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JUBILACIÓN DEL SENTIDOR

JUBILACIÓN DEL SENTIDOR

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Hace hoy 151 años que vino al mundo en su bochito bilbaíno un vasco-castellano universal que pasó por la vida agonizando contra el Misterio, agitando conciencias, luchando contra todos, contra todo y contra sí mismo, defendiendo de la verdad por encima de la paz, dando ejemplo de honradez, siendo esposo fiel, amigo leal y político comprometido con la sociedad de su tiempo, llegando a ser el más grande intelectual que ha tenido la Universidad de Salamanca en sus 800 años de historia.

Hace hoy 81 años que Miguel de Unamuno recibió en Salamanca el homenaje mayor que imaginarse pueda, con motivo de su jubilación en la cátedra universitaria que ocupó durante 39 años, excluyendo los seis años que estuvo desterrado en Fuerteventura, París y Hendaya, por el dictador Primo de Rivera y el vesánico Martínez Anido.

Estas dos efemérides en el mismo día hacen inevitable el recuerdo a un sabio singular, que quiso ser por encima de todo sentidor con el alma en vilo sobre la conciencia de sus vecinos, derramando pensamientos y sentires en estrofas, páginas, proscenios, tribunas, periódicos y cartas, con sabiduría profunda, compromiso social y generosidad desconocida por los creadores de la falsa mitología unamuniana que se expande sin redención posible.

La Asociación de Amigos de Unamuno homenajea hoy a la persona que justifica tal agrupación de sus amigos, en el espacio ocupado por él durante años de escolástico magisterio, sin otra pretensión que agradecer a don Miguel su legado literario y el testimonio de vida que dio a la Humanidad este pensador universal.

¿ESTÁ AQUÍ LA RANA?

¿ESTÁ AQUÍ LA RANA?

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Conversaba ayer con el guarda privado que custodia el acceso al edificio antiguo de la Universidad mientras esperaba a los reporteros de la televisión que iban a hacerme una entrevista sobre la implicación de Unamuno en el doctorado honoris causa que le fue concedido a Santa Teresa en 1922, cuando se acercaron unos turistas preguntando ¿está aquí la rana?

¡Dios!

Esa es la gran tragedia que sufre en silencio desde hace siglos el tapiz pétreo más hermoso que imaginarse pueda, muestra excepcional del mejor plateresco que cantero alguno haya podido tallar en la piedra salmantina que dora las fachadas, ascendiendo en fuego dorado al cielo con llamaradas que singularizan la belleza de la ciudad charra.

Nunca un batracio petrificado fue tan curioseado por ociosos turistas que miran el dedo cuando les señalan la luna, ni otro anfibio anuro mereció tanto desprecio por los amantes del arte que contemplan atónitos una filigrana histórica que habla con sabiduría de la piedra histórica del Estudio, donde impartieron sus lecciones Nebrija, Fray Luis, Vitoria y Unamuno, entre otros sabios de los muchos que han pasado por sus aulas.

El respeto con la vulgaridad cultural me obligó a dar una respuesta afirmativa a los curiosos que preguntaron, pero merecido tenían ser enviados calle Libreros abajo hasta tomar Tentenecio la bajada al río, donde el croar de las ranas daría cumplida satisfacción a quienes por ellas preguntaban.

«NIVOLA»

«NIVOLA»

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De gala, con sus mejores luces y arropada por un selecto público unamuniano que llenó las butacas del patio neorrenacentista del Casino, presentamos ayer en sociedad nuestra revista Nivola con entusiasmo contenido por parte de quienes tuvimos el honor de apadrinarla, en una velada con sabor a gratitud y reconocimiento a cuantos han hecho posible su publicación.

Entrañables palabras de Antonio, Miguel y Florencio acompañaron el nacimiento de una revista cultural en Salamanca que nace con vocación de servicio y permanencia. Servicio en el cumplimiento de la misión que tiene encomendada, y permanencia porque ha venido al mundo para quedarse con nosotros todo el tiempo que don Miguel se mantenga en el recuerdo de quienes sentimos cercana la presencia del mayor intelectual que ha tenido la Universidad salmantina en sus ochocientos años de historia.

Íntima sesión compartida con el recogimiento que corresponde a un litúrgico acto cultural con ceremonial de compromiso, unido al regocijo de los grandes alumbramientos, conciliando rigor y amenidad en la gran fiesta de la cultura que ayer compartimos los socios, amigos y simpatizantes de don Miguel.

Nivola está ya con nosotros, dispuesta a poner luz en las sombras que enturbian confusas historias del sentidor, a liberarnos del tedio agitando el espíritu adormecido por la rutina cotidiana y a presentarnos en carne viva un personaje singular que fue paradigma del intelectual que se mantuvo siempre contra el poder, contra todo, contra todos y contra él mismo, con alma limpia y corazón sincero, hasta ser llamado al pecho del Padre Eterno donde descansa, tras pasar una vida luchando contra el gran misterio.

EL INQUISIDOR VALDÉS

EL INQUISIDOR VALDÉS

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En tiempos de la inquisidora política que persigue coletas, magistradas, herejes políticos y todo lo que se mueve a la izquierda de su destronado trono, es bueno recordar al inquisidor eclesiástico que buscaba herejes doctrinales por las esquinas, con la diferencia de que la primera no puede hacer otra cosa que amagar sin poder dar, y el segundo los quemaba vivos.

La estatua de Fray Luis de León con la mano tendida en paz que preside el Patio de Escuelas universitario, me lleva al claustro de la Universidad de Oviedo donde se yergue la de su fundador, el inquisidor Valdés, que intervino en el procesamiento inquisitorial al profesor salmantino.

Fue el arzobispo inquisidor Fernando de Valdés, padre de un hijo natural, intrigante político y pastor de varias diócesis, antes de presidir el Consejo de Castilla, y después de licenciarse en Salamanca y ser profesor de Derecho Canónico en sus reprimidas aulas universitarias, aunque el nefasto recuerdo que lo trae hoy a esta bitácora fue su vocación inquisidora.

En el año de 1547 fue nombrado Fernando de Valdés como Inquisidor General a instancias del príncipe Felipe, por insistencia de su protector el todopoderoso cardenal Cisneros, que lo llevó en volandas por las diócesis de Orense, Oviedo, León y Sigüenza, hasta sentarlo en el arzobispado de Sevilla.

Disoluto eclesiástico que amasó enorme fortuna al frente de la archidiócesis andaluza con irregulares procedimientos, llegando su riqueza a tales dimensiones que por dos veces le pidió el rey dinero prestado para aliviar la enorme deuda del belicoso Estado, que gastó en cristianas batallas el patrimonio nacional.

El primer préstamo fue solicitado al distinguido clérigo en 1552, que concedió a la corona veinte mil ducados; y la segunda, cuando cayó en desgracia por negarse a prestar a Felipe ciento cincuenta mil ducados que le pidió como ayuda para sufragar los gastos de la guerra que mantenía con Enrique II de Francia, provocando con su negativa la ira del Emperador Carlos V que le obligó finalmente a ceder quince mil ducados para ese conflicto bélico, en un momento en que las fuerzas armadas se llevaban las dos terceras partes del presupuesto.

Ocupó sus ratos libres en censurar obras de pensadores como Erasmo de Róterdam y enviar al Índice de libros prohibidos los escritos de San Francisco de Borja, San Juan de Ávila y Fray Luis de Granada, consiguiendo por méritos propios y muertes ajenas promovidas por él en nombre de la Iglesia, ser uno de los inquisidores más radicales, cuya estatua aún se conserva en el claustro viejo de la Universidad de Oviedo, suponemos que como recuerdo de lo que no debe ser un pastor de la Iglesia, más que como fundador de la misma.

RECUERDO A FRAY LUIS DE LEÓN

RECUERDO A FRAY LUIS DE LEÓN

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El comienzo del curso universitario es buen momento para recordar a Fray Luis de León, insigne maestro del Estudio salmantino, cuya franqueza, valentía y sinceridad, le llevó a  enfrentamientos con el poder escolástico y religioso, alejándole de camarines, estampas y peanas santorales.

Es hábito común de la gente desviar los verdaderos motivos de un conflicto hacia aquellos argumentos que favorezcan la descalificación de quien les ha ganado en la disputa, como hicieron con Fray Luis de León cuando abandonó la Universidad para dedicarse al gobierno de la orden agustina a la que pertenecía.

No debe recordarse a este profesor del Estudio salmantino como persona gratuitamente polémica, sino como clérigo que luchó por defender la verdad y persona que defendió por encima de todo la justicia, aunque esto me llevara a disputas intelectuales, a diferencias personales de todo tipo y a padecer castigos.

Tampoco cabe empeño de recordarlo como personaje testarudo empeñado en lo imposible, sino como ciudadano tenaz en la defensa de las causas que defendía. Ni sería acertado reprocharle falta de entrega a la tarea docente, contabilizando las ausencias a clase, las multas que recibió por ello o las amonestaciones que le llegaron de algunos rectores.

Para quienes esto piensen, conviene recordarles que no le fue posible entregar todo lo que llevaba dentro porque derrochó muchas energías en responder a provocaciones que recibió sin fundamento alguno, defenderse de acusaciones injustas, salir de polémicas estériles y sufrir represiones carcelarias por envidias, turbios intereses y mentiras evidentes.

Puede ser que algún cronista ponga su empeño en demostrar intereses espurios en su vocación religiosa, sin percibir que Fray Luis de León hubiera tenido junto a su padre una vida más cómoda, mejor futuro, mayor bienestar y más dinero del que le otorgaron los votos religiosos.

No han faltado voces pretendiendo atenuar las penalidades carcelarias que pasó, afirmando que durante ese tiempo no fue sometido a tormento alguno y se le facilitaron cuantos libros solicitó, olvidando la necesidad de libertad para un espíritu rebelde e insumiso como el de Fray Luis.

Estos críticos no han comprendido el tormento al que lleva la imaginación del encarcelado, cuando ignora el futuro que le espera pendiente de la sentencia de un tribunal que mantiene al reo encerrado sin haber sido juzgado, acechado por la tortura de cada día, cada hora, cada instante, convirtiendo el futuro en el mayor suplicio, porque duele más el temor a morir, que la propia muerte, sobre todo cuando el origen y la causa de las denuncias hechas contra él, no tuvieron su sede en el celo de la fe ni en la búsqueda de la verdad, sino en la pasión y el odio que alimentaron el deseo de algunos corazones insanos por destruirle con mentiras y calumnias.

LA GRAN SEÑORA SKLODOWSKA

LA GRAN SEÑORA SKLODOWSKA

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La polaca María Salomea Skłodowska abandonó este mundo un día como hoy de 1934, alcanzando la inmortalidad en las páginas de la historia universal con el apellido de su marido Pierre Curie, tras ser la primera profesora que tuvo la Universidad de París y la única que ha repetido Premio Nobel, ganando el de Física en 1903 y Química en 1911.

Fue madame Curie modelo de investigadora, ejemplo de tenacidad y paradigma de científica comprometida con su tarea, que supo transmitir a su hija Irene el amor a un oficio no siempre agradecido, al que se dedicó con pasión para merecer también el Nobel junto a su marido Joliot.

Desgracias familiares, análisis de pensamiento y reflexiones intelectuales llevaron a María al agnosticismo en el que siempre se mantuvo, desde que comenzó a formarse de manera autodidacta en su juventud, aprendiendo francés, Física y Química de forma independiente en la Universidad de la Sorbona, donde conoció a su marido, profesor de Física, que murió once años después de la boda, atropellado por un coche de caballos en 1906.

Ella le rindió homenaje en la primera clase que dio como catedrática, ante un público expectante, iniciando su lección con las últimas palabras que pronunció su marido en clase, antes de ser arrollado por el carruaje: “Cuando consideramos los progresos logrados en los dominios de la física durante los diez años últimos, nos sorprende el gran avance de nuestras ideas en lo concerniente a la electricidad y a la materia”.

Superado el dolor por la tragedia, inició una pasajera relación sentimental con el físico Langevin discípulo de su esposo y amigo de la familia, que fue duramente censurada por estar casado este, generándose un escándalo de proporciones desmedidas, que afectó sensiblemente a María.

Las radiaciones cegaron sus ojos y enloquecieron las células de su cuerpo contaminándola con un cáncer que se la llevó al sueño eterno en la Clínica Sancellemoz el 4 de julio de 1934, siendo enterrada junto a su marido en el cementerio parisino de Sceaux, donde reposaron hasta 1995 en que fueron trasladados al Panteón de París.

SEA CON NOSOTROS, JUAN RAMÓN

SEA CON NOSOTROS, JUAN RAMÓN

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Un día como hoy del año 1958 se fue de este mundo montado en su pequeño, peludo, suave y blando Platero, el moguereño maestro de poetas Juan Ramón, entre cantos de pájaros y lágrimas de exilio, abandonando el árbol verde y el pozo blanco de su huerto florido y encalado, mientras tocaban a muerto, como hoy están tocando, las campanas del campanario.

Se fue con la soledad de la luna hacia la eterna paz que a todos nos espera, llevándose en la mochila de su eterno sueño el Premio Nobel que recibió dos años antes del viaje definitivo, dejando atrás sus depresiones, desvelos, malhumores, múltiples amores y jotas abandonadas entre sus versos y antologías.

Renovador poético, padre literario de los jóvenes versificadores del 27, maestro de autores vanguardistas y republicano por convicción, acogió en su casa a huérfanos de guerra que Zenobia y él educaron, alimentaron y vistieron, hasta que la muerte en el frente de Teruel de su sobrino Juan Ramón, dejó a la pareja al pairo del exilio americano, mientras los “nacionales” saqueaban su piso, quemaban sus libros, distraían manuscritos inéditos y robaban pertenencias de la pareja, que nunca se recuperaron.

Tres días después de que la Academia Sueca pusiera la atención en su obra, moría Zenobia en San Juan de Puerto Rico, sumiendo al poeta en la más profunda de las depresiones que padeció en su vida, recogiendo el rector de la Universidad porteña el Premio Nobel en su nombre, antes de morir en la misma clínica donde falleció su esposa. En Mimiya de Santurce cerró los ojos, aceptando morir cristiano, pero fuera de la Iglesia católica, manteniendo su anticatolicismo hasta después de muerto.

Hoy los restos de Juan Ramón descansan en el cementerio de Moguer junto a Zenobia, y hasta allí enviamos el recuerdo de afecto personal, respeto a su memoria, gratitud por sus obra y reconocimiento al dolor de un alma sensible que fue zarandeada por la barbarie de una guerra incivil, dejándonos un testimonio desgarrador de singular belleza en sus últimos versos:

“Conciencia… Conciencia, yo, el tercero, el caído, te digo a ti (¿me oyes, conciencia?). Cuando tú quedes libre de este cuerpo, cuando te esparzas en lo otro (¿qué es lo otro?), ¿te acordarás de mí con amor hondo; ese amor hondo que yo creo que tú, mi tú y mi cuerpo se han tenido… Dime tú todavía: ¿No te apena dejarme? ¿Y por qué te has de ir de mí, conciencia? ¿No te gustó mi vida?… ¿Y te has de ir de mí tú, tú a integrarte en un dios, en otro dios diferente a este que somos mientras tú estás en mí, como de Dios?”