Pena. Eso es lo que me da el rey con tantas ocupaciones como tiene desde hace 36 años. Pena, no exenta de incondicional apoyo por mi parte, y comprensión por su desconocimiento sobre la realidad inmediata que le rodea.
Tantos quehaceres tiene el monarca que no le permiten informarse de nada que no sean asuntos de Estado. Tantos, que ni siquiera recibe información sobre el estado de sus cuentas corrientes, sus negocios, los negocios de sus familiares y el enriquecimiento ilícito de sus amigos. ¡Qué duro es ser rey!
Entre reuniones, comisiones, viajes, banquetes, operaciones quirúrgicas, amoríos, cazas de osos en Rumanía, regatas, esquí, paseos nocturnos en moto por Madrid rumbo a lo desconocido camuflado bajo el casco, baños familiares en el mar, entrevistas con amigos, – y con amigas, claro -, partidos pádel, etc., no tiene tiempo para saber los guisos financieros, bursátiles y mercantiles que se cuecen en su propia casa. Pobre hombre.
No me extraña que políticos, periodistas, jueces y ciudadanos, permanezcan en silencio sin pedirle explicaciones de lo que sucede en su círculo más íntimo, porque saben que sus múltiples actividades le impiden informarse de cuanto sucede en su familia.
Sin ánimo de molestar, debemos reconocer que tal actitud no es un buen ejemplo a seguir por el resto de los españoles, porque si nos decidiéramos a seguir sus pasos no sé muy bien donde iríamos a parar. Bueno, sí; me temo que acabaríamos con él en las calderas de Pedro Botero, según predica la Iglesia que le acoge en su seno, fanática defensora de la familia.
Entendiendo, claro, la familia como grupo de personas emparentadas entre sí, que comparten problemas, ilusiones, afanes, inquietudes y bienes materiales, donde la comunicación sincera y la convivencia, es la base que nutre el amor que a todos sustenta. Si esto es así, no se entiende muy bien qué le sucede al monarca, porque no se entera de los negocios familiares ni de los suyos propios. Vaya por Dios. Precisamente tratándose de la familia real que debería ser el santo y seña de los ciudadanos, guía de conducta y espejo donde mirarnos los súbditos para imitar el testimonio de su ejemplar comportamiento.
Dicho esto, la situación actual me hace pensar que el pobre rey está sólo y sin familia, porque nada sabe de ella. Y no sólo eso, sino que también ha sido traicionado varias veces por los amigos que se han aprovechado de él, ocultándole las fechorías que los llevaron a la cárcel. Ahí se encuentra el origen de mi comprensión hacia el monarca y el compadecimiento que siento por él.
¿Quién puede pensar que el rey sabía y toleraba las andanzas y el origen del súbito enriquecimiento de su hija y del yerno deportista? Por favor.
¿Alguien duda que el rey desconocía los movimientos de manos y nariz del exduque de Lugo y las cuentas corrientes que tenía la infanta con su marido? Vamos, hombre.
¿Qué ciudadano puede creerse que el rey conoce el enorme saldo de sus cuentas corrientes y los negocios que otros hacen en su nombre, con lo ocupado que está en resolver los problemas del país que tanto afectan al pueblo, a él y a su familia?
Confieso que cada día se multiplica mi solidaridad con el rey y se acrecienta mi monarquismo, hasta el punto de solicitar para él un puente de plata.