BUROCRACIA
Debía ser la burocracia una organización regulada por normas y métodos estructurados racionalmente, con división de responsabilidades entre sus miembros, especialización de funciones, sistema jerárquico y relaciones impersonales. Eso debería ser.
Pero la realidad es que la burocracia es un pulpo que atrapa el papeleo con sus tentáculos, condenándolo por tiempo indefinido a la inmovilidad, a causa del excesivo e innecesario papelorio que demanda, la rigidez de las normas que lo ordenan, la celosa inflexibilidad de muchos funcionarios y las interminables formalidades superfluas de obligado cumplimiento, que terminan por exasperar al más moderado, prudente y templado, espíritu de los contribuyentes.
Es la burocracia el desprecio al tiempo ajeno, la indiferencia devastadora, el derribo de la empatía, la impersonalidad desoladora, la rutinaria desgana de los mostradores y el anonimato numérico en antesalas de ventanillas que convierte a las personas en dígitos sin personalidad alguna.
La irracionalidad burocrática lleva a la solicitud de solicitudes, a la demanda de documentos innecesarios, a la exigencia de acreditaciones accesorias, a la reclamación de títulos reiterativos y a la aportación de papeles en instituciones que ya disponen de ellos.
De servidora nuestra, a la que pagamos generosamente su salario, ha pasado a ser señora-ama que dispone sobre la vida de los patronos, diciéndonos qué debemos hacer, cuándo hacerlo y cómo hacerlo, sin desviarnos ni un grado de la ruta, porque seremos enviados al punto de partida.