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CARENCIA DE IDIOCIA

CARENCIA DE IDIOCIA

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Oyendo las declaraciones de algunos líderes políticos del colorín parlamentario y extraparlamentario, escuchando a sindicalistos y atendiendo sofismas de “cajeros”, llegamos a la conclusión de que todos ellos nos consideran idiotas, con un grado de atrofia mental que preocupa en los gabinetes psiquiátricos del mundo mundial.

De no ser esto cierto, es decir, si los líderes políticos, sindicales y financieros, sospecharan que somos personas con inteligencia normal, sensibles al insulto, excitables con la mentira, rebeldes al abuso, agresivos contra el cinismo, bien memoriados, difíciles de manipular, indignados con privilegios inmerecidos, hastiados de holgazanes, intransigentes con los electoreros y levantiscos ante las injusticias, actuarían de manera diferente a como lo hacen.

Pero no. Nada de eso saben, o lo saben pero no se lo creen, o creen saberlo sin conocerlo, que todo es probable. Ello explica la existencia de ciertas intenciones de voto a partidos de esta partitocracia absolutista, donde quienes guisan en el figón político, también se comen los platos que preparan, permitiendo a los manducadores de mentiras que recojan las migajas que caen al suelo.

Hoy más que nunca es obligado ver con ojos sin cataratas electorales, escuchar sin audífonos manipulados, leer sin miopía política y activar la memoria, para ir a las urnas mirando hacia atrás sin ira, pero con las ideas claras sobre quienes pueden ayudarnos a ganar el futuro que merecemos.

Y quienes no encuentren en los carteles electorales los líderes que anhelan ni el partido de su complacencia, más vale que sigan los pasos del Ensayo sobre la lucidez de Saramago y acudan a las urnas con la papeleta en blanco, antes que acomodarse en el error de votar por inercia a un partido que no merece su voto domiciliado, parafraseando el pensamiento del presidente Roosevelt sobre el dictador Somoza: «ya sé que son unos hijos de puta, pero son mis hijo de puta».

DESAHUCIO INVERSO

DESAHUCIO INVERSO

Captura de pantalla 2015-02-16 a la(s) 05.57.54El desahucio directo consiste eufemística y académicamente es despedir a un inquilino o arrendatario moroso mediante una acción legal, pero la justicia acaba de mostrarnos que existe también un desahucio inverso, consistente en que los ciudadanos pagan a los políticos el alquiler de una hipotética vivienda que no existe más que en los asientos contables parlamentarios, amparada por la llamada Ley Abusiva de Dietas Inmerecidas, que los altos magistrados han aplicado con argumentos que producen tanta hilaridad como indignación en los ciudadanos que pagan los abusos de sus padres putativos políticos.

Nos llega la desconcertante noticia de que el Tribunal Supremo ha rechazado la querella criminal presentada por Democracia Real Ya contra 63 diputados que cobran dieta de residencia, teniendo vivienda privada o pública que les incapacita para recibir un complemento concedido a quienes carecen de vivienda en Madrid y tienen que dormir en hoteles cuando asisten a las sesiones parlamentarias.

El hecho de que ministros y parlamentarios con vivienda propia en Madrid cobren dietas de alojamiento, no significa que se estén apoderando con ánimo de lucro de dinero público, ni que lo destinen a un fin diferente al asignado, según Alberto Jorge Barreiro, ¡faltaría más!

El espíritu infantil que anida en los ciudadanos nos impide pensar que el dictador del auto haya sido nombrado por el Consejo General del Poder Judicial, que a su vez es nombrado por los parlamentarios, eximidos estos de toda responsabilidad por recibir dinero del contribuyente para abonar el alojamiento en su propia casa, legalmente contemplado en la Ley del Desahucio Inverso, impuesta por el magistrado ponente del auto que los indulta, pudiendo gastarse la dieta de alojamiento en “manutención o contactos institucionales”.

GANDULES O ESTAFADORES

GANDULES O ESTAFADORES

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El Día de la Constitución es buen momento para reflexionar sobre la actividad de nuestros patrióticos padres políticos, teniendo en cuenta que los datos publicados en diferentes medios de comunicación revelan que solo el 12 % de los diputados y senadores tienen dedicación exclusiva al Parlamento y no perciben otros ingresos económicos por actividades privadas fuera de las Cámaras. Es decir, que el 88 % de los parlamentarios sacan dinero por otro lado, lo que permite llegar a tres posibles conclusiones:

Primero: Que la mayoría de los parlamentarios no trabajan todo lo que exige el cargo para el que fueron elegidos por los ciudadanos como representantes de los intereses populares, significando esto que son unos gandules por no cumplir su horario de trabajo, ni realizar adecuadamente con prontitud y acierto las tareas que tienen encomendadas.

Segundo: Que en los otros lugares donde hipotéticamente realizan su actividad, sea esta real o ficticia, pero colectiva, no trabajan el mismo tiempo que sus compañeros de trabajo, algo que les convierte en estafadores laborales y timadores profesionales, por lo que tendrían que ser expulsados del trabajo si tienen patrón o autoexcluirse del mercado laboral si son propietarios de consultorio o despacho propio, donde los “negros” hacen su tarea.

Tercero: Que en el Parlamento no haya trabajo suficiente para los 350 diputados y 266 senadores que sientan sus posaderas junto al soriano Posada y al pío Escudero, lo que obligaría a una reducción de “plantilla” mediante un EREP (Expediente de Regulación de Empleo Parlamentario) para adecuar el número de empleados a la demanda de trabajo que existe en la “empresa”.

En resumen: o los diputados y senadores trabajan más en el Congreso y Senado para justificar sueldo y privilegios, o se reduce el número de diputados y se suprime el Senado por falta de trabajo en dichas Instituciones, porque es incompatible el trabajo parlamentario con dedicar el tiempo a otros menesteres lucrativos personales.

No queremos representantes gandules o estafadores, por lo que exigimos desterrar los artículos 157.4, 159.3 c de la LOREG para que las actividades privadas de los parlamentarios no puedan ser autorizadas en comisión, quedando todos ellos en régimen de dedicación parlamentaria exclusiva a los ciudadanos que les han elegido para ello.

PREMIAR EL DELITO

PREMIAR EL DELITO

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Hay partidas presupuestarias institucionales que producen desconcierto, otras generan desasosiego, algunas reportan confusión, muchas sorprenden, la mayoría parecen abusivas en beneficio de los de siempre, pero que los ciudadanos tengamos que pagar las multas de tráfico de los coches oficiales de sus señorías parlamentarias, provoca indignación y urticaria social.

Efectivamente, el Congreso reserva varios miles de euros aportados por los ciudadanos para hacer efectivas las infracciones de tráfico cometidas por la flota de vehículos que utilizan los patrioteros padrastros de la patria, en sus desplazamientos de un sitio para otro, con la irritación añadida de los di-putados si el chofer se retrasa.

Si algún padrenuestro de la patria recibe una multa por aparcar en zona prohibida, la denuncia la pagamos usted y yo; si pisa el acelerador más de lo permitido activando un radar, el flashazo lo pagamos usted y yo; si el parlamentario levanta la voz ofendiendo a los agentes, el enfado de los gendarmes también lo pagamos nosotros.

Eso sí, cuando la sanción al diputado infractor comporta pérdida de puntos, no solo abonamos la multa y los recargos del anónimo pecador, sino que además nunca sabremos el nombre del infractor porque el Congreso se niega a darlo. Pero si no hay pérdida de puntos, el sacrificado Parlamento recurre la multa para ahorrarnos dinero, alegando que la infracción se cometió por motivos de seguridad personal del delincuente.

Es decir, que el sistema de pago aprobado por los infractores desde sus escaños espanta a la ley, insulta al sentido común colectivo, degrada el servicio público y ofende a la inteligencia, porque con privilegio tan detestable se premia el delito.

ÍNGRID Y EL RUBIO

ÍNGRID Y EL RUBIO

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Es buena costumbre policíaca designar con nombres en clave las operaciones que realizan las fuerzas de seguridad, con el fin de proteger sus actuaciones, utilizando también nombres en clave para las personas que custodian o investigan, guardando de esta forma el anonimato de las mismas.

Siendo esto así, ayer hemos sabido que “Ingrid” vivía en una mansión de La Angorilla a pocos kilómetros de su entrañable amigo “el rubio”, protegida por el CNI, guardias civiles y policías, según declaraciones de José María Benito, portavoz del Sindicato Unificado de la Policía, que será detenido y expulsado del cuerpo por mentir y difamar, ya que el ministro del Interior ha negado tal protección. ¿O el que miente es don Jorge Fernández Díaz?

Curiosos nombres para identificar a la pareja, con más fortuna el de Ingrid por su ascendencia alemana que el de «el rubio» por el recuerdo que nos trae del legendario delincuente canario Ángel Cabrera responsable de la muerte de Eufemiano Fuentes, que estuvo 13 años huido de la justicia.

Nunca me han inquietado los históricos excesos de bragueta de los borbones, porque cada cual puede elegir libremente su ropa interior para complacerse, solazarse y deleitarse acariciando la corsetería de las amantes, aunque el picadero esté presidido por colmillos de elefante y cuernos de antílopes sobre coronas de profesionales reales.

Lo importante es que los portavoces parlamentarios aprieten bien los dientes en la sardina el martes 19 cuando comparezca ante ellos el director del CNI, para que los ciudadanos sepamos quién pagaba la mansión y protección de Ingrid, qué “trabajos delicados” hizo la “conseguidora” al servicio de los intereses españoles, cuáles han sido los vínculos de la «intermediaria» con el CNI y qué escribieron en las “minutas” los agentes de seguridad sobre la princesa.

TESTIMONIO EJEMPLAR

TESTIMONIO EJEMPLAR

El testimonio que están dando los padres de la patria es un ejemplo a seguir por todos los ciudadanos de bien que valoran sus sacrificios por nosotros, haciendo callar a los “indignados”, hoy desaparecidos de la faz de la tierra.

A nadie puede extrañar que los parlamentarios se autorregalen un iPhone 4S para negociar nuestra salvación en las mejores condiciones y evitar saturar los centros de reciclado, quedándose con el iPhone de la anterior legislatura por si surge alguna emergencia.

También es lógico que mantengan el ordenador portátil que ya tenían, pagando 100 dolorosos euros de su escaso salario, y que se autorregalen un iPad de última generación para facilitarse la tarea de hacernos más felices.

El imprescindible que dispongan además de un ordenador de sobremesa en el despacho, ADSL en su casa, asistente que les asista y cómodo despacho, para realizar gestiones que mejoren nuestro bienestar, aunque haya protestones que se quejan porque a los demás nos impidan realizar el mismo sacrificio que ellos ejemplifican.

También es lógico que les paguemos la gasolina, los peajes, billetes y taxis que necesitan en sus desplazamientos a las «escopetas nacionales» donde negocian los favores, prebendas y beneficios que recibimos los ciudadanos con sus esfuerzos.

La capacidad de trabajo de nuestros patrioteros padres llega a tanto, que no les basta con los sudores en el Parlamento y se pluriemplean en otros oficios para evitarnos trabajo a los demás, renunciando al merecido plurisalario que reciben.

¿Sería lógico que tributaran los libertadores por los miles de euros que le llegan en complementos, asistencias, kilometraje, alojamiento y manutención? Pues no. ¿Sería normal que dejaran de percibir euros cuando abandonan el escaño? Pues tampoco, porque su testimonio es ejemplar, como dijo Cospedal: «Los españoles pueden estar seguros de que no habrá sacrificio ni esfuerzo que no estemos dispuestos a hacer». ¡Bien dicho, coño!

Muchos ciudadanos carentes de sensibilidad y reconocimiento a los sacrificios que realizan sus «padres putativos», pretenden quitarles la pensión máxima de jubilación obtenida con sus 7 años de esfuerzos, simplemente porque a ellos les exigen 35 años de actividad laboral. ¡Qué ingratos!

Otros, más ignorantes y osados, se atreven a pedirles cosas imposibles, como que se ajusten el cinturón como ellos les exigen, sin darse cuenta que sus “padres” usan tirantes.

ELECTOREROS ( I )

ELECTOREROS ( I )

En los procesos electorales hay dos tipologías muy definidas de aspirantes a sillones  parlamentarios: los políticos, que representan una especie en extinción; y los electoreros, que ocupan en las listas casi todas las plazas disponibles. Esta diferenciación nos permite separar el grano de la caja. Sí, de la caja, no paja, porque los electoreros buscan la caja y no la paja.  Por eso, quiero alertar a los votantes sobre esta fauna mayoritaria que amenaza con invadirnos aún más de lo viene haciéndolo.

Una cosa son los Políticos, así, con mayúscula; y otra muy diferente los electoreros, así, con minúscula. Contándose los primeros con los dedos de una mano, porque no abundan los ciudadanos honrados, dispuestos a gestionar con vocación de servicio público el interés común de los vecinos que representan.

Los Políticos son un bien necesario; y los electoreros una peligrosa epidemia, sin vacuna posible, que amenaza con arrasar los valores éticos fundamentales. Y en esto la Política – también con mayúscula – no tiene culpa de que algunos desaprensivos la ensucien y manipulen de la forma que lo hacen, en su propio beneficio. Esos no son políticos, son electoreros. Personajes que estos días proliferan como las setas en otoño electoral.

Manejan los electoreros como nadie el lenguaje de la confusión, mezclando embustes con afirmaciones solemnes; falsas promesas con declaraciones de principios; y contradicciones perdidas entre frases sin sentido. Son personas que viven de la política y no para la Política, es decir para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos y ayudarles a vivir en paz con la prosperidad que merecen.

Entre ellos hay sensibles diferencias. Mirad. El Político se sacrifica por la comunidad que representa; el electorero sacrifica los votantes a su voluntad. El Político tiende puentes; el politiquero abre socavones. Uno habla; el otro grita. Uno sonríe; el otro frunce el ceño. Uno propone, el otro ordena. Uno tiende la mano, el otro picotea el aire con el dedo. El Político es sincero y convincente; el electorero es mentiroso y confuso. El primero puede vivir de su trabajo; el segundo vive de la política. Uno es “intocable”; al otro se le puede sobornar con un plato de lentejas. Uno camina erguido; el otro se arrastra a los pies del amo. El Político es tolerante; el politiquero, dogmático.

En ellos se enfrenta el interés común y el bien propio; el diálogo y la confrontación; la sugerencia y el mandato; la autoridad y el autoritarismo; la paz y la guerra; la izquierda y la derecha; la derecha y la izquierda. Porque en esto falla la teoría relativista y la geometría espacial, pues tanto monta como monta tanto, una como otra.

¡Ah!, y tenemos abundancia de electoreros de todos los colores, escondidos en los rincones de cada partido político.