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Etiqueta: Santiago

YA HUELO GALICIA

YA HUELO GALICIA

La primera impresión que recibo siempre que llego a esta bendita tierra es el inconfundible olor que despliegan sus entrañas para saludarme. Eterna bienvenida de años llamando a las puertas de mi alma cada vez que cruzo la frontera del Cebreiro, a cuyo templo llegué camino de Santiago, las tres veces que emprendí esa aventura mística con vocación laica.

Olor mentolado a eucalipto centenario para abrir la esperanza de lo venidero, junto a los primeros verdores destilados por El Bierzo, al subir por desfiladeros que despiden el castillo de Villafranca con olvidados pañuelos a las puerta de sus antiguas bodegas, hoy en la noche del olvido, donde tantas veces perdí el equilibrio junto a mi amigo Fidel, notario de la villa.

Y el mar….  Al final siempre termino en el mar. ¿O la mar? ¡Siempre la mar! Para complacerme con el marinero en tierra del puerto.  Olor a mar de costa gallega inconfundible, con aromas singulares a salitre bravío y a despedidas eternas en las bocanas de los puertos.

Olor a mar enloquecido de flotante espuma, al estrellarse contra las rocas, alternado con serenas caricias en anchas playas de Sada, y sobre el festivo templete aldeano de Betanzos, donde puede olerse pan candeal y nostalgia desparramada por sus plazas.

Olor a supervivencia de valientes percebeiros suicidas y encorvadas mariscadoras descalzas. Olor a berberecho hervido y queso de tetilla, en meriendas atardecidas junto a María Pita, siempre bien acompañado.

Olor a redes sudorosas y chubasqueros naufragando en agua marina,  rebelde a los timones y timoneles, cuando despierta del sueño y ocupa espacio en los Cantones, indignados por el abuso de unos pocos y el insulto diario de la justicia distributiva.

Pero, sobre todo, Galicia huele a noble amistad. A sincero abrazo, mano franca y acogida generosa, desconocida en otras latitudes. Un año más aquí he llegado, buscando en esta tierra lo que no es posible encontrar fuera de ella.

He vuelto a Galicia y os dejo su olor en mi bitácora, porque compartirlo con vosotros es la mejor forma de agradecer el afecto que recibo, para  enviárselo a los gallegos que viven fuera de la tierra que los vio nacer, como mi entrañable cooperante Sofía.

CHILE, 11 DE SEPTIEMBRE

CHILE, 11 DE SEPTIEMBRE

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Hoy, 11 de septiembre, cuando todas las portadas de periódicos, emisoras de radio y antenas de televisión difunden el recuerdo de los aviones suicidas que derribaron las torres gemelas, yo prefiero mirar al sur y evocar la barbarie que desataron a tiro limpio Pinochet y sus pinochotes en el chileno Palacio de la Moneda, con ayuda del norte, el mismo 11 de septiembre, pero de 1973.

A las 7:40 de la mañana de aquel nefasto día, llegaba Pinochet al Comando de Telecomunicaciones del Ejército en el Ministerio de Defensa, donde le esperaba Patricio Carvajal, jefe del Estado Mayor y coordinador del asalto a la sede de la presidencia republicana, donde el legítimo mandatario socialista Salvador Allende acabaría pegándose un tiro en la frente, para robarle ese placer a los rebeldes.

Hace hoy 38 años que las espuelas militares se clavaron en el alma de los chilenos, sin que aún sepamos el número de muertos y desaparecidos habidos durante los diecisiete años de dictadura, ni tengamos noticias claras de los atropellos, robos y torturas infringidas a inocentes ciudadanos por los autores de la salvajada, que hoy pasean indolentes por las calles de Santiago y Valparaíso, sin haber pagado un céntimo por sus matanzas.

Fueron horas de enfrentamientos armados entre los chilenos leales al régimen y los sublevados, hasta que los cañonazos y las bombas sobre el Palacio de la Moneda, ahogaron toda esperanza y el fusil AK-47 dijo su última palabra, antes que los sediciosos se juramentaran en la Escuela Militar.

De forma tan brutal se aniquiló la voluntad del pueblo que había llevado por primera vez a un veterano socialista a la presidencia del país, convirtiéndose en un enemigo demasiado cercano, duro y pesado para el capitalismo norteño, al pretender saldar de un plumazo la deuda social.

Aniversario de un sangriento golpe de Estado sufrido por un país que todavía espera alguna explicación de la CIA, la redención de sus muertos y el empeño de la justicia. Aniversario eclipsado por la propaganda occidental, ocupada el regenerar el espíritu americano con el apoyo de todos los países del norte.

¿ESTÁN LOS RESTOS DE SANTIAGO EN LA CATEDRAL?

¿ESTÁN LOS RESTOS DE SANTIAGO EN LA CATEDRAL?

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Hoy, 25 de julio, llegarán a la octocentenaria catedral de Compostela miles de peregrinos para venerar las supuestas reliquias del santo que allí se guardan en urna de plata desde 1886. Ellos se acercan con la duda de que los restos de Santiago que allí se conservan, sean los verdaderos; y yo me mantengo en la distancia con la seguridad de que se trata de un montaje muy necesario en aquella época para la cristiandad, que se mantiene por los rentables beneficios religiosos y comerciales que proporciona.

Lutero afirmaba que las reliquias descubiertas en su día correspondían a un animal, siendo calificadas como el “principal emporio de la superstición papal” por el ejército inglés que se batía contra las tropas españolas de Felipe II.

El teórico osario del predicador fue redescubierto en 1879 tras andar vagando por el mundo durante tres siglos, certificando los investigadores que se trataba simplemente de antiguos restos humanos. No faltan los que afirman reconocer en ellos los huesos de Prisciliano, el obispo ajusticiado por hereje en el siglo IV, aunque esto tampoco parece muy creíble.

Lo que está claro es que no hay documento escrito o testimonio con base científica fiable para acreditar la creencia oficial profesada por los millones de peregrinos que han abrazado el busto metálico del apóstol y visitado su cripta, incluidos reyes, príncipes, papas, lecheros, turistas, peregrinos, hojalateros y vendedores ambulantes.

Incluso yo mismo, las tres veces que he realizado el Camino de Santiago he dado la “cabezada” en la entrada del templo y posado mis manos en la espalda del busto, sin poder conseguir la acreditación correspondiente porque el clérigo que las concedía dedujo de la entrevista mantenida que mi falta de fe no merecía ese premio, conformándome con la estampita que me regaló, pero satisfecho porque mi hijo vio cumplido su anhelo de tener la Compostelana.

No obstante, si el hecho de creer que allí se encuentran los restos del látigo que flageló a los  infieles musulmanes y el matamoros inclemente, consuela y satisface a los creyentes, pues todos felices alimentando el mito católico que nutre la fe religiosa de los fieles, estimula el comercio, revitaliza la hostelería, fomenta el turismo y despierta el entusiasmo festivo en los que llegan rotos a la Plaza del Obradoiro.

Alsina, profesor de historia medieval en Santiago, ya dijo en su día que con la tumba de Santiago “cabe tanto el hallazgo como el invento”. Por otro lado, el texto sagrado nos dice que Herodes ordenó la decapitación del apóstol en torno al año 43, por lo que parece difícil que su cuerpo fuera sepultado lejos de Palestina.

Las primeras noticias documentales de la presencia de Santiago en España se sitúan a finales del siglo VI, en el “Breviario de los apóstoles”, obra anónima que habla de la presencia del hijo de Zebedeo como predicador del evangelio «en Hispania y a otros lugares occidentales, que difundió la luz de su predicación en el ocaso del mundo”, asegurando que el cuerpo de Santiago se encontraba sepultado en Aca Marmarica. Adivinen ustedes.

Finalmente, el mito recibió el espaldarazo definitivo alrededor del año 825, con el hallazgo de un sepulcro en la actual Compostela, basándose en la leyenda del ermitaño Pelayo que vio resplandores luminosos en un monte cercano a su ermita, junto a revelaciones celestiales. Este rezador comunicó a Teodomiro, obispo de Iria Flavia, la noticia, quien se recogió tres días en oración antes de ordenar el rastreo de la zona en busca de una explicación mística al suceso, hallándose un monumento funerario en el Campus Stellae que fue inmediatamente adjudicado a Santiago, para fortalecer la moral de los ejércitos cristianos, siendo Alfonso II el Casto, rey de Asturias, el primer peregrino que se acercó hasta la hipotética tumba del apóstol para solicitar ayuda militar al santo y ganar la vida eterna.