HAMBRUNA Y HARTURA
Nunca fueron buenos los extremos ni admisibles las posiciones radicalmente opuestas en el ámbito existencial, pero ese antagonismo se hace detestable cuando toma cuerpo en la justicia social, y abominable si afectan al reparto de riqueza, porque en ambos casos revienta la conciencia ciudadana, destierra la solidaridad y espanta los más elementales principios éticos y morales que deben regir la sociedad.
Bastaría tomar algunos deciles situados en la parte superior derecha de la campana social gaussiana y pasarlos a la parte inferior izquierda de la misma, para que los golpes del badajo anunciaran felices repiques solidarios en vez de tristes campanadas funerarias, como sucede hoy en todas las espadañas de nuestra geografía económica.
Los ciudadanos que pasan el tiempo discutiendo sobre la calidad del chocolate, mientras sus vecinos se comen los puños de hambre, merecen ser desposeídos de sus bienes. Una sociedad que tolera impasible la convivencia del hambre y la hartura en sus calles, es una sociedad enferma que debe ser llevada a la hoguera por su herejía social.
La hartura de bienestar lleva asociado el despilfarro que abre jirones de impotencia y rebeldía en quienes buscan restos de alimentos en los estercoleros con el dolor a cuestas, la enfermedad en el cuerpo, el hambre en el estómago y la desesperación en el alma, condenando esta sociedad occidental defensora de la civilización cristiana que profesan los mandatarios y siervos de todos los países cristianizados.
Paradoja doctrinal exhibida con cínica ostentación por los favorecidos que unen al desprecio y condena de los empobrecidos, la contradicción de golpearse el pecho en los templos con la mano izquierda mientras con la derecha abofetean la miseria, protegidos por el Dios que predican quienes roban la comida al hambriento, desnudan al vestido, infectan al sano, cierran los grifos al sediento y condenan al inocente.