CARTA A UN ESTUDIANTE DE MEDICINA

CARTA A UN ESTUDIANTE DE MEDICINA

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Estimado aspirante a la resignación:

No sé si formas parte de esa mitad de estudiantes de medicina que se plantea emigrar de España para trabajar, según el reciente estudio publicado en la Revista de Atención Primaria de la Sociedad Española de Medicina Familiar, en el que han participado los profesores de la Universidad de Salamanca Diego Bernardini y Francisco Macías.

 

 

 

 

Pero si eres de la mitad que va a quedarse entre nosotros, debes saber las cosas que te esperan de “tejas para abajo”, para que comiences ya con tus compañeros a promover el cambio necesario a situaciones injustas excesivamente prolongadas en el tiempo dentro del sistema sanitario, donde la inestabilidad laboral de los nuevos licenciados, la precariedad en el empleo, la exigencia de oposiciones denunciadas por manipulación, el desprecio institucional y la promoción de mediocres protegidos, son el caldo de cultivo de la frustración que te espera.

Tal vez no hagas caso a esta a esta llamada a la rebelión de un bloguero que siente la necesidad de hacerlo con la única intención de animarte a luchar por modificar una situación ya insostenible, que sufrirás en unos años si entre todos no os alzáis en armas contra ella. Vosotros podéis hacer que cambien las cosas si a vuestra temeridad juvenil unís el esfuerzo colectivo para modificar el rumbo de una situación mantenida tradicionalmente con el injustificado argumento de que a todos les ha sucedido lo mismo. Es tiempo de romper con añejas costumbres de otros tiempos y conseguir que los jóvenes médicos que se forman en nuestros hospitales reciban el respeto profesional que merecen, la formación que demanda el oficio, el apoyo personal que necesitan y la merecida garantía de futuro tras doce años de formación.

Pero he prometido hablarte a ras de suelo y voy a hacerlo, advirtiéndote que si durante los seis años de carrera estás sufriendo el peso de la tarima docente con desmedida fuerza sobre tus espaldas, al terminar los estudios esa carga será aún mayor porque la distancia profesional que separa al médico residente de los adjuntos y jefes – de sección,  servicio y departamento – supera los espacios interestelares. Distancia que llega al infinito si no gozas de simpatías personales entre los entarimados o te subes los pantalones en algún momento.

De mantenerse las cosas según están, el panorama que te espera cuando te licencies en Medicina y pienses que has conquistado el mundo, no es muy alentador. Recordarás entonces con desaliento que para acceder a la  carrera necesitaste acreditar la nota más elevada en Selectividad.

¿Tienes claro que estás realizando los estudios universitarios de más larga duración? ¿Sabes que después has de hacer una oposición para encontrar trabajo, donde tus aspiraciones de llegar a ser un gran cirujano en Cádiz pueden transmutarse por la radiología en Girona? ¿Alguien te ha dicho que tras cinco años de formación en un hospital te conviertes en la nada metafísica? Pues así es querido amigo, pues tras doce años de formación con oposición incluida, debes hacer de nuevo otra oposición para garantizarte un puesto de trabajo, si no quieres ver humillada a perpetuidad tu dignidad profesional con contratos basura, traslados mendigantes y desprecio simulado de tus compañeros.

En ese tiempo has de ver con dolorida resignación e impotencia, que tu horario laboral, el tipo de trabajo que realizas, el trato que recibes, la exigencia profesional a la que estás sometido, el salario que obtienes y la precariedad de tu empleo, en nada se parecen a quienes tienes encima de ti.

Me corresponde a mí anticiparte que te tragarás todas las “mierdas” habidas y por haber; que la solidaridad brillará por su ausencia en una profesión que debía tenerla como norte de conducta; que sólo a ti se te llamará la atención por minucias sin importancia, mientras verás a tu alrededor que se toleran graves negligencias a los patas negras de la “casa”; que un discurso tuyo vale menos que el mínimo gesto de un estatutario; y que tu trabajo, tu futuro, tu estabilidad personal y tu vida depende de la caprichosa voluntad de un gerente o de un jefe de servicio, puesto ahí por decisión política.

Debes saber también que vas a ser explotado hasta límites para ti ahora insospechados mientras algunos de tus “superiores” – no todos, claro – se escaquean cuanto pueden y no hacen nada por evitar las listas de espera sino es a través de “peonadas”, porque están más pendientes de sus intereses que de dar el servicio público que de ellos se espera. Pero ahí estarás tú para lograrlo y para trabajar a destajo, mientras algunos inútiles piden prolongación del trabajo más allá de los sesenta y cinco años para seguir cobrando un buen sueldo por leer el periódico, pasearse por el hospital, incumplir el horario y entretenerse viendo enfermos ya diagnosticados, sin que nadie se dé por aludido, mientras los jóvenes hacen su trabajo. Y si reivindicas algo, por elemental que esto sea,  es muy probable que tengas que coger la maleta y buscar otro contrato basura en lejana tierra.

¡Ah! bueno!, olvidaba decirte que si eres hijo de gerente, director médico, catedrático, jefe de servicio o similar, entonces rompe esta carta porque todo lo dicho no va contigo, aunque tu mediocridad sea tan ostensible como el nepotismo del que te vas a beneficiar.

 

UNAMUNO Y ARANGUREN

UNAMUNO Y ARANGUREN

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Este año nos recuerda que llevamos setenta y cinco años sin ver por el Campo de San Francisco la silueta inconfundible del pensador que murió de mal de España. Una enfermedad erradicada de la clase política, para desgracia de quienes sufrimos a diario sus disparates, aborrecemos los cambalaches que enjuagan en leyes contaminadas, pagamos sus salarios y mantenemos por obligación sus privilegios.

También nos recuerda que llevamos quince años sin ver en la pequeña pantalla el ingrávido cuerpo esquelético del mayor heterodoxo cristiano del último tercio del pasado siglo. Abulense, tolerante con todo menos con la dictadura que lo mandó al exilio, como hizo con don Miguel el primo del Directorio monárquico.

Esta coincidencia de aniversarios, es un buen pretexto para recordar a estos dos cultivadores de la juventud, hermanados por coincidencias del destino. El más joven, casi nonagenario al despedirse de nosotros, siguió las huellas que dejó el vasco. Y ambos fueron heterodoxos, inconformistas, agitadores de conciencias, leales a su pensamiento, críticos, incomprendidos y con dudas y puntos suspensivos en su fe.

También ambos fueron represaliados por sendas dictaduras y desterrados por causas similares. Uno a Fuerteventura y el otro a California, simplemente por decir lo que pensaban sin pensar antes lo que decían, olvidando que en tiempos de ira y represión los cristianos que les precedieron se ocultaban silenciosos en las catacumbas. Sus virtudes cívicas les llevaron a defender con vehemencia los derechos y dignidad de las personas, manteniendo intacto su amor a la vida.

A los dos les fue reconocido en vida su compromiso y virtudes cívicas. Savater agradeció al profesor de ética su dignidad docente al caminar delante de él por la avenida Complutense contra las gorras grises del entorno, mientras pacumbral aplaudía a ese feo cristiano por llevar su intelectualidad hasta el límite de la fe y ser el mayor finalista de la vida. Don Miguel, en cambio, fue aclamado por todo el pueblo salmantino cuando regresó del destierro y proclamó la República desde el mismo balcón donde estuvo colgada una detestable y demagógica pancarta. Ambos murieron viejos, cansados y desmoralizados, es decir, desertando de la vida por falta de ánimo y de moral para seguir luchando, pero reafirmando su nietzscheana alegría por todo lo que habían vivido, exhibiendo una grandeza de alma aristotélica exclusiva de los grandes espíritus, tan lejanos de falsas modestias, como afirmó Victoria Camps en su día.

Pero no todo son coincidencias. José Luis pudo reunir ética y la estética en un puño, como le recordó José María Valverde cuando se fue detrás de él hacia el exilio. En cambio, don Miguel no fue capaz de unir las dos españas porque una de ellas dejó helado su corazón, horas antes de que el año de la barbarie diera su último portazo.

Como profesores universitarios, tensaron el arco dialéctico contra la derecha política, sin advertir que ésta intentaría transformar sus flechas ideológicas en bumeranes, para dirigir su trayectoria hacia los aliados de las acusaciones. Pero los manipuladores ignoraban que tal adulteración era imposible porque un bumerán sólo vuelve al punto de partida si falla el blanco, y ellos tuvieron setenta años clavadas las flechas en su coraza, haciendo cuerpo solidario en la historia local y nacional.

Ahora, ambos están siendo imitados patéticamente por los dirigentes políticos actuales, sin que ellos puedan denunciar tanto plagio y falsificación de sus ideas, porque más allá de la gran frontera no hay espacio para la réplica. Creador y promotor del término “talante”, Aranguren lo acuñó con su ejemplo, sin sufrir calentones inoportunos que hicieran pensar en otras disposiciones de ánimo. Y el incondicional amor a España de Unamuno es utilizado con detestable cinismo por quienes mantienen la contagiosa obsesión de politizar paranoicamente las Instituciones y los tribunales de justicia.

El mejor tratamiento a todo ello es sentarse delante de un espejo a plena luz del día con un libro en la mano, dejando a un lado los santos, los policomics y las linternas.

 

PATERAS, HAMBRE Y ESCLAVITUD

PATERAS, HAMBRE Y ESCLAVITUD

Los problemas que hemos tenido en los últimos años en Canarias y las costas del sur con el flujo de inmigrantes subsaharianos en época veraniega, no será como el de años pasados, evitando así que ciertos políticos y españoles de buenas costumbres públicas – sólo públicas – hablen de flujos migratorios propios de aves que buscan climas más templados, cuando se trata de oleadas de inmigrantes africanos en busca de trabajo, formando caravanas de esclavos hambrientos huyendo de la miseria.

Desde que algunos privilegiados sumerios utilizaron por primera vez a sus congéneres para que les abanicaran tras remojarse en las aguas del Éufrates, todas las civilizaciones han esgrimido el látigo contra aquellos que obligaban a pisar el fango para hacer los adobes de sus casas.

Por eso no debemos creer lo que dicen quienes permiten el comercio de seres humanos, pues los resultados de la Convención sobre la esclavitud que se celebró en 1926 en la Sociedad de Naciones están todavía por ver, como nos recuerda la nueva ONU advirtiéndonos que hay en el mundo más de veinte millones de esclavos. Sí, no os asustéis. Han cambiado los tiempos, pero el hambre y la esclavitud se mantiene en el mismo lugar que ocupaban hace cinco mil años en la antigua Mesopotamia, pero con disfraces semánticos que pretenden camuflar la realidad.

Hoy a la esclavitud se le llama trabajo en condiciones de servidumbre. Hoy los siervos no son propiedad del amo, pero es el patrón quien dispone sobre sus vidas; no se les marca como a las reses, pero se les confisca el pasaporte; no se les hacina en las bodegas de los barcos, pero se les confina en chabolas; no se les pone grilletes, pero se les encadena con deudas; no se les flagela, pero se les amenaza con el paro; no se les arroja al mar, pero se les abandona en el desierto; no se les captura, pero se les deporta.

Su salario no permite la subsistencia, domina el trato vejatorio y la precariedad en el empleo es una constante universal. Pero lo más grave es el cinismo social de quienes sustentan esta farsa, porque la esclavitud está prohibida en todos los países donde se practica.

Comparto el pensamiento volteriano de que la esclavitud es tan antigua como la guerra y la guerra tan antigua como la naturaleza humana, pero rechazo que el hombre sea una cosa más con la que se puede comerciar, y mantengo la esperanza de que surja un nuevo Estebanico que nos ponga las pilas, porque no es justo que estemos dilapidando los recursos que otros necesitan para sobrevivir y que perdamos el tiempo discutiendo sobre la calidad del chocolate mientras se mueren de hambre millones de niños en el mundo, a la macabra velocidad de once criaturas por minuto.

En medio de todo esto, llama la atención la falta de compromiso de las iglesias cristianas contra el esclavismo, porque a excepción de los metodistas y cuáqueros nadie se ha tirado al ruedo para lidiar con sangre este miura. Tal vez sea porque la justicia social no cotiza en bolsa y los accionistas de la virtud prefieren invertir en manifestaciones políticas, aunque alguien les haya tirado a la cara el evangelio que juran defender. Por eso, el padre Díez Alegría dijo en voz alta que los pobres no tenían suerte con la Iglesia.

No hay mayor esclavitud que la bulimia generada por el comportamiento humano insolidario con la pobreza ajena. Hoy el hambre nada tiene que ver con tragedias naturales ni con desgracias universales. Hay en el mundo suficientes recursos para todos, pero unos pocos pretendemos repartirnos la tarta común, sin darnos cuenta que la nación africana está duplicando su población cada veinticinco años, y que no hay valla, ni muro que detenga esa avalancha de hambre, porque con la necesidad crece la desesperación que llevará a los países africanos a una revolución sin precedentes o al suicidio colectivo contra las alambradas.

 

ELEUTERIOS

ELEUTERIOS

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Por la costa levantina, – tierra de arroz, flores, amor y luz -, es popular que los “eleuterios”  son especies animales con perfil humano, caracterizados por pasar “de la figa de su mare al cementerio”, sin romper la vida ni mancharla.

Personajillos de tres al cuarto empeñados en ser sal de los platos que indigestan con su presencia; mendas tautológicos de sus propias sandeces; coleguillas inhabilitados para concluir silogismos elementales; sujetos con pares cromosómicos desapareados; individuos con abstrusa mente engominada; y arquetipos de la estupidez.

Peligrosos fulanos que navegan por las redes sociales contaminando con sus necedades la solvencia de estos medios, al tiempo que obligan a los pobres incautos que caen en sus redes a malgastar el tiempo en sus páginas. Hay “eleuterios” de todos los colores, tipos, razas y nacionalidades. Van solos por la red, formando una gran comunidad de analfabetos funcionales, agremiados en la distancias por la bandera de la memez profesional. Pontifican sobre lo que ignoran; insultan con descaro ofensivo; y juegan al escondite tras las bambalinas.

Se cuelan estos prójimos en el Facebook con delirantes comentarios carentes de fundamento; escupen en Twitter sus absurdas proclamas, enlaces y ofertas, con palabras que sólo alcanzan los de su misma especie. Y, lo que es más grave, patrocinan blogs infumables, carentes de gusto, interés y contenido, con entradas que avergüenzan al diccionario, injurian la gramática y laceran el sentido común.

Para ser “eleuterio” no se precisan estudios, sino todos lo contrario. Tampoco se necesitan conocimientos que vayan más lejos de las tres primeras letras del alfabeto, ni se requiere saber contar los dedos de la mano o leer tres palabras seguidas con más de una consonante. Les basta con balbucear algunas palabras y entender la lengua materna sin alcanzar el nivel de los animales domésticos.

Lo grave de los “eleuterios” es que ignoran lo poco que saben y sacan pecho en los foros, comentarios y anotaciones, adornando su mentecatez innata con errores ortográficos, desaciertos lingüísticos y torpes plagios, atreviéndose a condenar, censurar y criticar sin argumentos, a quienes no alcanzarían nunca, aunque tuvieran las vidas de los gatos. Todo ello con alevosía y amparándose en el anonimato de ficticias fotos, falsos nombres, hipotéticos títulos y supuestos oficios.

 

A LOS NUEVOS CONCEJALES

A LOS NUEVOS CONCEJALES

Pasada la resaca electoral a base de beber agua enturbiada con resignación, y superado el sandokanazo con ayuda de psiquiatras cordobeses, procede cerrar la trilogía electoral haciendo algunas consideraciones en voz alta a los concejales que asentarán sus posaderas en los sillones consistoriales. Sedes conseguidas en un caso por errores y falta de autocrítica del adversario y en el otro logradas por el voto incondicional de familiares, vecinos y poco más. Pero todos ellos concejales por gracia política de sus respectivos caudillos que los pusieron en las listas.

En esta hora se me ocurre, por ejemplo, sugerir a los nuevos concejales que el dinero empleado en brindar con cava por el éxito personal obtenido, lo utilicen en comprarse guantes metálicos de carnicero que protejan sus manos de posibles ampollas ante los enfebrecidos aplausos que tienen que dedicar al benefactor que los puso, donde los puso. Incluso tendrán que hacer una hora diaria de flexiones de tronco hacia adelante, no hacia atrás, cuidado; y que un dentista les ponga prótesis metálicas para mantener una sonrisa perpetua ante los despropósitos del jefe.

Les recomiendo también cursos de logopedia para engolar la voz y transformarla en lo que no es, con el fin de convencer a los demás de lo que no se creen ni ellos mismos.  ¡Ah!, y que compren tres palillos para mantener la boca y los párpados abiertos de par en par cada vez que hable el  gran conseguidor desde el camarín donde todos le veneran.

Propongo, igualmente, la distribución de collarines articulados que sólo permitan el balanceo hacia delante y hacia atrás de la cabeza, y la compra de orejeras que impidan ver lo que sucede alrededor, para caminar sin desviarse de la estela que deja el padrino.

Han de documentarse bien los nuevos concejales leyendo libros y manuales de incuestionable valor formativo, entre los que destacan «Triunfa quien sirve», “Cómo disparar sin apuntar”, «Los beneficios de aplausos y genuflexiones», Trabajar, ¿para qué?», “Manual del perfecto calambacheador”, “Cómo salir del paro sin esfuerzo», «Vivir a costa del vecino», «Decálogo del manipulador” y “Pa chulo, yo”, todos ellos escritos por los mastines protectores que vigilan los rebaños de cada facción.

En cambio, para evitar la pena de excomunión, está desaconsejado leer el IPLP (Index Papelorum Libelus Prohibitorum), que contiene recortes de periódicos donde figuran las fechorías, mentiras, trampas, caprichos y provocaciones del patriarca y de todos los palmeros que secundan ciegos sus acciones a la espera de que caiga algo.

Tampoco es beneficioso negarse a la obediencia ciega, a la disciplina interna castrense y a caminar con las filas bien apretadas en las comisiones y propuestas, que quien manda, manda, y obedecer es salvoconducto para salvar la beneficiencia personal, porque la discrepancia se paga con el destierro.

Ahora toca tunelar los cerebros de los incondicionales y justificar la presencia en los ayuntamientos de inútiles concejales eternos y de encausados judiciales, aunque el sentido común desaconseje poner zorras a vigilar gallineros.

Pero que nadie se inquiete ni llame sicarios a los defensores de lo indefendible, pues más vale ser cómplice en el sillón que honrado en el paro, mientras la mayoría silenciosa mantenga la resignación, las listas permanezcan cerradas y los adeptos les sigan votando por los siglos de los siglos. Amén.

 

AMÉN

AMÉN

El valor de esta palabra semítica cierra todas las oraciones, plegarias y devociones de los oradores, para que sus alabanzas, peticiones y súplicas se cumplan, rogando a quien corresponda que “así sea”.

Pues eso, que así sea, ya que no puede ser de otra manera, por mucho que nos mordamos el alma de dolor ante la despedida final de una vida, sin que a la “enemiga fiel” le importe demasiado el eterno deseo humano de sobrevivencia, tan socorrido para distintas religiones.

El poeta de Tábara sabía pocas cosas, y era verdad. Pero tuvo como cierto que el miedo del hombre había inventado todos los cuentos, y que con cuentos enterramos los huesos de los vecinos, como no hace mucho tuvimos que hacer un grupo de amigos con alguien que se nos fue.

Inoportuna es toda muerte, pero más cuando la propia vida apenas ha comenzado a florecer en el capullo que la parca siega sin consideración alguna, ebria de vanidad, y exhibiendo un poder inmerecido que a todos fustiga.

Pero no se lleva la peor parte quien viaja hacia la nada de donde procedemos, sino los desheredados que aquí quedamos ocupando un asiento en la sala de espera de la estación término, a la que llegamos en el mismo instante de nuestro nacimiento.

Traidora, que no anticipa su presencia para sorprendernos como hace siempre, la muerte merece desprecio y censura por su mala educación. No es propio de señoras que se precien, entrar en casa ajena por la ventana y llevarse lo que a otros pertenece, sin pedir autorización a los propietarios de las vidas que hurta impunemente.

Por eso, cuando la parca golpea la piel de un alma desprevenida, no hay redención posible. Sólo dolor apenas consolado unas horas por la compañía de los amigos que lloramos nuestra propia muerte, sabiendo que todos estamos a la puerta del abismo, sin atrevernos a dar el paso definitivo hasta que el destino nos empuje, según dice el cuento, a la felicidad eterna.

¿Por qué entonces tanto dolor, si quien abandona este mundo lo hace por voluntad divina para gozar eternamente de la más inalcanzable felicidad? ¿Por qué tanta lágrima si en tiempo breve volveremos a encontrarnos con los desaparecidos  en inimaginables paraísos, permaneciendo ya juntos varias eternidades? Si alguien tiene respuestas que nos las dé, porque de lo contrario seguiremos dudando de inescrutables designios celestiales y pensando que la historia humana está jalonada de cuentos alojados en la sinrazón de una credulidad increíble.

Tal vez por eso, cuando alguien se nos va llega a nosotros San Manuel Bueno con el hisopo en la mano dispersando agua bendita sobre su propio escepticismo y recitando una plegaria, mientras el ejecutivo se afloja nervioso la corbata; el vagabundo levanta desconsolado la cabeza del escaño; el solitario busca una huella en sentido opuesto; el carcelero olvida las llaves en la celda que vigila; el mendigo anota la hora para calcular el tiempo de espera; el militar, arrepentido, se quita las espuelas; el arzobispo, decepcionado, cede su báculo; el enamorado desespera por la desesperanza que le espera; el intelectual dispersa las palabras del libro sagrado; el moribundo baja resignado la escalera; el maestro, al fin, cierra el catecismo en silencio,  ….y calla.

 

DESPOTISMO

DESPOTISMO

Vaya, vaya, amigos. De manera que el despotismo ha desaparecido en las democracias occidentales. Pues no. Basta con echar un vistazo alrededor para darse cuenta que la realidad tiene poco que ver con el deseo. Es cierto que no presenta la misma cara que tuvo en las monarquías europeas del siglo XVIII, pero ahí sigue. Menos ilustrado que el reconocido históricamente en los libros de texto, pero sigue con nosotros. Eso sí, disfrazado ahora con tules, sedas y velos para confundir su imagen. Se ha maquillado, ha pasado por el quirófano, sonríe, saluda y seduce a los incondicionales seguidores que se benefician de él. Pero el despotismo continúa siendo ese vecino abusón que tenemos que soportar cada día sin poder hacer nada para echarlo de la comunidad, aunque la mayoría hayamos sufrido alguna vez sus excesos.

Lo que ha disminuido es el número de dictadores, porque ahora todos los dirigentes políticos europeos han llegado al poder por elección popular; pero los déspotas se mantienen y continúan como antaño abusando de su poder y autoridad. La diferencia entre unos y otros viene escrita en las papeletas electorales, no en las actitudes. Bueno, tal vez el tirano sea más amigo de la violencia que el déspota, porque éste no es necesariamente belicoso, es simplemente un césar equivocado de siglo. Ambos razonan poco, exigen mucho, convierten sus decisiones en dogmas indiscutibles y no dan muchas explicaciones.

Actualmente el despotismo se ha colegiado, aunque en determinados momentos sea ejercido por algún empecinado dirigente ocupado en satisfacer sus caprichos, sus intereses o sus compromisos. Ahora se han agremiado los déspotas formando grupos de distinto color, amparados en la legalidad para despistar a quienes aplauden la forma de actuar de su correspondiente bandería, sin darse cuenta que tanto unos como otros reencarnan un cínico despotismo que no beneficia a nadie, aunque estas oligarquías se escondan detrás de siglas políticas de diferente pelaje.

La debilidad del déspota es su falta de inteligencia para percibir el pensamiento del pueblo. Por eso nos consideran siempre menores de edad. Como niños, vamos, a los que se puede engañar con milongas de tres al cuarto o con mentiras de camello imposibles de introducirse en el estrecho orificio de nuestro sentido común. Dicho de otra forma, nos tratan con el despotismo que algunos padres tratan a los hijos, pero sin el cariño que estos profesan a sus descendientes. El problema surge cuando el bondadoso padre no percibe que sus hijos crecen y que desarrollan su mismo entendimiento, dejando al descubierto su actitud. Es entonces cuando el túnel del tiempo lo absorbe llevándose el espíritu del déspota doscientos años atrás, aunque su cuerpo permanezca despoticando en pleno siglo veintiuno.

El desprecio que los déspotas tienen por la inteligencia ajena les lleva al abuso de poder y a ocultarnos información, considerando que nuestra inmadurez no merece explicaciones, incomprensibles para nosotros. Confunden poder y talento, creyéndose que las urnas otorgan la sabiduría infinita que ellos se atribuyen a sí mismos, menospreciando las opiniones ajenas y haciendo de nuestra capa su sayo.

De esta forma se toman decisiones sin justificar que afectan a los ciudadanos, aunque sea para llevarlos al matadero. Se negocian acuerdos en alcobas sin luz, para que los niños no se escandalicen de los compromisos adquiridos. Se conciertan ataques en desiertas mesas ocultando los argumentos, porque nuestra infancia social nos impide comprenderlos. Se negocian transacciones que sólo comparten los comerciantes que llegan con sus contratos a la mesa de negociación. Se pactan silencios en los sillones sobre rutas de paz que somos incapaces de comprender el resto de los mortales, según ellos, claro. Y se hacen componendas de todo tipo ignoradas por los que pagamos sus sueldos, dietas, viajes y complementos, para que todo sea políticamente correcto.

El despotismo es incoloro como el aire e insípido como agua; pero huele a mentira desde media legua y despide el mismo hedor que una fosa séptica. El despotismo padece fotofobia, porque detesta la luz; aborrece los taquígrafos porque su argumento es la censura que hace opaco el envoltorio. Por eso prefiere las órdenes a las insinuaciones; las imposiciones, a las sugerencias; las direcciones obligatorias, al campo abierto; y la adulación a la crítica.

Para ser déspota no hay que hacer esfuerzos complementarios ni oposiciones. Es algo que se lleva en los genes y tiene difícil tratamiento porque rechaza los trasplantes de cromosomas portadores de generosidad, servicio, honradez y respeto. El déspota es tan inculto como inseguro, y tan prepotente como débil. Los actuales déspotas desilustrados sólo pretenden arreglar la fachada del edificio y apuntalarlo, respetando los cimientos y reforzando la estructura que sustenta el sistema, su sistema. De esta forma consiguen perpetuar los dogmas políticos, religiosos y económicos, para consolidar sus privilegios y su poder. Es decir, se trata simplemente de lavarle un poco la cara a la democracia que los ampara, de tal modo que se perpetúen los principios básicos de la sociedad dominante y los privilegios de políticos y eclesiásticos, dando la sensación de que se cambia todo para que todo siga igual.