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Autor: Francisco Blanco Prieto

CAMBIO

CAMBIO

Cambio

Repetir una vez más lo que se ha dicho en voz alta durante años no significa encender la chimenea con árboles caídos, sino confirmar la veracidad de las predicciones realizadas mientras los afectados pasaban por el quirófano para hacerse una timpanoplastia social que les impidiera oír el grito del pueblo pidiendo pan, trabajo y justicia.

Tal sordera a las demandas ciudadanas ha obligado a realizar un cambio en los modos de gobernar, que purifique la gestión pública y dignifique la política, donde el servicio a los ciudadanos sea el norte que guíe las actuaciones de los dirigentes, sin más interés que alcanzar el mayor binestar social para todos los gobernados.

Debemos pasar la gamuza por el escaparate institucional para quitar el vaho que nos impide ver qué sucede en los despachos, transparentando la vida pública como pilar básico de la democracia, al que se unen la honestidad y la competencia personal, formando el trípode que sustenta el sistema, quebrado por “hunos” y “hotros” durante los últimos treinta años.

Igual da la elección partidista que tome cada cual, pero es el momento de dar la oportunidad de regir los destinos del país a quienes se han ganado el derecho de hacerlo y no se le ha dado nunca el bastón de mando, conscientes de que con cualquier otra opción política nos irá mejor que hasta ahora, porque el estado de corrupción ha llegado a cotas inimaginables por la más negra novela de ficción.

Si en la vida nadie es imprescindible, menos aún en el ámbito político donde los depredadores han tomado posiciones que intentan perpetuar, considerando el país como un cortijo de su propiedad y las Instituciones lugar de mangoneo, comadreo, choriceo, recreo, fanfarroneo, saqueo y compadreo.

Los bipartidistas siguen mirándose obsesivamente el ombligo, justificando la derrota con imaginarias convergencias astrales, cuentos de hadas, ensoñaciones límbicas y conspiraciones judeomasónicas, cuando la realidad apunta a que se irán con el rabo entre las piernas por haberles interesado más la andorga que los ciudadanos.

LA MUECA DE MAS

LA MUECA DE MAS

Artur

Hay personas con sonrisa permanente que inspiran confianza, producen bienestar, reparten humor y provocan nuevas sonrisas. Pero hay muecas parecidas a sonrisas que pueden confundir a los ingenuos, seducidos por el visaje de un tahúr que no se guarda las cartas en la manga, sino detrás de su inquietante sonrisa.

Pero no sonreía el señor Mas en el Camp Nou durante la esperada sinfonía de silbatos, como creyeron separatistas y unionistas. No sonreía Mas, aunque lo pareciera, porque la cínica complacencia de su gesto era una contorsión dislocada de los labios en expresión burlesca y ácida, con desprecio avinagrado a la enseña que ha cambiado en pocos años por la señera.

Ese aspaviento crónico de don Artur no inspira nada bueno. Ademán propio de irrespetuoso muñeco afiliado al anacrónico guiñol secesionista. Mímica de caricato urbano, charlatán de feria y trilero embaucador que se envolvía en el 3 % en la señera, hasta que un uppercut político de Maragall le quitó la sonrisa.

Desde entonces no ríe Mas, aunque eso parezca el visaje que exhibe, propio de un titiritero de la política y fiel servidor del corruptivo pujolismo, que callaba más de lo que decía, cuando el sentido común dictaba su vocación política, dislocada hoy por razones que sabremos algún día no muy lejano, aunque hoy su mueca haya eclipsado la obra de arte balompédica de Messi.

Don Artur Mas deja claro con su estiramiento de labios que nada queda claro detrás de esa mueca, porque sus arqueadas cejas y su mirada la contradicen. Mueca que inspira más dudas que seguridades; alienta más incertidumbres que certezas; produce más desconfianza que verdad; genera más inquietud que templanza; origina más recelo que confianza; provoca más sospechas que evidencias; y suscita el miedo propio de quien tiene poder sin talento para ejercerlo.

Discrepancia con respeto para el independentismo, pero esa mueca….

GASTOS ELECTORALES

GASTOS ELECTORALES

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Nos han atufado durante la pasada semana con resultados electorales, análisis de todos los colores y opiniones variopintas sobre lo sucedido el pasado día 24 de mayo. Hemos escuchado pacientemente descontentos internos disfrazados con victorias cara al público y complacencias externas, camuflando fracasos internos, pero nadie nos ha echado las cuentas de lo que hemos pagado por esa fiesta democrática.

Alguien debería decirnos qué millonada de nuestros euros se ha gastado realmente en las elecciones andaluzas, en las municipales y en las autonómicas celebradas hace unos días, incluyendo el gasto que se avecina con las generales previstas cuando el presidente del Gobierno decida convocarlas.

Sabemos, eso sí, que el día de las elecciones andaluzas se gastaron 11,8 millones de euros en ese día festivo, algo que se corresponde con la normalidad en todo proceso electoral para organizar el acto que a todos satisface, incluso a los antidemócratas que van disfrazados de salvadores por el mundo.

Pero no me refiero a ese gasto necesario y complaciente que pagamos para organizar el evento, sino al desembolso que hacen los partidos políticos en mítines, viajes, propaganda, dietas, gasolina, alquileres, teléfonos, seguridad, chóferes, spots publicitarios, servicio de orden, interventores, etc., que pagamos los demás.

Porque lo malo no es que ignoremos ahora la cantidad que esto representa, el problema es que nunca sabremos lo gastado, como no sabremos tampoco de donde sale el dinero que entra en los partidos, ni su procedencia, en un país donde la transparencia es quimera inalcanzable.

Primum vivere, deinde fhilosophari, decían quienes sabían bien lo que decían, algo que la sabiduría popular traduce como “primero la obligación y luego la devoción”. Es decir, que antes de recortar servicios básicos como sanidad, educación, dependencia y justicia, es obligado suprimir las subvenciones a partidos políticos, sindicatos, patronales y fundaciones, sin que esto signifique restringir derecho alguno a esas organizaciones o a sus militantes, que son quienes deben pagarse el capricho y los beneficios de la afiliación.

VIDA

VIDA

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VID

No es fácil definir la realidad vital, ni existe palabra para adjetivar la vida, ni sentimiento para expresarla, ni red capaz de atraparla. Tan solo tenemos experiencia de que la vida es única e irrepetible, por mucho que los profetas de la fe se empeñen en lo contrario, tratando de consolarnos con inalcanzables paraísos.

La vida no exige a cambio más de lo que da, ni es pedigüeña por menesteroso que sea el cuerpo donde habita, conformándose con que sepamos vivirla, cada cual según su audacia, talento y posibilidades, sin pedirle más favor del que concede, ni exigirle significados de los que carece, ni demandarle atributos que no tiene.

Cabe decir, con escasa probabilidad de error, que la vida es lo único que tenemos realmente y de forma temporal como nuestro, siendo el resto de bienes atesorados transitorias pertenencias, hipotéticas posesiones, efímeras propiedades intercambiables o ficciones mentales sin previsible futuro.

Estéril es el empeño en hablar de una vida triste o feliz; afortunada o desgraciada; amable o grosera; comprensible o impenetrable; cruel o misericordiosa; egoísta o generosa; traidora o leal, siendo en realidad una oportunidad excepcional que debemos aprovechar, libándola a sorbos lentos como el buen vino y levantando el alma como hacen las aves de corral cuando beben.

Las opacas gafas que ponen los mercados en nuestros ojos frente a los escaparates sociales y la venda que las ideologías colocan en los ojos del espíritu, nos impiden ver la anchura de la vida que nos abraza cuando vamos hacia ella con el corazón en bandolera a declararle nuestro amor, sin vulgares compañías de mezquinas ambiciones.

La vida nos sostiene hasta que un día se cansa de llevarnos encima y nos abandona en lugar inesperado sin explicación alguna, mientras sigue su camino hacia la inmortalidad que solo a ella pertenece, porque somos simples usufructuarios temporales de la posada subarrendada que ocupamos, sabiendo que las vueltas de la vida son campanadas con doble tirabuzón que algunas veces nos deja noqueados por el suelo sin capacidad de respuesta ni aliento para renunciar a ella, pero que otras nos compensa con sonrisas de amores desprevenidos, encuentros de almas gemelas y caricias de felicidad renacida para bloquear la memoria amarga de luto.

ENCUENTRO CON LA INNOMBRABLE

ENCUENTRO CON LA INNOMBRABLE

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No sabemos cuándo, pero tenemos cierto nuestro encuentro con la innombrable desde que el corazón da el primer latido en el vientre materno, por mucho que pretendamos huir de ella escondiéndola en el rincón más oscuro de la memoria para hacerla desaparecer sin conseguirlo, porque es la única realidad futura que sabemos con certeza.

Eso sí, por mucho que intentemos darle cita o adivinar el día que vendrá a visitarnos, no será posible porque la aventura de la vida cierra las puertas a todas las predicciones, salvo aquellas que cumplan la voluntad de suicidio o el pronóstico del responsable que atiende a los enfermos terminales en las unidades de cuidados paliativos.

Se incluye también en este grupo de privilegiados a quienes la muerte anuncia previamente su visita, los condenados a muerte, quienes juegan a la ruleta rusa con el tambor del revólver lleno de balas y Santiago Nasar, el protagonista de la novela de García Márquez donde anuncia anticipadamente su muerte.

Todos los demás debemos estar preparados para cualquier sorpresa en propia piel, dando oportunidad a familiares, amigos y vecinos de difundir nuestro viaje hacia la nada de procedencia que a los descreídos nos espera, o hacia la eterna felicidad celestial que anhelan los creyentes, aunque parezca contradictorio que quieran acceder a tanta dicha lo más tarde posible.

EL INQUISIDOR VALDÉS

EL INQUISIDOR VALDÉS

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En tiempos de la inquisidora política que persigue coletas, magistradas, herejes políticos y todo lo que se mueve a la izquierda de su destronado trono, es bueno recordar al inquisidor eclesiástico que buscaba herejes doctrinales por las esquinas, con la diferencia de que la primera no puede hacer otra cosa que amagar sin poder dar, y el segundo los quemaba vivos.

La estatua de Fray Luis de León con la mano tendida en paz que preside el Patio de Escuelas universitario, me lleva al claustro de la Universidad de Oviedo donde se yergue la de su fundador, el inquisidor Valdés, que intervino en el procesamiento inquisitorial al profesor salmantino.

Fue el arzobispo inquisidor Fernando de Valdés, padre de un hijo natural, intrigante político y pastor de varias diócesis, antes de presidir el Consejo de Castilla, y después de licenciarse en Salamanca y ser profesor de Derecho Canónico en sus reprimidas aulas universitarias, aunque el nefasto recuerdo que lo trae hoy a esta bitácora fue su vocación inquisidora.

En el año de 1547 fue nombrado Fernando de Valdés como Inquisidor General a instancias del príncipe Felipe, por insistencia de su protector el todopoderoso cardenal Cisneros, que lo llevó en volandas por las diócesis de Orense, Oviedo, León y Sigüenza, hasta sentarlo en el arzobispado de Sevilla.

Disoluto eclesiástico que amasó enorme fortuna al frente de la archidiócesis andaluza con irregulares procedimientos, llegando su riqueza a tales dimensiones que por dos veces le pidió el rey dinero prestado para aliviar la enorme deuda del belicoso Estado, que gastó en cristianas batallas el patrimonio nacional.

El primer préstamo fue solicitado al distinguido clérigo en 1552, que concedió a la corona veinte mil ducados; y la segunda, cuando cayó en desgracia por negarse a prestar a Felipe ciento cincuenta mil ducados que le pidió como ayuda para sufragar los gastos de la guerra que mantenía con Enrique II de Francia, provocando con su negativa la ira del Emperador Carlos V que le obligó finalmente a ceder quince mil ducados para ese conflicto bélico, en un momento en que las fuerzas armadas se llevaban las dos terceras partes del presupuesto.

Ocupó sus ratos libres en censurar obras de pensadores como Erasmo de Róterdam y enviar al Índice de libros prohibidos los escritos de San Francisco de Borja, San Juan de Ávila y Fray Luis de Granada, consiguiendo por méritos propios y muertes ajenas promovidas por él en nombre de la Iglesia, ser uno de los inquisidores más radicales, cuya estatua aún se conserva en el claustro viejo de la Universidad de Oviedo, suponemos que como recuerdo de lo que no debe ser un pastor de la Iglesia, más que como fundador de la misma.

PRIMERA PRUEBA DEL ALGODÓN

PRIMERA PRUEBA DEL ALGODÓN

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Los resultados de las elecciones municipales y autonómicas han puesto de manifiesto la necesidad de pactos y negociaciones entre la diferentes formaciones políticas. Acuerdos a los que puede llegarse de dos formas: negociando concejalías municipales y consejerías autonómicas con mercadeos de poder, o conciliando programas divergentes hasta llegar al consenso.

El comercio de cargos ha sido la opción preferente en las tradicionales negociaciones políticas para alcanzar bastones de mando, algo que debe pasar a la negra historia del silloneo porque ha llegado el tiempo de hablar en las mesas sobre programas y proyectos, dejando a un lado personalismos y preocupaciones de cada cual por su futuro.

Quiere esto decir que el primer test valorativo que confirmará la realidad del cambio, será el nivel de transparencia que haya en las negociaciones que van a tener lugar, donde los ciudadanos debemos estar informados de quienes serán los protagonistas, de las propuestas de cada cual, de las convergencias, divergencias, aceptaciones, negaciones, cambios, cesiones, acuerdos y compromisos.

Mal comienzo sería para la anhelada democracia real que deseamos, si los partidos negocian entre bastidores a cencerro tapado emulando a Juan Palomo, y guisan los primeros platos en cocinas herméticas, donde los ingredientes que se añaden a las cazuelas pueden indigestar al pueblo.

Mal comienzo tendremos si al pasar el algodón por las mesas negociadoras, este sale ennegrecido por una opacidad mancilladora de su blancura, porque se haya ocultado al pueblo aquello que rechaza, le perjudica, ofende y decepciona, como el abandono de las “líneas rojas” o la tozudez que impida llegar a necesarios acuerdos beneficiosos para todos.

Pedimos, pues, que el proceso negociador se haga con luz, taquígrafos y transparencia absoluta, porque nada hay que no debamos saber quienes hemos hecho posible las mesas de negociación, salvo que se pretenda ocultarnos información pensando que nos falta la madurez que nos sobra.