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Etiqueta: Viena

CROISSANT – CRUASÁN

CROISSANT – CRUASÁN

Unknown

La conversación mantenida ayer con unos amigos mientras desayunaban cruasanes y yo tostada con aceite, me obliga a recordar que el bollo de hojaldre en forma de media luna fue inventado por los austriacos en 1683, aunque los franceses se atribuyeran la creación de esta masa hojaldrada con levadura y mantequilla, que bautizaron con el nombre de croissant, aludiendo al cuarto “creciente” de la luna.

Tuvo su origen el cruasán en las disputas mantenidas por vieneses y turcos durante el asedio de estos a Viena, cuando quisieron conquistar la ciudad austriaca al mando del visir Mustafá, poniendo cien mil otomanos a sus puertas y cercándola durante meses a la espera de su rendición, mientras construían túneles por la noche para acceder a la villa por debajo de las murallas, aprovechando que los vieneses dormían.

Pero los madrugadores panaderos detectaron golpes de piquetas bajo sus pies, alertando al ejército adormilado en los cuarteles para que despabilaran, expulsando en pocos días al invasor de los pasadizos y cerrándolos a cal y canto para evitar nuevas incursiones de los infieles a través de ellos.

Viena se salvó definitivamente de los otomanos cuando un polaco asentado en la ciudad escapó del cerco otomano para solicitar ayuda a Carlos V de Lorena, que liberó con su ejército y civiles polacos la ciudad, celebrando la victoria con bollos dulces en forma de media luna llamados Kipferl, precursores del croissant francés, que apareció en 1838 con el nombre de kaisersemmel o pan vienés.

También se cuenta que el entonces emperador austriaco, Leopoldo I, compensó a los panaderos sus servicios, autorizándoles a llevar al cinto la espada que tanto habían solicitado, y agradeciendo al emperador el detalle elaborando un bollo en su honor que sirviera de mofa a los turcos, ideando un panecillo en forma de media luna que hoy desayunan millones de personas en el mundo, incluidos los turcos.

MENDOZA CUMPLE AÑOS

MENDOZA CUMPLE AÑOS

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Tal día como hoy de hace setenta años, el barcelonés Eduardo Mendoza vino al mundo con el arte de la pluma bajo el brazo para vivir en la ciudad de los prodigios despistando a la censura franquista con la verdad del caso Savolta, que ocultaba los soldados de Cataluña.

Cansado de traducir palabras de otros por Nueva York, Ginebra y Viena decidió volver a sus rincones infantiles y habitar la isla inaudita, conciliando la comedia ligera con sus clases en la Universidad Pompeu Fabra, mientras compartía la aventura del tocador de señoras, sabiendo que una pésima novela hace malas todas las anteriores.

Cumple años Eduardo, viviendo a ras de suelo y sujetando las puertas de su casa con los premios literarios que ha recibido, haciendo gala de sus cinco mandamientos: sencillez, trabajo, constancia, humor y pragmatismo. Cóctel que le hace gran persona y escritor vocacional, alejado de las togas y los pleitos para los que fue formado en la Facultad de Derecho.

Su gusto por ser el más extranjero de todos los extranjeros, le lleva disfrutar paseando por ciudades donde no es reconocido, gritando con un megáfono que estamos como estamos porque los bancos nos dieron propinas innecesarias y sobradas para hipotecar nuestra vida.

LA NO IMPERIAL VIENA

LA NO IMPERIAL VIENA

Al pie de las primeras estribaciones de los Alpes y rodeada de bosques, descansa Viena dejándose acariciar por el Danubio, que disfraza sus marrones aguas con el azul de un vals, para que los enamorados sueñen con realidades distintas que sólo a ellos pertenecen.

Francisco José y María Teresa, perdón, María Teresa y Francisco José, que en este caso no monta tanto ni tanto monta uno como otro, porque los pantalones fueron llevados por esta mujer de 1,60 metros de altura y 120 kg de peso, que caminaba por los palacios  llevando 16 hijos en la mano izquierda y el cetro firme de gobierno en la derecha. Quien no crea esto, que observe en este cuadro dónde señala cada uno y hacia dónde lleva su mano la jefa de la familia.

Es Viena ciudad de piedra que deja ver algunas fachadas oscurecidas por la humedad que horada sus poros donde anida sucia sequedad, para decirnos que también la roca sufre enfermedades atmosféricas como si tuviera vida, obligando a los vieneses a rescatar el marfil, lanzando polvo de hierro contra la superficie.

Hasta la capital del antiguo imperio llevó Fernando, – el hijo criado en España por la Loca y el Hermoso -, los primeros caballos cartujanos, ascendientes de los que ahora trotan domesticados en el picadero vienés rodeados de museos por todas partes, donde se ilustran hasta los más lerdos cuadrúpedos humanos.

Y no lejos de los equinos, el recuerdo a la Santísima Trinidad hecho por Leopoldo, cobra forma de monumento para agradecer a los tres, es decir, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, que salvaran de la peste negra a los que se salvaron, pues los miles que murieron en el siglo XVII a causa de dicha pandemia no merecieron la atención de las tres Personas unidas en un solo Dios verdadero.

Pero guarda Viena en su Ayuntamiento dos símbolos que pasan desapercibidos para muchos  visitantes: el guerrero municipal y la sobredimensionada lámpara de la sala de plenos consistoriales y parlamentarios, gobernada por un socialista que ha repetido mandato por deseo del  ¡ 98 % !  de sus vecinos.

Lámpara de 3.500 kg de peso, iluminada por 130 bombillas que tuvo que ser elevada 1 metro por encima de su original posición, para evitar que el calor desprendido por las bombillas, recalentara más de lo debido las mentes de los políticos en los debates, cambiando al mismo tiempo las luminarias de incandescencia por otras de bajo consumo, sin conseguir con ello templar los ánimos consistoriales y parlamentarios.

No autorizó quien todo gobernaba entonces, que la torre del Ayuntamiento tuviera más altura de los 98 metros exhibidos por la iglesia Votiva, pero el arquitecto puso en la cima del vértice consistorial un guerrero de 5 m para llegar a los 103 m, queriendo dejar claro quién debía gobernar la ciudad. El empeño del arquitecto se vio estimulado por la pederastia eclesial, provocando que el porcentaje de católicos se haya reducido del 87 % en la década de los años sesenta, al 55 % que hoy tiene en sus filas la católica, apostólica y romana iglesia.

No es imperial la tierra vienesa, sino agrícola y ganadera, donde el cultivo de la colza, maíz y calabazas cubren sus campos, mientras que en la ciudad los ministros del gobierno viajan en tranvía, – como en España -, y en la iglesia agustina se guardan lenguas y corazones como reliquias de quienes pusieron el pie sobre los vecinos de la ciudad.

Pero Viena mantiene intacta la tradición tertuliana en torno a un humeante café, donde la prisa es despedida y el recreo en la conversación cobra un espacio desconocido en otras latitudes, ignorando los contertulios el tímido sonrojo de la azafata que muestra el Consistorio, cuando el visitante elogia su belleza juvenil y simpatía.