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DE LA EXPERIENCIA A LA EMPATÍA

DE LA EXPERIENCIA A LA EMPATÍA

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No siempre son escuchados, atendidos y secundados los consejos que padres, profesores, parientes y vecinos dan a los jóvenes, porque estos solo gustan de experiencias propias, más allá de los riesgos, peligros e incertidumbres que acompañan las novedades inesperadas que acechan a quienes van con prisa hacia la vida adulta.

Tampoco es fácil empatizar con problemas ajenos sin tener experiencia de ellos, ni es probable comprender situaciones personales de otros, no vividas en carne propia, porque la identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro se consigue cuando ambos viven situaciones idénticas.

La inexperiencia de sensaciones, dolores, desgracias, temores y enfermedades sufridas por otras personas, hace imposible la fusión anímica de uno mismo con la realidad ajena por mucho empeño que se ponga, como le sucede al creyente con el descreído; al liberado con el dependiente; o al maridado con la viuda, por citar unos ejemplos.

La imposibilidad de compartir el dolor físico y el sufrimiento moral hace inviable la absoluta empatía del observador con la persona dolida, de la misma forma que no se alcanza a empatizar plenamente con la angustia de un enfermo terminal o con quien pasa la última noche en una celda del corredor de la muerte.

¿Cómo emparejar con la impotencia de las personas dependientes? ¿Cómo sentir el estremecimiento de la mujer embarazada con un hijo deficiente en su vientre? ¿Cómo percibir el miedo de un soldado acorralado por el enemigo? ¿Cómo entender el pensamiento de un suicida fundamentalista?

Imposible sentir el horror de quien contempla el cuerpo de un amigo destrozado por la metralla, ni el miedo apretado en el pecho antes de un combate cuerpo a cuerpo, ni el pánico de las llamas que se acercan amenazantes, ni el olor nauseabundo de cadáveres descompuestos esparcidos por las calles.

MADUREZ

MADUREZ

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El precio a pagar para alcanzar la madurez es simplemente haber vivido, siendo la experiencia personal el único aprendizaje que no está en los libros, y el camino a una sabiduría inalcanzable para los jóvenes que consideran saberlo todo, aunque sea más lo que ignoran que lo que conocen.

La madurez es un espacio vital de plenitud al que se llega después de haber pasado por la turbulenta la juventud y antes de llegar a la sosegada vejez, dominado por el buen juicio, la templanza, el respeto, la prudencia, el conocimiento, la sensatez y el juicio benevolente sobre los errores ajenos.

También conforman la madurez: el equilibrio mental, la fortaleza de pedir ayuda, la humildad de solicitar perdón, la templanza ante el fracaso, la moderación por el éxito y la buena disposición a llevar de la mano a quienes van hacia ella despistados por el camino, con el alma en vilo, demasiada prisa, sobrada autosuficiencia y desmedido entusiasmo, sin escuchar la voz de quienes ya recorrieron el paraje donde ellos se pierden.

A la madurez se llega dejando íntimos pelos en la gatera de la vida y llevando cicatrices en los ojos camino de la estación término, hacia donde vamos con heridas en el alma y costurones en el cuerpo; con artrosis espiritual y reúma en las articulaciones; con fracturas de espíritu y roturas óseas; con desgarrones anímicos y decepcionantes arañazos, que dejaron en nosotros huella duradera.

Tal es el patrimonio de la madurez, que sólo se adquiere madurando. Regalos de la vida que se unen a los de nuestros predecesores sin pedir consentimiento y que aceptarán los sucesores, cuando no haya tiempo en los relojes para el arrepentimiento por tan largas horas perdidas en busca de lo innecesario sin dar oportunidad al encuentro, la paz, el diálogo, las sonrisas y el amor.

ASESORES

ASESORES

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El asesoramiento en la gestión pública que debería ser excepcional, pasajero y ocasional, se ha transformado en algo rutinario, estable y fijo, debido al clientelismo, al nepotismo, al amiguismo y a la incompetencia de muchos políticos sin escrúpulos, que ocupan puestos de responsabilidad en la Administración, para los que no están capacitados.

El único oficio para el que no se necesita experiencia, ni conocimientos, ni exámenes previos, pruebas selectivas o demostración de aptitudes para el trabajo, es la profesión política. A los incompetentes les basta con afiliarse a un partido, digerir píldoras indigeribles, tener habilidades miméticas y camaleónicas, hacer genuflexiones, ocultar verdades, engañar burdamente, lucir con descaro cara de cemento armado y carecer de mínima ética para  el servicio público.

Considerar que ciudadanos mediocres, intelectualmente débiles y contaminados moralmente, están capacitados para gestionar vidas ajenas, sin otro mérito que ir con el carnet del partido entre los dientes, es tanto como declarar que todos podemos ser cirujanos con un bisturí en la mano.

Estos polítiqueros necesitan parches sor desvergüenza para aliviar su ignorancia, contratando a miles de asesores que se sumen con él al mamoneo. Es decir, si un político es experto en el área que se le encomienda, no necesita asesores que le asesoren porque se asesora a sí mismo con sus conocimientos y experiencia; pero si desconoce el área que se va a poner entre sus manos no puede ser nombrado para ese cargo, por lo que tampoco necesita asesores. O sea, ¡asesores al paro!

ACORDAOS DE VIVIR

ACORDAOS DE VIVIR

A veces conviene hacer un alto en el camino, detener los pasos, levantar la cabeza y mirar alrededor. Es necesario, de cuando en cuando, respirar hondo, moderar el ánimo, serenar el espíritu, examinar la conciencia, madurar los proyectos y sacar lecciones de experiencias propias.

Esta sencilla terapia permite clarificar la situación, despejar la niebla y retomar con más fuerza la vida, tras reflexionar sobre la falta de nuevas oportunidades existenciales en paraísos existentes sólo en los catecismos. No, amigos, no debemos aspirar a una vida mejor después de haber vivido, ni tampoco en tiempos futuros terrenales.

Pasamos la vida esperando lo mejor del futuro sin darnos cuenta del tiempo perdido anhelando la felicidad que hemos ido postergando, hasta que la aspiración a una vida descansada y feliz se centra en la jubilación, sin terminar de cumplirse el deseo porque los huesos oponen resistencia y las deserciones de familiares y amigos no ayudan a preparar el camino, retrasando la llegada de la vida que hemos esperado toda la vida.

Apartad, pues, los «después»,  “luegos”, “más tarde”, “cuando…”, y aprovechad el momento actual, tratando de encontrar el mayor bienestar aquí y ahora, porque el futuro a nadie pertenece, pero somos dueños absolutos del presente. Sed felices hoy porque la vida pasa al galope como un tren desbocado por la estación, sin detenerse a recoger viajeros despistados con el futuro que no alcanzarán nunca, porque cuando llegue será ya presente.

Dicen que la muerte es la gran socializadora porque a todos nos iguala, llega en las mismas condiciones y la afrontamos con idéntica soledad, pero también la felicidad socializa todo al no estar en venta, ni poder comprarse en taquilla alguna.

«Hay que vivir» dice la canción, y «Carpe diem» pregona el popular eslogan sin la fuerza necesaria para convencernos, porque los arponazos ideológicos infantiles dejan algunas huellas imborrables de cielos inexistentes fuera de las pilas bautismales.

SEXAGENARIOS

SEXAGENARIOS

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Los niños de mi generación considerábamos ancianos a quienes pasaban la frontera de los sesenta años. Y hoy, cuando mi hijo opera a una persona de setenta y cinco años con un mal diagnóstico, se lamenta porque es un paciente joven. Es decir, los ciudadanos que nos movemos por la vida con sesenta y tantos años estamos hechos unos chavalotes, según proclama Leticia. ¡Cómo han cambiado las cosas en tan poco tiempo!

Bien, pues aquí estamos los canosos sesentones disfrutando de nuestra segunda adolescencia, que algunos llaman sexalescencia, queriendo inútilmente desterrar del diccionario el término sexagenario, mantenido por la Academia para definirnos.

Los que pertenecemos a tan numeroso grupo de jubilados, podemos afirmar sin reserva alguna que llevamos una vida provechosa y placentera, recostados al pie del último peldaño que nos falta por subir, alcanzando la gloria de haber vivido.

Aquí estamos disfrutando del ocio, los viajes y el trabajo voluntario, lejos ya de ataduras laborales, compromisos, horarios y botas de superiores sobre la cabeza. Libres, al fin, de servidumbres profesionales, y dueños postreros de nuestras vidas, tras pasar más de tres décadas bregando por el sueldo.

Dependientes sólo de aquello que nos complace y pendientes de que los pactos de Toledo no nos expulsen de la sociedad limitada que hemos creado con quien nos ha convenido, vamos por la vida con la experiencia en bandolera, sin pensar mucho en el golpe de silencio que a todos nos espera, pasaporte con rúbrica de eternidad que nos mandará al paro definitivo.

Los ordenadores, «e-milios», teléfonos móviles, ipades, ipodes y emepetreses, han llegado a nosotros con retraso, pero sabemos competir con los jóvenes en su manejo, mientras que ellos nunca conocerán los juguetes de cuerda, las máquinas de escribir, los “capones” colegiales, el brasero de cisco, la marmita de barro, los sabañones, la lucha contra la dictadura, los “grises”, el “parte”, los guateques, el rosario en familia, los juegos callejeros, el hambre y la lucha por la supervivencia.

Los sexagenarios no envidiamos a la juventud porque la satisfacción del momento presente nos priva de la nostalgia, y el gozo de la libertad cortapisa el deseo de retorno al tiempo pasado. Es el recuerdo de los esfuerzos realizados durante muchos años y la lucha por la vida, quienes hacen imposible el deseo de volver a ellos.

Ilustrados de experiencia, sonreímos interiormente cuando el ignorante atrevimiento de los jóvenes nos da consejos, sin percibir que el camino por donde ellos van ahora perdidos, es sobradamente conocido por nosotros.

 

EMOCIONADA GRATITUD

EMOCIONADA GRATITUD

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La experiencia de una vida entera dedicada en cuerpo y alma a la enseñanza, me capacita para decir públicamente que los alumnos no son pródigos en agradecimientos al profesor, por mucho esfuerzo que éste haga y se entregue a ellos generosamente.

Raras veces se dan casualidades que favorezcan reencuentros en los cuales el azar facilite la convergencia de profesor y discípulo en un futuro inesperado, alejado de coincidencias vitales en un país extraño, ajeno a la tierra que vio nacer a ambos.

Pero, a veces, se producen íntimos encuentros duraderos entre dos almas gemelas, por muy distantes que sean las edades de las personas que se hermanan, apartados estén los intereses de ambas y grande sea el espacio físico que las separa.

Estas excepciones tienen la virtud de hacer realidad el milagro de unos ojos emocionados de gratitud, aunque el cruce de caminos sea fruto de la casualidad y ya nada pueda ofrecerse en el retiro social, salvo un abrazo de amistad sincera y la incondicional disponibilidad de dos voluntades a nuevos encuentros, más allá del espacio y del tiempo.

Un antiguo alumno me ha buscado durante años hasta encontrarme, con la única intención de agradecerme cuanto hice por él, de la mejor forma que pude hacerlo: poniendo mi tiempo a su disposición, dándole consejos que le ayudaran a superar la borrascosa adolescencia y poniendo mi mano en la suya para enseñarle a caminar por la profesión que tanto he amado.

Pasados los años, cuando algunos recuerdos habían pasado a la zona del olvido, él me ha invitado a acompañarle frente al tribunal que ha juzgado por unanimidad con “sobresaliente”, la defensa que ha hecho en inglés de su tesis doctoral en la Complutense universidad madrileña.

Hasta allí he ido para recibir emocionado el testimonio público de su gratitud, con palabras que no puedo reproducir porque debo guardadas en lo más profundo de mi celosa intimidad. Todo ello por «el mal sabor de boca que me dejó Ortega al escribir algo así como que el maestro nunca llega a conocer el impacto de su valor».

Gesto de respeto, amor y reconocimiento desinteresado, a un profesor jubilado que ya tiene poco que ofrecer. Testimonio público de afecto, en vísperas de partir con el doctorado bajo el brazo hacia el parisino Institut Pasteur, que humedeció mis ojos, porque cuando la ofrenda es grande las palabras enmudecen ahogadas por las lágrimas.

Gracias, José Antonio, por tu hombría de bien, por tu grandeza de alma y por tu generosidad con este antiguo profesor, consciente que el ejemplo de vida que has dado no es moneda de curso legal, ni tu sincero recuerdo, costumbre en mi oficio. Y gracias por ver que en mí cumplida la máxima de que enseñar es tocar vidas, y hacerme feliz sabiendo que he tocado la tuya.

¡Ah!, y Maestro ya tú, no yo.