AGOSTO LUNAR

AGOSTO LUNAR

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Observo con gozosa nostalgia a dos jóvenes acariciándose en un banco municipal, ajenos al mundo exterior que los circunda, y recuerdo los amores furtivos estivales de mi primera adolescencia, cuando jugar al “escondite” por las callejas anochecidas del barrio era anticipo de la primera aventura amorosa, preludio de estremecimientos posteriores.

“Ronda, ronda, el que no se haya escondido, que se esconda”, cantaba quien se «quedaba», antes de salir al encuentro de los que nos escondíamos corriendo entre las calles hacia esquinas verdirrojas, donde encontrábamos consentidas faldas entre las sombras de las farolas que alumbraban el “fresco” de las tejuelas que congregaban los vecinos para aliviar la calima agosteña.

Bajo la bombilla desnuda brotaban confidencias, disimulados acercamientos, risas nerviosas, miradas furtivas y naturales deseos cumplidos al contraluz de la primera luna, testigo de la caricia consentida, distinguiendo por primera vez el rosa del azul en la efervescencia del primer encuentro con lo felizmente inesperado que milagreaba desconocidas palpitaciones.

Comenzaban entonces a lloviznar estrellas fugaces y constelaciones en las noches de agosto sobre los patios, sin que las amenazas de las sotanas pudieran evitar la irremediable derrota de las consignas religiosas y los confesionarios, porque el empuje de la sangre iba más lejos que las amenazas doctrinarias.

No era fácil hallar un rincón desocupado en el solar abandonado de la garita y menos aún eludir la vigilancia horadante de balcones y ventanas. Pero bastaba la ayuda de un guijarro para que las luces callejeras dejaran de ser cómplices de las persianas.

Pero la invasión de temores infundados y la penitencia sacramental del confesionario eran incapaces de acorralar las manos rendidas de cavilaciones, cuando los labios susurraban tímidos tres palabras y el brillo emocionado se incorporaba a las pupilas de la niña, obligándole a decir: “Quieto, tonto, que nos van a ver”, justo antes de que una voz inoportuna nos delatara: “Por Paco y Marisa, que están detrás de la tapia….”.

LA OTRA CARA DE GALICIA

LA OTRA CARA DE GALICIA

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Quienes somos extranjeros en otros lugares, perdemos la condición de foráneos al pisar Galicia, por deseo expreso de los gallegos que con sus hospitalarios gestos hacen el milagro de hacernos sentir en propia casa, por alejados que estemos de nuestro lugar de origen.

Tanto cobijo nos obliga a mantener con gozoso celo el paisanaje, la morriña y el amor a esta tierra en cualquier espacio donde nos encontremos, por encima de la distancia, uniendo devoto recuerdo en la mente y exigente anhelo de retorno para hermanarnos con todo lo invisible a los ojos.

Porque Galicia no es solo escaparate de marisco y pescado con destino a privilegiadas mesas, sino doloroso reflejo de pupilas enviudadas en alta mar, cuando la galerna se alza por encima de las redes, dejando al descubierto la fe de las estampas.

No es Galicia romántica lluvia con deje poético y saudade, sino tormentoso aguacero que dobla la esperanza mar adentro abrillantando chubasqueros amarillos sobre la cubierta zozobrante, con raquíticos sueldos inmerecidos para tanto riesgo.

No es tampoco Galicia néctar de cepas afortunadas libadas por paladares exigentes, sino madera amparadora de pies descalzos sobre el barro en la nostalgia de los protectores zuecos aldeanos.

No es Galicia bálsamo redentor de belleza en sus verdecidos paisajes, sino fuego especulativo y vesánico, que ennegrece intencionado laderas humeantes de irracionalidad, por un plato de lentejas.

No es Galicia territorio de feministas adornados con bisutería de escaparate, sino dura espalda femenina curtida en difíciles quehaceres, que transporta pesados haces de leña al hórreo para ahuyentar el frío del invierno.

No es Galicia espectáculo de espuma en rompeolas contra las rocas, sino castigo injusto a los percebeiros que se juegan mutilaciones en olas que baten inclemente la piedra, sin reparar los cuerpos que se encuentran en el camino para estrellarlos contra las rocas.

A esta Galicia oculta a los ojos del visitante dedico mi abrazo junto al faro que anuncia a los viajeros el fin del mundo.

ZAPATEIRA

ZAPATEIRA

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Cuando digo Zapateira no me refiero a la fémina gallega que repara los zapatos, sino a un privilegiado campo coruñés enclavado en el monte que le da su nombre, al que se llega ascendiendo por el asfalto entre lujosas mansiones y salvando la locura acelerada de conductores homicidas.

Terreno urbanizado con caminos de verde hierba cortada que serpentean entre eucaliptos de altura y pequeños lagos, haciendo las delicias de quienes pasean por sus amplias calles alfombradas dando golpes a una pequeña esfera, con intención de introducirla en un discreto agujero situado en la zona más caprichosa de una ingrata planicie, dando el menor número posible de golpes.

Feliz lugar de reposo mental y placentero esfuerzo físico, compartido por ociosos seres humanos que viajan por caminos paralelos a la crisis pero sin sufrir contaminación por ella ni ver recortado el micro estado del bienestar donde se mantienen, a pesar de los tijeretazos dados por un paisano de la tierra donde se encuentra este privilegiado espacio deportivo.

Tees de salida ajardinados con hortensias multicolores, lagos donde la patena del agua rompe su espejo inmaculado por el violento impacto de bolas descarriadas que provocan la ira de los malos aficionados, continuas subidas monte arriba y bajadas por laderas de sufridora pendiente, hacen de la Zapateira un buen lugar para que dos paseantes acompañen al golfo que golfea con pretensión de ser golfista.

Golpe arriba o abajo, con menos de quinientos porrazos se superan la cuesta del hoyo 1; la precipitada bajada del 5; el lago come-bolas del 14; los interminables kilómetros del 4; y las inexpugnables defensas del 18, desde donde los curiosos contemplan la llegada de los jugadores, tomándose una copa de albariño en grata compañía, como hicieron los peregrinos al terminar el recorrido por el privilegiado espacio donde no queda rastro del innombrable.

CENTENARIO DE LA DESTITUCIÓN

CENTENARIO DE LA DESTITUCIÓN

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El 20 de agosto de 1914 el ministro Bergamín decidió retirar su confianza a Unamuno y destituirle del rectorado, justificando la decisión con hipotéticas faltas administrativas cometidas por el rector al convalidar expedientes académicos de dos estudiantes hispanos, cuando en realidad fue una operación política de antipopular calado, motivada por las revolucionarias campañas agrarias llevadas a cabo por Unamuno y otros catedráticos universitarios durante los años 1912 y 1913, a las que se añadió su negativa a aceptar una caprichosa senaduría que le ofreció el Gobierno y apoyar al escaño de senador universitario al aspirante opuesto al candidato gubernamental.

Tres meses después de la sustitución, el exrector pronunció el 25 de noviembre una conferencia en el Ateneo madrileño con el título “Lo que ha de ser un rector de España”, dejando clara su opinión sobre ello, prodigándose en discursos y artículos críticos contra los autores de la defenestración política, siendo apoyado en las protestas por el pueblo, la Federación Obrera y compañeros de claustro, mostrándose favorables a la destitución los conservadores, patronos, terratenientes y beneficiarios de la arbitraria decisión ministerial.

El sentidor vasco no fue restituido en el cargo hasta volver del exilio, con el triunfo republicano, siendo elegido rector el 18 de abril de 1931 y nombrado para el cargo el 22 de mayo, para ser destituido de nuevo por el Gobierno republicano el 22 de agosto de 1936 por su inicial adhesión los “nacionales”, restituyéndole en el rectorado la Junta de Defensa Nacional el 1 de septiembre y terminando Franco por eliminarlo definitivamente el 22 de octubre, ante la anuencia del pueblo salmantino atemorizado por la brutal represión a que fue sometido.

Estas idas y venidas de don Miguel en el cargo de rector por lealtad a sus ideas, son la imagen de un hombre honrado, que pasó la vida luchando contra “hunos” y “hotros” en defensa de la verdad por encima de la paz, dando testimonio de político honesto, profesor ejemplar, entrañable padre y rector excepcional, que antepuso el interés de la Universidad a su propio beneficio, cuyo recuerdo en el centenario de su destitución como rector bien merece el homenaje que “El Norte de Castilla” le rinde hoy en sus páginas al mayor intelectual que ha tenido el Estudio salmantino.

CORUÑA TIENE UN OLOR ESPECIAL

CORUÑA TIENE UN OLOR ESPECIAL

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Ignoro si dice verdad la copla que canta a Sevilla por su sabor especial, pero tengo sobradas razones para asegurar que Coruña tiene un olor especial, mezcla de salitre, aletas, nubes inquietas, luces grises, cálida niebla y viento húmedo, testigos de mi nuevo encuentro con una tierra acogedora que impide a los visitantes ser forasteros.

Repetido goce de cantones, riazores, torres hercúleas y golfeo zapateiro, felizmente acompañados por dos queridos polizones que este año que han colado amorosamente en la bodega del viaje para hacernos más feliz la estancia en este hermoso paisaje con olor a mar desescamado en la madrugadora lonja.

Tiene Galicia embrujo de bruxas liberadoras de satanes y malos espíritus que arden en fuego de santas compañas, como las que me abrazan afectuosas siempre que vengo a restaurar las heridas frente a este mar que golpea las rocas, poniendo a prueba los percebeiros que arriesgan su vida por un puñado de euros.

Volver a Coruña es renacer a la juventud de un amor prematuro que se hizo duradero, cuando las íntimas olas Bastiagueiro fueron testigo de la primera caricia furtiva y el futuro incierto se hacía perceptible sueño en la posible quimera de lo inalcanzable, sin prevenir la feliz descendencia que se antojaba entonces tan lejana.

Paseos atardecidos, envueltos en húmeda neblina con olor esperanzado, que hoy retornan encanecidos por una vida cansada de ir de mano en mano, en busca de un paradero donde esparcir nostalgias recuperadas al pisar de nuevo la espiritual tierra firme que Galicia pone a nuestros pies desde Cebreiro a Finisterre

EPPUR SI MUOVE

EPPUR SI MUOVE

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Galicia con sus meigas y conjuros es buen lugar para recordar el humillante castigo sufrido por Galileo, simplemente por defender una realidad demostrable y cierta, en contra de las predicciones bíblicas anunciadas por los escritores del libro sagrado bajo desacertada inspiración divina.

“Yo, Galileo, hijo de Vincenzo Galileo de Florencia, a la edad de 70 años, postrado ante vosotros, Eminentísimos y Reverendísimos Cardenales, en toda la República Cristiana, ante los sacrosantos Evangelios, que toco con mi mano, juro que siempre he creído, creo aún y, con la ayuda de Dios, seguiré creyendo todo lo que mantiene, predica y enseña la Santa, Católica y Apostólica Iglesia, reniego de la falsa opinión de que el Sol es el centro del mundo y que no se mueve y que la Tierra no es el centro del mundo y se mueve”.

Con estas palabras, el anciano sabio Galileo abjuró en el romano convento de Minerva, de la teoría heliocéntrica para librarse de la prisión perpetua, tardando la Iglesia cuatro siglos en reconocer el abuso, la humillación y el error que cometió con el científico, por mucho que dijeran que la Biblia establecía la inmovilidad  de la Tierra en el centro del Universo.

Cuenta la tradición que Galileo dijo tras la abjuración : “Eppur si muove”, es decir, “¡Y sin embargo, se mueve!”, algo sin visos de certidumbre, que solo pudo decir con el pensamiento o a su perro, porque de lo contrario hubiera descansado en cárcel inquisitorial hasta el final de sus días, condenado por una Iglesia de evangélicos y tolomeícos geocéntricos, que vencieron y condenaron a los certeros heliocéntricos, con ayuda de la Inquisición y el apoyo incondicional del cardenal Belarmino, que incineró vivo a Giordano Bruno con ramas de olivo en una hoguera.

Actitud detestable de una Iglesia que cercenaba de raíz el progreso científico, contravenía violentamente los evangelios, abusaba de la ignorancia popular, imponía la doctrina a cristazo limpio y conculcaba derechos básicos, con la bendición apostólica de los representantes de Dios entre los hombres, mientras el pueblo resignado cumplía los mandamientos.

VIVIR

VIVIR

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Existir no es igual que vivir, por mucho que el diccionario se empeñe en ello, ni vivir es habitar en algún lugar, obrar instintivamente, mimetizarse con el entorno, subsistir respirando o mantener diástoles existenciales por la inercia vital determinada en las células que conforman nuestro cuerpo.

Vivir es algo que se aprende viviendo, sin otra ocupación que vigilar cada instante para no dejar escapar momento alguno de sentir el latido de la vida en cada experiencia de nuestra personal e intransferible historia, compartiendo gozosos aconteceres y desgraciados sucesos con quienes nos acompañan y permitiendo que estos echen raíces en nuestra alma.

La capacidad de vivir –que no a todos acompaña -, es el gran misterio de la vida, el arcano oculto en las entrañas de lo imposible donde solo llega la fe inagotable en la redención de la anticipada derrota, cuando la realidad y el deseo se funden con perpetuos lazos de hermandad, haciendo posible la resurrección diaria ante los vaivenes de la propia vida.

Regalo es la vida, y placentero gozo vivirla, con la certidumbre de encontrar luna llena en noche negra, cuando emigran los luceros, las sombras se diluyen en opacos resplandores y la fe en la vida confirma el regreso del agua a los manantiales tras la sequía del infortunio.