NOSTALGIA NAVIDEÑA

NOSTALGIA NAVIDEÑA

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La felicitación de un amigo ha conmovido mi ánimo, equipando la nostalgia con botas de tachuelas y pantalones bombachos, cuando en la madurez de mi descreencia ya estaba apolillado el traje de la primera comunión, Papá Noel no había nacido todavía y el belén ocupaba todo el espacio sin hacerle sitio al árbol de Navidad.

Normalmente, los recuerdos se recuperan de la memoria, pero su entrañable carta me ha permitido recuperar nostalgias adolescentes de la desmemoria, donde habían quedado abandonadas hace tanto tiempo que ni siquiera puedo recordarlo.

Ay, amigos. Mis navidades fueron tan agridulces como las de este amigo, porque el territorio de nuestra adolescencia quedó asolado en la negrura del silencio, y me recuerdo un día como hoy pegado a la radio Invicta junto al abuelo, con un lapicero en la mano con el deseo de anotar el milagroso número que aliviara tanta deuda, cantado con la aguda voz de un niño huérfano también. Pero nunca tuvo la fortuna el detalle de pasar por casa, ni la delicadeza de saludarnos, aunque fuera con una pedrea. Tal vez nuestra bolita nunca estuvo en el bombo, haciendo imposible el milagro a pesar de las oraciones y velas que ponía la abuela junto a la imagen que pasaba de casa en casa dentro de una caja de madera, con olor a cera añeja y beaterío.

Las profesiones mendicantes aporreaban las aldabas domésticas felicitando las pascuas y pidiendo el aguinaldo para reparar las goteras que dejaba el escaso salario. Llamaba a la puerta el cartero, que entregaba las cartas en mano cada día llamando a los vecinos con un silbato. El basurero, que pasaba recogiendo los cubos que dejaban las mujeres en las puertas de las casas para echarlos a un carro tirado por caballerías. Y el entrañable sereno, vigilante nocturno de feliz memoria, que velaba nuestro sueño cantando las horas, mientras abría los portales a los rezagados. En cambio, al guardia urbano había que llevarle las botellas y los dulces a su lugar de trabajo, mientras ordenaba el tráfico en la plaza del Corrillo o Puerta de Zamora, con su casco blanco en la cabeza.

Pelaba el frío entre las rendijas del pasamontañas y los sabañones entumecían los dedos, sin que el brasero de cisco pudiera hacer otra cosa que atufarnos en torno a la camilla, hasta que alguien escarbaba sus brasas para echar una firma al rescoldo que se ocultaba bajo las cenizas, mientras el viento silbaba en las ventanas acompañando las panderetas y villancicos de los niños, que también pedíamos el aguinaldo por las casas.

Todos cantábamos, menos el pollo de corral que apuraba en el gallinero los últimos restos de comida antes de ser ajusticiado, desplumado, guisado y comido en buena noche, compartida con quienes llegaban de lejos, siempre tarde porque los trenes no tenían reloj ni paradero. Recuerdo las interminables horas de espera en la lúgubre cantina de la estación, viendo pasar a los maleteros con su gorra de plato y carretilla, llevando equipajes al autobús de Carita, que iba dejando viajeros por la ciudad.

También entonces, la llegada de otros familiares al refrigerio nocturno alteraba el orden de la casa, la posición de la mesa y la distribución de las sillas, pero no sonaban los teléfonos ni podía felicitarse a los ausentes porque siempre había al otro lado del hilo una operadora dispuesta a recordarnos que nuestra conferencia tenía una demora aproximada de tres horas.

Era inquietante el afanoso trajín de las mujeres durante toda la tarde en torno a la cocina de carbón, hasta que ponían sobre la naftalina de tela, manjares insospechados en los menús domésticos habituales. Y el taco de mazapán junto a las frutas escarchadas y polvorones. ¡Ah!, y los higos secos desposados con las nueces para formar deliciosos camanines, que empujábamos con sidra.

Después, terminaba la vigila navideña con la ceremonial misa en homenaje al gallo, tras escuchar el obligado discurso atiplado y monótono que las ondas entremetían en los hogares, apuntalando la oscilante y temblorosa mano que nos felicitaba con aburrimiento la Navidad y nos deseaba su paz.

3 comentarios en «NOSTALGIA NAVIDEÑA»

  1. Hasta aqui me llega el nostálgico olor a leña quemada que aromatizaban los pueblos Días de frío. Calor familial. Copitas de anís, mazapán,turrón de pobres zambombas y panderetas…y llego Zafra, la dura e implacable realidad

  2. Estas Navidades he vuelto a coger el tren, como hace tantos años, como cuando era niño…….., pero esta vez para ir a ver y pasar las Navidades con mi hijo. No es nostalgia, todo es puro contraste, aunque algunas cosas siguen casi igual que hace cincuenta años. No hay, no he visto, aquellos personajes fijos que eran conocidos y reconocidos, el limpia, el lotero, el que te buscaba hotel o pensión. Ya no hay mozos de estación con carretilla, ahora los carros son con monedas, y los «mozos» que deambulan están trabajando el descuido del viajero o son chaperos, como antaño, Tampoco he visto al «secreta» del tren, en cambio, ahora se paseaba uno con chaleco amarillo y reflectantes. En un extremo esta Madrid, pues tarde 11 horas en llegar, como siempre, después contemple la antigua estación de Atocha convertida en un jardín al que han quitado bancos y asientos, en el otro esta el AVE, que es otra cosa, de hoy, lo normal que esperamos y que nos merecemos.
    Me acorde de la película, Los ladrones somos gente honrada, y la memorable escena rodada en Atocha del timo de la estampita. con Tony Leblanc.

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