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Etiqueta: prepotencia

DISCUTIR Vs. DISPUTAR

DISCUTIR Vs. DISPUTAR

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Hay disputadores que juegan a ser discutidores, ignorando que examinar atenta y detenidamente una materia alegando razones contra el parecer de otra persona, nada tiene que ver con porfiar violentamente con calor y vehemencia, ofendiendo, ironizando, despreciando y vituperando al oponente, aunque nada se conozca de él.

El sentido común de la especie humana obliga a rechazar lo que impone la sinrazón sobre el tapete de la discrepancia a palmetazos, olvidando que el único camino al entendimiento en una discusión es la empatía con el adversario, porque en todo razonamiento contrapuesto hay una parte de verdad en los dos argumentarios, que cada oponente debe tratar de encontrar para converger con el adversario.

La verdad absoluta, dogmática y única no existe aislada cuando la discrepancia llama a la puerta, estando repartida entre los rivales dialécticos que se disputan la hegemonía exponiendo razones personales, pero sin razón total, y alejados muchas veces de la racionalidad que se supone a los seres humanos, cuando la disensión lleva al vituperio del oponente.

Es enriquecedora la confrontación dialéctica civilizada y complaciente la polémica intelectual, pero detestable el grosero enfrentamiento que enturbia la razón y dificulta la posibilidad de encuentro, cuando la inevitable discrepancia de criterio entre opuestos lleva a comportamientos agresivos y palabras ofensivas.

Subestimo la agresividad verbal, rechazo el insulto, repudio la falta de respeto, impugno el vocabulario grueso, rehúso el desprecio, desdeño la ironía mordaz y censuro el dogmatismo, entendiendo que la empatía, el diálogo y la tolerancia son la base para el necesario entendimiento, dejando a un lado la prepotencia, el dogmatismo, la chulería y el vituperio, a los que no daré cabida en el espacio donde me encuentre, porque disfruto con el debate intelectual, la discrepancia civilizada y la argumentación razonada, sin dar oportunidad al desacuerdo para abrir heridas personales que dejan imborrable huella y llevan al desencuentro.

EL VALOR DE DISCUTIR

EL VALOR DE DISCUTIR

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Nuestra larga historia está jalonada de ejemplos donde la intransigencia ideológica ha pintado de sangre los dinteles de muchas puertas, desdibujado rostros en las fotografías y tiznado de negrura el alma de los críticos contra el pensamiento dominante, sometiendo la voluntad de los divergentes a pelotones de fusilamiento, piras inquisitoriales y exclusiones sociales.

Discutir es examinar atentamente una cuestión entre varias personas alegando respetuosamente cada cual las razones sobre su parecer respecto a la materia objeto de análisis, algo que define el nivel intelectual y educativo de las personas que discuten.

A los españoles nos falta capacidad para la discusión templada en los debates, la argumentación razonada, el diálogo civilizado, el respeto a otras ideas y el silencio cuando interviene el oponente, sobrándonos instinto de porfía, afición a la bronca, dominio del insulto, exceso de mordacidad, tendencia al griterío y fáciles descalificaciones.

El poeta Guerra Junqueiro afirmaba con cierta ironía que “quienes ven todo claro, son espíritus oscuros”, y los españoles debatimos ocasionalmente con clarísimos argumentos más oscuros que la cueva de las Múcheres, que nos lleva a dogmatizar por mimetismo con la actitud de la Iglesia ante lo desconocido.

Vivimos un clima de intransigencia que nos impide encontrar el camino de la verdad porque el apasionamiento lo impide, la soberbia lo prohíbe y la prepotencia pone barreras a la inteligencia, espantando el sentido común y la cordura con sus gritos.

Son muchas las ocasiones en que las disputas no pretenden llegar al encuentro con el opositor, ni conceder al discrepante la parte de verdad que le corresponde, olvidando que en las palabras del adversario hay siempre una parte de verdad por pequeña que ésta sea, con capacidad para desesterilizar discusiones que sólo pretenden salvaguardar el amor que cada uno tenemos a nosotros mismos, aunque no nos merezcamos tanto amor propio.

Los intolerantes tienen especial capacidad para metamorfosearse en moluscos bivalvos, que se encierran en las dos herméticas valvas de su concha impidiendo que penetre en ellos la más leve posibilidad de encuentro con ideas contrarias a las suyas, para evitar ser devorados por los argumentos contrarios.

RODRÍGUEZ, EL BIEN COMIDO

RODRÍGUEZ, EL BIEN COMIDO

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Dice el Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid que está dispuesto a dimitir, porque a la política ya llegó comido y no la necesita para vivir, aunque no explica por qué lleva 31 años acomodando sus hermosas posaderas en diferentes sillones políticos recibiendo dinero de los contribuyentes, mientras llama mentirosa a la pobre sanitaria que se debate entre la vida y la muerte, culpándola de su desgracia.

¡Qué desvergüenza, Dios! Qué prepotencia, qué falta de autocrítica, qué forma de insultar a la paciente, qué insulto más descarado a los ciudadanos y ciudadanas que llevamos años soportando mentiras, abusos y faltas de respeto por parte de algunos dirigentes populares, sin que semejantes actitudes se vean reflejadas en las encuestas de opinión.

Tiene razón don Francisco Javier Rodríguez Rodríguez al decir que no se necesita hacer un máster para aprender a ponerse el traje sanitario de protección contra el maldito virus del ébola, pretendiendo con ello descalificar a los especialistas que han considerado insuficiente el tiempo dedicado a la formación para realizar esa tarea.

Pero olvida decir que para ser el máximo responsable sanitario de una comunidad sí se necesita hacer un máster en respeto ciudadano, tener el doctorado en autocrítica, haber hecho un curso acelerado de sentido común, ser licenciado en humildad, tener la diplomatura en responsabilidad social y acreditar un nivel mínimo de sensibilidad humana.

Sorprende que un facultativo expedientado en los años noventa por su mala gestión del servicio de urgencias en un hospital de Madrid, sea nombrado años después máximo responsables de los servicios sanitarios de la comunidad madrileña.

CUSTER EN LITTLE BIG HORN

CUSTER EN LITTLE BIG HORN

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El cine, la literatura y un joven país como Estados Unidos necesitado de mitos, divinizó al general Custer con su muerte en la batalla de Little Big Horn, cuando en realidad fue el peor alumno en West Point, indisciplinado y mal estratega militar sobrado de intrepidez.

Es fácil imaginar que por estas fechas de 1876, andarían los indios sioux de Caballo Loco celebrando en Montana la victoria de Little Big Horn sobre los soldados del 7º Regimiento de Caballería, que combatieron a las órdenes del teniente coronel George Armstrong Custer en una de las guerras que disputaron entre ambos.

Castigo aleccionador para Custer que había masacrado anteriormente un campamento de indios cheyenes junto al río Washita, defendido por inocentes niños, ancianos y mujeres, provocando la ira y juramentación de Caballo Loco y Toro Sentado para vengar el cobarde exterminio provocado por los militares y expulsar al invasor de sus tierras.

El sobradísimo Custer entró en combate con prepotencia y mala contabilidad, pues los mil quinientos indios que pensaba aniquilar en un santiamén se convirtieron en cuatro mil enfurecidos guerreros que infringieron a los yanquis la más humillante historia que jamás pudieron imaginar.

Si el territorio sioux de Montana no hubiera sido rico en oro, allí no habrían llegado ambiciosos colonos a esquilmar sus tesoros naturales, ni el gobierno hubiera pedido a los indios que abandonaran la tierra que les pertenecía, ni la batalla de Little hubiera tenido lugar, ni las tropas azules hubieran intervenido, ni la sangre de los pieles rojas y la azul de los rostros pálidos hubiera regado el suelo, ni el buscaglorias “de los cabellos largos” hubiera perdido su pajiza cabellera.

RESPETO AL CIUDADANO

RESPETO AL CIUDADANO

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Cuando hablamos de respeto al ciudadano nos referimos al miramiento que meceremos las personas por parte de quienes rigen nuestros destinos, una vez que se ha hecho el recuento de urnas, porque mientras dura la campaña electoral la consideración está garantizado, por la cuenta que le tiene a quienes luego nos pierden el respeto.

Por eso, pedimos a nuestros dirigentes de uno y otro bando, la atención que merecemos, rogándoles menos tomaduras de pelo,  en forma de mentiras, ficticia beligerancia mutua y teatro público que concluye con carcajadas en la barra del bar.

Asistimos a un preocupante crecimiento del apéndice nasal de los políticos que están haciendo de Pinocho un vulgar imitador, por el desproporcionado tamaño que están adquiriendo sus narices, aunque la degeneración de la pituitaria les impida oler el aroma desencantada y el cítrico olor de la indignación popular, harta de soportar descortesías morales y falsificación de hechos, que continúan helando el corazón del pueblo.

Estamos tan cansados de ver volar gaviotas y pétalos de rosa en dirección contraria a la veleta ciudadana, que necesitaríamos verlos planear en otro sentido durante cuatro vidas para creernos sus promesas de redención, porque se trata de una cortina de humo, de un espejismo, de oportunismo ficticio de laboratorio y de política de diseño concebida para seguir ocupando sillones municipales, autonómicos y europeos durante cinco eternidades.

RECORTAZO AL TASAZO

RECORTAZO AL TASAZO

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El Ministerio de Justicia acaba de anunciar una reducción del 80 % en las tasas judiciales que arbitrariamente nos había impuesto, según ha comunicado por carta el fiscal Gallardón a la Defensora del Pueblo. Noticia que celebramos con amargura porque viene oscurecida con negra sombra de decepción, pues exigimos la abolición de la presurosa Ley 10/2012.

No obstante, debemos satisfacernos con la rebaja del ministro aunque no comprendamos lo sucedido, porque si las cantidades impuestas en dicha ley eran las justas, no debían reducirse; y si no lo eran, jamás debieron imponerse.

La decisión del ministro alivia parcialmente temores, evita lamentables injusticias y protege parcialmente la indefensión, pero tiene el sabor amargo del más radical totalitarismo en el seno de una seudocracia que lleva años esperando convertirse en democracia. Lo sucedido hace pensar en una perversión del sistema consistente en introducir cada cuatro años a los ciudadanos en las urnas, reteniéndolos en esa jaula el tiempo preciso para promulgar leyes de caza, cargar las escopetas y disparar contra ellos.

La actitud del ministro es paradigmática de lo que no debe hacerse en democracia, por mucho que Gallardón se considere investido de divinos poderes, similares a los del papa cuando habla excátedra.

Alguien tendría que decirle a este fiscal revenido a concejal, senador, diputado, presidente de comunidad, alcalde, ministro y déspota, que los ciudadanos no somos perdices en el coto privado de sus caprichos vesánicos. Ni cobayas de experimentación para sus ratos de ocio. Ni muñecos de chocolate con los que alimentar su prepotencia. Ni siervos resignados para satisfacer su vanidad. Ni juguetes distractores de su incompetencia.

Alguien tiene que decirle a don Alberto que antes de disparar, conviene apuntar. Que antes de tomar decisiones que afecten a otros, hay que consultar a los afectados. Que para recibir aplausos conviene evitar provocaciones. Que la prepotencia y el despotismo son propios de regímenes absolutistas. Y que la prudencia, el respeto, la cordura y el sentido común deben guiar las actuaciones de los  mandamases.

PACOCAMPISMO

PACOCAMPISMO

Ahí sigue don Francisco Camps sacando pecho, aprovechando que los ciudadanos honrados no se han recuperado aún de la estupefacción sufrida con sus vergonzosas conversaciones telefónicas, y sin darse cuenta que sus compañeros de partido están pasando la guadaña cada cinco minutos para segarle los pies en cuanto asome por los alrededores de Génova.

Confundir la votación de un jurado carente de básicos conocimientos ortográficos, con la inocencia moral, el compromiso ético y la limpieza política, sólo es propio del Pacocampismo. Nueva doctrina polítiquera que consiste en protegerse la cara con cemento armado en lugar de crema Poms, sonreír sin mostrar demasiado los colmillos, alardear de superhombre poniéndose plataformas en los zapatos, contar con la ayuda de Dios para llegar a la Moncloa y remar el L’Albufera.

Sabed, amigos, que es el Pacocampismo una corriente de pensamiento fundada por un elegante abogado valenciano que luce hermosos trajes con gaviota en la solapa. Personaje que destaca por su cinismo, chulería y prepotencia. El Pacocampismo es una extraña forma de hacer política, originada por un virus cuya cepa procede de Borbotó, hospedándose luego en despachos a media luz de la noche valenciana, cuando un arrebato despótico del fundador le llevó a tomar la coctelera y poner dentro de ella un buen chorro de ambición, bastante cara dura de alto grado, una rodaja de impunidad y mucha codicia de poder. Luego agitó el recipiente con energía, llenó la copa de su “amiguito del alma” y brindó con él sin percibir la mancha en el traje debida a las gotas que cayeron al chocar las copas, prueba muda de la acusación no percibida por el jurado popular que lo juzgó, mientras el “recibidor” deseaba larga vida al “conseguidor”.

Ahora, con el fuego fatuo de la sentencia metido en las entrañas ha decidido calentarse las manos dando tortazos a diestro y siniestro. Y para desocupar el cerebro de buenos pensamientos ha redactado el código del Pacocampismo, mientras ofende al inquilino de la Moncloa, aspirando a ocupar su trono.

Leyendo este breviario puede verse que sus tres características básicas son: permanente sonrisa de conejo, furibunda ambición de poder y descarado cinismo. Por eso defiende la teoría de que todo puede conseguirse con despotismo y rostro pálido. Por eso hicieron cola en su despacho tantos especuladores sin escrúpulos. Por eso en torno al Pacocampismo hay un olor fétido que trasciende los filtros más potentes. Por eso muchos populares no soportan ya el hedor que despide y comienzan a fumigar sentido común a su alrededor, acompañado de tímidas gotitas de ética y democracia.

El Pacocampista que se precie ha de asomar la cabeza a través del cartón blanco de la camisa, arriesgándose a que se la corten. Irá planchado, bien trajeado, entallado y sonriendo. Adiestrará su olfato oliendo en despachos de la planta superior y tendrá el rejón dispuesto para lanzarse en picado contra el primer disidente que divise. Si pierde la habilidad de hacer negocios nocturnos después de la cuarta copa, será excluido del grupo. Llevará siempre en el bolsillo una maza para aporrear sobre las mesas; una cuchilla para afilarse la lengua; una escofina para limar el crecimiento continuo de su nariz; y un dedo índice de plástico para acusar. Pero nunca llevará preservativos, porque su religión se lo prohíbe.

Los seguidores del Pacocampismo deberán ser flexibles en apariencia, arrastrarse como serpientes y ser más escurridizos que las anguilas. Cualidades que les permitirán moverse entre los pasillos de la política sin recibir la mínima salpicadura aunque estén más pringados que una tostada.