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HABLA BUDA

HABLA BUDA

Buda

Con la resaca del Lunes de Pascua a flor de piel encerada con velas, con penitentes y capirotes por los adoquines, cofradías encofradas a las imágenes que patrocinan, “bailes” del trono en el folclore procesional, liturgias tridentinas, dolorosas e incomprensibles penitencias y “oficios”, es buen momento para mirar otras creencias que consideran idolatría lo que para católicos es religiosidad popular.

Es la fe responsable de que las montañas se muevan, los pollinos vuelen, la paradisíaca vida eterna celestial exista y la creencia de los fieles en lo que no han visto se haga certidumbre, como es el caso de la resurrección celebrada ayer, fundamento, justificación y sostén de la doctrina católica.

Quiero, pues, concluir mis meditaciones sobre los santos días pasados, con las siguientes palabras de Buda, por si algún lector de esta bitácora quiere hacer uso de ellas:

“No creáis en nada simplemente porque lo diga la tradición, ni siquiera aunque muchas generaciones de personas nacidas en muchos lugares hayan creído en ello durante muchos siglos. No creáis en nada por el simple hecho de que muchos lo crean o finjan que lo creen. No creáis en nada sólo porque así lo hayan creído los sabios en otras épocas. No creáis en lo que vuestra propia imaginación os propone cayendo en la trampa de pensar que Dios os inspira. No creáis en lo que dicen las sagradas escrituras sólo porque ellas lo digan. No creáis a los sacerdotes ni a ningún otro ser humano. Creed únicamente en lo que vosotros mismos habéis experimentado, verificado y aceptado después de someterlo al dictamen  de la razón y a la voz de la conciencia”.

HE PASADO LA TARDE CON BORGES

HE PASADO LA TARDE CON BORGES

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Recogido en un sillón, a la luz de una pequeña lámpara iluminando imágenes, versos y palabras, acompañando el silencio con Albinoni y paralizando el tiempo, he pasado la tarde recreándome con el descreído Borges, sin otra ocupación que abandonar mi alma en el remanso de los versos, alimentar mi espíritu con sus reflexiones y empapar la mente de sabiduría con sus palabras, compartiendo juntos el sabor especial, nuevo, único y desconocido de la muerte, que ayuda a bien morir.

Todo sucedió sin proponérmelo ni previo aviso, como si hubiera estado dispuesto de antemano por capricho del azar o extraño sortilegio, que permitió a mi curiosidad alentar el milagro casual del encuentro, a sabiendas de que los libros mueren en las estanterías hasta que encuentran lectores que les dan vida.

Se produjo el encuentro con el argentino al intentar hacer sitio en la estantería a un libro enviado por mi amigo Pedro desde lejanas tierras, cuando fue requerida mi atención al rozar con la mano un libro vecino en el modesto anaquel donde descansan textos que no volveré a leer, como nos anticipó Borges en su inolvidable poema “Límites”.

Así volvieron a desempolvarse en la memoria emotivas palabras sobre la ceguera. Se reagitó mi cultura occidental con el inquietante cabalismo tradicional judío. Despertaron del olvido milenarios pensamientos budistas. Y la poesía se adormeció en mi regazo brindándome instantes de placentero bienestar renovado.

Poemas ya leídos que retornaron a la paz doméstica con renovada vida, porque navegan incansables sobre el río de Heráclito en perpetuo renacimiento, mostrando en cada lectura una cara diferente de su poliédrica forma, para inducir nuevos sentimientos, alejar dudas, seducir novedades y complacer el alma.

CREDO, ANTICREDO Y TU CREDO

CREDO, ANTICREDO Y TU CREDO

El actual credo católico, como síntesis de fe, es una oración que contiene los principios esenciales de dicha la religión. Encontramos su origen en el Credo Niceo Constantinopolitano, fruto de los concilios ecuménicos de Nicea (325) y Constantinopla(381), donde se concretaron las respuestas de la Iglesia al Arrianismo, que negaba la divinidad de Jesucristo. Un segundo credo es el de los apóstoles, y ambos son la base de las tres principales doctrinas cristianas: católica, protestante y ortodoxa.

El credo católico exige creer en un solo Dios, que además es Padre y con sus inimaginables poderes ha creado el cielo, la tierra, todo lo que puede verse y hasta lo que no puede ser visto por el ojo humano. Este Padre tiene un hijo llamado Jesucristo que también es Dios, y no fue creado, sino engendrado por el Padre con su misma naturaleza. Vino del cielo para salvarnos, encarnándose en María, la mujer de un carpintero, por obra de un Espíritu Santo, haciéndose hombre. Este Hijo fue crucificado, muerto, sepultado, descendió a los infiernos, resucitó al tercer día, subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre, hasta que venga a juzgar a los que estén vivos y a los que hayan muerto. Los católicos también creen que el Espíritu Santo es Dios, que da la vida y que procede del Padre y del Hijo, mereciendo la misma adoración y gloria que ellos. Creen, finalmente, en la Iglesia, claro, que consideran única, santa, católica y apostólica. Confiesan también creer en un solo bautismo para el perdón de los pecados y esperan la resurrección carnal de los muertos y la vida eterna después de la muerte….

Todo esto sería increíble para una mente adulta que no hubiera sido colonizada doctrinalmente en la infancia, anulando una libertad de pensamiento para muchos ya inalcanzable.

También Buda tenía su credo, aunque aparentemente parezca un anticredo por su razonable invitación a la descreencia, recomendando creer solamente en lo vivido y experimentado, sin atender a los cuentos que durmieron a León Felipe:

– No creáis en nada simplemente porque lo diga la tradición, ni siquiera aunque muchas generaciones de personas nacidas en muchos lugares hayan creído en ello durante muchos siglos.

– No creáis en nada por el simple hecho de que muchos lo crean o finjan que lo crean.

– No creáis en nada porque así lo hayan creído los sabios de otras épocas.

– No creáis en lo que vuestra propia imaginación os propone cayendo en la trampa de pensar que Dios os lo inspira.

– No creáis en lo que dicen las sagradas escrituras, sólo porque ellas lo digan.

– No creáis a los sacerdotes ni a ningún otro ser humano.

– Creed únicamente en lo que vosotros mismos hayáis experimentado, verificado y aceptado después de someterlo al dictamen del discernimiento y a la voz de la conciencia.

Por último, recordemos que todos tenemos un credo, bien sea propio, prestado, adquirido o impuesto, pero creencias y descreencias nos acompañan, aunque muchos no le hayan dado forma escrita en un folio o en una pantalla, como este bloguero hizo meses atrás en la página “Algo de mí”.

RESURRECCIÓN

RESURRECCIÓN

RESURRECCIÓN

Vamos a ir directamente al grano: La resurrección del Hijo del Hombre pertenece en exclusiva al espacio de la fe religiosa y justifica ésta, porque como dijo Pablo de Tarso sin la resurrección los católicos no irían a parte alguna.

Pero la realidad es que nunca llegará a probarse la resurrección como hecho histórico, encontrándose el automilagro en la capacidad para creer – o crear – lo que no se ha visto, quedando la Iglesia como fedataria de un hecho inexistente, como tantos otros, y la fe dando solución al enigma con la sartén por el mango, arrimándole sartenazos al incrédulo.

De igual manera, tampoco se ha podido demostrar que Jesucristo no muriera en el Gólgota, que curara sus heridas en casa de Magdalena y terminara emigrando a la India, donde casó con mujer nativa, muriendo de viejo rodeado de hijos y nietos.

Llama la atención que los cuatro cronistas oficiales reconocidos por la Iglesia Católica Apostólica y Romana no se pongan de acuerdo en los hechos acontecidos en el día que hoy se conmemora, como puede comprobarse leyendo los relatos descritos por cada uno de ellos, donde el único punto de encuentro entre los cuatro es la presencia de María Magdalena y la propia resurrección del muerto.

Por otro lado, es curioso que el resucitado no se presentara a sus seguidores con el mismo aspecto físico ni la misma cara que los discípulos le habían visto durante los años que estuvieron con él. En caso contrario no puede entenderse que dos de estos amigos no le reconocieran cuando conversó con ellos camino de Emaús. Ni que su enamorada Magdalena le confundiera con un hortelano cuando se presentó ante ella. Ni que a los discípulos tuviera que mostrarles sus manos y costado para que le reconocieran, con ayuda del Espíritu Santo, claro. Ni que Tomás se viera obligado a meter la mano en la herida. Ni que los pescadores del Tiberiades sólo le reconocieran al sacar las redes llenas de peces siguiendo las instrucciones del “aparecido”, y no cuando se acercó a ellos.

Es la fe responsable de que las montañas se muevan o los pollinos vuelen y de hacer creer a los fieles lo que no han visto, como es el caso de la resurrección, fundamento, justificación y sostén de la doctrina católica.

Quiero terminar esta serie que comencé el Viernes de Dolores con las siguientes palabras de Buda, por si algún lector de este cuaderno quiere hacer uso de ellas:

“No creáis en nada simplemente porque lo diga la tradición, ni siquiera aunque muchas generaciones de personas nacidas en muchos lugares hayan creído en ello durante muchos siglos. No creáis en nada por el simple hecho de que muchos lo crean o finjan que lo creen. No creáis en nada sólo porque así lo hayan creído los sabios en otras épocas. No creáis en lo que vuestra propia imaginación os propone cayendo en la trampa de pensar que Dios os inspira. No creáis en lo que dicen las sagradas escrituras sólo porque ellas lo digan. No creáis a los sacerdotes ni a ningún otro ser humano. Creed únicamente en lo que vosotros mismos habéis experimentado, verificado y aceptado después de someterlo al dictamen  de la razón y a la voz de la conciencia”