Navegando por
Etiqueta: romero

EL POETA NOS CONGREGA

EL POETA NOS CONGREGA

Unknown

El viernes 11 de abril de 1884 el llanto del infante Felipe Camino Galicia alertó a los vecinos de Tábara sobre la fuerza del Viento que dispersaría años después versos errantes en el cielo, cuando el poeta León tocó su viejo y roto violín, siguiendo el rastro que dejó el romero en caminos abiertos por rebeldías y condenas.

Siempre de pueblo en pueblo y de mundo en mundo, continúa hoy León Felipe caminando en el recuerdo, perdido de cielo en cielo y de verso en verso, peregrino sin albergue ni refugio, desatendiendo las voces de los que pasan al borde del camino eterno, donde permanece inmóvil, en tu sitio.

Devolvemos hoy al poeta el bordón del romero que olvidó una tarde de septiembre, sin dar tiempo a que el señor de la heredad firme su amnistía con mejor letra que la del tirano, y el relincho de Rocinante lo entrega hoy con honores del vencedor que trae una rama de olivo en los labios, mientras el hacha amarilla que afilaba el rencor olvida las consignas y descansa agotada en un cofre submarino, para que el poeta pueda regresar a las cepas y al trigo de su tierra, porque murió el blasfemo Iscariote y con él la sinrazón.

Retorna, pues, la voz antigua del fondo de la tierra para devolvernos cuanto se llevó en el chaleco de su vida bohemia, dejándonos sin otra opción que guardar su presencia hermanada entre los versos, para mostrar su rostro a los alcabaleros y centuriones que amortajaron la palabra del profeta, porque ha pasado la era de las sombras, el llanto se ha hecho luz y, al fin, habla el poeta después del sepulturero.

LEÓN FELIPE

LEÓN FELIPE

Unknown

Descansaba la luz sobre el perfil incierto de Ciudad de México la tarde del 18 de septiembre de 1968, cuando León Felipe Camino dio su último suspiro, recordando los días que pasó en la sierra madrileña durante el mes de julio de 1936, gritando a los cabreros: “¡Que viene el lobo! ¡Que viene el lobo!”, sin que nadie le creyera. Pero el lobo llegó y devoró todas las cabras rojas que se encontró en el camino.

Farmacéutico, cómico, poeta, expresidiario, bohemio y quijotesco, voló León desde Guinea hasta las américas, para organizar la biblioteca de Veracruz, dar clases de literatura española en la Universidad de Cornell y traducir a Whitman, antes de volver al país azteca huyendo de la guerra civil española.

Romero quiso ser en la vida, y sólo romero fue, sin más oficio, sin más nombre y sin pueblo, pasando por todo una vez, una vez sólo y ligero, como pasó por la ventana de la posada alcarreña donde se hospedaba, aquella niña que iba a la escuela de tan mala gana, hasta que un día se puso mala, muy mala, y al día siguiente tocaron por ella, a muerto, las campanas,

No supo, León, muchas cosas, es verdad, por eso hablaba sólo de lo que veía. Y vio a lo largo de su vida que la cuna del hombre la mecían con cuentos, 
que los gritos de angustia del hombre los ahogaban con cuentos, 
que el llanto del hombre lo taponaban con cuentos, 
que los huesos del hombre los enterraban con cuentos, 
y que el miedo del hombre había inventado todos los cuentos.

Al partir desnudo hacia el exilio con motivo el golpe de Estado, legó a Franco la hacienda, la casa, el caballo y la pistola, llevándose la voz antigua de la tierra y la canción, para que el dictador quedara mudo y no pudiera recoger el trigo, alimentar el fuego,  saciar la sed y obtener perdón. Pero no fue así, porque las espigas encañaron, las llamas sometieron voluntades, las marchas militares devastaron las libertades y los embalses ahogaron sueños de libertad.