VERSIONES DE LA VIDA

VERSIONES DE LA VIDA

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El origen, estado actual y devenir de la Tierra que habitamos no puede predecirse de manera categórica, única y cierta, porque la respuesta que puede darse depende esencialmente de los conocimientos, ideología y creencias de cada cual, como sucede con la muerte y otros aspectos de la existencia humana, desconocidos para nosotros.

Así ocurre, por la dificultad que tenemos para interpretar los hechos, debido al insuficiente conocimiento que atesoramos sobre nuestra procedencia, sobre la realidad que nos envuelve y sobre el futuro que nos espera, haciendo pensar a muchas personas en seres superiores que explican virtualmente todo, mientras otros vecinos piensan en realidades científicas objetivas o supuestas interpretaciones por evidenciar.

El colectivo de fieles creyentes en divinidades superiores, creadoras y administradoras de vidas, se consuela, gratifica y reconforta con la intervención de poderosos dioses que todo lo explican, desde el subjetivo prisma personal que les lleva a dar crédito a ciertos argumentos que repelen la razón que les ha otorgado el propio todopoderoso creador, que también concede pasaporte para la paradisíaca vida eterna.

En cambio, el grupo de seres racionales descreídos, rechaza aquello que la tradición le presenta como incuestionable, por ser para ellos intelectualmente incomprensible, lógicamente incoherente, ideológicamente desnaturalizado y doctrinalmente contradictorio, dejándose llevar por la ciencia hasta donde esta ha sido capaz de llegar, y absteniéndose de inventar respuestas para lo desconocido que repudien a su razón.

Personas de ambos colectivos conviven a veces en el mismo hogar, o son vecinos, tienen aficiones comunes, disfrutan juntos de la vida o comparten amistad, porque cuando el amor, la tolerancia y el respeto ganan su espacio en las relaciones humanas, los pensamientos divergentes no interfieren en la feliz convivencia de creyentes y descreídos.

EL PLACER DE APRENDER

EL PLACER DE APRENDER

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Entre las complacencias que nos brinda la vida, ocupa lugar preferente el gusto por aprender, la fruición por desentrañar lo desconocido, el placer de interpretar la realidad, la satisfacción por comprender el mundo y el deleite al descifrar el misterio, siendo el aprendizaje un estímulo para dar con las claves que conducen al bienestar interno.

Puede aprenderse lo desconocido en el seno de la hermética organización escolar o en la sabia y libertaria escuela de la vida que nos enseña a vivirla de forma placentera, aunque algunas veces tengamos que esforzar la vista espiritual para leer la letra pequeña que figura en el reverso de sus páginas negras.

Si de mí dependiera, pondría en el frontispicio de todos los centros escolares el lema: “Aprended más de lo que sabéis, para ser más felices de lo que sois”, porque el conocimiento conduce inevitablemente al placer, abriendo las puertas a la verdadera felicidad que no puede adquirirse en taquilla alguna.

La gozosa esperanza de saber algo nuevo alienta nuestro ánimo hacia el aprendizaje, porque son pocos los placeres comparables al inagotable conocimiento de lo ignorado, sabiendo que nunca llegaremos a saberlo todo individualmente, pero con la seguridad de que entre todos llegaremos a conocer lo que personalmente ignoramos.

La búsqueda de la sabiduría es una tarea fascinante y divertida que nos obliga a leer con ojos del alma y sin premura; a oír los sonidos del espíritu en la quietud del silencio; a conversar con el viento profeta de bonanza; a oler el aroma de las cosas hermosas; y acariciar con suave tacto las novedades que cada día nos ofrece al despertar.

Pero la experiencia vital del aprendizaje exige estar muy despiertos para saborear los hechos y degustar momentos que enriquecen nuestra cultura, sabiendo que no podremos transmitirlos en la clave genética que heredarán nuestros descendientes, porque todos los conocimientos que atesoramos a lo largo de la vida, se irán con nosotros el día que emprendamos el gran viaje que a todos nos espera.

INMERECIDA PENITENCIA

INMERECIDA PENITENCIA

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Escribo mi bitácora de hoy, dolorido por la terquedad de la condición humana en despreciar, abandonar, desconsiderar o arrinconar en vida a quienes compartieron con nosotros la existencia, llorando luego su muerte con desconsoladas lágrimas y arrepentimientos, por no haber hecho con ellos lo que pudimos hacer mientras estuvieron con nosotros.

La abundancia de elogios recibidos tras la muerte de quien más fue insultado, denigrado, despreciado y abucheado en este país, en el momento que más aplausos merecía, hace realidad el dicho familiar que censura tal comportamiento, afirmando que una vez muerto el vivo, de nada vale ponerle comida en el plato.

Quien fuera tahúr del Misisipi, ha resultado ser un jugador de póker honrado.

Quien fuera un obrero de la política, ha resultado ser el capataz de la obra.

Quien fuera un becario, ha resultado ser un experimentado profesional.

Quien fuera un inculto, ha resultado ser una enciclopedista.

Quien fuera un relaciones públicas, ha resultado ser jefe de protocolo.

Quien fuera intelectualmente débil, ha resultado ser un gran erudito.

Quien fuera un chapucero, ha resultado ser el mejor fontanero.

No seré yo quien elogie, defienda y exprese mi respeto y gratitud a Adolfo Suárez después de muerto, porque ya lo hice en tiempos de sequía para él y he seguido haciéndolo durante años, mirando siempre a sus grandes aciertos e innegables logros y olvidando los errores cometidos.

Pero esto no ha sido compartido por el “faltoso enano cavernícola” y el “revisionista escribidor iletrado”, que llevan el paso cambiado en una sociedad que camina hacia el sentimiento común de agradecimiento a un buen hombre, valiente político y gran estadista que pilotó con éxito el cambio de régimen en España, sorteando todas las piedras que le pusieron en el camino los terroristas, la oposición, muchos periodistas y sus ambiciosos compañeros de partido.

DETERGENTE JUVENIL

DETERGENTE JUVENIL

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En varias ocasiones he puesto mi esperanza en la justicia por encima de cualquier otra circunstancia, para limpiar el país de politiqueros, electoreros, corruptos, estafadores, despilfarradores, explotadores y otras gentes de mal vivir, que pisan con descaro en la sociedad llevando la insignia de la impunidad en la solapa, la sartén por el mango y el desdén en la mirada.

Pero el entusiasmo mantenido en que la redención viniera de los jueces está comenzando a diluirse como un azucarillo en el océano y espero poco de los libertadores judiciales, porque determinadas actuaciones de jueces y fiscales, no me permiten albergar mucha esperanza en la salvación de los valores humanos, sociales y democráticos que demanda la actual quiebra política, laboral y económica que padecemos.

Comienzo, pues, a poner mis desesperadas esperanzas en la rebeldía de una juventud noble y desinteresada, pensando que la valentía y honradez de los jóvenes es el único detergente capaz de limpiar la suciedad de corrupción, poniendo a cada uno en el sitio que le corresponde y salvando los valores realmente salvadores.

Solo alcanzamos a ver en los medios de comunicación la basura que sobresale de las alfombras, como punta de iceberg enmohecido con la podredumbre que anida en las instituciones, entidades financieras, religiones y otras organizaciones sociales amparadas por siglas que no se corresponden con la conducta que predican en sus códigos.

Nuestro rescate, amigos, no llegara del Banco Central Europeo, ni del F.M.I., ni de la justicia, sino de los jóvenes que nada tienen que perder porque les han robado el futuro aviesos corazones enfermos de codicia, ante la pasividad de los escaños, las togas, capelos y sindicatos, que han permitido el derrame sobre ellos de la undécima plaga bíblica, de la que se librarán con la misma fuerza que lo han hecho otras veces en la historia.

EBRIEDAD EN LA CEPA POÉTICA

EBRIEDAD EN LA CEPA POÉTICA

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En este día mundial de la poesía, celebrado con eventos literarios, lecturas populares, actos académicos y elogios a la poesía, yo me voy de paseo con el poeta más andariego de la ribera del Duero zamorano, decidido a levantar mi copa de vino y brindar por el recuerdo intacto que conservo de mi último encuentro con el espíritu limpio de una persona bondadosa, amable y sencilla, que solo tuvo pesares consigo mismo.

No quiero lamentarme por su muerte, sino recordar la felicidad que compartimos una noche de vino y confidencias, cuando ambos fuimos llamados a conferenciar en un acto académico celebrado sin previo aviso en una ciudad castellana de cuyo nombre no quiero acordarme, porque el jugo aterciopelado de las uvas nos embriagó de amistad.

Pasamos horas nocturnas de primavera, al abrigo de los veladores sin ocuparnos de las palabras que debíamos pronunciar al día siguiente, intoxicados de pitarra y semidormidos tras una noche se insomnio compartido, sin posibilidad de redención, ni penitencia que mereciera la absolución del público que nos esperaba al día siguiente.

Con nosotros estuvo Ángel González, traído por Claudio en el recuerdo de un viaje inolvidable que hicieron juntos por varias universidades americanas. También comparecieron en la ronda Biedma, Valente, Brines y otros poetas amigos, recorriendo con nosotros tabernas solitarias, hasta caer derrotados en las respectivas camas del hotel que nos habían reservado los organizadores de las conferencias.

Teníamos que hablar de poesía a un auditorio inquieto. Y pudimos hacerlo, porque la ebriedad nocturna se tornó en claridad fulgente por mutua comunión profana con los versos de Claudio Rodríguez, desentumeciendo milagrosamente las palabras que pronunciamos.

“Siempre la amistad viene del cielo, – me dijo parafraseando su poema – es un don: no se halla entre las cosas sino muy por encima, y las ocupa haciendo de ello vida y labor propias. Así amanece el día; así la noche cierra el gran aposento de sus sombras. Y esto es un don”.

Felicísimo don de la ebriedad aquella hermanadora noche. Indulgente turbación pasajera de los sentidos que nos fundió en un abrazo de madrugada, redentor del exceso de las cepas y cómplice de guiños previos entre nosotros, antes de comenzar los discursos.

Fue el don de la ebriedad aquella noche nuestro mejor presente, y el recuerdo imborrable que en mí perdura del poeta Claudio Rodríguez, que se llevó la parca miserable hace quince años, dejando a Clara sola y sin oportunidad de ir a buscarlo, porque esta vez fue de verdad su ausencia y se nos perdió para siempre en otra geografía.

CIENCIA Y FE

CIENCIA Y FE

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El nacimiento hoy de la primavera que anuncia el milagro de los trinos y los pétalos, es buen momento para reflexionar sobre el origen de los huevos que dan vida a las aves y el polen que fecunda los cerezos, buscando en la ciencia y la fe el origen de la vida, pero deslindando los ámbitos que pertenecen a cada cual, aunque se entrecrucen ramificaciones en sentidos contrapuestos, interfiriéndose subjetivas creencias personales derivadas de la fe, con objetivas constataciones científicas del método científico.

El conjunto de creencias personales y dogmáticos principios de una religión, no se armonizan con los conocimientos obtenidos mediante la observación sistemática de la realidad y el científico razonamiento hipotético-deductivo que conduce a los principios, leyes y teorías que explican y justifican el mundo.

La fe se fundamenta en la existencia de un ser supremo, del cual emanan el resto de creencias que conforman certidumbres virtuales indemostrables científicamente, atribuyendo a ese Dios súper-poderes extraños al ser humano, explicaciones inexplicables de fenómenos desconocidos y alivio para la angustia generada por el incierto futuro que nos espera al emprender el gran viaje.

Dios explica, consuela y compara nuestra finitud perecedera con su infinitud perpetua, aunque esta no sea evidente ni demostrable para la ciencia, porque la realidad de diez mil años de homo sapiens dice lo contrario que predica la fe como don de Dios, es decir, que quien cree en Él lo hace porque Él quiere, como hizo con el decimotercer apóstol nacido en Tarso de Cilicia y evangelizador de gentiles.

Ciencia y fe no pueden ir de la mano porque la primera exige pruebas verificables para aceptar hipótesis explicativas, mientras la segunda se apoya en Dios para resolver los problemas, como sucede con el origen de la materia, que los creyentes atribuyen a Dios, mientras los científicos declaran su ignorancia sobre el tema.

FÚTBOL

FÚTBOL

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Con hijo, yerno y entrañables amigos he pisado ayer finalmente un campo de fútbol, durante la visita que hicimos al estadio Santiago Bernabéu, comida incluida en la cristalera del asador «La Esquina» y partido de fútbol entre el Real Madrid y el Schalke-04, cuyo resultado ya es conocido en toda la galaxia.

Si el fútbol no salva de las crisis, ni enriquece culturalmente al pueblo, ni promueve valores morales, ni evita el masivo desempleo, ni elimina la corrupción, ni mejora los salarios, ¿por qué mantenerlo, si ha demostrado ser un deporte tan inútil para la erradicar el hambre como el imán que llevó el gitano Melquiades a Macondo, inservible para extraer tesoros de la tierra que redimieran a sus vecinos de la pobreza?

Además, suscita diferencias, agita las masas, divide familias, disgrega amigos, provoca discusiones y ocasiona gastos, por lo que no debería ser objeto de deseo ni merecer el aplauso social que recibe en todo el mundo mundial, sino todo lo contrario, ser condenado al olvido y desterrado de la sociedad.

Pero no ocurre así, y ayer pude acercarme a la explicación que justifica su arraigo social y fuerza de convocatoria, cuando envuelto en la catarsis colectiva no pude sustraerme al  espectáculo que dieron los espectadores, la «grada joven», los «schalkeros» y las dos escuadras de gladiadores que se disputaban a patadas un balón, en pantalones cortos y con fibrosas tabletas de chocolate en el estómago.

Comprobé ayer que el fútbol es como una península cenagosa que está rodeada de lodo por todas partes, menos por el “istmo redentor” que da paso al estadio por donde entran miles de ciudadanos a redimir sus penas con el peloteo de veintidós jóvenes deportistas multimillonarios que se disputan una esfera llena de aire a puntapié limpio, sin poder tocarlo con la mano, ni darse patadas unos a otros.

Ayer verifiqué que el fútbol sirve para ocultar pasajeramente la realidad y adormecer la desesperanza, como hacen los opios deístas religiosos y narcotizantes ateísmos políticos, con la ventaja de que el fútbol no contamina el alma, relaja las inquietudes sociales, distrae el insomnio del hambre, evita la pesadilla del paro, alivia los pesares de la enfermedad, consuela desgracias y hace olvidar quebrantos, como saben muy bien los psiquiatras que recomiendan esta terapia a los pacientes aficionados al balompié.

Efectos sanadores de inmediatas consecuencias y eficaces resultados, que son aprovechados para desviar la atención ciudadana hacía la esperanzadora alfombra verde del césped, despistando a miles de monosabios que contemplan el ruedo sin percibir que el toro permanece en la plaza pública exterior dispuesto a cornearles con la cruda realidad de la vida, un minuto después que el hombre de negro pita el final de la contienda.