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¿DECÍAMOS AYER…?

¿DECÍAMOS AYER…?

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Fray Luis de León retornó a Salamanca desde la cárcel vallisoletana de la Inquisición, la mañana del domingo 30 de diciembre de 1576, entrando en la ciudad por la calzada principal que conducía a la Universidad, a lomos de una mula, siendo recibido por muchos ciudadanos que ocupaban la calle, balcones y ventanas, hasta llegar al convento de San Agustín.

Al día siguiente, el Rector de la Universidad convocó Claustro Pleno para informar a los profesores sobre la sentencia absolutoria dictada por el Santo Oficio, devolverle a su cátedra y decretar que le fueran pagados los sueldos correspondientes desde su detención, que ascendían a 25.000 maravedíes por cada año que estuvo ausente.

Tras unas palabras de agradecimiento, Fray Luis aceptó la restitución de su honor y honra, solicitando la nueva cátedra de Teología, que le fue otorgada por votación secreta de los claustrales, recibiendo el nombramiento oficial veinte días más tarde, mediante cédula real otorgada por el rey Felipe II.

Fray Luis ocupó dicha cátedra una semana más tarde, y el martes 29 de enero pronunció su primera lección después de cinco años de cautiverio y penalidades, ante un público expectante que llenaba el aula, esperando oír de sus labios el relato del cautiverio, los pormenores del proceso, la réplica a sus delatores y duros reproches al tribunal inquisidor que le juzgó.

Pero no fue así, ni como la tradición ha mitificado durante siglos afirmando que el maestro pronunció la frase “Decibamus hesterna die”, algo que no sucedió, pues Fray Luis inició su lección con las siguientes palabras: “Os saludo a todos en el nombre de Cristo y os pido que agradezcáis a Dios, conmigo, la merced que me ha hecho al permitirme estar de nuevo entre vosotros, con el mismo fervor que estaba el último día, cuando dicté en esta sala mi última lección antes de ser retirado de la cátedra. Al comentar aquel día el Salmo XXVI, les decía a mis alumnos de entonces que….

De esta forma, comenzó su primera clase, con la misma naturalidad que la hubiera comenzado al día siguiente de la suspensión el 26 de marzo de 1572, cuando fue detenido en el convento al concluir su lección diaria, sin expresar rencor a nadie ni consumirse en venganzas impropias de su condición.

¡LA DICHOSA RANA!

¡LA DICHOSA RANA!

Por muchas veces que pretenda evitarlo, nunca lo consigo. En ocasiones por voluntad propia y la mayoría de las veces requerido por los amigos que me visitan. Me estoy refiriendo a la patológica y desafortunada búsqueda de la rana en nuestra fachada universitaria.

No hay mayor prueba de embaucamiento colectivo por las hojas del rábano que la búsqueda de una rana en la joya del plateresco universal, porque este batracio se encarga de privar a los ojeadores del magnífico tapiz pétreo que abre las puertas a nuestra Universidad.

Croar inculto que trivializa la belleza única destilada por los canteros hace seis siglos para deleite de espíritus sensibles al arte inmortal. Minúsculo arbusto que impide ver el bosque majestuoso de belleza que destila la arenisca labrada por manos sabias de anónimos artistas desaprovechando la ocasión para degustar una pieza de valor escultórico excepcional nutrida de íntimos secretos estéticos, porque es muy difícil amar lo que se ignora y sólo se estima debidamente aquello que se conoce.

Forzado por peticiones, caigo una y otra vez en el engaño, y pico el anzuelo en cada visita de amigos que recibo, sin encontrar después consuelo a mi arrepentimiento, al convertir el arte en pasatiempo de búsqueda.

Pido a todos mis paisanos que se nieguen a mostrar la dichosa rana a los visitantes, sabiendo que seré el primero en contravenir este deseo porque la tradición pesa más que mi anhelo, y el deseo de complacer a los invitados somete mis propias intenciones.

SUBID AL ASCENSOR

SUBID AL ASCENSOR

Ayer tuve ocasión de cumplir un deseo, alentado desde hacía semanas por quienes me precedieron en la visita, y me “subí a la fachada” de la Universidad salmantina para vivir una experiencia única a la que todos estáis invitados, porque el ascenso a esa joya del plateresco es un deleite del que los lectores de esta bitácora no deben privarse.

El viento, la lluvia y, sobre todo, los ácidos excrementos de palomas y estorninos han pretendido llevarse por delante el excepcional tapiz pétreo del Estudio, inoculando en la piedra arenisca gérmenes contaminantes que han herido gravemente una belleza con 500 años de historia, obra cumbre del Renacimiento español.

La restauración de esta inigualable obra de arte se ha librado de los recortes económicos, siendo promovida su intervención por la Universidad de Salamanca con el patrocinio de la empresa Enusa y el apoyo de la Fundación del Patrimonio Artístico, para ser llevada a efecto a partir de octubre.

Con ese motivo se ha instalado en la fachada una plataforma de ascenso a la misma para que los técnicos de diferentes especialidades estudien las filigranas de la piedra y recompongan los daños causados, dando oportunidad a los ciudadanos a subir al ascensor estos dos meses, cuando los investigadores descansan de su tarea.

Os invito a todos, estéis donde estéis, a que no perdáis esta oportunidad única para descubrir y acariciar secretos históricos de la fachada que van más allá del dichoso batracio académico, porque la oportunidad de hacerlo es única e irrepetible, como la vida.

INMERECIDO HONOR

INMERECIDO HONOR

Que nadie vea falsa modestia en mis palabras, pero considero un inmerecido honor haber ocupado ayer la cátedra del Paraninfo de la Universidad de Salamanca, para dar una conferencia sobre la vida académica de Unamuno.

Cuando subía al púlpito de este templo de la sabiduría no sabía si flotaba o temblaba. Mientras hablaba, ignoro si deletreaba o tartamudeaba. Y cuando un cerrado y generoso aplauso me llevaba en volandas escaleras abajo de la cátedra, no sabía si bajaba o rodaba.

Ocupar la tribuna por la que han pasado los más grandes eruditos de la historia universitaria, es un privilegio al alcance de unos pocos favorecidos entre los que me encuentro, a pesar de no tener los méritos acreditados por quienes me precedieron en el estrado.

Hablar desde el mismo lugar que Miguel de Unamuno dirigió su inmortal lección inaugural en octubre de 1900 y se despidió de la cátedra en septiembre de 1934, es la recompensa a muchos años de investigación, trabajo y sacrificio, que ayer se vieron compensados.

Mis palabras se mezclaron con imperecederos ecos de sabios maestros, guardados en los tapices que decoran el emblemático salón donde la barbarie venció sin convencer, el día que la sinrazón desterró al silencio al mayor intelectual que ha pasado por las aulas salmantinas, emulando a Fray Luis, Nebrija, Vitoria y Brocense.

Gracias, por ello, al profesor Enrique Cabero que me hizo la invitación en nombre de la Universidad para subir a tan distinguido sitial. Gracias a los que asistieron, por el religioso silencio que guardaron escuchando mis palabras. Y gracias a mi maestro Unamuno por darme la oportunidad de hablar sobre él y agradecerle sus enseñanzas, en ese marco incomparable.