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A CONCHA, EN EL RECUERDO

A CONCHA, EN EL RECUERDO

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Treinta y tres años ha estado Concha García Campoy entrando en nuestras casas a través de la pequeña pantalla, desde aquel lejano 1983 en que Manuel Campo Vidal la sentó a su lado en el telediario de RTVE, después de pasar por la radio y antes de enseñarnos “a vivir que son dos días”, aunque ella haya vivido entre nosotros cincuenta y cuatro años.

Se ha adelantado Concha al viaje que a todos nos espera, sin avisar ni darnos la oportunidad de acompañarla en el andén donde esperaba el tren desde la Navidad del año 2011, confiando en que el cariño de todos, su ánimo de lucha, la ciencia y los médicos hicieran el milagro, pero su hígado se ha negado a metabolizar los medicamentos que pretendían alejarla de la leucemia.

No puedo decirle “hasta pronto”, porque mi desconfianza escatológica me lo impide, pero todos caminamos hacia la estación término aunque se nos antoje lejana meta, pues nadie se libra de tal condena desde el nacimiento, en un ejercicio socializador inevitable, que nos obliga hoy a escuchar el repique de campanas que voltean por todos nosotros ante la muerte de Concha.

Nos quedamos con su permanente sonrisa, le agradecemos la compañía que nos ha ofrecido durante años, la llevaremos en el recuerdo, conservaremos la humanidad de sus gestos, mantendremos su vitalidad, y en su nombre abrazamos a los anónimos enfermos de cáncer que esperaban con ella en la estación final.

VENERADOS ACTORES

VENERADOS ACTORES

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Declaro mi escaso interés por el cine como laguna cultural de difícil solución, pero confirmo el nulo aprecio que siento hacia los multimillonarios actores cinematográficos que pisan alfombras rojas y tienen excesivos ceros en sus cuentas corrientes, siendo admirados, reverenciados y envidiados por los aficionados al séptimo arte.

He tenido siempre claro que un actor de cine, – o actriz, claro -, no merece el sueldo que recibe ni los honores otorgados por la sociedad, ya que se trata de un fingidor, simulador o suplantador de personalidades que no le pertenecen, siendo mayor el respeto adquirido cuanto mejor finge ser lo que no es.

Con una sonrisa en los labios vi por televisión la incredulidad de un joven ante los temores de Sylvester Stallone a sufrir agresiones físicas en un festival cinematográfico,  porque el chico no comprendía que el heroico Rambo que había derrotado un ejército con su puñal, temblara ante las amenazas de un tarado, cuyas piernas eran de menor tamaño que el brazo del suplantador.

Ciertos reverenciados actores y actrices, al apagarse los focos y quitarse el disfraz, han resultado ser personas no deseables en la sociedad, con pedigrí de pedófilos, meretrices,  drogadictos, alcohólicos y delincuentes comunes, acreditando gran parte de ellos una cultura rudimentaria de supervivencia, pero todos son aplaudidos y bien pagados por su capacidad para fingir ante las cámaras actitudes virtuales alejadas de su vida real.