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ES HORA DE PARTIR

ES HORA DE PARTIR

Con la saudade nostálgica de cada año, he cerrado la maleta del alma con mis mejores recuerdos de este año y me voy a la estepa castellana, dejando en los verdores gallegos abrazos renovados y nuevas amistades duraderas en el tiempo.

Es hora de partir con la duda del regreso, porque el futuro se estrecha cada vez más y la incertidumbre planea sobre lo venidero, sin anticipar la venturosa profecía del regreso a esta tierra tan querida.

Tomo la mano de Rosalia para despedirme de vosotros, pensando si nos veremos algún día:

Adiós os meus amigos

e aos recordos pequenos;

adios, vista dos meus ollos:

non sei cando nos veremos.

A vosa terra, vosa terra,

la terra que tanto amo,

hortiña que quero tanto,

amistades que prantei.

¡Adios, ata pronto, adios!

¡Adios Julio! ¡Adios Marián!

¡Adios Marisa y Ceferino!

¡Adios Begoña y Santiago!

¡Adiós Ángeles y Sofía!

¡Adios a Domingo y Ana!

¡Os deixo aquí na vosa terra,

deixo a aldea que conozo

por un mundo que me espera!

Deixo amigos, por amigos,

deixo a veiga polo mar,

deixo, en fin, canto ben quero…

                                    ¡Quen pudera non deixar!…

 

AMIGOS, SIN MÁS

AMIGOS, SIN MÁS

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Cuento en mi vida con la suerte de haber pasado la adolescencia con fieles compañeros del Infanta. Inolvidable camaradería aliñada con tinte fraternal, para compensar el abandono de la orfandad, la indiferencia de profesores, el mal trato de los inspectores y el luto inmerecido en manos de la peor suerte imaginable.

Cómplices de inexistentes delitos extramuros de la “tapia”. Solidarios en “burreos” a los guardianes cuando éstos se excedían sus funciones. Y amigos, siempre amigos, que serán recordados más allá de la muerte, cuando nuestros hijos los señalen en las fotos a sus nietos, diciéndoles que eran amigos del bisabuelo en el Infanta.

Inseparables yuntas en pupitre escolares de pizarrines, palilleros y plumillas. Arriesgados usurpadores de otros nombres cuando en las listas se declaraban presentes para evitar el castigo a los ausentes. Aliados de aventuras amorosas en Guetari, Consulado, La Tuna y Paraninfo, a los que entrábamos con un par de cañas de vino peleón en el cuerpo para ayudarnos a descomprimir la energía interna no se liberaba con la facilidada que predice Gibbs.

Pues bien, la vida que durante tantos años se encargó de alejarnos a unos de otros, lleva tiempo ayudándonos a recuperar el tiempo perdido dándonos la oportunidad de abrazarnos en ocasionales reuniones, que quisiéramos prolongar más allá de lo que el tiempo nos permite.

Hace unos días ocurrió un nuevo encuentro en la tierra que me acoge, donde he recibido con entrañable afecto difícil de expresar, la visita de cuatro de estos amigos, dejándome su compañía el agradable sabor de hermandad, mezclado con el placer de abrazarlos a ellos y a sus mujeres, como si el tiempo se hubiera detenido bajo la acacia del “patio central”, en las durmientes “familias”, en los balones del “campo de abajo”, en el escalón roto de la “puerta principal” o en la bondadosa acogida del “señor Puertas”.

Imborrable recuerdos de negros tiempos cuando “poliburó”, “parte”, “prepa”, “queo”, “cocleta”, “arca” y “pitraco”, eran palabras ausentes del diccionario que sólo conocíamos los internos del colpicio. Aventuras compartidas, saltos nocturnos por la ventana de la primera familia,  capones recibidos, aspirinas curatodo, pederastra incluido y las “sobrinas” del padre Esteban a quienes la naturaleza no permitió que despertaran siquiera nuestra reprimida lujuria.

De todo lo pasado hemos conversado aquí en Salamanca, pero también hemos compartido el presente, haciéndonos promesa de futuro, porque nada de los demás nos es ajeno, haciendo innecesario un juramento de sangre para saber que cada uno de nosotros está en su sitio, esperando que el otro lo reclame para acudir a su llamada.

¿EL FIN NUNCA JUSTIFICA LOS MEDIOS?

¿EL FIN NUNCA JUSTIFICA LOS MEDIOS?

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Todos los viernes a mediodía nos reunimos un grupo de amigos en una taberna para charlar, mientras libamos vino de la Ribera del Duero acompañado de aperitivos. Formamos el grupo: dos inspectores de Hacienda, un mandamás de aduanas, un notario, un abogado, un asesor fiscal, ocasionalmente un constructor y tres jubilados, entre los que me encuentro.

Ayer debatimos si el fin justifica o no los medios empleados para conseguirlo, y quiero extender la discusión a este blog exponiendo los argumentos que defendí ante los amigos, convencido que si los medios empleados no son perversos y el fin es bueno, aquellos pueden y deben ser empleados, invalidándose la categórica frase de que “el fin no justifica los medios”.

La locución contraria procede de un manual de ética del siglo XVII escrito por el jesuita Busenbaum, en el que confirma la licitud de los medios cuando es lícito el fin perseguido. Pero evito el maquiavelismo que subyace en esta idea, rechazando que las guerras justifiquen fin alguno por lícito que éste sea; que el terrorismo sea aceptable por bueno que finja ser el fin que persigue; o que un golpe de Estado merezca el aplauso con el pretendido fin de librar a los ciudadanos de martillazos y golpes de hoz.

Tampoco aceptaría matar a los pobres para acabar con la pobreza, exterminar a los mendigos para erradicar la mendicidad, fumigar a los enfermos terminales para ahorrar dinero o aniquilar a los parados para terminar con los desempleados, siendo lícitos los fines perseguidos.

Por otro lado, no comparto la hipocresía social que acepta sin reparos las adhesiones y conversiones católicas obtenidas bajo la amenaza del infiernos, abusando de la ignorancia ajena, ni justifico las declaraciones de culpabilidad, delaciones y acusaciones obtenidas bajo tortura, ni aceptó la salvaje contaminación ambiental derivada de los medios empleados para el progreso.

Igualmente, hay medios detestables que la sociedad tolera complaciente considerando que el fin pretestado justifica el daño causado, como sucede con las penas capitales o las condenas carcelarias. Incluso, en menor grado, no faltan educadores y padres en las filas del conductismo, que aplican sanciones educativas para lograr conductas socialmente deseables y éticamente correctas en la cultura dominante.

Pero hay medios condenados en un contexto que merecen aprobación en otro, como es el caso del hurto para sobrevivir o la agresión en defensa propia.

Las propias normas, sean éstas cuales fueren, son coactivas y limitantes de la libertad personal, pero son el medio empleado para conseguir un fin, avalando su empleo el valor que las justifica. Así, las normas de convivencia, las de tráfico, las de disciplina, las de comportamiento, están amparadas por el valor de la convivencia, haciendo que el fin justifique los medios empleados, aunque estos sean coercitivos.

¿El fin nunca justifica los medios, como dicen quienes lo dicen?

URBANIGRAFÍA

URBANIGRAFÍA

Tener buenos amigos significa que uno puede caminar por la vida sin mirar para atrás, con cirineos permanentes que te ayudan a llevar la cruz de cada día y a confiar en el futuro. Pero también representan la incondicional ayuda ante la desventura, el consejo previo a cualquier indecisión y la corrección fraternal ante los errores cometidos, por pequeños que éstos sean.

Esto me acaba de ocurrir mí con mi querido Ángel, que afectuosamente me ha prevenido sobre una falta de ortografía que ayer se filtró en la entrada del blog, avisándome de la hache que se me había colado violando mi intención de hacerlo. Por esa hache y las que vengan en el futuro, pido ser condenado a cien latigazos en la plaza pública por mis lectores.

Gracias, Ángel.

Mi despiste y la advertencia de este ángel tutelar, me dan pie a confirmar mi lucha contra las faltas de ortografía, aunque no siempre consiga la victoria.

Toda mi vida he mantenido preocupación constante por cuidar la lengua castellana hasta los más mínimos detalles. Algo que me ha causado algún problema con ciertos alumnos a quienes les costaba entender que el buen manejo de la lengua castellana era más importancia que las octavas de Newlands o los momentos vectoriales.

Por eso no disfruto paseando por las calles: Nenufar, Avila, Rio Jordán, Plaza del Angel, Rua Antigua, Vazquez Coronado, Plaza de Colon. También evito pasar por la puerta de la Diputación y entrar en la Biblioteca Publica Municipal, o tomar cualquiera de las carreteras que conducen a Caceres, Avila, Leon o Bejar.

Lo más penoso es que no podemos contar con la ayuda de nuestra prestigiosa Universidad para remediar tanto desatino, porque a ella tampoco le interesa mucho el tema o parece no interesarle. Tal vez por eso tiene una Secretaria General, una Biblioteca Sta. Maria de los Angeles, una Hospederia de Anaya, un Instituto de Estudios de Iberoamerica, una Catedra F. Sarmiento y otra Catedra Andres Bello, al alcance de los ojos que quieran poner su atención en lo que escriben sobre las paredes universitarias los herederos intelectuales de don Elio Antonio, autor de la primera gramática castellana. Para que se entienda, es algo así como si nuestra Universidad fuera la cuna oficial del estudio académico del castellano. Ya veis.

Si hablamos de las entidades privadas, la cosa no mejora. Por ejemplo, una academia donde los extranjeros pueden venir a aprender español tiene como lema: “Tradicion, y excelencia en servicio”. La entidad financiera más popular de la ciudad pone a disposición de sus clientes un Cajero Automatico en el exterior de su sede central. Y, por si fuera poco, tenemos nuestra Capital Cultural infestada de librerias, carnicerias, artesanias, reposterias, papelerias, panaderias, peluquerias, cafeterias, lencerias, corseterias, y hasta tenemos una Clerecia.

No sé a qué se debe tanto dislate, pero me temo que tiene mucho que ver con la incultura de quienes ocupan los sillones principales, porque tanto despiste a la vez permite aventurar esa segunda verdad.

AMIGOS DEL «INFANTA»

AMIGOS DEL «INFANTA»

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Procedente de Barcelona donde reside, está pasando tres días conmigo en Salamanca un buen amigo de juventud con quien compartí habitación, mesa, pupitre, recreos, sinsabores y alegrías en el “Infanta”, colpicio para desamparados de protección paternal donde la desgracia común fortalecía la amistad, los castigos alentaban la solidaridad y la incertidumbre por el futuro favorecía la ayuda mutua.

Paseando en agradable conversación por calles y plazuelas de la pequeña Roma, recordamos la intemperie en que vivimos la primera juventud, superada por el calor fraternal que recibíamos unos de otros a manos llenas, sin darnos cuenta que la fraternidad compartida era el bálsamo que a todos nos redimía del infortunio.

La visita de Enrique y su fiel Mariluz, me da pie a proclamar por el ciberespacio que no fueron las cuotas mensuales de los Guardias Civiles, ni los espacios de la Institución protectora, ni la gestión de los rectores, ni el oficio de profesores, “maestros” e inspectores, quienes nos salvaron del naufragio, sino la hermandad entre nosotros, el compañerismo ejercido sin fisuras, la protección mutua ante las agresiones y la ayuda recíproca que nos prestábamos, sin darnos cuenta entonces que esa alianza perduraría más allá del espacio y del tiempo, acompañándonos hasta que la parca decida clavar su estaca en nuestra puerta para llevarnos por separado al valle de Josaphat.

Entre las tapias y alambradas del “Infanta” nos juramentamos lealtad, sin hacer juramento alguno; nos hicimos promesas de permanencia sin prometernos nada; conjuramos la desgracia sin hacer conjuras; exorcizamos demonios y maldades sin recurrir al agua bendita; y nos dimos un abrazo colectivo, sin abrazarnos, que todavía perdura.

Fue la desdicha pretexto para dar vida al “Infanta”, y éste a su vez origen de un encuentro entre almas gemelas, hermanadas por el afán compartido de volar por encima del lodo en que el infortunio nos había enfangado sin merecerlo, por mucho que el púlpito se empeñara en consolar lo inconsolable y el libro sagrado hiciera promesas de salvación más allá de la vida, porque la lucha por la resurrección terrenal nos impulsaba a ganar el futuro tras el recinto donde estábamos confinados. Y así lo hicimos.

Pronto desaparecerá el “patio central”, el “campo de abajo”, las “familias”, los “talleres” y la “puerta principal”, con su perpetuo escalón roto. Se olvidará el sonido del silbato, las diarias “filas”, los “cortes” en el cine, los “poliburós”, las sanciones, el “barrio”, la “garita”, las aspirinas de las “señoras de la enfermería”, el “arca”, las deseadas “croquetas”, y tantas otras cosas, porque así lo ha decidido el Patronato.

Pero siempre quedarán entre nosotros los recuerdos compartidos entre aquellos muros porque nada ni nadie puede arrebatarnos la memoria. Y, sobre todo, quedara la amistad perdurable que nos une, por mucho que la distancia se empeñe en alejarnos y el tiempo alargue los encuentros.

Afirmaba Richard Bach que ningún lugar está lejos para los amigos verdaderos, como ha demostrado Enrique con su visita, y si el encuentro real no es posible, sabed que entre el “aquí” y el “ahora”, siempre podremos vernos un par de veces, porque basta el deseo de estar con alguien para tenerlo a nuestro lado.