TELEVISIÓN

TELEVISIÓN

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El enorme poder de penetración social que tiene la televisión, exige ponerla en manos de personas inteligentes, honradas, sensatas y veraces, con auténtica vocación informativa, educativa y pacífica, para hacer de ella un medio fidedigno que informe con objetividad, aleccione sin academicismo, divierta con respeto y promueva el buen entendimiento.

De no hacerse esto, la ventana indiscreta situada en preferencial lugar doméstico, seguirá abriendo sus puertas al engaño, el analfabetismo, la grosería y el enfrentamiento, con el falso pretexto de ser la población quien demanda meter el estercolero en casa, sin tener en cuenta que nadie abandonará un camino empedrado si desconoce el sendero asfaltado.

Algunos programas televisivos con elevado índice de audiencia están creciendo en sentido contrario a las agujas del reloj, llevándonos al oscurantismo informativo de una época olvidada, despertando los más bajos instintos humanos, entreteniendo al personal con el dolor ajeno y maleducando a los ciudadanos en la confrontación.

Hacer de la televisión un zafio medio de estupidización general, entontecimiento crónico y bravuconería tabernaria, es el octavo pecado capital pendiente de incluir en el catecismo social por méritos propios y sin redención posible, merecedor de eterna penitencia y excomunión popular.

Es obligado reflexionar sobre las consecuencias sociales de poner en manos partidistas, privadas o mercantiles, tan influyente medio de comunicación, con capacidad para crear opinión pública, desinformar a los ciudadanos, promover la incultura y alentar discordias.

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