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¿ JUBILADOS ESTAFADORES ?

¿ JUBILADOS ESTAFADORES ?

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Con ironía española nos sentimos orgullosos de contar con un ministro de Hacienda implacable con el fraude fiscal, que ha perseguido sin desmayo a los estafadores que guardaban sus euros en paraísos fiscales, obligándoles a tributar una cantidad de dinero que anulará todos los recortes provocados por la crisis, llevándonos al Estado del Bienestar que deseamos. Ya.

Además, como todos sabemos, Montoro ha metido la mano en el bolsillo de los defraudadores que cayeron en la red que él mismo les tendió, engañándoles con una amnistía fiscal que sirvió a nuestro recaudador para cazarlos a todos, obligándoles a depositar las huchas en el cobre de la Hacienda pública. Ya.

Por otro lado, es de dominio público que el ministro ha promovido leyes desde Gobierno para que todos los ladrones de guante blanco que arruinaron las Cajas, hayan perdido las indemnizaciones y devuelto hasta el último céntimo al Estado, desde la cárcel donde duermen y comen el rancho junto a los depredadores que estafaron a los ahorradores con las “preferentes”. Ya.

Por si esto fuera poco, nuestro recaudador oficial ha llevado su celo acaparador hasta el último rincón, denunciando a la pandilla indeseable de jubilados lorquinos que estaban arruinando al Estado con el multimillonario negocio ilegal que tenían montado, para enriquecerse y llenar la andorga a costa de los demás contribuyentes con una comida en Navidad y otra en verano, junto a otros cómplices jubilados que el perseguidor de los indefensos ciudadanos ha descubierto, sin atreverse a mirar por el ojo de la cerradura a quienes están verdaderamente arruinando el país.

Sarcasmo de nuestro ministro que ofende el común sentido ciudadano en esta tierra de María Santísima, donde las cárceles se han construido para los robagallinas y no para los grandes defraudadores, como dijo el presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial, Carlos Lesmes, sin que nadie se haya dado por aludido ante semejante afirmación de la máxima autoridad judicial.

QUEJICAS

QUEJICAS

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Quejicas son mis colegas jubilados que no hacen más que protestar por todo lo que sucede a su alrededor, sin tener en cuenta que tenemos un sueldazo sin trabajar y que vivimos demasiado tiempo con grave perjuicio para las arcas del Estado, como muy bien dijo Cristina, la directora de las monedas internacionales, a quien deseo otros cincuenta y nueve años de vida, para que sepa lo que es bueno y disfrute del respeto que a nosotros se nos tiene.

Quejicas los jubilados, incluso cuando les aumentan la pensión, como ayer anunció el interino presidente del Gobierno guiñando de forma incontrolada el ojo, al anunciar una subida del 0,25 % en la prestación por jubilación, en vez de bajárnosla un 60 % como podía haber hecho con el aplauso de los troikistas y las agencias funerarias.

Quejicas los jubilados que están demostrando una incomprensión absoluta hacia el Gobierno por haber incumplido el compromiso de subirnos las pensiones tanto como el índice de precios al consumo, sin tener en cuenta la herencia recibida, ni la salvación de los pobrecitos banqueros, cuyas indemnizaciones y pensiones vitalicias no les permitirán llegar a fin de mes, …. del año 13.013.

Pero no solo son quejicosos los jubilados, sino también malencarados con los mandamases y desagradecidos con el respeto que nos han tenido y el cariño demostrado custodiando nuestra hucha nacional para que no la malgastemos en chuches que dañen nuestros dientes y podamos ayudar solidariamente a no se sabe quién, con los mordiscos que han pegado al fondo toledano que nos garantizaba la supervivencia.

Por mi parte, ya he contratado un experto en inversión financiera para que invierta y administre los dos euros anuales que recibiré con el aumento anunciado de la pensión, para obtener con ellos la máxima rentabilidad y comprarme un cortijo donde meter la manada de cínicos que nos insultan cada día.

¡ VIERNES !

¡ VIERNES !

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Los jubilados compensamos nuestra cercanía a la estación término, olvidándonos del calendario y desconociendo el día de la semana en que vivimos, para equilibrar así la lejanía en que se encuentran del gran viaje los jóvenes que trabajan, sin prevenir que la malhadada suerte puede picarles el billete a la vuelta de la esquina.

Recuerdo sin nostalgia el bullicio festivo de los viernes en los patios escolares y las prisas azarosas por acabar la jornada, en horas previas a la cena extramuros que abría las puertas de madrugada a un viaje parisino, la pista de tenis en Bulle, el senderismo suizo, los museos londinenses, el mercado belga de “las pulgas” o simplemente el sillón doméstico en zapatillas con el libro de la mano y música lejana acompañando la lectura.

Con la jubilación se entremezclan los días de la semana en cóctel suave, de pocos grados, escasa agitación y digerible, para ser libado a pequeños sorbos, sin distinguir los sabores que tuvieron en tiempos laborables los siete días que componen el reconfortante brebaje que los trabajadores se beben a grandes tragos durante la semana.

Tiene el lunes sabor a cansancio desganado; el martes viene con el amargo paladar de lo inaccesible; deja el miércoles voluble gusto a incertidumbre; el jueves emboca las papilas con anhelo; impregna el viernes de esperanza el inmediato futuro; el sábado complace la embacadura con joviales aromas; y el domingo por la tarde acidifica la vida con decepcionante hastío hacia un nuevo comienzo desganado.

Pero hoy es viernes, María. Y mañana, sábado, Ángel. Te quedará luego la mañana del domingo, Rafael. Pero todos iréis el lunes a la sala de espera del viernes que hoy os toca vivir con la alegría que los jubilados gozamos durante los años que estuvimos atados con siete lazos a los días de la semana.

OCIO

OCIO

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El ocio es ocupación divertida, sosegada y placentera, que se lleva por delante el tiempo que dejan libre los afanes y trabajos de cada día, siendo para los jubilados un espacio en continua expansión, como le sucede al universo, aunque más perecedero, frágil, contingente y caprichoso que él.

Se diferencia el ocio del tiempo libre en que no deja tiempo libre para dedicarlo a la nada, ni permite la quietud mental, ni autoriza buscar musarañas por las paredes, ni consiente la espera de santos advenimientos con los brazos cruzados, impidiendo así que haya parados en el territorio del ocio.

Ocupación sin remunerar, esfuerzo gratuito, oficio sin derechos laborales, empleo imaginativo, quehacer sin contrato de trabajo y tarea que no demanda exámenes previos para acceder a ella, ni limita el número de asociados, ni exige certificados de buena conducta, excluyendo de sus filas solo a los gandules.

El ocio libera de órdenes externas, mandatos superiores, caprichos del patrón, compromisos laborales y exigencias profesionales, obligándonos a decidir sobre nuestra actividad, a ocupar la mente, dar trabajo a las manos, mover las piernas o agitar los brazos, para crecer interiormente, porque ocio, cultura y bienestar, van de la mano.

Engullidos por la voracidad de la vida, el ocio se reduce a un punto de luz al final del túnel enladrillado con afanes cotidianos que solo permite expansiones tímidas de la voluntad propia para satisfacer todo aquello que se anhela hacer, sin posibilidad de ejecutarlo plenamente y saliendo de nosotros mismos al interior que nos pertenece.

No hay mejor momento para el ocio, ni más extenso espacio para él, ni más tiempo en los relojes para complacer deseos personales impedidos por tareas ajenas a la propia voluntad, como los jubilosos años de jubilación, cuando se ha entregado todo lo que podía darse a la sociedad que sustenta el retiro.

AUSTERIDAD, ¿PARA QUIÉN?

AUSTERIDAD, ¿PARA QUIÉN?

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Sin dar tiempo a que nuestro presidente del Gobierno dijera que la crisis económica tocará este año a su fin, el jefe del influyente Instituto económico alemán recomienda la devaluación de sueldos y una bajada del 25 % en los precios, proponiendo la germanización del país y asegurando que la austeridad va para largo. ¡Bien por el chico!

No sé si Hans sabe lo que dice, cuando dice lo que dice, porque no estamos dispuestos a mortificar más los sentidos y pasiones, es decir, a castigar físicamente el cuerpo con penitencias y castigos propinados por quienes desconocen la mortificación, el tormento y sacrificio.

Austeridad, ¿para quién, herr Werner? ¿Para el pueblo harto de sufrir, mientras los depredadores sonríen complacidos? ¿Austeridad para millones de ciudadanos que tienen las venas resecas y no les queda ni una gota de sangre que donar? ¿Austeridad para las personas a quienes solo les resta el alma en propiedad porque han tenido que vender el esqueleto y las córneas?

¿Para quién la austeridad, herr Sinn? ¿Para los desahuciados que ya no tienen ni techo donde cobijarse? ¿Austeridad para los jubilados estafados con las “preferentes”? ¿O austeridad para los enfermos crónicos dependientes de la generosidad ajena?

¿Para quién es la austeridad que exige el presidente del IFO? ¿Para usted, señor Hans Werner Sinn? ¿Pide usted austeridad para su patrona Merkel? ¿O para la insolidaria clase privilegiada que visita los paraísos fiscales? No creo que usted pida austeridad a los banqueros, defraudadores, especuladores y millonarios que toman piña colada en la cubierta de sus barcos.

CARTA ABIERTA A «ESOS» ¿POLICÍAS?

CARTA ABIERTA A «ESOS» ¿POLICÍAS?

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Me gustaría encabezar esta carta con una frase de saludo como es habitual, pero no voy a hacerlo porque a ustedes ni les quiero, ni les estimo, ni les respeto, sino todo lo contrario, les detesto, subestimo y menosprecio, por traerme el recuerdo de 1967 cuando fui salvajemente golpeado por los «grises» en el descampado del Paraninfo de la Ciudad Universitaria por pedir libertad y derechos civiles secuestrados en la dictadura.

No merecen ustedes lucir el uniforme que visten porque sus actitudes pertenecen a otra época y sus comportamientos están más próximos a la chulería y abuso de proxenetas, que a garantes de la seguridad pública como les enseñarían en la academia de Ávila, aunque faltaran a clase ese día por estar durmiendo la borrachera de prepotencia que todavía les dura.

Son ustedes mercenarios de un poder político en decadencia, aunque mantenga la capacidad para explotar el temor, comprando sus voluntades con platos de lentejas. Son ustedes verdugos ejecutores de órdenes dictadas por los mismos inquisidores que les condenan a la pobreza. Son ustedes la mano de hierro de quienes jamás se quitan los guantes blancos. Son ustedes el instrumento que utilizan los beneficiados del sistema para protegerse del pueblo que clama justicia. Son ustedes los que custodian el blindaje económico, social y político de quienes acabarán arrojándoles a las tinieblas.

A los ciudadanos nos queda el consuelo de saber que son minoría entre los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. Y sabemos también que ocultan su maldad bajo el cobarde pretexto de la obediencia debida. Pero no engañan a nadie, porque el ensañamiento con que ustedes han actuado, la arbitrariedad de sus detenciones y el abuso de autoridad ejercido, no se justifican bajo el amparo de ninguna orden, por déspota que sea quien dirige sus voluntades.

Los jefes que les pagan el sueldo cada mes con el dinero de los apaleados conocen sobradamente sus limitaciones neuronales. Saben bien que a ustedes les falta valor y les sobra fuerza bruta. Y saben también que carecen de la sensibilidad que les rompa el corazón cuando arrastran por el suelo a un anciano, estrangulan a una joven, pisotean con sus espuelas la mano de alguien ya reducido, aplastan el ojo de un esposado en el suelo o le rompen el tabique nasal a un vecino que lucha por sus derechos.

Derechos constitucionales que están siendo barridos sin justificación alguna, con su inestimable ayuda. Derechos básicos que le llevarían a ustedes y sus familias a tener una vida digna, hoy en peligro porque se la están robando aquellos por los que ustedes le parten la cara a los demás, mientras los responsables brindan con Moet Chandon, sin importarle el llanto indignado que cruje a la puerta, porque ya se encargan ustedes de secar las lágrimas a garrotazo limpio.

Han demostrado con sus actuaciones una incapacidad manifiesta para el ejercicio de la función que tienen encomendada. Han evidenciado una falta de respeto a los derechos ciudadanos merecedora de sanción. Y han castigado tan desproporcionadamente al «enemigo» que ya no hay camino para la reconciliación, por mucho que ahora la obediencia debida hiera sus conciencias, por escasa que sea la moral que profesan.

Avergüenzan ustedes a la gran mayoría de sus compañeros de profesión, porque han hecho estremecer al país con las brutales imágenes de apaleamientos a ciudadanos cuyo delito era pedir justicia, democracia y empleo. Sonroja ver el linchamiento indiscriminado de ciudadanos que esperaban un tren, paseaban por la calle o hacían su trabajo periodístico. Y abochorna ver a sus jefes aplaudir la barbarie que ustedes han protagonizado.

Por ello, merecen el desprecio de los parados, el abucheo de los funcionarios, la crítica de los periodistas, el ultraje de los obreros, la ira de los indignados, las pedradas de los jóvenes, el zapatillazo de las madres, la condena de los desahuciados, la repulsa de los profesores, el desaire de los jubilados, la indiferencia de los médicos y la sentencia de los jueces, pues el ensañamiento de sus actuaciones les excluye de la raza humana.

Quiero recordarles finalmente que la Ley Orgánica 4/2010, de 20 de mayo, del Régimen disciplinario del Cuerpo Nacional de Policía, tipifica como falta muy grave en su Artículo 7, apartados c), d) y o): el abuso de atribuciones que cause grave daño a los ciudadanos; la práctica de tratos inhumanos, degradantes, discriminatorios o vejatorios a los ciudadanos, y la obstaculización grave al ejercicio de las libertades públicas. Y les advierto que estas faltas, según el Artículo 10 de dicha Ley, pueden llevarles a la separación del servicio, a la suspensión de funciones y al traslado forzoso.

Pero ustedes saben que no pasará nada de esto porque los políticos beneficiarios de su violencia les protegerán injustamente con la impunidad que no merecen.

¿EL FIN NUNCA JUSTIFICA LOS MEDIOS?

¿EL FIN NUNCA JUSTIFICA LOS MEDIOS?

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Todos los viernes a mediodía nos reunimos un grupo de amigos en una taberna para charlar, mientras libamos vino de la Ribera del Duero acompañado de aperitivos. Formamos el grupo: dos inspectores de Hacienda, un mandamás de aduanas, un notario, un abogado, un asesor fiscal, ocasionalmente un constructor y tres jubilados, entre los que me encuentro.

Ayer debatimos si el fin justifica o no los medios empleados para conseguirlo, y quiero extender la discusión a este blog exponiendo los argumentos que defendí ante los amigos, convencido que si los medios empleados no son perversos y el fin es bueno, aquellos pueden y deben ser empleados, invalidándose la categórica frase de que “el fin no justifica los medios”.

La locución contraria procede de un manual de ética del siglo XVII escrito por el jesuita Busenbaum, en el que confirma la licitud de los medios cuando es lícito el fin perseguido. Pero evito el maquiavelismo que subyace en esta idea, rechazando que las guerras justifiquen fin alguno por lícito que éste sea; que el terrorismo sea aceptable por bueno que finja ser el fin que persigue; o que un golpe de Estado merezca el aplauso con el pretendido fin de librar a los ciudadanos de martillazos y golpes de hoz.

Tampoco aceptaría matar a los pobres para acabar con la pobreza, exterminar a los mendigos para erradicar la mendicidad, fumigar a los enfermos terminales para ahorrar dinero o aniquilar a los parados para terminar con los desempleados, siendo lícitos los fines perseguidos.

Por otro lado, no comparto la hipocresía social que acepta sin reparos las adhesiones y conversiones católicas obtenidas bajo la amenaza del infiernos, abusando de la ignorancia ajena, ni justifico las declaraciones de culpabilidad, delaciones y acusaciones obtenidas bajo tortura, ni aceptó la salvaje contaminación ambiental derivada de los medios empleados para el progreso.

Igualmente, hay medios detestables que la sociedad tolera complaciente considerando que el fin pretestado justifica el daño causado, como sucede con las penas capitales o las condenas carcelarias. Incluso, en menor grado, no faltan educadores y padres en las filas del conductismo, que aplican sanciones educativas para lograr conductas socialmente deseables y éticamente correctas en la cultura dominante.

Pero hay medios condenados en un contexto que merecen aprobación en otro, como es el caso del hurto para sobrevivir o la agresión en defensa propia.

Las propias normas, sean éstas cuales fueren, son coactivas y limitantes de la libertad personal, pero son el medio empleado para conseguir un fin, avalando su empleo el valor que las justifica. Así, las normas de convivencia, las de tráfico, las de disciplina, las de comportamiento, están amparadas por el valor de la convivencia, haciendo que el fin justifique los medios empleados, aunque estos sean coercitivos.

¿El fin nunca justifica los medios, como dicen quienes lo dicen?