NEGRA SOLEDAD
Negra soledad es la Soledad con mayúscula, la de verdad, la que no engaña, la que atosiga, entristece, mutila y debilita. La que viene directa a por nosotros cuando el amor se esconde, cuando estamos a la intemperie, cuando la suerte nos abandona al pairo de la vida, cuando manos ajenas se tornan garfios y la solidaridad huye espantada a las cavernas donde la redención no es posible.
A esta Soledad me refiero y no a la consoladora melancolía que acompaña en las tardes invernales, cuando el viento silba en la ventana y el fuego del amor arde en la distancia de corazones enajenados, esperando la resurrección con el beso enamorado de la falda que se espera con un verso de la mano.
Detengo mi pluma frente a la negra Soledad que siempre acude inoportuna a la terca llamada del luctuoso desamparo, al aliento funerario del amor perdido, a la decepción de la intimidad amistosa o al fracaso humano desprevenido, para dejarnos en el alma un poso acre de dolor, hermanado con pesadillas de insomnio determinante.
Esta Soledad no tiene finalidad en sí misma, pero se convierte en destino inevitable. No se propone un objetivo premeditado, pero en ella finaliza el destierro exterior. No justifica la huida sin destino, pero cobija en su sombra a los exiliados. No entiende el abandono, pero explica el quebrando del aislamiento involuntario.
Nos acercamos a esta Soledad desnuda cuando vamos hacia ella vestidos de harapos robando silencios a la vida, sin encontrarnos en el camino hacia ella con frágiles pierdetiempos que nos distraigan, con tropezones que alteren el ritmo de marcha, y con direcciones obligatorias que llevan nuestros pasos hacia al secreto territorio donde nos espera tendida en cuna la desesperanza.