TIEMBLA «PÚBLICO»
Tiemblan los cimientos del diario Público y con él temblamos todos los que aspiramos a su permanencia, porque nada hay más triste en el mundo informativo que el cierre por defunción económica de un periódico, cuyas páginas no merecen la desaparición de los escaparate en quioscos de prensa.
Tal vez si la crisis provocada por quienes viven al margen de ella, estuviera un metro por encima del pozo donde nos han metido, 160 familias no estarían ahora tiritando. Tal vez si la caída de publicidad no fuera del 50 %, los acreedores no harían cola en el nº 104 de la calle Coleruega. Tal vez si Público hubiera aceptado anuncios de prostitución, sus 300.000 lectores no vibrarían ante la posible desaparición de un periódico público, progresista y plural.
Llevo toda mi vida soñando con una prensa libre, independiente de partidos políticos, defensora de los valores que dignifican la sociedad, emancipada del poder, crítica sin especulaciones oportunistas, liberada de servidumbres financieras, imparcial sin atisbo de subjetividad y luchadora por la justicia.
Llevo toda mi vida soñando con periodistas despojados de ideologías cuando toman la pluma o el micrófono, honestos en actitudes y compromisos, sin prejuicios ni previas ideas que determinen su conducta, moralmente íntegros, rigurosos intelectualmente y respetuosos en las críticas.
Llevo toda mi vida soñando con periódicos que sean fuente veraz de información para quienes en el futuro investiguen nuestro presente en las hemerotecas. Periódicos donde la manipulación de noticias sea más noticia que un rabo mordiendo al perro.
Pero si esto no es posible porque las subvenciones oficiales del partido de turno no son gratuitas o las exigencias de las marcas comerciales que nutren sus arcas con la publicidad no permiten cumplir los objetivos que justifican la existencia de los periódicos, más vale que éstos no lleguen a los lectores si sus páginas someten el servicio público a los beneficios del pagador y de sus mercenarios.