ESTAMPIDA
El bochornoso espectáculo ofrecido por nuestros padres políticos, saliendo en estampida del Congreso de Borregistán, como chiquillos al recreo o animales huyendo del fuego, sin levantarse la sesión ni confirmarse el resultado de la votación, no es más que el reflejo de la poca estética política de nuestros diputados, que no puede redimirse con las trampas dialécticas que han utilizado para justificar tan lamentable escapada.
A nadie se niega el deseo de regresar a casa y estar con la familia, pero el respeto al Parlamento y a los ciudadanos exige a los diputados cumplir formalidades que no pueden eludirse diciendo que ya se había trabajado bastante durante el día o que se perdía un tren o un avión, para justificar los empujones y las carreras hacia la puerta de salida.
Es una cuestión de ética política, estética social, buen gusto, respeto al pueblo y compromiso informativo, que los diputados obviaron en la jornada donde se aprobó el fraudulento e inmerecido castigo a todos los santos jubilados, que indignados apagaron los televisores al ver que los diputados huían a uña de caballo por los pasillos, con un descaro impropio de quienes viven a costa nuestra.
Esperpéntica imagen que algunos han querido justificar de manera injustificable, como el arrogante sindicalista de izquierdas Joan Coscubiela, diciendo: «Cuando he terminado mi trabajo tengo derecho a volver a casa como me apetezca». Y tiene razón en lo de volver a casa como quiera, pero no cuando quiera, y siempre después de terminar su trabajo, no antes de que se levante la sesión y sin dar las explicaciones pertinentes, que no son pérdida de avión ni derecho a dormir con su familia, que nadie le niega.
El espíritu infantil que anida en nosotros nos invita a pensar que tal vez huyeron en desbandada por remordimiento de conciencia. Pero si todos llegaron con tiempo al avión de Air Europa o al tren de Renfe, deben saber que en la estampida perdieron el vuelo del honor y el tren de la vergüenza, el respeto, la educación y el compromiso ciudadano.