HABLADURÍAS DE ALCAHUETES
Es un deporte nacional opinar otras personas, criticar a quienes no están presentes, reprobar el comportamiento de algunos vecinos, censurar a determinados compañeros de trabajo, juzgar a ciertos desconocidos y murmurar sobre los amigos, cuando los receptores de la murmuración están ausentes.
Esto es, porque domina en las relaciones humanas la cautela de guardar opiniones negativas sobre otras personas en el ámbito familiar o en las cercanas amistades del opinador, absteniéndose este de comentar al individuo objeto de sus descalificaciones las críticas que hace públicas sin rubor en los reducidos ámbitos ya citados.
Curiosamente, se añade a esto una componente de cinismo descarado que asombra a los testigos de la escena, cuando presencian amables saludos y abrazos del censor a la persona previamente criticada, como todos habremos tenido ocasión de comprobar alguna vez, con asombro, decepción y en silencio.
Cobardes habladurías – sean ciertas o falsas – de alcahuetes, sin otra finalidad que dañar la imagen y el honor de quien sufre tales puñaladas por la espalda, trucadas en sonrisas cuando el receptor de los oprobios esta presente, que denigran a la persona que practica tan detestable juego, sin recibir a cambio de las alcahueterías el castigo social que merece por sus malintencionados juicios de valor.
Si lo murmurado es cierto la corrección fraternal es obligatoria y debe saberlo el protagonista de las críticas para tener opción a enmendar actitudes o posibles errores cometidos. Pero si lo chascarrilleado es falso, hay que denunciar al calumniador ante quien sufre el inmerecido oprobio del farsante.