PEINETAS POPULARES
Cuando hablo de peinetas no me refiero al ornamento femenino para el cabello que tiene forma convexa y púas, usado por las mujeres como adorno o para asegurar el peinado, encajándolo en el moño. La peineta que traigo hoy a la bitácora hace referencia al gesto que hacen algunas personas levantando el dedo del corazón de forma obscena, como falo eréctil, manteniendo la mano cerrada y con el revés hacia fuera.
Peinetas hacen los futboleros a futbolistas y viceversa; con peinetas obsequian desde el volante los conductureros a los conductores; peinetas indignadas dedican los manifestantes a los policieros; y obscenas peinetas vuelan en las discusiones, reprimendas, broncas y desacuerdos como rúbrica final de la contienda.
Entre las peinetas más degradantes y despreciables testificadas en esta tierra de María Santísima, destacan las protagonizadas por el borbón Juan Carlos, el hombre-hombre Aznar, el salvadoreño Trillo y el charcutero Bárcenas. El primero dedicó su peineta a un grupo de personas que le abucheaban en Euskadi; el alcaldeso se la brindó a un grupo de universitarios que le piropeaban; el obrero supernumerario la ofreció al público mientras abrazaba a su amiguito; y el presunto trilero onubense, obsequió ayer con una peineta a los periodistas que le daban la bienvenida en el aeropuerto madrileño a su regreso de las agotadoras jornadas que pasó esquiando en Canadá.
Desde la época romana, la peineta representa el falo erecto, siendo considerado impúdico por San Isidoro el dedo del corazón, que fue llamado “digitum infamis” o “impudicum” por el poeta Décimo Junio Juvenal, destacando hoy tal levantamiento por su mal gusto, falta de respeto y la poca estética, como reflejo de incultura, prepotencia y cobardía.
Con tal erección digital se pretende insultar al oponente llamándole «sodomita afeminado» o “maricón”, expresando al mismo tiempo el deseo de que al receptor “le den por el culo”, otorgándole así una dimensión anal sin reparos, como insulto homófobo que pretende ofender con grosero gesto al destinatario del ultraje.