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CIELO E INFIERNO

CIELO E INFIERNO

El Padre Astete me enseñó por boca del cura Esteban que si me portaba bien tendría como premio el cielo, y si era malo sería castigado con el infierno. Premio y castigo eternos, es decir, para siempre. Bueno, no; más que para siempre porque la eternidad era más que siempre.

Lo que nunca se me aclaró fue el lugar concreto donde estaban el cielo y el infierno, pues eso de que uno estaba “arriba” y otro “abajo” no me convencía mucho, o sea, nada. Tampoco se me dijo cómo podía hablar con los que allí estaban, ni el lugar intermedio donde pasaría mi alma una temporada, hasta que purgara en el fuego purgatorio la pena venial merecida por los pecados menores cometidos.

Todo ello tras pasar por el juicio final, claro, en el que Dios Todopoderoso perdonaría o condenaría mi alma, que siendo única y estando dentro de mí, nunca supe dónde estaba, aunque imaginaba de andaría por el cerebro, el hígado o el corazón, porque si fallaba uno de estos órganos, me iba directamente al tribunal celestial.

Eran tiempos de temer y creer, o si se prefiere, había que creer porque la increencia llevaba al suplicio terrenal y a la eternidad infernal. En el primer caso, cuando el párroco se negaba a firmar el “certificado de buena conducta”; y en el segundo, por decisión de nuestro Padre celestial, pues el Hijo y el Santo Espíritu poco tenían que ver en esto, aunque fueran la misma cosa, sin serlo. Es decir, los tres eran dioses, que se transformaban en personas para hacerse un sólo Dios verdadero. Está claro, ¿no?

Pasando el tiempo, he comprendido finalmente qué es eso del cielo y el infierno, dónde se encuentran y cómo pueden evitarse, al descubrir el paradero de ambos en la propia vida humana terrenal, como tendré ocasión de comentaros otro día, sin pretender dogmatizar mi opinión ni hacer de mi creencia patrón universal.

DIAGNÓSTICO ECLESIAL

DIAGNÓSTICO ECLESIAL

Ha sido recordado por la historia, anunciado por la jerarquía eclesiástica, pregonado por los feligreses y predicado por la clerecía, que la Iglesia católica es redentora de condenados, liberadora de oprimidos y salvadora de pecadores, pero nunca sospechamos que fuera también experta en medicina social, con capacidad para diagnosticar enfermedades sociopolíticas, aunque sean notorios sus milagreos en santuarios marianos.

En opinión de la Conferencia Episcopal Española, la sociedad está enferma, muy enferma, enfermísima, contaminada por una “cultura de la muerte” que la ha llevado al matrimonio homosexual y al aborto. Vaya por Dios, amigos, la decepción que me he llevado al comprobar lo equivocado que estaba, creyendo que la grave enfermedad social que nos afecta, tiene orígenes diferentes a los expuestos por la infalible Iglesia católica.

Creía ingenuamente que la alteración fisiológica de la sociedad era debida a la corrupción generalizada en todos los estamentos sociales, incluida la Iglesia. Pensaba que la dolencia era causa de la injusta distribución de la riqueza, contándose la Iglesia de los pobres entre las Instituciones más ricas del planeta. Consideraba que esto, unido a la pederastia y el quebrantamiento sistemático de votos sacerdotales por parte de los profesionales de la virtud, desacreditaban toda crítica.

Fijaos lo equivocado que estaba, que había llegado a pensar que  las guerras santas y los crímenes contra la Humanidad que iluminaron tantas hogueras inquistoriales, eran la causa de muchos males históricos y el origen de lastimosas secuelas.

También creía yo que el todopoderoso Estado católico que padecimos los de mi generación, amordazados, sin pensamiento divergente ni opinión contraria, tenía mucho que ver con las voces que todavía impone la Iglesia en la sociedad, creyendo que aún estamos en tiempo de dominio y condenas a otras ideologías y creencias religiosas, haciendo que la innombrable laicidad no pase de ser una palabra sin contenido real en nuestra Constitución.

ESTAMOS SIN MINISTROS

ESTAMOS SIN MINISTROS

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Las personas que tengo cerca de mi vida me han reprochado muchas veces la excesiva ingenuidad que tengo en el trato con las personas, por pensar que “to er mundo e güeno”, mientras no se demuestre lo contrario.

Por eso, acostumbro a llevar el retraso mental inevitable de quien vive en un país multicolor, ajeno a la realidad por tozuda que ésta sea, estando obligado a sobrellevar crisis anímicas como la que ahora me invade, al enterarme que no sirvo para ministro, ni siquiera en su acepción más simple, porque estoy jubilado.

Con la decepción a la espalda y el alma envuelta en inconsolable frustración, he sabido que la palabra ministro procede del latín minister, que significa “sirviente”, persona que sirve a alguien. O sea, que ministros serían aquellos ciudadanos que generosamente se entregan al servicio a los demás. Vamos, que no trabajan para ellos mismos, sino para los vecinos. Qué bonito. Es tan hermosa la tarea, que tendrían ganado el cielo, aunque las dudas de que así sea les anime a disfrutar de abundantes bienes terrenales, exclusivos favores, sobrados sueldos, eternas jubilaciones y desmedidos privilegios, por si fallan las promesas celestiales, que nunca se sabe.

Esto me ha llevado a la tontuna en que habito, consolándome al comprobar que mi incompetencia para ese cargo la han padecido todos los ministros, sin que nadie se aflija al saber que seguimos sin ellos, porque a todos les ha faltado el desprendimiento, sacrificio, generosidad y entrega que exige el servicio a los vecinos, más allá de los brindis en el espejo.

DESDE GALLAECIA

DESDE GALLAECIA

Vine a Galicia sabiendo que el pueblo español dormía en la indiferencia, los obreros sufrían pisotones, los estudiantes recibían porrazos y los parados lloraban lágrimas de impotencia, mientras los empresarios sonreían en sus despachos, los banqueros esquilmaban las cajas de las Cajas, la justicia corría velos muy tupidos y los electoreros seguían a lo suyo, que nada tenía que ver con lo nuestro.

En esta tierra que ahora habito las cosas no son diferentes, pero el reparto urbano de quehaceres, sueños, celos, aguas, plegarias y placeres permite decir que Vigo trabaja, Lugo duerme, Pontevedra envidia, Orense puentea, Santiago reza y Coruña se divierte.

El cansancio de Dios al concluir la creación del mundo hizo posible el milagro de las rías gallegas sin tenerlo previsto, al apoyar su mano abierta sobre la tierra recién creada, abriendo en ella con sus dedos surcos por donde el agua penetra tierra adentro. Luego sacudió el creador su mano embarrada para librarse del fango, haciendo involuntariamente posible el prodigio de las islas Cíes, Oms, Sálvora, Cortegada, Arosa, Sisargas y Malveiras.

Pero quienes han agitado mi conciencia amodorrada por la rutina, removido el espíritu adormecido por la lluvia y excitado el ánimo aletargado, han sido siete pescadores a los que he visto inmóviles tirar juntos con fuerza de unas redes pletóricas de escamas. Ejemplo de esfuerzo común para conquistar la vida. Solidario empeño que hace posible la supervivencia.

Testimonio vivo de que juntos podemos pescar y meter en una red a depredadores, politiqueros, defraudadores, usureros, eclesiasteros y otras especies afines, para arrojarlos al mar por no dar la medida ética y solidaria que la convivencia social exige a quienes gobiernan el futuro de sus vecinos.

AL HOULA

AL HOULA

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A la ciudad de Al Houla le cabe desde el viernes pasado el triste honor de estar incluida en la lista de ciudades malditas, donde la barbarie ha desatado su más abominable crueldad contra indefensos ciudadanos, cuyo único delito es haber nacido en un país tiranizado por sanguinarios al servicio de la sinrazón.

Tanto si la acción salvaje ha sido perpetrada por milicianos de Al Asad como si se trata de grupos terroristas descerebrados, tiene que haber condena perpetua a galeras, sin indulto posible ni redención de pena, para los matarifes que asesinaron a puñaladas y golpes de hacha a hombres, mujeres y 49 niños inocentes,  por mucho que aleguen ante la justicia “obediencia debida”.

Tengo dos amigos sirios de generaciones diferentes, uno médico y el otro estudiante, Raduan y Omar, con el pensamiento de luto, el corazón ensangrentado, los lagrimales secos y el alma suspendida por la incertidumbre de saber si los padres y hermanos que allí quedaron, sobrevivirán a las matanzas.

Hoy quiero estar más que nunca a su lado, rezando en mi descreencia por los familiares que en Siria esperan su turno en la morgue y por todos los vecinos que castañean los dientes de miedo en sus casas, a la espera de ser reducidos a cenizas o descuartizados por armas negras.

Pido irracionalmente a Yavé, Alá o cualquier otra deidad que consuele los espíritus de quienes aún viven, porque para los asesinados la redención es imposible. Y me abrazo solidariamente al dolor de estos dos amigos y de cuantos en la distancia se inclinan cada día hacia la Meca para implorar a un Dios que condena esta locura. Amén.

JUSTICIA HUMANA EN TIEMPO DE REDENCIÓN DIVINA

JUSTICIA HUMANA EN TIEMPO DE REDENCIÓN DIVINA

La dimensión social de leyes punitivas más cercanas a la del Talión que a la idea moral de corrección del delito, exige pedir unos códigos legales más regenerativos y pedagógicos que ayuden a la reinserción social del delincuente.

Las rendijas legales por las que se escapan tantos transgresores de guante blanco, corbata de seda y camisa almidonada, apremia a solicitar una justicia más ciega de la que se pasea con una flor en la solapa por los pasillos de algunos juzgados.

Las condiciones en las cuales se hacinan los detenidos preventivos en los sótanos hormigonados de los calabozos, a la espera de prestar declaración ante sus señorías, fuerza a pedir otras condiciones de retención.

Y la condena que sufren los presos de guante negro y navaja oxidada en las cárceles, obliga a detener los pasos en vísperas de la redención cristiana e implorar la salvación de los condenados por una justicia impersonal y abstracta, que socializa la condena sin tener en cuenta la individualidad del sujeto y la responsabilidad que la propia sociedad tiene en la comisión del delito.

No puede castigarse a un culpable si otros delincuentes eluden la pena quitándole la venda a la justicia, porque en tal caso es preferible la impunidad a la ley del embudo.

No pueden dictarse códigos sociales de justicia con imposición de duras penas, sin inspiración regeneradora, aplicadas a quienes más necesitan protección y ayuda, cuando la  sociedad los deja al pairo de la vida, exigiéndole cumplir sus reglas en condiciones de extrema supervivencia.

Los delitos son creación política, pero el fin de las leyes debe ser la corrección del delincuente y no su eliminación o aislamiento forzado sin posibilidad de redención, y si el Estado sanciona al ciudadano debe ser con la única intención de mejorarlo. Por eso, el delincuente tiene derecho a exigir educación y protección a la sociedad, pues la determinación del hombre hacia el delito no puede eliminar la responsabilidad de la sociedad en recuperarlo para el trabajo y la vida común.

Todo esto tiene poco que ver con el mundo real de la justicia, pero en tiempo litúrgico de redención pecadora, bueno es pedir a la sociedad medidas preventivas, tutelares y regeneradoras de quienes sufren el calvario de una pena carcelaria sin esperanza en la resurrección que mañana exonera a los cristianos de los pecados cometidos contra su Dios, por conculcar la ley divina.

CÉLULAS INCONTROLADAS

CÉLULAS INCONTROLADAS

Escribía Unamuno en su Diario íntimo: “Cuando uno está tísico evita su familia el decírselo y trata por todos los medios de engañarle para no decirle que le queda un año o unos meses de vida. ¿Son más cuatro, cinco, diez años, que uno? ¿No somos todos tísicos? Pocos piensan en que todos estamos condenados a muerte”. Haced con esta reflexión lo que mejor os parezca.

En tiempos bíblicos, el cáncer sería una plaga enviada por Dios para castigar anualmente a ocho millones de sus hijos e hijas por los pecados cometidos. Hoy, en cambio, sabemos que es un torpe certificado de defunción, firmado por unas células incontroladas que deciden crecer y multiplicarse de forma enloquecida, desafiando toda lógica y conculcando las leyes de reproducción celular.

Células incontroladas que van a su antojo paseándose por vasos linfáticos y sanguíneos, haciendo impunemente de las suyas, plantando el campamento base donde se les antoja sin solicitar permiso al propietario del terreno, arrasándolo todo como caballos de Atila, inoculando temores en los corazones afligidos y destilando lágrimas de impotencia en propios y extraños.

Células incontroladas que se agrupan en una masa amorfa llevándose por delante todo lo que encuentran a su paso y lo que está al borde del camino.

Células incontroladas que se reproducen más allá de lo razonable invadiendo los tejidos del huésped donde se alojan y el alma de quienes le rodean.

Células incontroladas que humillan la sabiduría humana, incapaz de dar con el líder de la manada escondido en la sangre, para llevarlas a todas al suicidio.

Células incontroladas que se cuelan de rondón en nuestras vidas sin que nadie las invite ni previo aviso de llegada, para amargarnos la fiesta de la vida.

Detestables células incontroladas que controlan caprichosamente nuestra vida y los sentimientos de las personas que amamos.

A quienes ya recibieron la visita desalentadora de tan repugnantes criaturas y fueron con dolor despedidos, vaya nuestro recuerdo inolvidable. A las personas que hoy conviven con ellas en silencio, enviamos nuestro apoyo solidario esperando que tales bichos sucumban a la radio-quimio. Y a los que estamos en la sala de espera nos queda la inevitable resignación de saber que si no vienen ellas a buscarnos, alguien se acercará a por nosotros.

Pero a todos los que aún estamos por aquí, envío el deseo de que tengamos un feliz tiempo de espera en este solidario sábado 4 de febrero en que celebramos la jornada mundial contra el cáncer.