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Día: 8 de octubre de 2013

LA CODICIA, MADRASTRA CORRUPTORA

LA CODICIA, MADRASTRA CORRUPTORA

codicia

En el reparto de vicios capitales que hizo Salvador de Madariaga entre franceses, ingleses y españoles, a los primeros les atribuyó la avaricia, a los segundos la hipocresía y a nosotros la envidia, sin percibir que ésta conduce inevitablemente a la codicia, como ambición desordenada de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas, no para compartirlas.

El afán excesivo de riquezas conduce inevitablemente a la corrupción, pues el deseo vehemente de bienes materiales no tiene otra salida que la trampa y el engaño, al precio moral que sea. Esto significa que la codicia es madrastra de la corrupción que ha infestado las instituciones españolas durante décadas.

Mueve al codicioso el apetito de fortuna y su temor a la pobreza futura, pero no el deleitarse con los placeres que le reporta el patrimonio adquirido, porque sólo pretende asegurarse el garbanzo, como prueban los grandes capitales que se encuentran enterrados en las cajas de seguridad bancarias.

A la envidia, se añade la codicia como pecado capital de moda en los pisos altos esta España nuestra, – irreconocible para la madre que la parió -, aunque el catecismo del padre Astete no contemple este deseo de sobrepasar los límites morales y lícitos, que la sitúan entre las actitudes sociales, políticas y ciudadanas, más detestables.

El anhelo acaparador de riquezas no camina solo, sino acompañado de otras degeneraciones asociadas simbióticamente a él, que los depredadores practican sin escrúpulos, como son la deslealtad a personas e ideas; la traición premeditada; la aceptación de sobornos; la estafa, el cinismo, la violencia moral; y la simonía importada de los altares y mejorada por la corruptelas que practican los codiciosos institucionales.