DIÁLOGO TEOLÓGICO DE SOBREMESA
Se inició la tertulia tras una amistosa comida invernal regada con vino tinto y concluida con una copa de aguardiente, colaborando Nuria, Alberto, Inés, Ángel y Ramón, a recoger la mesa y fregar platos, vasos y cubiertos entre bromas y risas, recordando las cuatro tribus indias que forma el personal de cualquier empresa: incas, mayas, aztecas y aropahoes.
Pasados los primeros comentarios intrascendentes hablando de cosas sin importancia, comenzaron los cinco a charlar sobre el tema de la vida, que conduce inevitablemente a la muerte y por rebote directo a Dios como salvador de todos los males espirituales que aquejan a los mortales, venidos al mundo con vocación de inmortalidad.
– Yo quiero tener fe y quiero creer – dijo Nuria – pero no puedo, porque para creer necesito crear lo que no existe, y esto implica renunciar a la razón y capacidad de pensar que me define como ser humano, porque la fe es potencia creativa y ánimo de voluntad, cuyo oficio es crear.
– Somos muchos los creyentes – dijo Alberto – que vamos felices por la vida con el traje de primera comunión doctrinal, venciendo la agonía existencial y el temor a la muerte con la fe del carbonero, sin comprender a las personas que agitan su cerebro y zarandean el de los demás con sus incrédulas certidumbres, como haces tú.
– Si lo que nos jugamos – propuso Ángel – es vivir en paz y sin preocupaciones existenciales, la mejor forma de conseguirlo es vivir esperanzados en felices certidumbres escatológicas. ¿Para qué complicarnos la vida poniendo a trabajar la razón, si ello puede llevarnos al desconsuelo, a dudas, inseguridades y angustias?
– Además – añadió Inés – la religión nos permite poner la existencia en un contexto deseable, vivir la vida mejor, evitar preocupaciones inútiles que a nada conducen y abrir puertas a una eternidad idílica que satisface nuestras necesidades existenciales, sin pedirnos a cambio otra cosa que creer en dogmas y doctrinas consoladoras.
– Claro – concluyó Ramón – pero esa actitud significa aceptar hechos irracionales y compartir una religión por mimetismo social, catequización infantil y temores infundados, resueltos por el efecto placebo que generan las tecnologías de la salvación propuestas por las diferentes creencias, anestesiándonos para que aceptemos lo inverosímil de las doctrinas religiosas.