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JUSTICIA, BIENESTAR Y PAZ

JUSTICIA, BIENESTAR Y PAZ

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El superjefe de la justicia española ha dicho en la homilía dominical pronunciada ayer con motivo de celebrarse el 200 aniversario del alto Tribunal que preside, que desea “una sociedad de justicia, de bienestar y de paz que sea el reino del futuro”. Yo también lo deseo, sabiendo que será difícil llegar a ella con personajes como el predicador de tal anhelo.

Yo también deseo una sociedad de justicia donde la ética y la ley vayan de la mano, sin que ésta última abra rendijas por donde puedan escaparse quienes abusan de inmorales principios éticos y religiosos no contemplados en las leyes, haciendo del sillón negocio con los “amiguitos del alma” como hizo el valenciano o de su toga un sayo con íntimos guardaespaldas, como hace el malagueño.

Yo también deseo una sociedad de bienestar, pero de bienestar para todos los ciudadanos, no sólo para aquellos que tienen el privilegio de gastar fondos públicos a su antojo en lujosos hoteles y selectas zonas de recreo, sin necesidad de dar cuentas a nadie, porque la ley abre una vía de agua por donde se destila la impunidad de los beneficiados.

Yo también deseo una sociedad en paz, donde reine la solidaridad, y el sacrificio por la supervivencia del vecino sea norma de conducta, por lejos que éste viva de nosotros. Una sociedad donde los golpes de pecho en las iglesias sean un símbolo real de compromiso por la liberación de la pobreza y no el somnífero que adormece preceptos evangélicos y pervierte la doctrina que dicen practicar quienes dan ejemplo de compromiso anticristiano.

DÍVAR

DÍVAR

Reiteradas veces he manifestado mi confianza en los tribunales de justicia para lograr el urgente rearme ético que necesita la sociedad, poniendo a la sombra de palmeras en islas desiertas a todos los sinvergüenzas que han esquilmado las arcas públicas y los cofres bancarios.

Pues bien. A pesar de constatar que la justicia no es igual para todos y de saber que está menos penado meter mano en la hucha común que robar una gallina para comer, sigo confiando en la justicia para redimirnos de la miseria.

A pesar de los estevilles y otros individuos aislados de la especie judicial, mantengo intacta mi profesión de fe en la judicatura para sacarnos del lodazal donde nos han metido los encausados en procesos judiciales.

A pesar de Carlos Dívar, presidente del Tribunal Supremo y del CGPJ, sigo creyendo en los administradores de justicia, porque son más, muchos más, los jueces que mantienen la balanza en equilibrio, que ese pequeño grupo de togas empeñados en quitarle la venda a la señora. Evidente prueba del compromiso judicial con la verdad es que han sido los propios jueces quienes han levantado la alfombra del presidente para limpiar los polvos acumulados bajo ella.

Dívar es un mal ejemplo que ningún magistrado debe ocultar, justificar, imitar o defender, porque a nadie beneficia su actitud, ni siquiera a él mismo, empecinado en mantenerse en el sillón, caiga quien caiga, aunque quienes se vengan abajo sean las más altas instituciones judiciales del país, el honor de la judicatura y la ética ejemplificadora que tanta falta nos hace en estos momentos de corrupción, abuso y mentira, que vivimos.

El querido guardaespaldas, leal salvaespaldas y eficaz cubreespaldas del presidente, tiene que decirle a Dívar algo más de aquello que ya le dice en la intimidad confidencial del cargo que ostenta a su lado desde hace tres lustros, y marcharse juntos a descansar felizmente a la misma isla donde irán llegando los que el honrado cuerpo judicial comenzará a enviar en pocos días.

DESDE GALLAECIA

DESDE GALLAECIA

Vine a Galicia sabiendo que el pueblo español dormía en la indiferencia, los obreros sufrían pisotones, los estudiantes recibían porrazos y los parados lloraban lágrimas de impotencia, mientras los empresarios sonreían en sus despachos, los banqueros esquilmaban las cajas de las Cajas, la justicia corría velos muy tupidos y los electoreros seguían a lo suyo, que nada tenía que ver con lo nuestro.

En esta tierra que ahora habito las cosas no son diferentes, pero el reparto urbano de quehaceres, sueños, celos, aguas, plegarias y placeres permite decir que Vigo trabaja, Lugo duerme, Pontevedra envidia, Orense puentea, Santiago reza y Coruña se divierte.

El cansancio de Dios al concluir la creación del mundo hizo posible el milagro de las rías gallegas sin tenerlo previsto, al apoyar su mano abierta sobre la tierra recién creada, abriendo en ella con sus dedos surcos por donde el agua penetra tierra adentro. Luego sacudió el creador su mano embarrada para librarse del fango, haciendo involuntariamente posible el prodigio de las islas Cíes, Oms, Sálvora, Cortegada, Arosa, Sisargas y Malveiras.

Pero quienes han agitado mi conciencia amodorrada por la rutina, removido el espíritu adormecido por la lluvia y excitado el ánimo aletargado, han sido siete pescadores a los que he visto inmóviles tirar juntos con fuerza de unas redes pletóricas de escamas. Ejemplo de esfuerzo común para conquistar la vida. Solidario empeño que hace posible la supervivencia.

Testimonio vivo de que juntos podemos pescar y meter en una red a depredadores, politiqueros, defraudadores, usureros, eclesiasteros y otras especies afines, para arrojarlos al mar por no dar la medida ética y solidaria que la convivencia social exige a quienes gobiernan el futuro de sus vecinos.

PACIENCIA

PACIENCIA

Paciencia es lo que necesitamos los españoles que deseamos ver en la trena a quienes se están salvando de ella huyendo “del nido” y corriendo entre las “matas” junto al «baracaldés», protegidos por fiscales que sólo ponen atención en ladrones de gallinas y descuideros hambrientos, sin mirar a los despachos donde llenan de dinero bolsas de basura los capos de guante blanco.

Ahí está Núñez, el expresidente del Barça, condenado a seis años de prisión por el caso «Hacienda», paseándose tranquilamente por las calles catalanas.  Del Nido, presidente del Sevilla y condenado a siete años y medio de cárcel por el caso de las «Minutas», poniéndose moreno con rayos UVA. Y el ínclito señor Matas tomándole el pelo a propios y extraños durmiendo en su palacete, sin cumplir la sentencia que le ha condenado a seis años de cárcel por corrupción en el caso «Palma Arena». Todo ello por orden, obra y gracia de los fiscales, para dejar bien patente lo que ya es de dominio público, por muy ceremonial que se pusiera el monarca en el discurso navideño.

Resignacion, amigos, y paciencia, mucha paciencia. Y cuando hablo de paciencia no me refiero a ese pequeño bollo redondo, hecho con harina, huevo, almendra y azúcar y cocido en el horno, como se cuecen las corruptelas en fogones institucionales. Me refiero a la capacidad para soportarlo todo, sin alterarnos. A esperar sin esperanza lo que tanto esperamos. Hablo de la paciencia que necesitaremos para compartir las aceras con quienes han atropellado la justicia en los pasos de peatones, con la ayuda de fiscales dispuestos a esperar cien años a que se resuelvan estratégicos recursos interpuestos por quienes no están dispuestos a oír cerrojos a sus espaldas.

Basta con entreabrir una rendija el sentido profético, para ver en palcos balompédicos a los condenados. Basta sintonizar cualquiera el dial para enrojecer de vergüenza con las noticias fiscales que llegan. Y basta oír pacientemente los ruidos fiscalizadores, para tener muchas opciones a ganar un certamen de novela corta.

Existe el deseo estéril de ver anuladas las leyes relativistas en el ámbito fiscal, moviendo las pretensiones a velocidades superiores a la de la luz y condensando el tiempo de espera en un punto para satisfacer a tiempo nuestros deseos.

Los ciudadanos de a pie, es decir, casi todos, no debemos caer en la trampa de precipitarnos con el desasosiego patológico que pueden provocarnos decisiones fiscales que permiten a condenados a varios años de prisión pasearse sonrientes por las alfombras recurriendo sentencias, mientras otros se pasan esos años en prisión por robar un lapicero.

Razones habrá para ello, pero esto es difícil de comprender para los legos en cuestiones legales, que pagamos el sueldo a los fiscales.

JUSTICIA Y DERECHO EN UNAMUNO

JUSTICIA Y DERECHO EN UNAMUNO

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Conferencia ayer en el Colegio de Abogados, con Unamuno en la solapa por bandera, para decirle a juristas, amigos y asistentes que don Miguel no vio en el horizonte más justicia que el perdón, porque el castigo envilece los veredictos de culpabilidad.

Militar en el krausismo, compartir la ideas de Ganivet y ser amigo de Dorado Montero no podía acabar más que en un hombre defensor de justicia indultora. Eso pensaba Unamuno cuando defendía con fe ciega la vocación correctora de las sentencias que lleva al compromiso ético, alejándose de la condición sancionadora.

Bien es verdad que hablaba de un concepto moral y pedagógico, alejado de toda consideración jurídica para un hombre como Unamuno que desacreditaba el Código Penal, pariente de la Ley del Talión, al olvidarse de rehabilitar al ofensor. Solicitaba este sentidor abolir las penas como sufrimiento impuesto al delincuente para hacerle expiar su delito, y sustituirlas por medidas de carácter preventivo y tutelar.

Unamuno, Montero, Maldonado y Giner consideraban a los delincuentes como débiles y desdichados que necesitaban más protección que castigo, por lo que el tratamiento de la delincuencia debía ser un caso particular de la tutela que debe otorgarse a los desvalidos, para rehabilitarlos socialmente.

Acepta don Miguel con gusto que se le llame antinomista, es decir, enemigo de una ley externa, inflexible, sancionadora, impuesta y dura, porque era partidario de una ley de inspiración moral, ética, correctora, mística, viva e interna que tuviera su origen en la propia conciencia del sujeto. Tal vez por eso repudia la pena eterna del infierno y las condenas impuestas fríamente por los jueces, distantes, sociales y objetivas.

No sólo de pan, – decía Unamuno -, sino de justicia, vive el hombre, pues los problemas de pan no son sino problemas de justicia, y es preferible un desorden justo que un orden injusto. La Justicia es algo más hondo y más grande que el Derecho porque donde hay justicia hay verdad, hay libertad, se pueden proclamar las verdades a todos los vientos y darle a cada uno lo que corresponde. Si amamos la verdad, debemos amar la justicia, porque justicia y verdad son todo uno.

Todo ello no le evitó tener siete pleitos con la justicia, dos como testigo y cinco como imputado. Ser condenado a dieciséis años de cárcel por cantarle al rey Alfonso y a Cristina las cuarenta. Y recibir sanciones económicas, para acabar finalmente deportado a Fuerteventura por el Directorio de Primo de Rivera y Martínez Anido, por delito de opinión, al tiempo que le suspendían de empleo y sueldo, desposeyéndole de la cátedra, el vicerrectorado y el decanato, cargos para los que fue democráticamente elegido por sus compañeros de claustro universitario.

¡ SILENCIO, SE JUEGA !

¡ SILENCIO, SE JUEGA !

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La maldad de la bomba neutrónica consiste en mantener los edificios intactos en su sitio, mientras pasa la guadaña por los cuerpos humanos, segando a neutronazo limpio células animales a diestro y siniestro, dejando las calles y plazas libres de todo semoviente durante las 48 horas que dura la radiación ionizante aniquiladora.

Bien, pues ese mismo efecto consigue el fútbol, aunque sus consecuencias no vayan tan lejos y se queden en tres o cuatro infartos, algunos gritos descompuestos, un par de bengalas desaprensivas y miles de discusiones intrascendentes entre los aficionados de uno y otro bando, lo que facilita la disgregación y el despiste colectivo.

Lenin hablaba de un alienante opio teísta que contaminaba el pensamiento, al que Unamuno opuso el ateísta viciador de sangre; pero pocos  han puesto la atención en el opio balompedista, tan utilizado en épocas no muy lejanas para alejar malos deseos de libertad, justicia y democracia.

Los singulares periodistos deportivos y las jóvenes periodistas deportivas que nos deleitan con sus inteligentísimas crónicas y acertadísimos comentarios, han agotado ya el repertorio de calificativos para definir partidos de fútbol como el de ayer, porque ya no vale eso del partido del año, de la década o del siglo. Alguien lo ha llamado del milenio, a un paso ya del Cron y el Eón.

Tres veces he ido a un campo de fútbol. La primera en Madrid a ver las últimas patadas de Di Stéfano a un balón en el Bernabéu, acompañado de entrañables amigos del Infanta. La segunda visita la hice al Helmántico aplaudiendo el ascenso del Salamanca a primera división con la pasividad del Betis, sin prestar mucha atención al partido porque mientras los equipos se besaban, nosotros dábamos cuenta de un cordero asado que llevó el dueño de un restaurante. La tercera y última vez fue en Bruselas con varios compañeros, a ver como España ganaba a Bélgica en el estadio de Heysel.

Eso es todo. Pero intentaré esta mañana ver el resumen del Barça – Real Madrid de ayer, porque quiero decir algunas tonterías de profano a los buenos amigos que me disputarán esta tarde sobre el tapete verde la dominguera partida de mus.

¿AMNISTÍA FISCAL? NO, GRACIAS

¿AMNISTÍA FISCAL? NO, GRACIAS

No queremos el olvido legal de delitos fiscales cometidos por millonarios de este país ni que se extinga de un plumazo su responsabilidad social y penal. Queremos justicia.

No queremos oscuras negociaciones con los evasores a la luz de la luna bajo una palmera en paraísos fiscales, con una piña colada en la mano y en la otra el capital hurtado a los ciudadanos. Queremos justicia.

No queremos ver florecer brotes verdes con violadas hojas de quinientos euros en las Agencias Tributarias, procedentes de falsos techos, dobles paredes, sociedades fantasmas y cajas blindadas. Queremos justicia.

No queremos aliviar la crisis del pueblo con la miseria de explotadores, la codicia de especuladores, el abuso de constructores, la mentira de estafadores y la ventaja de chantajistas. Queremos justicia.

Queremos que la justicia mantenga firme la espada, nivelada la balanza y los ojos vendados, para los administradores de la misma sigan su ejemplo y no les tiemble el pulso, contaminen las puñetas o asomen la vista por encima de la venda ante un título nobiliario, un sillón presidencial, un escaño o una abultada cuenta corriente.

Queremos que la insolidaridad y el engaño de unos cuantos privilegiados sociales que se reparten el 83 % de la tarta nacional, pase remando en galeras el tiempo que decida la justicia, porque estremece pensar que quienes han defraudado a los vecinos y se han aprovechado de los servicios que los demás han pagado con sus impuestos, puedan beneficiarse de una amnistía que no merecen.

Queremos que la Comunidad Europea ayude a todos los países miembros a resolver el problema de una manera muy económica, sencilla y eficaz: intercambiando el color de los billetes de 500 y 200 euros, declarando ilegales los que ahora duermen en cajas fuertes y paraísos fiscales, un sueño que no merecen.