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ENCUENTRO DE CATÓLICOS REYES

ENCUENTRO DE CATÓLICOS REYES

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Los jóvenes Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón se vieron por primera vez las caras en Dueñas el 10 de octubre de 1469 en el más absoluto secreto, acudiendo la chica disfraza de moza plebeya y el muchacho de mozo de mulas, para no despertar sospechas entre los cortesanos opuestos a dicho encuentro, y se casaron pocos días después.

La unión no fue de carácter amoroso, sino para hacer negocios de Estado antes convertirse en los reyes más católicos de todos los católicos reyes que ha tenido la historia católica de España, uniendo las coronas de Castilla y Aragón e imponiendo su voluntad, tras compartir por primera vez el lecho en el Castillo de Fuensaldaña.

No fue por amor el matrimonio de ambos, sino por intereses económicos, ambición de poder y dominio territorial que se mantuvo hasta que ella murió, dejando Castilla en manos de su hija Juana y el Hermoso duque de Borgoña y conde de Flandes, enloqueciendo la esposa y ocupando Felipe I la regencia, como ha hecho el VI con la abdicación del opaco.

Aquel primer encuentro entre Isabel y Fernando, marcó la política de enlaces matrimoniales que siguieron luego con sus hijos, casándolos con familias reales europeas de conveniencia hasta lograr el dominio habsburgiano deseado por ellos, al comprobar lo bien que les fue desde el primer saludo, tras falsificar la bula papal por su parentesco, al serles negada esta por Paulo II.

Fue la mandona Isabel quien prefirió al dócil Fernando, antes que al francés duque de Guyena, al rey Alfonso V de Portugal y al duque de York para mantenerse en primer plano, llevando la voz cantante en cuestiones de Estado, lecho marital, educación filial y administración de bienes.

ROBAGALLINAS

ROBAGALLINAS

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La máxima autoridad judicial del país, don Carlos Lesmes, que preside el Tribunal Supremo y el Consejo General del Poder Judicial, ha manifestado hace unos días que la Ley de Enjuiciamiento Criminal está «pensada para el robagallinas, no para el gran defraudador», lo que supone una gran traba para la lucha contra la corrupción.

Quienes siguen este blog habrán comprobado las muchas ocasiones que he depositado mi confianza en los jueces, como únicos ciudadanos que pueden limpiar la mierda que nos invade, pero las palabras de Lesmes me han devuelto a la indeseable realidad de quienes me han llevado la contraria, porque sin leyes adecuadas ni recursos, los jueces tienen poco de hacer por la regeneración democrática del país.

El mandamás de la justicia se limita a constatar una lamentable realidad, pero evita decir qué acciones ha emprendido el jefe nacional de las togas para corregir la situación, ni si va a dimitir de su cargo ya que las leyes vigentes no le permiten aplicar la justicia en los términos que expresa con su denuncia.

Robagallinas es término que no figura en el diccionario de la Academia, pero que todos los ciudadanos del mundo entienden, sin necesidad de aclaraciones complementarias, aunque convenga poner de manifiesto la diferencia entre el robagallinas de los corrales que distrae un pollo para comer y el ladrón de guante blanco que vacía el gallinero ajeno sin moverse del despacho ni ensuciarse las manos.

Constatar el incumplimiento sistemático del artículo 14 de la Constitución al tiempo que la mayor Institución del Estado proclama su cumplimiento, produce una mezcla de ira y decepción difícil de explicar, al comprobar que la cuenta corriente marca la diferencia y pone límites a una justicia que debería ser igual para todos.

ORGÍA HAGIOGRÁFICA

ORGÍA HAGIOGRÁFICA

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Son tales los elogios que se están prodigando al ex-rey de España y al actual rey, heredero por vía genética a la jefatura del Estado, tantos los panegíricos mediáticos otorgados a padre e hijo y tantos los cánticos monárquicos a sus reales personas, que la maquinaria publicista de cortesanos y pesebreros está llegando con sus bendiciones a una orgía hagiográfica, más propia de vidas santificantes que de personajes con oscuras sombras tapadas por el opaco velo de la servidumbre.

Puedo sufrir con resignación la continuidad de la monarquía como solución más práctica en estos momentos, pero el rechazo intelectual que me provoca me obliga a combatirla.

Puedo aceptar ahora su imposición por el vacío legal que nos ha sorprendido, pero no que se niegue a los españoles el derecho a opinar sobre la organización de Estado que desean.

Puedo comprender que haya defensores de la herencia monárquica, pero no entiendo que se confunda la forma del Estado con los gobiernos que dirigen dicho Estado.

Puedo distinguir vida pública, de vida privada e íntima, pero rechazo el hermetismo sobre la vida privada de un personaje público que vive con dinero del pueblo.

Puedo compartir el perdón otorgado al rey cuando solicitó el indulto botsuanés al pueblo, pero no me complace esta ni otras fechoría en las que no ha sido “cazado”.

Puedo oír sonsonetes de imposibles reformas constitucionales, pero rechazo que se mantenga vigente una Constitución que no votaron 22 millones de actuales españoles.

Puedo conceder el beneficio de la duda al monarca con lo del 23-F, pero no creo en la lealtad al pueblo de quien no ha guardado fidelidad a la madre de sus legítimos hijos.

Puedo simpatizar con un jefe del Estado campechano y cercano al pueblo en las distancias cortas, pero no con quien oculta a los ciudadanos sus millonarios negocios y patrimonio.

Puedo tolerar con resignación forzada que se incluyera la monarquía en el gran paquete constitucional, pero no que se mantenga durante cuarenta años más en palacio.

ESPAÑA SIGUE SIENDO CATÓLICA

ESPAÑA SIGUE SIENDO CATÓLICA

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A pesar de los esfuerzos constitucionales republicanos y del artículo 16.3 de la actual Constitución, España sigue siendo católica por la gracia de Dios, sin que hoy nadie diga lo contrario, como dijo el 13 de octubre de 1931 el ministro de la Guerra en la Cámara, pronunciando las palabras menos comprendidas y más censuradas de cuantas se escucharon en el Parlamento:

“La premisa del problema religioso, hoy político, la formulo yo de esta manera: España ha dejado de ser católica; el problema político consiguiente es organizar el Estado en forma tal que quede adecuado a esta fase nueva e histórica del pueblo español. Yo no puedo admitir, señores diputados, que a esto se le llame problema religioso. El auténtico problema religioso no puede exceder de los límites de la conciencia personal, porque es en la conciencia personal donde se formula y se responde la pregunta sobre el misterio de nuestro destino”.

Cuando Manuel Azaña pronunció este discursó no sospechó ni por equivocación que 83 años después España sería institucionalmente más católica que nunca, contraviniendo la aconfesionalidad del Estado declarada en la Carta Magna, porque gozamos de una generosa jerarquía católica con vocación de gobierno sin pasar por lar urnas, más ocupada en llevarnos al cielo que en liberar a los desfavorecidos, porque de ellos se encargan los creyentes auténticos que viven testimonialmente la doctrina evangélica.

A los ministros les basta con dar golpes en el pecho de los demás, invocando a las vírgenes del Rocío, Pilar o Desamparados para resolver los problemas, condecorándolas con cruces de méritos policiales por sus éxitos contra la delincuencia y poniéndonos a todos bajo el protector manto de Santa Teresa.

Conviene, pues, recordarle a nuestros ministros que gobiernan un Estado sin religión oficial, donde las autoridades políticas no pueden adherirse públicamente a ninguna confesión determinada, ni permitir que influyan las creencias religiosas en las decisiones políticas que toman, porque un Estado aconfesional carece de religión oficial, aunque sus ciudadanos se coman los santos por la peana y las vírgenes les amparen.

En aquellos tiempos se enfrentó el laicismo azañista con el catolicismo fundamentalista de Gomá y Pla, con victoria final de los purpurados pues el Concordato franquista de 1953 dejó claro que la religión Católica, Apostólica, Romana seguía siendo la única de la nación española, como sucede hoy.

TOGAS ENFRENTADAS

TOGAS ENFRENTADAS

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Con miedo a errar voy a dar unos pasos por el campo minado de la justicia, sabiendo que una mala pisada puede hacerme saltar por los aires, llevándome el sentimiento de frustración que me embarga viendo la lucha que mantienen las togas judiciales de Castro y las asociaciones de jueces, contra las fiscales de Horrach y Torres Dulce.

El fiscal anticorrupción se ensaña en su recurso contra el juez Castro, y su jefe dice que tiene la obligación de respaldarlo porque ha mantenido siempre el mismo criterio, a diferencia del juez que lo ha modificado, mientras las asociaciones judiciales apoyan al juez Castro y este pide a Horrach que le denuncie por prevaricador.

Eso dicen unos y otros, dándonos a los ciudadanos la oportunidad de opinar lo que pensamos sobre todo ello en foros como este blog donde la libertad de expresión es absoluta, siempre que los insultos no sustituya los argumentos.

Cuando Torres afirma que tiene la obligación de respaldar a Horrach, tal vez sea porque este es la voz de su amo en un oficio jerarquizado y fuertemente politizado, argumentando que la fiscalía siempre mantuvo el mismo criterio, quizás porque desde el comienzo tuvo claro cual debía ser la conclusión, fueran cuales fueran las informaciones recibidas, criticando al juez Castro por su lógico cambio de opinión en vista de las pruebas acusatorias que llegaban progresivamente a su mesa.

La dureza, insultos y descalificaciones personales del recurso fiscal lo invalidan en su propia esencia por carecer de argumentos jurídicos según han declarado las organizaciones judiciales, al tiempo que piden una intervención del Consejo General del Poder Judicial, considerando que el escrito de Horrach se acerca más un libelo que a un recurso.

Enfrentamiento institucional que resulta patético para la ciudadanía, que observa con estupor, espanto y decepción la quiebra de un poder básico del Estado de Derecho, sin que los responsables se den por aludidos ni atiendan el resultados de las encuestas donde se refleja la opinión mayoritaria de los ciudadanos hacia la culpabilidad de la Infanta.

TRASPASO DE NEGOCIO

TRASPASO DE NEGOCIO

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Siempre había creído que la monarquía se heredaba de generación en generación y de hombre a hombre, pero nunca sospeché que se traspasará como un negocio, cediendo a favor de otra persona el dominio de la Jefatura del Estado, como lo entiende el rey que cederá hoy su corona al hijo varón, maridado con Leticia, perdón, Letizia, que no es bueno confundirla con mi hija.

Cuando Calvo Sotelo dio los trastes de gobernar a Felipe González en presencia de Juan Carlos I de España, nuestro campechano rey quiso aliviar la tensión del momento comentando jocosamente algo que ha repetido varias veces en su reinado: “¡Qué suerte tenéis los políticos que a veces los electores os echan!”, lo que obliga a pensar en la mala suerte del monarca, que voluntariamente siguió treinta y dos años más en el trono, empobreciéndose cada vez más, fiel a su esposa, con amigos de comportamiento intachable y dirigiendo una familia ejemplo de honradez, sacrificio y renuncia por la patria.

Poco después de esta real anécdota real, en una reunión de cortesanos donde se hablaba de la boda del hoy rey de España, uno de los contertulios propuso: “Dejemos en paz al príncipe y que no se case hasta los treinta y ocho años”, corrigiéndole el rey: “¡No fastidies! ¡Que algún día habrá que traspasar el negocio!”

Bueno, pues ese día ha llegado y el rey-padre considerándose a sí mismo dueño del negocio ha traspasado a su hijo-rey la mayor empresa pública del país, poniendo en sus manos un Estado-negocio, según palabras de su propietario hasta hoy.

Como ciudadano que vive en perpetua ingenuidad política, yo pensaba que el Estado era todo menos un negocio que pudiera traspasarse al antojo de su hipotético propietario, con la misma indiferencia que se traspasa un comercio de lencería íntima femenina, una agencia de safaris, un gabinete de comisiones petroleras, unas cuentas bancarias ocultas o unos amigos excarcelados.

MARIDAJE INTOLERANTE

MARIDAJE INTOLERANTE

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El maridaje Iglesia y Estado que llevó a Felipe II al altar político-religioso del brazo de Clemente VII, Pablo III, Julio III, Marcelo II y Pablo IV, comenzó a tomar tintes alarmantes con la promulgación de un decreto por el que se prohibía la importación de libros extranjeros y se ordenaba que todos los textos impresos en los territorios gobernados por el rey ¿prudente?, debían llevar la licencia del Consejo de Castilla y la censura eclesiástica correspondiente.

Con ello se pretendía dirigir la mente y los conocimientos de los súbditos en la dirección que más interesaba a la monarquía y al papado, con graves perjuicios para los ciudadanos cultos, los intelectuales y los librepensadores, publicando el Índice de los libros prohibidos por la Iglesia y amenazando de excomunión y tortura a quienes no atendieran lo ordenado.

Antes de contraer matrimonio por poderes en el mes de enero de 1560 con la hija de Enrique II, Isabel de Valois, de catorce años de edad, don Felipe despidió el año 1559 presidiendo un Auto de Fe en la plaza mayor de Valladolid donde fueron condenadas bajo la acusación de luteranismo treinta y dos personas, de las cuales trece de ellas fueron ajusticiadas a garrote y otras dos quemadas vivas: Don Carlos de Sesso y Juan Sánchez, criado del predicador de la corte Agustín de Cazalla, también muerto a garrote, cuya madre fue desenterrada y quemada.

Pero esto no fue bastante para los exterminadores: derribaron su casa para que no fuera ocupada por más espíritus malignos protestantes, cubrieron los restos con sal para ahuyentar libertades y levantaron un paredón de piedra cerrando el paso a la cultura, con un letrero contando el grave delito cometido y la mínima pena impuesta.