ESTOY AVERGONZADO
Mi estado de ánimo ha pasado por distintas fases agudas de intensidad variable, evolucionando desde la discrepancia a la indignación, pasando por la queja, el vituperio y la incitación a la rebeldía. Ahora me encuentro en un estado nunca imaginado y desconocido en sesenta y cinco años, debido a las despreciable imágenes que impresionan mi retina.
Pasar la tijera por donde no hay nada que cortar, mientras que políticos y banqueros se parapetan bajo el paraguas de salarios desmedidos, indemnizaciones escandalosas, pensiones vitalicias y privilegios inmerecidos, hiere el espíritu más insensible, porque al mismo tiempo que masacran derechos intocables de los vecinos condenan al pueblo a remar en galeras, descalifican a los funcionarios, humillan a los médicos, desprestigian a los profesores, irritan a los militares, ofenden a jueces y fiscales, desprecian a los parados y obligan a los cuerpos de seguridad a reprimir violentamente al pueblo que defiende sus intereses.
Estoy avergonzado de ver trabajadores en la morgue del suicidio, por carecer de lo más elemental para la supervivencia.
Estoy avergonzado de ver a titulados universitarios buscando restos de alimentos en los contenedores de basura de los supermercados.
Estoy avergonzado de ver a jóvenes adultos deprimidos y condenados a la humillante dependencia familiar por falta de trabajo.
Estoy avergonzado de ver el ensañamiento que emplean algunos policías en reprimir a los vecinos que piden trabajo, pan y justicia.
Estoy avergonzado de ver a los médicos entrar en los hospitales con la fiambrera bajo el brazo, dispuestos a trabajar durante veinticuatro horas seguidas por nuestra salud.
Estoy, en fin, avergonzado de vivir en un país gobernado desde hace muchos años por politiqueros de tres al cuarto cuyo mérito no pasa de lucir gaviotas o rosas en la solapa.