LEÓN FELIPE
Descansaba la luz sobre el perfil incierto de Ciudad de México la tarde del 18 de septiembre de 1968, cuando León Felipe Camino dio su último suspiro, recordando los días que pasó en la sierra madrileña durante el mes de julio de 1936, gritando a los cabreros: “¡Que viene el lobo! ¡Que viene el lobo!”, sin que nadie le creyera. Pero el lobo llegó y devoró todas las cabras rojas que se encontró en el camino.
Farmacéutico, cómico, poeta, expresidiario, bohemio y quijotesco, voló León desde Guinea hasta las américas, para organizar la biblioteca de Veracruz, dar clases de literatura española en la Universidad de Cornell y traducir a Whitman, antes de volver al país azteca huyendo de la guerra civil española.
Romero quiso ser en la vida, y sólo romero fue, sin más oficio, sin más nombre y sin pueblo, pasando por todo una vez, una vez sólo y ligero, como pasó por la ventana de la posada alcarreña donde se hospedaba, aquella niña que iba a la escuela de tan mala gana, hasta que un día se puso mala, muy mala, y al día siguiente tocaron por ella, a muerto, las campanas,
No supo, León, muchas cosas, es verdad, por eso hablaba sólo de lo que veía. Y vio a lo largo de su vida que la cuna del hombre la mecían con cuentos, que los gritos de angustia del hombre los ahogaban con cuentos, que el llanto del hombre lo taponaban con cuentos, que los huesos del hombre los enterraban con cuentos, y que el miedo del hombre había inventado todos los cuentos.
Al partir desnudo hacia el exilio con motivo el golpe de Estado, legó a Franco la hacienda, la casa, el caballo y la pistola, llevándose la voz antigua de la tierra y la canción, para que el dictador quedara mudo y no pudiera recoger el trigo, alimentar el fuego, saciar la sed y obtener perdón. Pero no fue así, porque las espigas encañaron, las llamas sometieron voluntades, las marchas militares devastaron las libertades y los embalses ahogaron sueños de libertad.