EL PLACER DE CONVERSAR

EL PLACER DE CONVERSAR

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La conversación tiene poco que ver con la tertulia, aunque ambas estén vitalizadas por personas a través de la palabra, pues la conversación reporta valores y placeres que la tertulia ignora, llegando la conversación donde la tertulia no logra asomarse ni por el ojo de la cerradura.

El juego social de la tertulia brinda al huero tertuliano la oportunidad de oscurecer con palabras su falta de ideas y le da la posibilidad de engañar, algo que no tiene cabida en la conversación porque en ella domina el sentimiento, la verdad, el afecto y la confidencia, como puntos cardinales que la conforman y limitan.

De no ser así, la perversión toma cuerpo en ella, espantando los valores que la justifican y haciendo de la moral, maldad; de la honestidad, vileza; y vicio de la virtud.

En la conversación no cabe hablar por hablar sin contenido alguno, ni alejar de las palabras el alma o pretender hacer de ella lo que no es. Tampoco permite huir de las horas como proponía Ovidio, ni concede espacio a la erudición, ni abre las puertas a la pedantería, ni autoriza la mentira, ni tolera la soberbia.

La conversación exige a los elegidos para ella, nobles aspiraciones, altura de miras, generosidad sentimental, sinceridad en la palabra, vocación de consenso, derrota de la derrota, condena de la prisa, destierro de la superficialidad y acercamiento de espíritus.

Pocos placeres pueden compararse al que reporta conversar con alguien querido poniendo el alma sobre la mesa, colgando las dudas en el perchero, dando lo que no se tiene, compartiendo lo reservado para uno mismo, hermanando las almas y vertiendo las confidencias como preciado tesoro, para robarle a esta chapucera vida un puñadito de felicidad.

BLANCOS DE COLOR

BLANCOS DE COLOR

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Cuando hablamos de una persona de color, nos referimos a seres humanos de raza negra, sin tener conciencia del error que cometemos al definirlos de esa manera, pues somos los blancos las auténticas personas de color, como nos hizo saber el poeta senegalés Léopold Sédar Senghor, –  casualmente presidente de su país -,  poco antes de morir en 2001.

Este profesor fue el primer hombre de raza negra que dio clases de francés en Francia, enseñando a los franceses a hablar francés, hacer poesía simbólica y construir una civilización universal, uniendo todas las tradiciones sin diferencias raciales, donde la negritud se confundiera con la blanquitud.

Leopoldo nos hizo entender que una persona de raza negra, es negra en toda circunstancia, de día y de noche, cuando le da el sol o estando a la sombra, enfermo o gozando de buena salud, al nacer y al morir, es decir, el negro es negro por mucho que la vida se empeñe en lo contrario.

En cambio, las personas de raza blanca no somos blancos, sino coloreados, es decir de colores cambiante según las circunstancias. Nacemos rosados, nos tostamos con el sol, azuleamos con el frío, amarilleamos con la bilis y la muerte nos tiñe de gris. ¿Por qué, entonces, nos empeñamos en hablar de personas de color al referirnos a las de raza negra, si los coloreados somos los blancos?

18 DE JULIO

18 DE JULIO

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Evocaba ayer al profeta León dando el tercer grito perdido del español para avisar inútilmente en 1936 que venía el lobo, y hoy recojo el pacífico sentimiento de recordar la página más triste de nuestra historia para que no se vuelva a repetir tan penoso hecho, protagonizados por seres hipotéticamente racionales, que colgaron la razón en el perchero y se calzaron la piel irracional del más fiero depredador.

Eso dice el testimonio solidario que comparto, y por ello abrazo a los descendientes de quienes perdieron su vida en aquella salvaje guerra civil, a bayoneta calada en las trincheras, entre familias, amigos y vecinos, que nadie comprende ni se puede explicar por mucho esfuerzo que hagan los analistas de tan macabra historia.

Esa locura comenzó en España un día como hoy de 1936, y traigo a esta bitácora el recuerdo de aquella barbarie, no para abrir las heridas ni señalar con el dedo a la culpable sinrazón, sino para cicatrizar los quebrantos y recomponer la memoria de los que murieron sin justificación alguna por parte de «hunos»y «hotros».

Recordar lo sucedido, sí. Superar los rencores, también. Desterrar las venganzas, por supuesto. Pero olvidar a los que murieron, nunca. Sobre todo si el muerto es un padre o un abuelo deshonrado por la historia, olvidado en los libros de texto y enterrado en paradero desconocido.

Pasaron cuarenta años en los que “media España ocupó España entera con la vulgaridad, con el desprecio total de que es capaz, frente al vencido, un intratable pueblo de cabreros”, como dijo el poeta. Pasaron cuarenta años de victoria y ha llegado finalmente la hora de la paz.

La hora de recuperar el honor de los que murieron. La hora de hacer un gran cementerio donde se recojan los restos de todos los que desaparecieron y se devuelva la memoria a los olvidados en las páginas del Espíritu Nacional, porque todos fueron hijos de la misma patria y merecen iguales honores.

NUEVO GRITO DE LOS ESPAÑOLES

NUEVO GRITO DE LOS ESPAÑOLES

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El poeta de Tábara advierte que los españoles hablamos demasiado alto y que hemos dado tres gritos concluyentes a lo largo de la historia. El primero fue “¡Tierra!”, cuando coreamos con Rodrigo de Triana el descubrimiento del nuevo mundo. El segundo grito lo dimos con don Quijote por los campos de La Mancha, pidiendo “¡Justicia!”. Y el tercero fue avisando en 1936 de la tragedia gritando “¡Que viene el lobo!”, sin que fuera creído por los muertos de ambos bandos.

Hoy los españoles añadimos un nuevo grito a los tres bocinazos recogidos por León Felipe, sin esperanza alguna de ser escuchados por los tres poderes del Estado, porque uno de ellos está sometido al dictado teutón, otro vive en el nirvana de sus privilegios y el tercero cierra la ventana cuando el hedor de la corrupción llega a su despacho.

Mientras esto ocurre, el pueblo español grita “¡¡Se puede!!” hasta desgañitarse, frente al Palacio de la Moncloa, junto al Palacio de las Cortes y a la puerta del Convento de las Salesas Reales, escribiendo en las pancartas con sangre dolorida y lágrimas de impotencia que puede dársele lo que en justicia pide.

Efectivamente, se puede modificar la ley sobre desahucios censurada por el Tribunal de Justicia Europeo, dictaminando que no garantiza la protección ciudadana con cláusulas abusivas en hipotecas que vulneran la normativa comunitaria.

Se puede reparar el daño causado a los ahorradores estafados y engañados con las participaciones preferentes, devolviendo a los afectados el dinero que pusieron en manos de los usureros bancarios.

Se puede evitar que los defraudadores oculten su dinero en lejanas cajas bancarias y cuentas opacas, investigando movimientos de dinero y firmando acuerdos internacionales que eliminen del mapa los paraísos fiscales.

Se puede erradicar la impunidad de los corruptos obligándoles a devolver el dinero robado y enviándoles algunas décadas a la cárcel como penitencia por sus pecados en esta tierra, que del castigo infernal se encargará su Dios.

Se puede imponer una justicia igual para todos los ciudadanos sin más que equilibrar la simbólica balanza, ponerle de nuevo la venda en los ojos y despolitizar los tribunales y cortesanos que tiene tan bella dama.

Se puede democratizar el país abriendo listar electorales, limitando la vida política, aboliendo privilegios, reduciendo sueldos, desterrando el amiguismo, impulsando la vocación de servicio y confinando la mediocridad.

Se puede, en fin, rearmar éticamente la sociedad dando ejemplo a los ciudadanos de honradez, sinceridad, sacrificio, renuncia, esfuerzo, generosidad y otros valores morales que dignifican la raza humana.

RIESGO DE NAUFRAGIO

RIESGO DE NAUFRAGIO

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Vivimos la aventura de la vida viajando juntos en un barco, rumbo a la estación término que a todos nos espera y sin posibilidad de obtener el billete de vuelta al punto de partida, por mucho empeño que pongamos en conseguirlo.

Viaje fugaz, irreversible, desconocido, sorprendente y fatal, para todos los embarcados en el cascarón de la vida, aunque algunos naveguen en camarotes de lujo, otros duerman en cubierta,  bastantes compartan la bodega con roedores, muchos trabajen de marineros y la mayoría ocupe las hamacas, manteniéndonos todos ellos a las órdenes del capitán, que a su vez obedece incondicionalmente al armador.

Todos los embarcados, – y embarcados estamos todos -, dependemos unos de otros, aunque los armadores, equipo de gobierno, orquesta de palmeros y ocupantes de opulentas suites, piensen lo contrario, creyendo erróneamente en salvaciones imposibles para ellos, si el barco se va a pique con la proa rumbo a la fosa abisal de la revolución popular.

El armador como dueño del dinero, y el capitán que dicta instrucciones a la marinería y pasajeros, deben saber que el barco donde navegamos puede naufragar y llevarnos al destino final, con fatales consecuencias para todos, incluidos armadores y patronos, porque si la nave se hunde en una revolución no habrá salvación para nadie.

PROETAS

PROETAS

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Emulando los años de romanticismo, han brotando como hongos miles de proetas con aspiraciones a poetas que van por las redes sociales y sedes editoriales espantando la poesía con penosos ripios que hieren de muerte los versos, recordándonos las palabras de Tomé de Burguillos cuando afirmaba en sus Rimas humanas y divinas, que en cada esquina había cuatro mil, – digo yo -, proetas, haciendo realidad la propuesta de Moratín de que más vale ser mozo de café que poeta ridículo.

Proetas que no son más que fantasmas de poetas jugando a la ficción de ser lo que nunca serán, coreados por amigos y familiares que estimulan su intrusismo carente de latidos interiores y sin fuerza para ser escuchados en foros distintos al círculo de intrusos donde se apoyan mutuamente perpetrando fechorías proéticas, lejos del sentimiento de Juan Ramón, creador oculto de un mundo no aplaudido.

Parafraseando al difunto marqués de Iria Flavia, espero que superemos estos tiempos y lleguen otros más fértiles para los versos donde podamos contabilizar los poetas con algo más que los dedos de la mano, – de una mano, claro -, y no como sucede en estos tiempos de escasez poética y exceso de proetas.

TOMA DE LA BASTILLA

TOMA DE LA BASTILLA

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Una vieja fortaleza construida por Carlos V de Francia en 1370 para defender la parte oriental de París, fue convertida en símbolo del absolutismo por el cardenal Richelieu al transformar una parte de ella en prisión estatal, y la otra en almacén de grano y pólvora. En esa cárcel fueron internados por orden del rey o de sus ministros, ciudadanos que no pasaban por los tribunales de justicia, entre los que destacaban aristócratas y burgueses, junto a delincuentes comunes que cumplían sentencias dictadas por la justicia real.

Siete eran los reclusos que dormían en sus celdas cuando los ciudadanos franceses decidieron acabar con el antiguo régimen, derribando el símbolo del despotismo, la arbitrariedad y el abuso, representado por la monarquía, dando paso a una república asentada sobre la libertad, la igualdad y la fraternidad, valores siempre anhelados y nunca hechos realidad en nuestro país.

Tras apoderarse de las armas guardadas en Les Invalides, miles de parisinos fueron al castillo de la Bastilla el martes 14 de julio de 1789 para hacerse con la munición y pólvora allí guardada, siendo repelidos por los defensores de la fortaleza, hasta que un destacamento de 61 guardias franceses dirigido por el sargento de la guardia suiza Pierre Hulin emplazó frente a la Bastilla cinco piezas de artillería, que disparó sus proyectiles hasta que la Bastilla se rindió a los revolucionarios.

Ese fue el inicio de la revolución popular que derrocó el antiguo régimen, cuando los ciudadanos se hartaron de aguantar absolutismo, mentiras, abusos y trampas. Ahora falta saber si reyes, políticos, estafadores financieros y usureros conocen la historia y han meditado sobre las consecuencias que puede tener gobernar un pueblo herido y al acecho, harto de sufrir el castigo que merecen quienes lo propinan. De momento, Ángel pone el cañón y los ciudadanos la indignación.