LA NO IMPERIAL VIENA

LA NO IMPERIAL VIENA

Al pie de las primeras estribaciones de los Alpes y rodeada de bosques, descansa Viena dejándose acariciar por el Danubio, que disfraza sus marrones aguas con el azul de un vals, para que los enamorados sueñen con realidades distintas que sólo a ellos pertenecen.

Francisco José y María Teresa, perdón, María Teresa y Francisco José, que en este caso no monta tanto ni tanto monta uno como otro, porque los pantalones fueron llevados por esta mujer de 1,60 metros de altura y 120 kg de peso, que caminaba por los palacios  llevando 16 hijos en la mano izquierda y el cetro firme de gobierno en la derecha. Quien no crea esto, que observe en este cuadro dónde señala cada uno y hacia dónde lleva su mano la jefa de la familia.

Es Viena ciudad de piedra que deja ver algunas fachadas oscurecidas por la humedad que horada sus poros donde anida sucia sequedad, para decirnos que también la roca sufre enfermedades atmosféricas como si tuviera vida, obligando a los vieneses a rescatar el marfil, lanzando polvo de hierro contra la superficie.

Hasta la capital del antiguo imperio llevó Fernando, – el hijo criado en España por la Loca y el Hermoso -, los primeros caballos cartujanos, ascendientes de los que ahora trotan domesticados en el picadero vienés rodeados de museos por todas partes, donde se ilustran hasta los más lerdos cuadrúpedos humanos.

Y no lejos de los equinos, el recuerdo a la Santísima Trinidad hecho por Leopoldo, cobra forma de monumento para agradecer a los tres, es decir, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, que salvaran de la peste negra a los que se salvaron, pues los miles que murieron en el siglo XVII a causa de dicha pandemia no merecieron la atención de las tres Personas unidas en un solo Dios verdadero.

Pero guarda Viena en su Ayuntamiento dos símbolos que pasan desapercibidos para muchos  visitantes: el guerrero municipal y la sobredimensionada lámpara de la sala de plenos consistoriales y parlamentarios, gobernada por un socialista que ha repetido mandato por deseo del  ¡ 98 % !  de sus vecinos.

Lámpara de 3.500 kg de peso, iluminada por 130 bombillas que tuvo que ser elevada 1 metro por encima de su original posición, para evitar que el calor desprendido por las bombillas, recalentara más de lo debido las mentes de los políticos en los debates, cambiando al mismo tiempo las luminarias de incandescencia por otras de bajo consumo, sin conseguir con ello templar los ánimos consistoriales y parlamentarios.

No autorizó quien todo gobernaba entonces, que la torre del Ayuntamiento tuviera más altura de los 98 metros exhibidos por la iglesia Votiva, pero el arquitecto puso en la cima del vértice consistorial un guerrero de 5 m para llegar a los 103 m, queriendo dejar claro quién debía gobernar la ciudad. El empeño del arquitecto se vio estimulado por la pederastia eclesial, provocando que el porcentaje de católicos se haya reducido del 87 % en la década de los años sesenta, al 55 % que hoy tiene en sus filas la católica, apostólica y romana iglesia.

No es imperial la tierra vienesa, sino agrícola y ganadera, donde el cultivo de la colza, maíz y calabazas cubren sus campos, mientras que en la ciudad los ministros del gobierno viajan en tranvía, – como en España -, y en la iglesia agustina se guardan lenguas y corazones como reliquias de quienes pusieron el pie sobre los vecinos de la ciudad.

Pero Viena mantiene intacta la tradición tertuliana en torno a un humeante café, donde la prisa es despedida y el recreo en la conversación cobra un espacio desconocido en otras latitudes, ignorando los contertulios el tímido sonrojo de la azafata que muestra el Consistorio, cuando el visitante elogia su belleza juvenil y simpatía.

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