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Mes: marzo 2013

EXPULSIÓN JUDÍA

EXPULSIÓN JUDÍA

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La festividad católica móvil que hoy conmemora la resurrección de Cristo, – desde que así se decidiera en el año 325 cuando se reunieron en Nicea los padres de la Iglesia -, coincide este año con el fatídico recuerdo de la expulsión de los judíos de España, decidida por los catoliquísimos Fernando e Isabel el 31 de marzo de 1492 en Granada.

Con pulso firme, mano dura y abusivo poder, estos monarcas firmaron el Edicto de expulsión de muchos españoles, por cometer el gravísimo delito de tener pensamiento divergente al marcado oficialmente por la ideología religiosa dominante en España durante siglos.

El borrador del Decreto de la Alhambra fue elaborado por el inquisidor general de España, hombre de probada tolerancia y ejercicio de amor al prójimo, como demostraron todas sus macabras actuaciones de Torquemada y el propio texto del mandato, rubricado por sus patrones reales:

«Hemos decidido ordenar a todos los judíos, hombres y mujeres, de abandonar nuestro reino, y de nunca más volver. Con la excepción de aquellos que acepten ser bautizados, todos los demás deberán salir de nuestros territorios el 10 de julio de 1492 para no ya retornar bajo pena de muerte y confiscación de sus bienes (…)»

La inquisición, el temor de la nobleza y clero a perder sus privilegios ante la creciente burguesía judía y el imperativo deseo de imponer el pensamiento único por parte de los monarcas, uniendo a todos los españoles en la fe católica, fueron la causa de esa injusta barbaridad histórica.

ASÍ SOMOS LOS CHARROS

ASÍ SOMOS LOS CHARROS

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A todas las visitas de amigos que recibo en esta charrería les digo las cosas que aquí cuento en clave de humor, cuando me preguntan por la gente de mi tierra. “Charros” que se “arrejuntan” bajo el reloj de la Plaza Mayor antes de irse “capacho” en mano, a tomar “pinchos”, con el trapío de los toros bravos que pastan entre las encinas de la tierra, mientras echan un “parlao” y “cascan” con todo “quisqui”, sean “badanas” o “cenutrios” los interlocutores.

Debéis saber que mis paisanos no crecen ni “abollecen”, aunque se “apimplen” de cebones sin que les dé un “aciburrio”. También van “pa-llá”, vienen “pa-cá” y se pierden “pa-hí”, como “arriazos”, sin tratarse con “fulanos” que siguen yendo al fenecido “Pryca” a comprar “hornazos”, porque la “chanfaina” es cosa de bares, el “farinato” de mercados y los “chochos” de La Madrileña.

Los salmantinos han “acachinado” las estaciones de primavera y otoño, cambiándolas por las de trenes y autobuses, quedándose sólo con las nieblas del invierno y la calima veraniega que “achicharra” “guiris” contra la piedra “fregadera” de los monumentos y “aborraja” posaderas en el suelo granítico de la Plaza, semanas antes de celebrar la “nochevieja universitaria”, criticada por vecinos “amohinados”.

Los jóvenes confunden el lema local, poniendo “arte” en el ligue, “saber” en el juego y “toros” cornamentados al día siguiente, apenas consolados con “buñuelos” de churrería, desconocidos por los “pardillos” que se “añusgan” con el bollo “maimón”, los “mojicones” y el “molledo”, antes de ir a “descambiar” “libretas” de pan al “tendero”.

No confundáis a los charros con el Zorro mexicano, cuando los veáis pasear por las “rúas”, con la “capa charra” o la “pelliza”, comprando “perronillas”, “chichas” o “torreznos” para hacer unas patatas de “herradero”, “revueltas” o “revolconas”, previas al tajo de “morucha”, que concluye con “amarguillos” o “repelaos”.

Cabe destacar algunas costumbres charras poco comunes en otras latitudes, como pintar cien veces el medallón de Franco y otras tantas veces limpiarlo. Iniciar la semana el martes y comenzar el fin de semana los jueves. Votar a la derecha. Hacer botellones, botelleros, botellitas y fiestas patronales tres días y el del medio. Sufrir con la Unión y disfrutar con el Avenida. Hacer aguas todos los lunes para celebrar el Lunes de Aguas. Dejar en doble fila de coches, aplicar acelerones con semáforo en rojo y correr riesgo de paraplejia en las rotondas.

Dicen que siete chalecos tienen los charros, para que nadie dé alcance a sus pensamientos. También dicen que los salmantinos sólo critican en los mentideros; que históricas familias ya dan menos pisotones en la ciudad; y que el humor seco de la encina forma parte de su carácter, como espero que demuestren quienes lean estos renglones de hoy, a ellos dedicados.

CARTA A LOS SONRIENTES EJECUTORES

CARTA A LOS SONRIENTES EJECUTORES

Todos

Desestimados ejecutores:

Les escribo este Viernes Santo con la indignación del sedicioso, para condenar la frustración y el dolor que están ustedes generando en el pueblo, pasando la guadaña a baja altura con el fin de evitar decapitaciones en pisos superiores, donde guardan sus privilegios en alfombrados despachos.

Les escribo para decirles que causan más daño sus carcajadas públicas que las espantosas imágenes de la miseria que azotan diariamente nuestras pupilas en las pantallas de televisión y páginas de periódicos. Les escribo para anunciarles que sus risas ofenden la indigencia de los humildes, desprecian la pobreza, injurian al desempleo, provocan desesperadas lágrimas suicidas y exhortan la subversión de los ultrajados.

Ver sus risotadas provoca sonrojo a la justicia social que huye despavorida a las cloacas donde viven hacinados los desfavorecidos, en busca de una solidaridad que estimule la revolución contra ustedes y el sistema que representan, aunque esta posibilidad también les haga sonreír.

Tantas humillaciones a los ciudadanos, tantos engaños colectivos, tantas impunidades a delincuentes financieros, tantos privilegios políticos, tantas indemnizaciones millonarias a esquilmadores, tantos insultos a la inteligencia ciudadana y tantas manipulaciones, no pueden terminar de otra forma que con el rearme moral del pueblo contra los carcajeantes estafadores que sonríen a mandíbula batiente, mientras los parados buscan comida en los contenedores, mueren los enfermos crónicos, se bloquea la justicia, los jóvenes cruzan la frontera y en las aulas se hacinan los alumnos.

No les pregunto de qué se ríen porque estamos sobrados de humillantes explicaciones incapaces de explicar lo inexplicable. Tampoco quiero saber el origen de sus carcajadas porque el grito de las hienas es preludio de matanza. Ni me interesa saber si se regocijan de placer, porque su respuesta podría llamar a la insurrección.

Simplemente voy a pedirles que no rían más ante las cámaras, ni traten de justificar sus privilegios, ni pretendan esclarecer con palabras la oscuridad del túnel donde nos han metido, porque como le dijo Alonso Quijano a Sancho a quien se castiga con hechos no debe tratarse mal con palabras, pues le basta al desgraciado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones.

VIRGINIA WOOLF

VIRGINIA WOOLF

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Un día como hoy de hace setenta y dos años, Virginia Woolf  llenó de piedras los bolsillos de su abrigo y se hundió lentamente en las aguas del río Ouse, cumpliendo la sentencia de suicidio dictada por el trastorno de personalidad ocasionado en la infancia con los abusos sexuales infringidos por sus hermanastros al fallecer su madre.

Junto al desequilibrio bipolar, en el agua se diluyeron también las luces y sombras de la escritora más representativa del modernismo literario que  expandió su estilo a lo largo del pasado siglo, desde el círculo intelectual de Bloomsbury, con Bertrand Russell de la mano.

Esta editora de sus libros rompió la cultura narrativa de su tiempo anteponiendo las descripciones ambientales del entorno y los perfiles psicológicos de los personajes, a los fundamentos argumentales predominantes en las novelas de la época, anticipándose al futuro.

Sus íntimas relaciones con las escritora Vita Sackville, no le impidieron amar profundamente a su marido Leonard, llegando a despedirse de él con una hermosa carta que rubricaba diciendo: “No creo que dos personas pudieran ser más felices de lo que hemos sido tú y yo”.

Vaya hoy mi recuerdo a la escritora que defendió la condición de mujer con destacada fuerza, reivindicó su labor como escritora en círculos controlados por pantalones masculinos, llegando a transformarse en un referente europeo de los actuales movimientos feministas.

TRIPALIUM

TRIPALIUM

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Se conoce con el nombre de tripalium los tres palos donde eran amarrados los esclavos para ser azotados. Por eso este nombre se aplicaba en el Renacimiento a las actividades que producían dolor en el cuerpo, como eran los trabajos físicos que dejaban a los obreros apaleados y sin resuello.

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El tripalium del siglo VI derivó en tripaliare, luego en trebejo y concluyó en trabajo, es decir, esfuerzo y sacrificio que aparece cuando la rentabilidad empresarial está por encima del bienestar de los trabajadores, es autorizado por las leyes, consentido por los trabajadores, silenciado por la sociedad, bendecido por la Iglesia y aprovechado por los explotadores.

El trabajo se convierte en tripalium medieval cuando los obreros trabajan doce horas seguidas encerrados en naves, por un puñado de euros. Cuando la miseria ofrece diez brazos al explotador y éste paga salario por dos. Cuando la salud del trabajador pende de un hilo en los núcleos de las centrales nucleares, en campos de fumigación o en las naves de tinte.

El trabajo se convierte en tripalium cuando falta el aire, sudan las pestañas, crujen los huesos, se quiebra el espinazo, no llegan las fuerzas y la enfermedad laboral se hace costumbre. Cuando los cazadores de brazos utilizan como arma la injusta legalidad para azotar las espaldas de los obreros. Cuando el trabajador piensa más en la desgracia del patrón que en su propio infortunio.

En definitiva el trabajo se convierte en tripalium, con hoguera en los pies incluida, cuando la libertad se esclaviza a horarios interminables, salarios raquíticos, escasos derechos laborales y nula seguridad profesional.

ARGUMENTOS PERVERSOS

ARGUMENTOS PERVERSOS

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Las razones esgrimidas por algunos dirigentes políticos y financieros, recuerdan los perversos argumentos utilizados por los esquilmadores españoles de los siglos XVI y XVII que invadieron el nuevo continente, justificando la rapiña de tesoros, los cristazos convertidores de infieles y el exterminio de rebeldes, con palabras que hoy ofenden al sentido común.

En aquellos tiempos se justificaba el suicidio de los indios en las islas del Caribe diciendo que eran holgazanes y se negaban a trabajar. Hoy los suicidios por desahucios se atribuyen a la poca cabeza de los que se ahorcan, mientras el expresidente de la patronal decía que estamos como estamos porque se trabaja poco y se cobra mucho.

En aquellos tiempos los virreyes atribuían a Satán y a la estupidez, que los indios creyeran en sus sueños y pretendieran hacerlos realidad. Hoy Marina del Corral, la secretaria general de Inmigración y Emigración, afirma que los jóvenes licenciados y doctores emigran al extranjero, llevados por “el impulso aventurero de la juventud”.

En aquellos tiempos se informaba desde el territorio conquistado a la corte española, que los rebeldes eran pocos y todos estaban conformes con la explotación, los castigos y las conversiones, porque la mayoría de ellos permanecía resignado en sus chozas. Hoy el presidente del Gobierno dice que la mayoría silenciosa está de acuerdo con los recortes porque se queda en casa y no acude a las manifestaciones.

En tiempo de los esquilmadores se decía que los indios eran incapaces de dominar sus instintos porque comían cuando tenían hambre y no cuando era la hora de comer. Los recortadores de hoy recriminan a los parados que no quieran trabajar y prefieren vivir de las prestaciones por desempleo para satisfacer su primitivo instinto de comer.

En tiempos de los profetas redentores, estos justificaban que los indios adoraran la naturaleza y la tuvieran por madre sagrada, porque eran idólatras. Hoy el ministro de Justicia atribuye las huelgas judiciales a la ambición económica de los jueces y no a su celo por mejorar la profesión que adoran.

En tiempos de los saqueadores se justificaba la desnudez de los indios porque eran salvajes que no tenían vergüenza. Hoy las mareas blancas y verdes de médicos y profesores son descalificadas, porque se trata de rojos sinvergüenzas que salen a la calle sin motivos, en vez de estar en los consultorios, aulas y quirófanos.