CARNAVALADAS

CARNAVALADAS

Estamos en plenos carnavales o, si preferís,  carnestolendas, que para el caso es lo mismo pues ambos invitan a los católicos a despedirse de la carne el miércoles próximo y los cinco viernes sucesivos que le siguen, con sus noches incluidas, aunque la  mayoría de ellos no hagan mucho caso al ayuno y la abstinencia de carne, que demandan los purpurados religiosos con sus mandatos.

Es, pues, un buen momento para hablar de carnavaladas, esas informalidades sociales, fingimientos en tribunas y disfraces de comedia que prolongan ciertos sujetos más allá de estos días carnavaleros, impuestos por la cuaresma litúrgica practicada por los comediantes de tribuna.

Los jóvenes ignoran que en tiempos de sequía liberal no se autorizaban los disfraces por las calles sin el rostro al descubierto, siendo atrevidos los ciudadanos que sacaban del armario ropas viejas, expurgaban vestidos apolillados y rastreaban los baúles en busca de recuerdos y añoranzas del pasado, ocultos en el refajo de la abuela o en el kepis militar del pariente fallecido.

Aquello ha cambiado para los que hoy se ponen trajes de alpaca bien ajustados a los sillones institucionales, evidenciando que a sus cuerpos no les corresponde el armani político que lucen. Hay también sujetos que se disfrazan con túnicas de honradez para ocultar sus engaños, sin conseguirlo; y un tercer grupo de individuos que, se pongan lo que se pongan, siempre van disfrazados, lo que nos obliga a pensar que se encuentran en permanente carnaval con síndrome de abstinencia permanente hacia los euros que se amontonan en sus cuentas corrientes sin merecerlo.

Ante esto, cabe preguntamos si cada cual es lo que ve en el espejo por la mañana al levantarse de la cama o lo que representa ser al pisar la calle. El drama de Calderón nunca tuvo más vigencia que ahora, en esta sociedad de lo políticamente correcto, donde cada uno cumple su papel frente a los demás. Todos soñamos que somos algo, aunque no lo entendamos y temamos despertar del sueño. Pero pocos se dan cuenta que no es lo mismo ser lo que se cree uno que es, que creerse uno lo que no es.

EL TREN DE LA VIDA

EL TREN DE LA VIDA

El tren de alta velocidad que vuela por las vías pasando los pueblos de tres en tres, sin dar oportunidad a los viajeros de ver estos días las espadañas coronadas de cigüeñas, evoca en nostálgica mente el recuerdo del tren de la infancia, con vagones tirados por máquinas de vapor que bufaban y rebufaban en las trincheras pidiendo espacio para trotar libremente por llanuras y detenerse a recuperar fuerzas en los bebederos de agua cercanos a los pueblos, entonces ocupados por lugareños de tierra, alpargatas, puchero y pan.

Trenes solidarios donde la vida habitaba en ellos sin reserva alguna, porque en sus departamentos se compartía comida embutida en fiambrera y pan de hogaza, superando el vaivén que dificultaba el gorgoteo en el paladar del vino procedente de las botas, en medio del estrepitoso traqueteo del tren como música de fondo a canciones, risas y bromas, solo interrumpidas por un policía “secreta” que buscaba “rojos” despistados por los vagones.

En aquellos trenes hubo nacimientos imprevistos, muertes anticipadas, romances inesperados, espontáneas peleas, robos de guante negro, detenciones injustificadas, trileros de paso, rifas de afeitadoras,  niños corriendo por los pasillos, comerciantes en las plataformas haciendo negocios, váteres testigos de inconfesables aventuras amorosas, discusiones matrimoniales, reconciliaciones y aves de corral asomando la cabeza en la cesta de mimbre.

Pero también había despedidas de viajeros que habían compartido esas historia de la vida con quienes quedaban en el tren, a los que no volverían a ver cuando abandonaban definitivamente aquel convoy de la vida en la estación correspondiente, quedando los demás viajeros a la espera de que llegara su estación para apearse dejando al tren de la vida que siguiera su camino.

CONSEJEROS DE CONSEJOS

CONSEJEROS DE CONSEJOS

El desaparecido Jaume Perich escribió en 1970 su libro “Autopista”, inspirado en el “Camino” de monseñor Escribá, como parodia de similar estructura, formada por ácidas máximas, entre las que figuraba: “la mejor prueba de que en los Estados Unidos cualquiera puede llegar a presidente, la tenemos en su presidente”. Mordaz ironía sobre el democrático orgullo americano que solo imponía como condiciones constitucionales para ser presidente: haber nacido en el país o vivido en él por lo menos 14 años y ser mayor de 35 años de edad.

En España se lo ponemos también fácil a los ciudadanos aspirantes a ministros, pues según el artículo 11 de la Ley del Gobierno, para ser ministro se requiere simplemente ser español, mayor de edad, disfrutar de los derechos de sufragio activo y pasivo, así como no estar inhabilitado para ejercer empleo o cargo público por sentencia judicial firme. Algo que en palabras “del Perich” significa que a ministro/a del gobierno español puede llegar cualquiera que tenga más de 18 años y no esté señalado por el dedo judicial.

Las condiciones exigibles para ser miembro/a del más importante consejo de administración del Estado no son seguidas por los consejos de administración de las grandes empresas, que se niegan a imitar los pasos del Gobierno, exigiendo a sus miembros méritos profesionales y competencias demostradas para el ejercicio del cargo, sin que comprendamos por qué les requieren cualidades no demandadas a los componentes del máximo consejo rector del país.

Consideramos que la actitud de tales consejos privados es un abuso de poder contra el que debe querellarse la fiscala general del Estado, porque las grandes empresas no tienen derecho a pedir a los miembros que las gobiernan, cualidades no requeridas a quienes se sientan en el Consejo de Ministros, como son, por ejemplo: garantía para abordar con éxito los aspectos de su gestión, experiencia previa, aptitud profesional, idoneidad para el cargo y sólida formación.

 

BENZODIAZEPINA PARA LOS ACADÉMICOS

BENZODIAZEPINA PARA LOS ACADÉMICOS

El desencuentro lingüístico entre la vicepresidenta Calvo y los académicos sobre el lenguaje inclusivo, da pie a jugar con el género gramatical sin ánimo de molestar a personos que combaten con radicalidad el tradicional lenguaje sexista, recomendando previamente a quienes dan brillo y esplendor a nuestra lengua desde los sillones académicos de la calle Felipe IV, la ingesta de Clorazepato.

Espero que las miembras rectoras del Ministerio de Igualdad, erradiquen el leguaje no sexista de los textos que redacten, los discursos que pronuncien y las entrevistas que concedan, pero que entiendan este juego como broma que alivie la pesadumbre que padecemos los que contemplamos pacientemente excesos carentes de sentido, lógica y justificación lingüística.

Sin entrar en profundidades gramaticales ni filológicas, preguntamos qué nuevas palabras o palabros, saldrán por la puerta número 33 de la madrileña calle Alcalá. ¿Caballo será caballa o mantendrán yegua? ¿mesa o meso? ¿sillón será sillona o bastará con silla? ¿tendremos persona y persono?; ¿víctima y víctimo? ¿piloto y pilota? ¿modelo y modela? ¿testigo y testiga? ¿otorrino y otorrina? ¿cineasta y cineasto? ¿logopeda y logopedo? ¿militar y militara? ¿portavoz y portavoza? ¿cabo y caba? ¿jurado y jurada? ¿intérprete e intérpreta? ¿miembros y miembras herederas de Aido?

¿Estudiante se duplicará en estudiante y estudianto? ¿cantante, en cantanta y cantanto? Y lo que es peor y puede afectar directamente a ciertos personajes y algunas personajas ¿ignorante, acabará con división entre ignorantas e ignorantos?

Mientras estamos a la espera de lo que venga, conviene recordar lo que le ocurrió al sindicalisto periodisto que fue de turisto con el poeto y el contratisto a escuchar al orquesto formado por pianisto, trompetisto y violinisto, artistos detenidos por un policío que salía del dentisto para ir al masajisto, sin avisar al telefonisto porque el electricisto estaba en el oculisto esperando que el maquinisto dejara de ser machisto.

ROMANTICISMO DEPORTIVO

ROMANTICISMO DEPORTIVO

La situación que viven en Salamanca los aficionados al fútbol con motivo de la eliminación “del Coruña” por parte de los “Unionistas” salmantinos, me ha animado a informarme del problema por boca de mi querido amigo Vicente, socio, forofo y defensor de dicho club, provocando con su relato mi adhesión a ese grupo de románticos que se niega a dejar su “casa” y llevarse el balón a campo ajeno, perdiendo con ello el dinero que tanto necesitan, pero salvando el alma que inspiró su fundación, según relato del hispano-brasileño amigo.

De nada han servido los alegatos de muchos ciudadanos para ver correr por el césped a los jugadores que vengan “del Madrid” dispuestos a darles un previsible disgusto a ritmo de chotis a los del tamboril y la dulzaina. Tampoco el ofrecimiento de los descendientes de Bernabéu para jugar el partido en su finca ha servido de nada. Ni las palabras institucionales les han hecho cambiar de opinión.

Los socios unionistas han decidido que sus muchachos jueguen el polémico partido en su prado de “las pistas” y sin grada supletoria, recordando que a este campo llegaron tras dar sus primeras patadas al balón en el campo de tierra de “La Sindical” hace siete años, con la ilusión por bandera, hasta llegar hace dos años al grupo II de la Segunda División B del fútbol español, con gestión democrática interna haciendo valer cada socio su voto, por encima de otros intereses y presiones externas, apoyados por pequeños granos de arena económicos procedentes de múltiples marcas comerciales salmantinas.

Todas las críticas recibidas por los “unionistas” que vestirán la camiseta blaqui-negra contra los jugadores del Real Madrid que vengan a sus pistas el próximo miércoles, no han podido romper la voluntad de permanecer en su sitio sin utilizar las gradas prestadas por el mejicano del Helmántico, ni el aforo madrileño de la Castellana, salvo que autoridades judiciales o federativas desautoricen el encuentro por intentar jugarlo en una instalación sin licencia para desarrollar la actividad que llevan practicando desde hace años, según denuncia hecha pública en la prensa salmantina por un edil municipal.

LA VIRTUD DE ESCUCHAR

LA VIRTUD DE ESCUCHAR

En tiempos convulsos y políticamente revueltos, con síntomas terminales causados por aguda prepotencia partidista, mórbida fractura parlamentaria y patológica sordera en los escaños, no queda otra opción que pedir a los pastores que apacientes sus rebaños; a los entomólogos que lubrifique las alas de los grillos camerales para enmudecer su griterío; y a los otorrinos comunales que extraigan los tapones ideológicos de los oídos para que los sordos de ambos lados puedan escuchar palabras ajenas a sus idearios respectivos.

De no hacerlo, será difícil vivir pacíficamente en un país donde la empatía ha salido huyendo por la ventana del dogmatismo y el diálogo ha escapado por la gatera de la intolerancia, obligándonos a realizar un alto en nuestro camino hacia el despeñadero donde nos llevan, porque de seguir el rumbo tomado por los putativos padres de la patria con su enfrentamiento, solo cabe esperar un desgarro en el alma común que todos compartimos.

Se oyen hunos a hotros sin distinguir los sonidos emitidos por cada cual, porque rebotan los mensajes en tímpanos del oponente, impidiendo que las neuronas transmisoras los lleven al cerebro para ser escuchados, pues no se trata de oír, sino de escuchar, como virtud de prestar atención a lo que se oye, percibir los sonidos en su tono, entender los mensajes, interiorizar su contenido y conceder a cada cual la parte de verdad que el adversario siempre tiene, porque nadie está en posesión de la verdad absoluta.

Ante tal panorama, los ciudadanos nada podemos hacer porque se enfrentan a nuestro empeño los políticos, inhabilitados genéticamente para escuchar al adversario; los tertulianos con los audífonos desconectados en los debates para no escuchar a los antagonistas; los tuiteros eliminando de sus cuentas a los discrepantes; y los periódicos silenciando a los que se apartan un nanómetro de su línea editorial.

Solos estamos, amigos, como el sheriff de Hadleyville, Will Kane, ante dos bandas de sordos endémicos mirándose al espejo, sin la esperanza de acabar políticamente con ellos, y convencidos que terminaremos arrojando al suelo la toalla con la insignia de sheriff envuelta en decepción, antes de marcharnos frustrados a nuestras casas lamiéndonos las heridas de la impotencia, sin oportunidad de redención.