que tuvieran poder disuasorio para incentivar cambios actitudinales codiciados.

Tampoco he sido partidario de llevar la normativa donde no hay espacio para ella, pero he apostado por normas sustentadas en valores como la convivencia o la paz, por muy coactivos que fueran los reglamentos que las contuvieran.

La persuasión cierra el paso a la imposición, facilitando el cambio pretendido. La argumentación es la fuerza capaz del convencimiento. Y las razones los pilares que justifican las exigencias externas.

Prohibiendo se pone coto a los furtivos, pero no se evitan las cacerías, y castigando se doblegan voluntades, pero no se logran adeptos.